Read James Potter y La Maldición del Guardián Online
Authors: George Norman Lippert
El tiempo se arrastraba con sorprendente lentitud mientras se acercaba la Navidad. James, Rose y Albus invirtieron su tiempo jugando a Winkles y Augers en ambas salas comunes, explorando los terrenos cubiertos de nieve, y visitando a Hagrid en su cabaña. Tomaban sus comidas en compañía de los pocos estudiantes y profesores que quedaban, entre ellos Fiera Hutchins, Hugo Paulson, y, para sorpresa de James, Josephina Bartlett, cuyo vértigo estaba solo ligeramente mejor. Podía arreglárselas para sentarse en un banco de la mesa Ravenclaw, aunque si se le caía una corteza de pan o un tenedor, era completamente incapaz de agacharse para recuperarlos. James sintió un poco de pena por ella, pero entonces la vio gritar concisamente a uno de los elfos domésticos para que le trajera un nuevo tenedor y determinó que su arrogancia y insufribilidad general no se habían visto muy afectadas por su difícil situación.
En la mañana de Navidad, James quedó bastante sorprendido al ser despertado por el olor fresco de los arenques ahumados y una profunda voz de rana.
—Feliz Navidad, amo James —dijo la voz—. Ahí tendido como una piedra, sí, como si su desayuno se fuera a mantener caliente por pura y simple magia, hasta que decida que está listo para comer, que lo hará, por supuesto, pero sólo porque Kreacher trabaja muy arduamente día y noche para afinar los mejores Encantamientos Calentadores para eso…
—¿Kreacher? —preguntó James aún medio dormido, frotándose los ojos y sentándose. Una bandeja de desayuno había sido inmaculadamente colocada sobre sus piernas. Una rosa negra y un bastón de caramelo sobresalían de un pequeño vaso de alabastro en una esquina de la bandeja—. ¿Qué haces aquí?
—Fui enviado por su querida madre, amo James —dijo Kreacher, haciendo una reverencia. Estaba de pie al final de la cama de James, llevaba puesto sólo su trapo de cocina, a pesar del frío de la habitación—. Ya están servidos los desayunos de Navidad del amo Albus y de la ama Rose. Sus regalos le aguardan.
—¡James! —gritó Albus desde las escaleras de la sala común—. ¡Vamos! ¡Kreacher no nos dejará desenvolver nada hasta que estemos todos juntos! Son órdenes de mamá, por supuesto. ¡Así que devora eso ya mismo!
James probó unos pocos bocados de su arenque y bebió su zumo de calabaza, dio las gracias a Kreacher, y luego se abalanzó fuera de la cama. Rose y Albus estaban sentados frente al fuego, bebiendo té y llevando sombreros con cascabeles en las puntas. Rose sonrió y sacudió la cabeza, haciendo sonar las borlas.
—Festivo, ¿eh? Los ha enviado mi madre. Sabía que no habríamos decorado ni nada. ¡Ponte el tuyo!
Rose le tiró uno de los sombreros. James sonrió y se lo encasquetó en la cabeza. Kreacher descendió lentamente las escaleras. También llevaba puesto uno de los sombreros, aunque lo vestía como si pesara cincuenta kilos. El sombrero le cubría los ojos. Lo empujó con el dedo pulgar, asomándose hacia James, Rose y Albus con un ojo.
—Todos presentes y dispuestos —se dijo a sí mismo— Feliz Navidad, amos y ama.
Chasqueó los dedos. Hubo un cambio en la luz de la habitación y James sintió que una especie de campo protector había sido eliminado de la pila de regalos. Albus gritó de alegría y saltó del sofá, agarrando el más grande de los que tenían su nombre. James sonrió felizmente y se le unió.
Kreacher se quedó con los tres hasta que todos los regalos fueron desenvueltos, luego, diligentemente, recogió todos los lazos y el papel de regalo desechado. Enrolló todos los desechos, comprimiéndolos en una sorprendentemente densa y colorida pelota, y luego, curiosamente, la metió dentro del sombrero verde con borlas. Se puso de nuevo el sombrero en la cabeza, y Rose luchó por no reírse ante semejante tontería.
—A Kreacher se le ha pedido que les informe de que sus padres hablarán con ustedes esta noche a través de la Red Flu —trinó el elfo—. Kreacher se marcha ahora, amos y ama. Que tengan unas agradables fiestas.
—Tú también, Kreacher —dijo Rose dándole un bocado a su bruja de jengibre.
—Sin duda —respondió Kreacher. Levantó su largo y flaco brazo y chaqueó los dedos. El elfo desapareció en medio de una ráfaga de humo verdoso.
—Siempre me ha gustado ese elfo —proclamó Albus—. Él sí que sabe ser eficiente. No se anda con rodeos.
Rose dijo:
—A mi me da algo de lástima. ¿Qué le regalan por navidad?
