Imperio (43 page)

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Authors: Rafael Marín Trechera,Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Imperio
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—Así que Alton era de los suyos —contestó Cole.

—Pero decidió improvisar y reclutarle a usted —dijo Vero—. El muy idiota.

—Si quieres hacerlo bien, tienes que hacerlo tú mismo —dijo Cat.

—¿Estoy arrestado o van a asesinarme? —preguntó Vero.

—Está arrestado —repuso Cole.

—Sea como sea, gano —dijo Vero—. Discúlpenme mientras hago un pis.

Se dio la vuelta y entró en el cuarto de baño, cerrando la puerta tras él antes de que Cole pudiera agarrarlo.

Cole supo inmediatamente que el cuarto de baño no era sólo un lavabo. Antes de poder terminar de decir «hijo de puta» se plantó ante la puerta y la abrió.

Sólo encontró un cuarto de baño vacío con una puerta de excusado cerrada. Cole de inmediato se tiró al suelo y se deslizó por debajo de la puerta del excusado. Dentro había una trampilla que daba a una escalera que subía. Oyó a Vero subiendo rápidamente. Cole abrió la puerta para que entrara Cat.

—Creo que he detenido la riada —dijo Cat.

—Ha subido por ahí —informó Cole, asomándose a la escalera—. Puedo verlo.

—Dispárale.

—Lo queremos vivo —dijo Cole en voz baja—. Y él lo sabe.

Subieron corriendo la escalera tras él. Era fácil alcanzarlo. Vero estaba en buena forma física, pero tenía más de sesenta años.

Sin embargo, no había ningún motivo para detenerlo y arriesgarse a que cayera y se lastimara. Cole lo alcanzó y le tiró de la pernera del pantalón un par de veces, para hacerle saber que lo tenía justo detrás.

Casi en lo alto, Vero dio un manotazo a un botón de la pared y una trampilla se abrió automáticamente. Si tenía intención de cerrarla antes de que Cole pudiera salir, se quedó con las ganas: Cole salió casi antes que él y lo agarró por el brazo cuando intentaba escapar. Vero cayó al suelo, librándose de la tenaza de Cole. De inmediato, Cole lo apuntó con su rifle.

Cat salió de la trampilla, que sólo entonces se cerró.

—Mierda, hemos caminado al lado y no la hemos visto —dijo Cat.

Se hallaban a una docena escasa de metros de la zona despejada que rodeaba la torre de observación.

Un helicóptero se acercaba por el noroeste. Una fuerza de ataque no se hubiera acercado por ahí. Era la ruta de un helicóptero que planeara llevar a Vero a Seattle.

—No me extraña que la zona despejada que rodea la torre sea tan grande —dijo Cole.

Cat colocó su Minimi en posición y disparó una andanada contra el helicóptero. No estalló en llamas, pero el piloto entendió igualmente el mensaje. El helicóptero se marchó.

Vero se puso en pie y vio alejarse el helicóptero.

Cuando se dio la vuelta, empuñaba una pistola y apuntó con ella a Cole.

—Adelante —dijo Cole—. Tengamos un vídeo de Aldo Vero disparándole a un oficial estadounidense en cumplimiento de su deber. Mostrémoslo en su juicio por traición.

Vero se llevó la pistola a la cabeza.

Cole le disparó en la mano. Era una bala de grueso calibre y la mano explotó en sangre. Vero gritó y cayó al suelo, sujetándose la mano convulso.

—Soy tirador de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos —dijo Cole—. No va a salirse con la suya.

—Más helicópteros —informó Cat—. Esta vez son los buenos.

—¿Tu transmisor funciona todavía?

Cat lo conectó.

—Eso parece. Incluso mojado. Cojonudo.

—Dile a quien esté encargado de la fuerza de ataque que la mayoría de la gente que queremos va en helicóptero por la autopista Doce. Y que tenemos a Vero.

Cat hizo la llamada.

—Tírese boca abajo y ponga las manos a la espalda —dijo Cole.

Inmovilizó a Vero y luego empezó a vendarle la mano. Los huesos estaban bastante afectados. Aquella mano nunca volvería a funcionar bien. Cole sabía que estaba mal, pero no dejó de sentir una sombría satisfacción. «Esto es por Rube. Es por el puñado de policías y un portero de Nueva York. Espero que te duela todos los días de tu vida.»

Contuvo la hemorragia y vendó la herida antes de que uno de los Blackhawks aterrizara en el claro para encargarse de la custodia de Vero.

22. Relaciones

La historia no se demuestra nunca: sólo se infiere. No importa cuántas pruebas reúnas, siempre estás suponiendo causas y efectos, y los motivos de los muertos. Puesto que ni siquiera los vivos comprenden sus motivos, difícilmente podemos hacerlo mejor con los muertos.

Seguid confrontando vuestras deducciones con las pruebas. Seguid probando nuevas deducciones para ver si encajan mejor. Seguid buscando nuevas pruebas, aunque desautoricen vuestras antiguas hipótesis. Con cada paso os acercaréis un poco más a esa cosa esquiva llamada «la verdad». Con cada paso veréis cuánto más lejos está la verdad de lo que imaginabais.

