La terrible visión de una nueva guerra civil en Estados Unidos como consecuencia de la virulencia de los enfrentamientos políticos entre republicanos y demócratas, entre derecha e izquierda. Un problema que no es exclusivo de los Estados Unidos de América...
Un ameno y agitado thriller de acción protagonizado por personajes brillantes y entrañables, acompañado de una interesante y profunda reflexión política.
Orson Scott Card
Imperio
ePUB v1.0
Horus0124.05.12
Título original:
Hidden Empire
Orson Scott Card, Diciembre de 2008.
Traducción: Rafael Marín Trechera
Editor original: Horus01 (v1.0)
ePub base v2.0
A Cyndie y Jeremy
por encontrar el equilibrio entre la ley y la vida
y por compartir a Víctor y Cataan
Poco voy a decirles ahora de esta novela de Orson Scott Card. El mismo autor incluye un comentario al final del libro (y que recomiendo leer sólo después de la novela...) donde expone una serie de reflexiones que no serían distintas de las que yo pudiera hacer aquí.
Pero algo diré...
Ocurre que esta vez Orson Scott Card se ha atrevido a enfrentarse a los prejuicios habituales en política y, situándose arriesgadamente en un extremo, elabora un ameno y agitado
thriller
de acción con personajes brillantes y entrañables pero en el marco de una nueva Guerra Civil en los Estados Unidos de América.
Para el interés de todos, el problema que desencadena esa nueva guerra civil estadounidense no es exclusivamente americano: el enfrentamiento entre izquierda y derecha, el sectarismo político que parece crecer en todas partes y del que, evidentemente, tampoco España parece estar libre.
Card se atreve a narrar una nueva guerra civil en su país tomando como protagonistas centrales a los soldados que defienden la legalidad constitucional ante el asesinato de un tal vez discutido presidente republicano bastante conservador. Sus protagonistas, inteligentes y entrañables para el lector, son personas que, lógicamente, defienden la Constitución, pero que, evidentemente, actúan al servicio de lo que se consideraría la derecha, pese a su posible legitimidad en el caso que nos ocupa.
No parecen estar los tiempos para este tipo de enfoques.
Algunos lectores parecen confundir este planteamiento con un derechismo irremediable por parte del autor; algo que queda completamente desmentido por ese comentario final al que les remitía antes. Pero los esquemas, los prejuicios y el sectarismo siguen siendo malos consejeros.
Puedo contarles mi sorpresa cuando, entre las críticas que pude conocer de esta novela, brillante y amena como pocas, encontré varias que acusaban a Card casi de ser un animal antediluviano reaccionario y sumamente conservador, algo así como la quintaesencia de la derecha.
No es ésa precisamente la imagen que tengo de Card tras años de conocerlo en persona y de seguir su obra. Siempre me ha parecido un hombre inteligente y sumamente reflexivo, con profundas motivaciones éticas y que en ningún modo responde, al menos para mí, a la imagen que algunos quieren dar de él.
Es cierto que enfocar una nueva guerra civil en Estados Unidos (o en cualquier lugar del planeta) desde la óptica de protagonistas que actúan en favor de la derecha no parece hoy estar muy de moda. Sobre todo cuando la mayor parte de la
intelligentsia
cultural parece definirse a favor de la izquierda y de los llamados progresistas, frente a la derecha de los conservadores.
No ser sectario resulta hoy difícil (incluso, y tal vez sobre todo, para la izquierda, presuntamente más dada a la ética que la derecha...), y atreverse a escribir esta novela no ha debido de ser fácil.
Card pone el dedo en la llaga cuando, en ese comentario final del autor nos dice:
«Una buena definición de fanático es la de alguien tan convencido de sus puntos de vista y sus ideas políticas que está seguro de que todo el que se opone a él debe de ser estúpido, o está engañado o tener algún interés oculto.»
Desgraciadamente, en lo referente a la política, parece haber muchos más fanáticos que personas que actúan movidas por la racionalidad, tanto en la derecha como en la izquierda...
Algunas de las críticas que leí sobre
IMPERIO
se referían, como les decía, no tanto a la calidad de la obra (es un libro que se devora página a página y cuesta dejarlo a un lado ya que, como
thriller,
está realizado con toda la habilidad narradora de un Card excepcional), sino que preferían referirse a lo que ellos consideraban una orientación exageradamente conservadora y derechista del autor. Eso sugiere que no leyeron el comentario final del autor, sumamente esclarecedor.
Ha ocurrido incluso con los primeros lectores en España. De hecho, he recibido un e-mail diciendo que
«esta novela es bastante tendenciosa hacia la derecha. En el contexto de una sociedad puramente inventada eso no tiene tanta importancia pero, en el contexto de esta obra, los Estados Unidos de mañana mismo, tal como somos, puede resultar un poco ofensivo para algunos lectores».
No me extrañó, yo ya había leído algunas críticas en ese sentido y, evidentemente, había leído también la novela.
No obstante, pese a esas críticas, decidí seleccionarla para NOVA porque me parece una muy buena novela (muy dinámica, legible y con personajes atractivos), en la que se plantea uno de los grandes problemas de nuestro tiempo: el sectarismo y la intransigencia del fanatismo que siempre quiere ver en el oponente, en el adversario, un feroz enemigo al que no se le otorga categoría humana. Algo así como lo que los nazis pretendieron hacer con los judíos...