—Oh, Rose, eres tan mala como tu madre —respondió James—. Hace dos Navidades, mamá y papá intentaron dar a Kreacher un regalo de Navidad. Era sólo una pequeña canasta con una almohada para que durmiera en ella. La compraron en una tienda de mascotas muggle, ya que ese bruto se niega a dormir en una cama normal. Aun así no quiso aceptarla, y cuando insistieron en que se la quedara, ni siquiera la utilizó como se suponía que debía hacer. ¡La ha estado utilizando desde entonces como cesta para llevar la colada!
—Honestamente, Rose —estuvo de acuerdo Albus— Kreacher no está hecho para ser feliz. Lo intentamos. De veras que sí. Especialmente papá. Kreacher y él tienen una especie de historia
—Lo sé —dijo Rose—. Es sólo que parece tan miserable.
—¡Ah! —exclamó James— Esto es estar extasiado para los parámetros de Kreacher. He oído hablar de como era cuando papá lo heredó. Kreacher le envió una caja de gusanos como regalo de Navidad.
—¡No! —jadeó Rose, cubriéndose la boca.
Albus sacó una bufanda casera verde y plateada de una de sus cajas desenvueltas. Se la puso alrededor del cuello.
—Confía en nosotros, Rosie. Ese era Kreacher feliz. De lo contrario, estaríamos comiendo sanguijuelas para el desayuno en lugar de arenques.
Esa tarde, Albus llevó a James y a Rose a los sótanos y les mostró la sala de práctica de Slytherin. Como Albus había descrito, la habitación era larga y baja con maniquíes instalados contra la pared más alejada. Albus mostró cómo funcionaba sacando su varita de repente y lanzando un Hechizo Lacerante a uno los maniquíes. Éste levantó los brazos y los sacudió en una parodia de dolor, como si estuviera siendo atacado con picaduras de abeja. Albus repitió el hechizo, riendo. James se rió también, pero un poco nerviosamente. Rose no se rió en absoluto. Miró a Albus disgustada y se cruzó de brazos.
La cena de Navidad en el Gran Comedor fue más esplendorosa que cualquier otra cena a la que James hubiera asistido nunca, a pesar del hecho de que la habitación estaba llena sólo una quinta parte. Los Profesores Knossus Shert y Lucia Heretofore, la nueva profesora de Pociones y jefa de la Casa Slytherin, estaban sentados en la mesa del estrado. Hagrid estaba sentado entre ellos, hablando en voz alta y pareciendo lo que era: un semi-gigante entre dos personas bastante delgadas. Heretofore parecía obviamente disgustada con Hagrid, aunque lo enmascaraba tras una débil sonrisa. Para sorpresa de James, Petra Morganstern estaba sentada en el centro de la mesa Gryffindor, sonriendo ligeramente cuando Hagrid intentó dirigir a sus compañeros profesores en una ronda de villancicos.
—No sabía que estuvieras aquí en Navidad —dijo James, sentándose a la mesa al otro lado de Petra.
—Sí —estuvo de acuerdo Rose—, ¿dónde has estado metida?
—Fui a Hogsmeade durante algunos días —respondió Petra—. Hice algunas compras. De ninguna manera voy a estar deprimida aquí durante todas las vacaciones.
—¿Por qué no fuiste a casa por Navidad? —preguntó Rose.
Petra se encogió de hombros, todavía sonriendo hacia el estrado.
—¿Para qué? Ya conseguí mi regalo, ¿no?
James alzó las cejas.
—¿Hablas de la caja que trajo la lechuza del Ministerio el mes pasado? Todos estábamos preguntándonos por eso. ¿La envió tu padre?
Petra asintió y sorbió su cerveza de mantequilla.
—Madame Rosemerta ha enviado estas desde Las Tres Escobas para esta noche. ¿Lo sabíais? Hablé con ella ayer.
—¿Y qué te regalaron por Navidad? —preguntó Albus—. A mí un pañuelo nuevo, una caja de dulces y una Recordadora. A decir verdad, mamá debería haberle regalado la Recordadora a James, así podría acordarse de cuando son las pruebas de Quidditch. —Le lanzó una sonrisa a James.
Petra miró a Albus, todavía sonriendo.
—Solo algunas cosillas. No significan mucho para nadie que no fuera yo.
—Así que por eso corriste a abrirla tú sola —comentó Albus. Rose le pateó por debajo de la mesa.
Petra se encogió de hombros.
—Está bien tener algún tiempo por nosotros mismos, ¿no? Yo estoy aprovechando para aprender mis frases. ¿Te gustaría ensayar un poco, James? La profesora Curry, probablemente nos pondrá firmes si volvemos de las vacaciones sin sabernos nuestro papel.
—¡Por supuesto! —dijo James un poco demasiado entusiasmado. Moduló su tono y añadió—: Quiero decir, claro. Si quieres. No tengo previsto nada más.