En sólo cinco minutos, Cole le contó al coronel que comandaba la fuerza de ataque todo lo pertinente, y el coronel Meyers le aseguró a su vez que ya habían interceptado los convoyes que marchaban en ambas direcciones por la autopista Doce.

—Han hecho un buen trabajo al tomar intacto el centro de mando —dijo—. Y en capturar a Vero con vida. Los noticiarios ya lo han grabado.

—¿Lo han emitido? —preguntó Cole.

—Será imposible mantenerlo en secreto cuando crucemos la frontera. Habrá un clamor entre los periodistas. Así que Torrent nos autorizó previamente para que permitiéramos a los equipos de noticias que emitieran en directo cualquier prueba que tomáramos en el lugar adecuado. He decidido que la cara de Vero cumplía los requisitos. Lo mismo que ese montón de mecas que todavía hay ahí dentro. Y que los convoyes.

—Ya tengo ganas de ver los informativos.

—No tiene tiempo para eso —dijo el coronel Meyers—. Torrent quiere que vaya directamente a Nueva Jersey.

—¿A Jersey?

—Quiere que esté usted con los policías que vuelven para aceptar la rendición de la ciudad.

—Se han rendido.

—Todavía no —dijo Meyers—. Y por eso tiene tiempo de llegar hasta allí.

—Pero tengo un prisionero.

—No, señor. Lo siento. Yo tengo un prisionero. Usted tiene otras órdenes. —Meyers le puso una mano en el hombro—. Pero confía usted en esos muchachos suyos, ¿no? Podrán ir con Vero hasta Montana. Le curaremos la herida y lo llevaremos de vuelta a Andrews y ellos le acompañarán, ¿de acuerdo?

Cat le sonrió.

—Quiero oírle quejarse como una nena cuando le curen la mano.

—No me necesitan en Nueva York —dijo Cole.

—Cierto —respondió Meyers—. Creo que Torrent quiere que esté usted allí para las cámaras. El último soldado estadounidense en salir de la ciudad, el primero en regresar. Todo es para las cámaras, amigos. Queremos difundir el mensaje: éste es un país con una Constitución. Su rostro es parte de eso. Le guste o no.

Escoltaron a Cole hasta el helicóptero que iba a sacarlo de la zona de combate. En el aire, descubrió que Averell Torrent había sido confirmado por ambas cámaras del Congreso como nuevo vicepresidente de Estados Unidos y que había jurado el cargo en el Senado. Pero seguía siendo la operación de Torrent, y durante sus pocos minutos en tierra, en Montana, antes de subir a un transporte militar que lo llevaría al este, le entregaron un móvil cuyo número tenía Torrent.

Cuatro horas y media más tarde, se encontraba en la entrada del túnel Holland. El capitán Charlie O'Brien estaba allí para recibirlo. Igual que los policías que Cole y Rube habían sacado de la ciudad un mes antes.

Torrent había informado ya a Cole por teléfono.

—El Ayuntamiento de la ciudad ha asegurado al presidente Nielson que todas sus acciones y declaraciones anteriores fueron hechas bajo coacción. Agradecerán ser liberados por las fuerzas estadounidenses. Nos piden que tengamos cuidado para evitar un baño de sangre.

—Me gustaría detener a todos esos capullos —dijo uno de los policías—. A ninguno le importó que nos mataran.

—Creo que uno de los sacrificios que se les va a pedir que hagan es fingir que no los apuñalaron por la espalda —dijo Cole—. Recuerde que las cámaras los mostrarán regresando a la ciudad como la fuerza policial legítima... lo que queda de ella. Es su espectáculo. Sé que lo harán con clase.

Fue decisión del propio Cole que los policías abrieran la marcha. Torrent había tratado de persuadirlo para que Charlie O'Brien y él fueran en cabeza, pero Cole se negó.

—No se trata del Ejército de Estados Unidos ni de la Guardia Nacional de Nueva Jersey entrando en Nueva York: se trata de los propios hombres de Nueva York. Los mejores.

Torrent no insistió.

Así que subieron a los jeeps y recorrieron el túnel hasta treinta metros de la boca. Una avanzadilla ya había comprobado que no los esperaba ninguna emboscada.

O'Brien y Cole siguieron a los policías uniformados hasta la boca del túnel, donde las cámaras los esperaban.

Cole no pudo oír lo que decían, pero conocía bien el mensaje. Como la fuerza policial casi había sido destruida durante la invasión de los traidores, habían nombrado a miembros de la Guardia Nacional de Nueva Jersey y a miembros del Ejército como auxiliares de la policía de Nueva York. Estaban allí para ayudar a arrestar a los traidores que depusieran las armas y se rindieran, y para matar a los que se resistieran.

El anuncio fue transmitido en directo por todas las cadenas y canales de noticias. No se sabía cuántos miembros de la Restauración Progresista iban a negarse a rendirse. Al final, sólo un operador de uno de los mecas disparó contra ellos y murió de inmediato. Unos cuantos soldados rebeldes fueron detenidos cuando intentaban escapar. Sin duda, algunos escaparon.

