Read James Potter y La Maldición del Guardián Online
Authors: George Norman Lippert
En ese preciso instante, la profesora Revalvier cerró su libro y se levantó, metiendo las gafas de lectura en su túnica. Consultó el reloj de la pared trasera de la sala y se aclaró la garganta.
—He aquí, ¿de qué manera estos mundos —dijo, sonriendo un poco y dejando vagar su mirada cara a cara por toda la habitación—, evocan en las almas de los hombres tan fácilmente las más primordiales piedras angulares del corazón? ¿Cómo se forjaron estos reinos que ninguna mano puede tocar, aunque laceran los cimientos de todo lo que es más genuino? ¿Me atrevo a declarar el pedestal sobre el que surgen estos reinos y componen los ladrillos de sus paredes? Ni piedra ni madera ni joyas preciosas pueden soportar los juicios del tiempo, más allá de los reinos engendrados por palabras, pensamientos y rima.
La profesora tomó un profundo aliento, y luego, con una voz diferente, dijo:
—Era una cita de una de las más antiguas y veneradas baladas del mundo mágico, El Heraldo. No hay constancia del autor de ese trabajo, ni ninguna fecha fiable de cuando fue escrito. No sabemos nada de la época en que se escribió: quién era rey, en qué ciudad se originó, ni siquiera la lengua que se utilizaba. Y, sin embargo, la balada en sí persiste. Si existe algo que pruebe el tema de la balada... que no existe un reino más hermoso, eficaz y duradero que el reino de las palabras... entonces esa prueba es El Heraldo mismo, que ha perdurado mucho más tiempo que la civilización en la que se engendró.
Por el rabillo del ojo, James veía a Rose garabatear apuntes febrilmente. Este, sabía, era justo el tipo de cosas para las que Rose vivía. Miró hacia abajo, a su propio pergamino, que estaba todavía en blanco, y se preguntó si valía la pena el esfuerzo de intentar tomar sus propios apuntes, o si había alguna esperanza de que Rose le dejara copiar los suyos.
—El mundo mágico es muy antiguo, y, por tanto, tiene una muy rica historia literaria —siguió Revalvier, gesticulando hacia los estantes de libros del fondo de la sala—. No tenemos ninguna esperanza de explorar siquiera una décima parte de esa historia. Sin embargo, elegiremos las principales obras representativas de cada época, y nos sumergiremos en ellas tan profundamente como podamos, para entender mejor los tiempos de donde provienen. Mucha gente encuentra la literatura aburrida. Estas personas desafortunadas simplemente nunca han tenido las historias bien abiertas a ellos. Haré todo lo posible para abrir estas historias para vosotros, estudiantes. Con algo de suerte, veremos a estas historias cobrar vida. Y no sólo a las de la sección especial de la biblioteca donde los libros deben ser encadenados a los estantes para evitar que se escapen.
Hubo una breve ola de risa cortés. Revalvier la aceptó con una sonrisa de disculpa.
—Comenzaremos nuestra exploración de la literatura del mundo mágico con un desafío. En lugar de un clásico famoso o de una venerada balada, comencemos con algo un poco más accesible. Pidamos algunos voluntarios. Alguien me dirá, por favor, ¿cuál era su cuento favorito mientras crecía?
James recorrió el aula con la mirada. Una chica Ravenclaw llamada Kendra Corner levantó la mano. Revalvier asintió hacia ella alentadoramente.
—¿La historia que sea? —preguntó Kendra—. ¿Incluso si es corta?
Revalvier sonrió.
—Especialmente si es corta, señorita Corner.
—Bueno —dijo Kendra, sus mejillas se sonrojaron un poco—, mi historia favorita cuando era pequeña era Las Tres Tontas y Viejas Gruñonas.
—Muy bien, señorita Corner —dijo Revalvier—. Me imagino que muchos de nosotros hemos oído la versión de las tres ancianas llevando sus productos al mercado. Una historia muy antigua, esa, y un excelente ejemplo. ¿A alguien más?
Graham fue el siguiente.
—La historia que más recuerdo es la del gigante y las habichuelas. Donde un niño muggle encuentra ciertas habichuelas mágicas, y luego trepa al árbol mágico que surge de ellas. Un gigante vive en la parte superior, y el chico muggle trata de coger las cosas del gigante, pero el gigante captura al niño y lo hace picadillo. La moraleja trata de cómo la magia negligente ocasiona problemas a todos.
—Otro ejemplo clásico, señor Warton —estuvo de acuerdo Revalvier—, aunque la suya ilustra cómo las historias tienden a evolucionar con el tiempo, basadas en los cambios culturales.
Varios otros describieron sus cuentos favoritos, terminando con Rose, cuyo cuento favorito, no fue una sorpresa, resultó ser uno de los cuentos de Beedle el Bardo.
—Babbitty Rabbitty y su tocón carcajeante. Mi madre me lo leía de una antigua versión del libro que heredó de un director anterior, Albus Dumbledore —dijo con cierto orgullo.