—No tienes nada más previsto —sonrió Albus con satisfacción—. ¿Qué pasa, tienes una entrevista con el Ministro de Magia de la que no sabíamos nada? ¡Ay! Y Rose, ¡ya podrías dejar de darme patadas por debajo de la mesa!
Petra sonrió a Albus, luego a James.
—Te veré más tarde en la sala común. Trae tu guión y ensayaremos, ¿vale?
James asintió, no confiando en sí mismo para hablar. Petra se alejó, caminando lenta y pensativamente.
—James está enamorado de su protagonista —se burló Albus, haciendo ruidos de besos.
—No estoy enamorado de ella, imbécil. —James frunció el ceño, fingiendo que eso era lo más ridículo que había oído nunca.
—Oh, James, no engañas a nadie —dijo Rose, agitando la cabeza—. Es obvio. En realidad, es bastante bonito.
—¡Cállate! —dijo James, ruborizándose furiosamente—. ¡Solo porque tengo que fingir estar enamorado de ella durante la obra, eso no significa que sea real! ¡Tal vez sea sólo que soy un excelente actor!
Rose intentó enmascarar una sonrisa.
—Bueno, entonces, realmente estás metido en tu papel, ¿no? No tenía ni idea de que estabas tan dedicado al arte. Menos mal que en el guión no matas a nadie.
James puso los ojos en blanco dramáticamente.
—Los dos sois unos auténticos chalados. Pensad lo que queráis.
Albus estudió a James durante un momento y después hizo más ruidos de besos.
—¡Oh! Petra, soy sólo un chico, ¡pero tú me haces sentir como un hombre!
James agarró un panecillo y se lo lanzó a Albus, que se deshizo en risas deleitadas.
Cuando James regresó a la sala común un poco más tarde, dejando a Rose y a Albus cantando villancicos con Hagrid en el Gran Comedor, se sintió contento y un poco nervioso al encontrar a Petra sentada en una silla cerca del fuego, con el guión en la mano. Corrió hasta su dormitorio, recuperó su propia copia del guión de su cartera y regresó descendiendo a trompicones por las escaleras, diciéndose a sí mismo todo el tiempo que no iba a hacer el tonto, que Rose y Albus no podían tener razón sobre su enamoramiento de Petra, y sobre todo, que, aunque fuese cierto, era absurdo pensar que ella pudiera corresponder esos sentimientos. Era casi cinco años mayor que James, tan lista e inteligente como podría serlo y absolutamente despampanante. A las chicas como Petra simplemente no les atraían los chicos desgarbados más jóvenes y que todavía no habían logrado coger el truquillo a un encantamiento anti-espinillas. La cara de James estaba ruborizada para cuando se reunió con Petra, dejándose caer en un sofá cercano.
—Ay de mí, mi querido Treus —citó Petra, pasando una página de su guión—, vos hicisteis latir mi corazón. ¿Empezamos desde arriba?
James comenzó a responder, pero la voz le salió algo chillona. Carraspeó.
—Sí. Claro. Leeré a quienquiera con el que estés hablando y tú podrás hacer lo mismo por mí.
—Puedo hacer un Donovan muy bueno —estuvo de acuerdo Petra—. Incluso consideré solicitar ese papel.
—¿Y supongo que Noah podría haber hecho de Astra? —rió James.
Petra asintió.
—Hace un siglo, los hombres a menudo representaban papeles de mujeres en este tipo de obras de teatro. En algunos lugares ni siquiera permitían que las mujeres actuaran en absoluto. Ojo por ojo, diente por diente, diría yo. Además, a veces creo que tiene que ser divertido actuar como el pícaro malvado con impresionantes poderes. Las mujeres siempre son los peones de estas historias.
James pensó que ella era posiblemente el peón más bonito que había visto nunca, pero decidió no decirlo. Se aclaró nuevamente la garganta y comenzó a leer en voz alta. Una hora después, una vez hubieron terminado su ensayo, James se dio cuenta de que Albus y Rose habían entrado en la sala común. Se habían sentado en una mesa de un rincón con Hugo Paulson, que estaba enseñando a Albus algunas técnicas de Winkles y Augers. James pilló a Rose mirándole furtivamente con una sonrisita en los labios.
—¡Eh, James! —llamó Albus, metiéndose la varita en el bolsillo— Recuerda, se supone que tenemos que ver a mamá y papá por la Red Flu esta noche. ¿O tendré que decirles que tienes asuntos más urgentes que atender?
James fulminó con la mirada a Albus, quién simplemente le devolvió una sonrisa malvada.
—Está bien, James —suspiró Petra, cerrando su guión—. De todos modos, ya he tenido suficiente por esta noche. Voy a subir las escaleras y a escribir algunas cartas de Navidad. Gracias por la ayuda.
—Fue divertido —estuvo de acuerdo James—. Ya nos veremos por ahí, Petra.
Mientras James observaba a Petra cruzar la habitación hacia las escaleras de los dormitorios de las chicas, Rose se unió a él en el sofá.