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Authors: Rafael Marín Trechera,Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Imperio (34 page)

BOOK: Imperio
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Cecily nunca había visto a Torrent siendo tan sincero sobre sí mismo. Y eso la fascinó.

—Santo cielo, doctor Torrent. Cree usted que es Hari Seldon.

—¿Quién? —preguntó Drew.

Load y Babe bufaron como si Drew hubiera revelado que era un completo idiota.

—El de la trilogía de la Fundación, de Asimov —dijo Load.

—Un tipo que se cree capaz de dar forma a mil años de historia de la humanidad —dijo Babe.

—Oh. —Drew hizo un gesto de rechazo—. Ciencia ficción. Todos esos futuros llenos de hombrecitos verdes pero ningún negro.

—Eso es cosa de Hollywood —contestó Babe—. Consideran que las estrellas negras no dan bien en películas de ciencia ficción. Los libros son...

—Por favor, muchachos —dijo Cecily—. ¿Os estáis preparando para una misión increíblemente peligrosa y os ponéis a discutir de películas?

—Tú has sacado el tema —dijo Load.

—Hari Seldon —murmuró Babe.

Pero cuando hubo terminado la reunión, Cecily no dejaba de preguntarse hasta qué punto tenía razón o estaba equivocada. En realidad, no era mala cosa ser un Hari Seldon. Un hombre que manipulaba la historia para salvar a la especie humana de muchos siglos de miseria y caos. ¿No había vuelto Reuben de las clases de Torrent lleno de ideas acerca de lo que la pax romana significó para el mundo y lo triste que fue el caos posterior? Y de eso trataba también la trilogía de la Fundación de Asimov. La Historia de la decadencia y caída del Imperio romano,
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Y allí estaba Torrent, con la oportunidad de jugar en el cajón de arena de la historia. Para dar forma a los acontecimientos.

Bien, era buena cosa, ¿no? Buena cosa que no estuviera en el otro bando. Si Aldo Vero era realmente el cerebro del bando opuesto, estaba haciendo que los de Al Qaeda parecieran un puñado de polis de las películas mudas, tanto por su astucia como por su falta de escrúpulos. Estados Unidos necesitaba a alguien como Torrent para equilibrar la situación.

Pero seguía siendo una especulación. Tal vez siempre todo se reducía a una especulación.

17. Cruzando fronteras

Los ejércitos han invertido mucho tiempo y esfuerzo entrenando a sus soldados para que no piensen en el enemigo como en seres humanos. Es mucho más fácil matarlos si los consideras animales peligrosos. El problema es que la guerra no se hace para matar. Se hace para que el enemigo deje de resistirse a tu voluntad. Es como entrenar a un perro para que no muerda. Si lo castigas tienes un perro apaleado. Matarlo es una solución permanente, pero te quedas sin perro. Si llegas a comprender por qué muerde y eliminas las condiciones que lo impulsan a morder, a veces eso también resuelve el problema. El perro no está muerto. Ni siquiera es tu enemigo.

Reunido en un aula de la Universidad de Gettysburg, el grupo de Rube sólo sabía dos cosas: iban a ir al embalse Chinnereth y tenían que hacerlo sin que nadie supiera que habían entrado en el estado de Washington en misión militar.

Si los detectaban, sería interpretado como una provocación. El Gobierno había apostado a la Guardia Nacional en todos los puntos de entrada, aviones que sobrevolaban el resto de la frontera y barcos que patrullaban por el río Columbia.

Como dijo Drew:

—Me duele tener que mirar un mapa de parte de Estados Unidos para calcular cómo pasar material militar estadounidense por una frontera sin ser detectados. Esto está mal. ¡No importa quién sea presidente, deberíamos poder decirles que aparten a los niñatos de la Guardia Nacional, que somos el Ejército estadounidense en suelo estadounidense!

Los otros estuvieron de acuerdo.

Pero había que hacer el trabajo, inmediatamente.

—No podemos entrar desde Canadá —dijo—, y creo que deberíamos evitar Oregón. Si nos localizan allí, será tan malo como si lo hacen en el propio estado de Washington... su legislatura está debatiendo una resolución ahora mismo.

—Así que tendrá que ser por Idaho o por el Pacífico —dijo Mingo.

—Por Idaho —propuso Arty—. No sé nada de barcos.

—Si quieres barcos, envía a los marines —dijo Benny.

La mayoría estaba mirando mapas de carreteras normales y corrientes de la frontera Idaho-Washington. Load repasaba un puñado de mapas geológicos. Drew tenía Google Maps y Google Earth en su portátil.

