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Authors: Rafael Marín Trechera,Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Imperio (39 page)

BOOK: Imperio
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Cole se apartó arrastrándose de la zona despejada que rodeaba la torre; sabía que Cat estaba haciendo lo mismo. Se dirigirían lentamente a los otros dos puntos de observación e inspeccionarían los otros dos lados de la torre.

Fue en mitad de esta maniobra cuando el receptor de Cole vibró. Inmediatamente se apartó aún más de la torre. Pulsó el botón de adelante.

—Aquí Mingo. —Hablaba en voz baja, pero articulaba claramente—. Baja al área situada a unos seis metros por encima de la zona despejada. Justo donde estás, más abajo. No hay estructuras ni indicios de túneles, pero tienes que ver algo.

Cole pulsó de nuevo el botón, solicitando más información sin tener que hablar en voz alta.

—Si no lo ves, entonces estamos locos —dijo Mingo—. No quiero influir en tu apreciación.

Cole pulsó el código para Cat, sabiendo que se había enterado.

—Bajamos al Genesseret —susurró.

Tardaron sólo quince minutos, relativamente sin hacer ruido, hasta la zona situada a unos seis metros por encima de la parte despejada. Fuera lo que fuese lo que tenían que ver, Cole no lo veía.

Y entonces lo vio. El terreno estaba ligeramente húmedo bajo sus pies.

Cat lo advirtió también. Se aproximó a Cole y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, dijo en voz baja:

—Alguien puso en marcha los surtidores esta mañana.

El suelo estaba empapado, como si lo hubieran regado a conciencia. A unos cinco metros por encima del nivel del agua la pinaza ya no cubría el suelo del bosque de manera natural. Había sido arrastrada hacia abajo, como llevada por el agua en retroceso, y se había enganchado en matas, raíces, rocas, en cualquier obstáculo, como lo hubiesen hecho de haber estado flotando y haber sido succionada.

Cole encendió su transmisor y llamó a Mingo.

—¿Pasa lo mismo en toda la represa?

—Por lo que puedo ver, el agua podría llegar hasta unos tres metros más arriba. La marca es clara. Todo por debajo de ella está empapado, todo por encima seco y normal. Benny ha apostado diez pavos a que el nivel de este embalse era unos tres metros más alto hace veinticuatro horas. Cosa que es imposible y/o extraña.

—Pero has aceptado la apuesta.

—Alguien tenía que hacerlo —dijo Mingo—. Así es como me pago la comida.

—¿Algo más en nuestro lado? —preguntó Cole.

—Nada.

—Nosotros no hemos visto nada en el vuestro. ¿Hay algo cerca de la presa?

—Sólo la antigua carretera Veinte que se hunde bajo el agua. La nueva está en nuestro lado, pero llena de hierba y ramas caídas. Nadie la está usando.

Cole se quedó pensativo un rato. Aquel cambio tan evidente del nivel del agua era extraño, pero costaba entender qué sentido tenía. ¿Habían soltado tanta agua, tan rápidamente? El embalse era pequeño, para lo que suelen ser los embalses, pero se trataba de millones de litros de agua. Mingo probablemente habría calculado ya cuánto. Lo preguntó.

—Si toda se soltara de una sola vez, sería suficiente para causar una riada —contestó Mingo—. El suelo del valle está poblado. Los vecinos se quejarían. Cole, esa agua estaba aquí no hace más de un día. Ha ido a alguna parte.

Mingo era ingeniero y sabía hacer deducciones que merecían la pena.

—¿Hay alguna señal de que estén vaciando ahora mismo? —preguntó Cole.

—No. De hecho, ahora el nivel del agua es el habitual. Llega hasta donde cambia la vegetación. El nivel alto es lo extraño.

—¿Ha habido tormentas últimamente?

—No —dijo Benny—. Está siendo un verano seco para esta zona.