—Ciertamente, la mayoría de nosotros estamos muy familiarizados con Los Cuentos de Beedle el Bardo —dijo la profesora Revalvier, apoyándose cómodamente en su escritorio—, aunque no todos nosotros hemos sido tan afortunados como para haberlos leído de tan ilustre fuente. De hecho, estos son todos muy buenos ejemplos de la literatura mágica clásica. Todos ellos tienen algunas cosas muy importantes en común. Todos son muy antiguos. Todos han sido principalmente transmitidos de boca en boca. Y todos pretenden enseñar importantes lecciones de la vida. No tan obviamente, estas historias nos enseñan cosas sutiles sobre los tiempos en los que fueron creadas. Por ejemplo, los días en los que una frágil y vieja mujer empujaba carritos de mercancías al mercado quedaron en el pasado y, sin embargo, nos parece familiar porque todos crecimos con la historia de Las Tres Tontas y Viejas Gruñonas. La belleza de la gran literatura, incluso en forma de cuentos infantiles, es que nos enseña cosas sobre la vida, la historia, el mundo en que vivimos, e incluso sobre nosotros mismos, hasta sin que nosotros lo sepamos. La cuestión es, que las mejores lecciones de vida son aquellas de cuyo aprendizaje no somos conscientes. Esas son las lecciones que la literatura puede enseñarnos. Veamos otro ejemplo, uno que no se ha mencionado hasta el momento. Cuando yo era una niña, mi historia favorita a la hora acostarme era un cuento llamado El Rey de los Gatos. ¿Alguno de ustedes conoce esta historia?
Tentativamente, Ralph levantó la mano.
—Creo que yo, pero mi versión podría ser un poco diferente. Yo crecí con muggles. O eso creía.
—Muchas historias con orígenes mágicos han encontrado su camino hasta el mito y la leyenda muggle, señor Deedle. ¿Se atrevería a contarnos la versión con la que está familiarizado?
Ralph se lamió el labio superior por un momento, pensando.
—Bueno, está bien —estuvo de acuerdo. Tomó un profundo aliento y comenzó—. Un hombre fue a dar un paseo por el campo un día, realmente muy lejos de donde vivía. No había nadie más por allí y no encontró casas durante días en cualquier dirección. De repente, vio un montón de ratones. Al principio creyó que debía espantarlos, pero luego se dio cuenta de que no estaban actuando como ratones comunes. Parecían estar caminando en una especie de procesión, y llevaban algo. El hombre se acurrucó detrás de algunos arbustos porque no quería asustar a los ratones, pero sentía curiosidad por lo que estaban llevando. Cuando pasaron por delante de él, vio que llevaban a otro ratón en una camilla diminuta. El hombre se dio cuenta de que el ratón de la camilla estaba muerto, y que eso era algo así como una procesión fúnebre ratonil. Tan silenciosamente como pudo, siguió a la procesión a lo profundo del bosque hasta que llegaron a un claro grande y ancho, en el que brillaba al sol. En el centro del claro había una pequeña escalera de piedra que conducía a la nada. Solo subía y se acababa. Había un gran gato sentado en la parte inferior de las escaleras, bloqueándolas. Era dorado y parecía muy serio y solemne. El gato observaba la procesión ratonil mientras ésta cruzaba el claro, acercándose más y más cada vez. El hombre casi llama a los ratones porque estaba seguro de que el gato se los iba a comer, funeral o no. Pero entonces los ratones finalmente llegaron hasta el gato y se detuvieron justo delante de sus patas. Soltaron la pequeña camilla y retrocedieron. El gran gato dorado estuvo observando todo el tiempo con sus enormes ojos verdes. Por último, se inclinó y dijo algo al ratón muerto. El ratón se levantó de un salto, vivo y bailando. Se lanzó como una flecha entre las piernas doradas del gato y corrió hasta la pequeña escalera de piedra. El hombre miraba, aún escondido, mientras el ratón llegaba justo al final de las escaleras de piedra, todavía subiendo. El ratón subió hacia el cielo, como si hubiese escaleras invisibles, hasta que quedó completamente fuera de la vista. El hombre no podía creer lo que estaba viendo. Cuando miró de nuevo hacia abajo, el resto de los ratones se habían ido. Sólo el gran gato dorado seguía allí, y estaba mirándole directamente con sus grandes ojos verdes. El hombre tenía miedo del gato, así que giró sobre sus talones y corrió tan rápido como pudo saliendo del bosque. No dejó de correr hasta que estuvo de regreso en la senda, y corrió por la senda todo el camino de vuelta a su propio país y a su propia casa. Esa noche, el hombre se sentó a cenar con su familia. Les contó todo lo que había visto ese día, y lo último que dijo fue “¡ese gato es sin duda el Rey de los Ratones!” Justo entonces, el gran viejo gato familiar, que hasta ese momento había estado durmiendo frente al fuego, saltó sobre sus patas y dijo, claro como el día, “¡Entonces yo soy el rey de los Gatos!” Y se lanzó hacia arriba por la chimenea y nunca se le volvió a ver.