Afortunadamente, el correo que recibí finalizaba señalando precisamente:
«Cierto que, al final, el autor hace una llamada a la moderación, pero aun así...»
O sea que quedan ustedes advertidos.
Por otra parte, les propongo una reflexión que, tras el e-mail que recibí, no deja de atormentarme: ¿se habría redactado y enviado semejante nota de advertencia si esa nueva guerra civil estadounidense se hubiera narrado desde la óptica de esforzados paladines de la izquierda que lucharan contra la tiranía de una derecha conservadora? ¿O acaso habría parecido entonces lo más normal del mundo...?
En cualquier caso, si la Revolución Francesa tuvo su Pimpinela Escarlata con sus aventuras al servicio de una opción conservadora, estos soldados de Operaciones Especiales al servicio de restablecer la legalidad republicana estadounidense no van a ser menos.
Y no olviden detenerse y reflexionar un poco sobre las interesantes especulaciones que el autor pone en boca de sus personajes sobre si los Estados Unidos actuales son una república o más bien un Imperio, y esa comparación inevitable con el caso del Imperio romano.
O sea que, como se ha dicho,
IMPERIO
se presenta como «
un thriller al estilo de Tom Clancy, pero al mismo tiempo es un relato aleccionador
». Muy acertadamente, al margen de la publicidad política y electoral al uso, me sumo a la opinión que expresaba Jonathan Gronli en el
Independent
de la Northeastern Illinois University:
«IMPERIO es una lectura obligatoria para todos. No importa en qué lado del espectro político se encuentren: esta obra habla de la misma manera a todos los que la leen. Es un libro que se devora página a página, y una advertencia definitiva contra lo que podría llegar a ocurrir en estos tiempos tan increíblemente impredecibles.»
En cualquier caso, sean ustedes de izquierdas o de derechas, sean ustedes progresistas o conservadores, estoy seguro de que se divertirán con esta amena y agitada novela de Orson Scott Card que parece asegurar tanto la diversión como el debate.
No es poca cosa en los tiempos que corren...
Que ustedes lo disfruten.
M
IQUEL
B
ARCELÓ
La traición sólo importa cuando la cometen hombres de confianza.
El equipo de cuatro americanos llevaba tres meses en la aldea. Su misión era ganarse la confianza de los lugareños para obtener la información necesaria sobre las actividades de un señor de la guerra cercano de quien se creía que daba cobijo a varios agentes de Al Qaeda.
Los cuatro soldados estaban perfectamente entrenados para su misión de Operaciones Especiales. Lo cual significaba que tenían conocimientos acerca de la labranza y la producción agrícola local, el comercio, el almacenamiento de comida y otras cuestiones de las que dependía la supervivencia y la prosperidad de la aldea. Habían llegado con un dominio rudimentario del idioma, pero ya hablaban de modo razonablemente fluido la lengua de la aldea.
Las aldeanas empezaban a encontrar ocasiones para acercarse a cualquiera que fuese el proyecto en el que trabajaban los americanos. Pero los soldados las ignoraban, y a estas alturas los padres de las muchachas sabían que estaban a salvo... aunque eso no les impedía regañarlas por su descaro con hombres que eran, después de todo, infieles, extranjeros y peligrosos.
Pues esos soldados americanos habían sido entrenados para matar: en silencio o ruidosamente, de cerca o de lejos, individualmente o en grupo, con armas o sin ellas.
No habían matado a nadie delante de aquellos aldeanos y, de hecho, no habían matado a nadie, nunca, en ninguna parte. Sin embargo, había algo en ellos, en su estado de alerta, en la manera en que se movían, que invitaba a la precaución, como invita a ella un tigre simplemente por la fluidez de su movimiento y el acecho de sus ojos.
Llegó el día en que regresó uno de los aldeanos, un joven que había estado fuera una semana, y en cuestión de minutos contó la noticia al anciano que, a falta de alguien mejor, era considerado por todos como el consejero más sabio. Él, a su vez, llevó al joven ante los americanos.
Los terroristas, dijo el joven, estaban acumulando armas al suroeste. El señor de la guerra local no había dado su consentimiento; de hecho, lo desaprobaba, pero no se atrevía a intervenir.
—Sería tan feliz como cualquiera de poder deshacerse de esos hombres. Lo asustan igual que asustan a todos los demás.
El joven estaba también, obviamente, asustado.
Los americanos tomaron nota de las coordenadas que les dio y se marcharon del campamento siguiendo una de las trochas que usaban los pastores.
Cuando estuvieron detrás de la primera colina (aunque esa «colina» habría sido considerada en casi todas partes una montaña), se detuvieron.
—Es una trampa, naturalmente —dijo uno de los americanos.
—Sí —contestó el líder, un joven capitán llamado Reuben Malich—. ¿Pero la harán saltar cuando lleguemos al lugar donde nos envían o cuando regresemos?
En otras palabras, que todos comprendían, ¿estaba la aldea implicada en la conspiración o no? Si lo estaba, la trampa se cerraría lejos.
Pero si los aldeanos no los habían traicionado (aparte del joven), con toda probabilidad la aldea corría tanto peligro como los americanos.
El capitán Malich discutió brevemente las posibilidades con su equipo, así que para cuando dio sus órdenes, todos estaban completamente de acuerdo.