—Una lluvia capaz de subir tanto el nivel del agua habría aparecido en las noticias. «Washington Square arrastrada hasta el mar», ése habría sido el titular.

—De algún modo están subiendo y bajando mucho el nivel del agua del embalse —dijo Cole—, y no se me ocurre ni un sólo motivo.

—Intento entender cómo —dijo Mingo.

—¿Hay alguien lo suficientemente cerca de la orilla del Chinnereth para ver si pasa lo mismo? —preguntó Cole.

—Aquí Drew. Hemos explorado la orilla mientras esperábamos. No hay nada parecido a lo que describís. La orilla es la primera zona húmeda. Aquí no ha habido subida.

—Aquí Load. Lo mismo. Si el nivel del agua subiera tres metros en el Chinnereth, inundaría esa cabaña.

Cole siguió pensando.

—Tal vez vertieron una enorme cantidad de escombros al agua —dijo Mingo—. Eso hubiese hecho subir el nivel. Pero no explica por qué volvió a bajar.

—No hay carreteras para poder hacer los vertidos —dijo Benny.

—Hablando de cosas que faltan —intervino Load—, no recuerdo haber visto ningún tendido eléctrico saliendo de esta presa.

—No, había cables —dijo Benny.

—¿Y una central eléctrica? ¿Transformadores? ¿Dónde?

—No. Nada de eso —dijo Benny—. Pero sí cables. No, espera. Siguen por la autopista Doce. Pero no he visto que conecten con las presas. Lo siento.

—Esto era oficialmente un proyecto hidroeléctrico —dijo Cole—. Hay turbinas en las presas.

—Entonces tal vez usen la energía aquí mismo —respondió Cat—. En su enorme sistema de fábricas subterráneas e instalaciones de entrenamiento.

—Cat y yo vamos a volver a la torre de observación para comprobar si hay alguna ruta a un sistema subterráneo.

Todos apagaron sus transmisores. Subir fue más difícil pero no más lento. Para eso servía escalar tantas rocas y hacer tanto ejercicio.

Cole ya sabía qué buscar, así que se subió a un árbol bien alejado del perímetro despejado y buscó alguna tubería o rejilla de ventilación entre la hierba, bastante crecida.

Bingo. Había unas dos docenas de tubos pequeños que sobresalían unos cuantos centímetros del suelo antes de curvarse para impedir que por ellos entrara el agua. A ras de tierra, eran indistinguibles de la hierba.

Cole apuntó hacia ellos su captador de sonidos y detectó una diferencia entre los tubos y el área subyacente. Estaban conectados a algo que hacía ruido.

Se bajó del árbol y se alejó de la zona despejada, encaminándose esta vez hacia la pendiente del Chinnereth. Cat lo alcanzó pronto, aunque no hablaron y permanecieron separados quince metros mientras descendían.

Cerca de la linde del bosque, pero no lo suficientemente cerca para ser vistos, se detuvieron, y Cole se aproximó a Cat. Al otro lado del agua, la cabaña asomaba en su pequeña isla. Tenía una chimenea, que muy bien podía contener respiraderos para más estructuras subterráneas.

También podía contener algo más. Una entrada.

—Creo que voy a darme un baño —dijo Cole.

—Yo estaba pensando lo mismo —respondió Cat.

Cole encendió su transmisor.

—Estamos en la orilla occidental del Chinnereth, al oeste de la cabaña. Cat y yo vamos a cruzar a nado para ver si hay una entrada allí.

—El agua estará fría, abun —dijo Babe—. Los dos vais a tener unas pichitas muy pequeñitas cuando lleguéis allí.

—Al menos yo seguiré teniendo una —contestó Cat.