Todos los demás se rindieron.

La Segunda Guerra Civil se había terminado. Con diferencia, quienes más bajas tuvieron fueron los bomberos y los policías de Nueva York. El segundo grupo en número fue el de los soldados rebeldes muertos por Cole y sus camaradas en Washington y, más tarde, en el embalse Chinnereth.

Los únicos soldados del Ejército muertos o heridos en la guerra fueron el mayor Reuben Malich y uno de los policías militares que habían cubierto la huida de Cole del Pentágono el dieciséis de junio, además de los hombres que murieron en sus vehículos en el paseo MacArthur.

Todos ellos, de ambos bandos, estadounidenses.

Cuando hubieron fotografiado a Cole y O'Brien con los policías que habían ayudado a salvar, subieron a un coche y regresaron al túnel Holland.

—¿Llegó a recuperar su coche? —preguntó Cole.

—Oh, sí —respondió O'Brien—. Me debe un depósito de gasolina.

—Le debo más que eso.

—Eh, ¿cuántos más llegaron a volar esos mecas durante esta pequeña guerra?

—Muy pocos —dijo Cole—, gracias a Dios.

El coche dejó a O'Brien en la zona de acuartelamiento de su unidad. Luego llevaron a Cole a Gettysburg, donde ya había llegado el resto del grupo de Reuben. Una vez más, a posar ante las cámaras. Pero también tuvo que informar a Torrent.

Durante la reunión, el presidente Nielson entró en el despacho de Torrent, indicando con la mano que permanecieran sentados y continuaran. Escuchó mientras Torrent hacía preguntas. Poco después entraron varias personas más. Una de ellas era Cecily Malich.

Fue Mingo quien interrumpió a Torrent en mitad de su discurso de agradecimiento y acabó con la reunión.

—Discúlpeme, señor, pero hay un miembro de nuestro jeesh que no sobrevivió a este combate. Su esposa acaba de entrar.

Torrent se volvió y reparó en Cecily por primera vez.

Todos los miembros del jeesh se levantaron y la saludaron.

Ella se puso lentamente en pie, llorando, y les devolvió el saludo.

No había ninguna cámara en la sala. Así que la imagen que el mundo conoció fue la de ellos ocho, todavía vestidos para el combate, en fila, detrás del presidente Nielson y el vicepresidente Torrent en la rueda de prensa.

Cuando llegó el turno de responder a las preguntas de los periodistas, Cole trató de que Babe, que era, después de todo, relaciones públicas profesional, hiciera de portavoz. Pero Babe se negó.

—Yo no estuve allí dentro, tío.

Así que Cole y Cat se plantaron ante el atril, bajo la mirada del presidente y el vicepresidente. Las preguntas eran las de esperar. Claro, eran héroes. Pero la prensa seguía siendo la prensa.

—¿A cuántos estadounidenses mataron ustedes en esta misión?

—A tantos como fue necesario para protegerme a mí y proteger a mis hombres, y para cumplir nuestra misión —contestó Cole—. Y a ninguno más.

—¿Por qué obedecieron una orden para entrar en un estado que había cerrado sus fronteras a las operaciones militares?

—Con el debido respeto, señor —dijo Cat—, todas nuestras operaciones se desarrollaron dentro de los Estados Unidos de América, siguiendo órdenes del presidente de Estados Unidos. No cruzamos ninguna frontera internacional.

—¿No temían que su ataque produjera más derramamiento de sangre dentro de Estados Unidos?

Cole respondió a esa pregunta, obligándose a permanecer completamente en calma.

—Yo estaba en Nueva York cuando comenzó esta rebelión. Vi los cadáveres de policías y bomberos y a un portero uniformado en las calles de esa ciudad antes de disparar un solo tiro en esta guerra. Creo que nuestras acciones de hoy han puesto fin al derramamiento de sangre que iniciaron los rebeldes.

—¿Consideran que han vengado la muerte del presidente y el vicepresidente del viernes 13?

—No nos dedicamos a la venganza —dijo Cat—. Nos dedicamos a derrotar a aquellos que hacen la guerra contra Estados Unidos.

—Sabemos que esa gente estaba detrás del ataque a Nueva York —añadió Cole—, porque esa fábrica secreta en el estado de Washington era donde se producían las armas que empleaban. Pero queda por ver si tuvieron algo que ver con los asesinatos anteriores.

Cole vio que el personal del presidente se relajaba visiblemente. No querían que nada pudiera ser utilizado por los abogados de Vero para sostener que ya había sido prejuzgado por los medios.

—Algunos informes dicen que le disparó usted a Aldo Vero después de ser arrestado.

Cole le sonrió al periodista.

—Después de que le dijera al señor Vero que estaba arrestado, trató de huir. Lo alcanzamos. Entonces sacó un arma. No le disparé cuando me apuntó con ella. Le disparé al señor Vero a la mano cuando se apuntó con su propia pistola a la cabeza. Lo quería con vida para que fuera juzgado por traición. Como estaba a cinco metros de distancia, una bala en la mano fue la única manera de impedirle que emprendiera una acción irrevocable.

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