Ralph terminó la historia y el cuarto quedó extrañamente en silencio. La profesora Revalvier había cerrado los ojos, como embebida en la historia. La brillante luz del sol de la mañana hacía que el aula pareciera extrañamente somnolienta. Parecía zumbar con calidez, en trance, como si el tiempo se hubiese ralentizado mientras Ralph hablaba.
—Una maravillosa narración, señor Deedle —dijo la profesora Revalvier, abriendo los ojos lentamente—. Fue de hecho ligeramente diferente a la versión que recuerdo de mi juventud, pero muy interesante. ¿Alguno del resto de ustedes había oído esa historia antes?
No hubo manos alzadas en la habitación. Ralph echó un vistazo alrededor, al parecer bastante sorprendido.
—¿Qué tiene de curioso esa historia? —preguntó Revalvier a la clase— ¿Puede alguien señalar una diferencia específica entre este cuento y los demás que ya hemos mencionado?
Murdock levantó la mano.
—Primero de todo, no tiene ningún sentido.
La profesora inclinó la cabeza ligeramente.
—¿Es eso cierto? ¿Alguien más está de acuerdo con la opinión del señor Murdock?
Hubo asentimientos por toda el aula.
—No es que no me haya gustado —añadió Morgan Patonia, levantando la mano—. Fue bonito. Pero también es un poco espeluznante.
Revalvier entrecerró los ojos.
—Y al contrario a lo que cabría esperar, lo terrorífico es algo atractivo, ¿no?
Más asentimientos, a pesar de que iban acompañados de miradas desconcertadas.
—¿Por qué suponen que sus padres podrían no haberles contado esta historia, aparte del señor Deedle, por supuesto?
Hubo una larga pausa. Finalmente, Rose levantó la mano.
—Todas las historias que me contaban de pequeña eran historias bonitas —dijo—. A veces había brujas y magos en ellas, pero ninguna tenía ratones muertos ni nada parecido. Y todas tenían un final feliz o, al menos tenían una moraleja que los hacían parecer felices aunque los personajes principales fueran desafortunados o hicieran lo equivocado.
Revalvier parecía pensativa.
—¿Y esta historia no es feliz? ¿No tiene alguna moraleja?
James no sabía qué responder a una pregunta tan obvia como esa. Las respuestas obvias nunca eran las correctas. Revalvier pareció aprobar el silencio.
—La tarea de esta noche, estudiantes, es escribir la historia de El Rey de los Gatos —dijo, colocándose detrás de su escritorio—. Preferiría que no se consultarán entre sí sobre cómo era la historia. El objetivo de este ejercicio no es repetir perfectamente la historia tal como la contó el señor Deedle, sino escribirla como la recuerden. Si sus versiones son un tanto diferentes, mejor que mejor. Examinar como las historias mágicas cambian al volverlas a contar es una muy interesante forma de averiguar cosas sobre el narrador. En este caso, el narrador serán ustedes mismos. Veremos después de que hayan terminado esta tarea si todavía creen que la historia no tiene moraleja.
Revalvier se sentó detrás de su escritorio y se puso de nuevo sus gafas de lectura.
—Usted está exento, por supuesto, señor Deedle. Una recompensa por su deliciosa narración de la historia. Y ahora, clase, por favor diríjanse a sus libros de texto en el capítulo uno.
El resto de la clase quedó en una conferencia sobre los antecedentes históricos de la era dorada de la literatura mágica, a partir de la cual surgieron algunos de las más conocidos (y menos leídos) clásicos mágicos. Revalvier aseguró a los estudiantes que haría "todo lo necesario" para hacer que conectaran con las historias, y James tenía cierta esperanza de que pudiera tener realmente éxito en ese empeño. Sentía bastante curiosidad por ver cómo pretendía hacerlo, y ansiaba averiguarlo.
Cuando salían de clase, James dijo a Ralph:
—Buen trabajo, narrándolo así. Te salvaste del ensayo.
Rose preguntó:
—¿De verdad tu padre te contó esa historia cuando eras niño?
—En realidad, no —admitió Ralph—. Lo hizo mi abuela, siempre que me quedaba con ella.
James echó un vistazo a Ralph.
—Yo también asumí que había sido tu padre. Después de todo, tenía antecedentes mágicos, en su infancia.
Rose comentó:
—Bueno, es justo lo que la profesora Revalvier dijo. Un montón de historias mágicas se filtran a la cultura muggle como leyendas y mitos. Obviamente, El Rey de los Gatos es una de ellas. Así fue como la abuela de Ralph la conoció.
Ralph asintió.
—Ella sabía muchas historias como esa. Todas eran un poco raras e inquietantes, pero me gustaban como eran. Tenían… bueno, eran de tipo mágico. Tenía sueños realmente disparatados cuando me contaba esas historias. No sueños malos exactamente, sino… —Sacudió la cabeza, incapaz de encontrar la palabra adecuada.
—Eso me pasaba a mí cada vez que comía el paprikas especial de tío Dimitri —intervino Graham—. Lo hace cada Navidad. Dice que el ingrediente mágico es raíz de mandrágora en polvo, pero mamá dice que el ingrediente mágico es una pinta de ron de goblin.