—No conectaremos hasta dentro de media hora —dijo Cole—. Drew y Babe, acercad el SMAW a la orilla por si necesitamos vuestro apoyo. Load y Arty, llegaos al punto de la orilla del Chinnereth más cercano a la cabaña. Benny y Mingo, no podréis llegar aquí a tiempo de ser útiles, así que dirigíos al norte, hasta la autopista Doce, pero dentro de nuestro alcance. Si confirmamos que éste es el lugar, llegad a donde podáis establecer contacto con Torrent para que envíe una fuerza de choque.

—No sé qué habéis deducido —dijo Babe.

—Eso es porque tú te dedicas a las relaciones públicas y yo soy ingeniero —replicó Mingo.

—Querrás decir que conducías trenes —dijo Babe.

—Hay tuberías en la hierba, al pie de la torre de observación —dijo Cole—. Y maquinaria en funcionamiento bajo tierra.

—Y el agua... —dijo Mingo—. El único lugar al que podría ir es de un embalse a otro. Cualquier otra cosa sería demasiado obvia. Deben bombearla del Chinnereth, montaña arriba, y vaciarla en el Genesseret para usar toda la electricidad almacenada. El Genesseret sube, el Chinnereth baja. La puerta queda al descubierto. Entran o salen, lo que sea y, cuando han terminado, sellan la entrada hermética y dejan que el agua vuelva a correr pendiente abajo para cubrirla. El Genesseret vuelve a la normalidad, y el Chinnereth sube.

—No puedes saber eso —dijo Babe.

—No hay otra posibilidad. Créeme, tío.

—El foso definitivo —dijo Drew.

—Eso es mover mucha agua —dijo Babe.

—El Gobierno federal lo pagó todo —respondió Benny—. Tus impuestos en acción.

—Entonces, ¿para qué vais a esa isla? —preguntó Arty.

—Estamos casi seguros —contestó Cole—. ¿Pero lo estamos lo suficiente para llamar ya una fuerza de choque?

—Tienen que tener una puerta trasera —dijo Mingo—. No pueden vaciar el embalse cada vez que alguien tiene que salir a fumar.

—Viene un barco —alertó Cat.

Apagaron los transmisores.

Un pequeño fueraborda avanzaba por el pantano desde la zona de la presa. ¿Se dirigía hacia ellos o hacia la isla? ¿Habían detectado su charla? Aunque no pudieran decodificar la señal, sabrían que allí había alguien.

Pero el barco atracó en el pequeño embarcadero de la isla.

Y esperó.

Y esperó. El piloto no parecía particularmente en guardia. Era como un taxista esperando a un cliente.

La puerta de la cabaña se abrió. Salieron cuatro hombres.

—¿Es Vero alguno de ellos? —preguntó Cole.

Cat miró por sus binoculares.

—No. ¿Reconoces a alguno?

Cole usó los prismáticos. Los hombres llevaban traje. Pensó que tal vez había visto a uno de ellos por televisión. En las noticias, probablemente, porque no parecía un actor. Pero no recordaba quién era ni cuándo había sido.

Los hombres subieron al barquito, que se separó del embarcadero antes de internarse en el embalse.

Cole se quitó la mochila. Rápidamente infló los flotadores incorporados y colocó sus armas y las botas encima. Los flotadores estaban lo bastante espaciados para ser estables, al menos en aguas tranquilas. Pesaba, pero no volcaría. Le ató la cuerda de remolque y se puso el arnés. Cat estaba haciendo lo mismo.

—No tuve ocasión de usar esto en Afganistán ni en Sudán —dijo Cat.

—Conviene tener la posibilidad de probar todo el equipo —dijo Cole.

—Me alegro de que seas tan blanco —dijo Cat—. Serás un objetivo más fácil en el agua.

Cole se limitó a sonreír. Bajó rápidamente la cuesta y se metió en el agua. Estaba fría, pero no vaciló. Su cuerpo se estremeció un poco, pero en cuanto colocó en el agua la minibalsa de su mochila, se sumergió y nadó dando largas y firmes brazadas, tirando de la mochila tras él. Nadaba haciendo el menor ruido posible, pero si había alguien observando era imposible que no lo viera en la tranquila superficie del agua.

Tener oculta bajo el agua la entrada principal explicaba por qué no había patrullas. Las patrullas son visibles. Los encuentros con civiles dejan recuerdos.

Naturalmente, también los dejaba permitir que un civil viera vaciarse los embalses. Era fácil llegar hasta allí. Los senderistas podían hacerlo en cualquier momento.

¿Fácil? No tanto. Ellos habían avanzado con mucha cautela. Habían hecho poco ruido y se habían asegurado de permanecer ocultos. Tal vez los senderistas normales sí que habían sido detectados y o bien no vaciaban el embalse hasta que pasaban o enviaban a alguien vestido con uniforme de guardabosques para echarlos.

Hacía mucho frío. Cole notaba que su cuerpo reaccionaba a él, esforzándose por entrar en calor. Pero ya casi habían recorrido toda la distancia hacia la isla. No quedaba mucho más. Se volvió a mirar y vio que Cat nadaba sólo un poco por detrás de él.

Cat señaló hacia la isla y empezó a nadar más rápido.

La isla se elevaba.

Lo cual significaba que el nivel del agua estaba descendiendo.

Justo un poco por debajo del agua la isla dejaba de ser una colina. Era una gruesa columna de sólido hormigón. Naturalmente. Allí no había ninguna isla. La habían construido.

El embarcadero colgaba en el aire: los postes se apoyaban en vigas de acero que sobresalían de la pared de hormigón de la isla. Bajo el muelle, una escalera subía hasta las vigas. Desde allí parecía bastante fácil llegar a la corta escala de madera para los bañistas.

Lo que no iba a resultar tan fácil sería subir esa escalera sin ser vistos.

Cole y Cat llegaron a la base de la escala casi al mismo tiempo. El agua seguía bajando pero no se volvía más cálida.

—No puedo seguir en remojo —dijo Cat.

—No podemos subir —contestó Cole—. Nos verán.

En la orilla de la que habían partido, unos cien metros más cerca de la presa, estaba quedando al descubierto una pesada pared de hormigón. Las enormes puertas de acero parecían capaces de soportar bien la presión del agua. Pero cuando el nivel bajara lo suficiente y aquellas puertas se abrieran, cualquiera que saliera por ellas podría disparar tranquilamente contra quien subiera por la escalera.

Cole se agarró a ella con las piernas mientras volvía a colocarse la mochila a la espalda. Fue difícil: tenía los dedos entumecidos y estaba temblando. A Cat le pasaba lo mismo.

—¿Y si dejamos las mochilas? —preguntó Cat, tiritando.

—Querremos las armas si llegamos arriba.

—Si lo hacemos.

Por toda respuesta, Cole se puso a subir. Le costaba agarrarse y los pies, descalzos, mojados y entumecidos, no eran tan estables como unas buenas botas. Pero tenía que seguir moviéndose. Tal vez pudiera llegar arriba antes de que se abrieran las puertas.

Cat seguía su ritmo, escalando firmemente tras él.

La gran puerta de acero empezó a abrirse. Un par de hombres con chaleco antibalas salieron y escrutaron la zona. Tardaron dos segundos en ver a Cole y Cat, y otros dos en disparar.

Fallaron.

—Su entrenamiento como tiradores no es tan bueno como el nuestro —dijo Cat.

—Por mí, bien —respondió Cole.

Una bala llegó mucho más cerca.

—Pero están mejorando —dijo Cat.

—Ya casi he llegado.

Cole advirtió el sonido sibilante tras él, a la derecha. Un momento después, la entrada del túnel estalló en llamas.

—Buen disparo con el SMAW —dijo Cat.

—Un arma inadecuada —dijo Cole—. Los rifles habrían sido suficientes.

—Sea como sea, creo que hemos perdido el elemento sorpresa, abun.

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