—Tenemos que entrar por una carretera —dijo Cole—, porque una vez dentro de Washington, tendremos que llevar nuestro material en camiones corrientes, no en vehículos militares todoterreno capaces de ir campo a través.

—Podríamos entrarlo en todoterrenos y luego trasladarlo a camiones.

—¿Y esconderlo todo debajo de qué, de patatas? —dijo Babe—. Viniendo de Idaho como haremos...

—No está mal —respondió Cole—. Averigüemos cómo envían las patatas de Idaho a Washington. Pero mirad el mapa. La ruta más directa es la autopista Doce. Nos lleva de Idaho directamente al condado de Lewis. La carretera comarcal Veinte conduce directamente al embalse Genesseret. La carretera Veintiuno lleva al lago oriental, el Chinnereth.

—No podemos ir por esas carreteras —dijo Drew—. Probablemente son las que ellos usan.

—No —dijo Cole—. Entramos por la carretera comarcal Cuarenta y ocho y luego subimos un kilómetro. Basta con que un par de nosotros vaya en el camión. Todos los demás entrarán en calidad de ornitólogos o fotógrafos, en coches de alquiler, en días distintos, aparcarán en lugares diferentes. Nos encontraremos aquí y luego cruzaremos hasta las montañas.

—¿Vamos a escalar eso? —preguntó Drew.

—No exageremos —dijo Cole—. La montaña no es tan alta.

—Lo suficiente.

—Los del camión —dijo Benny—. Si la pifian y no llegan, ¿entonces qué?

—Entonces los demás lleváis binoculares y cámaras —respondió Cole—. Tomad las fotos que podáis, enviadlas por correo electrónico y al menos sabremos más de lo que sabíamos.

—Dos camiones —dijo Drew—. Dos veces la posibilidad de entrar.

—Dos veces la posibilidad de ser capturados —dijo Mingo.

—O podemos entrar o no podemos —dijo Cole—. No queremos que uno de los camiones entre por la segunda mejor ruta.

—Y apuesto a que tú irás en el camión —dijo Arty.

—Llevamos trabajando juntos algún tiempo ya —contestó Cole—. No me importa quién entre en camión. No hay nadie en quien no confíe para el trabajo.

—Pero quieres ir tú.

—¿Tú no?

—Ni hablar —respondió Arty—. Los camiones son grandes blancos. Los camiones pasan por encima de las minas. Los camiones vuelan en pedazos.

—No han minado las carreteras —dijo Babe, disgustado.

—No en la frontera —repuso Arty—. Pero ¿y los rebeldes? En las carreteras comarcales que están usando...

—Empieza a matar guardabosques en jeep y alguien se dará cuenta —dijo Cole—. No hay minas.

—¿Qué material vamos a llevar, por cierto? —preguntó Cat.

—Ésa es otra cuestión —dijeron Cole y Drew al mismo tiempo. Se echaron a reír—. Ahora estamos discutiendo el problema de cruzar la frontera —dijo Drew.

—Idaho y Washington tienen una frontera extensa —dijo Mingo.

—La autopista Doce cruza la frontera en Clarkston, Washington —apuntó Arty—. Entre Lewiston, Idaho y Clarkston, Washington. Lewis y Clark. Me siento como si estuviera de nuevo en el colegio. Representamos una obra de teatro sobre Lewis y Clark.
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—¿Y tú de quién harás, de Sacajawea?
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—preguntó Cat.

—Y nos dirigimos al condado de Lewis —dijo Arty—. Es como un recorrido por la historia estadounidense.

—Hay una carretera al norte del río, en Clarkston, así que no vamos a cruzar la ciudad —dijo Mingo—. Por si hay disparos.

—No habrá disparos —les aseguró Cole—. Vamos a entrar en Washington, no en Irán. Si nos paran, nos paran, pero no dispararemos.

—¿Y si intentan arrestarnos?

—Entonces nos arrestarán. Que se les caiga el pelo por arrestar a soldados estadounidenses. Sería peor si nosotros matáramos a ciudadanos norteamericanos. Sean o no de la Guardia Nacional.

—¿Ésas son las reglas de combate? —dijo Mingo.

—Rotundamente sí —respondió Cole—. Usaremos nuestras armas únicamente en el embalse Chinnereth, y sólo si sabemos que disparamos contra los rebeldes y no podemos evitar hacerlo.

—Demonios, el camión es tuyo entonces —dijo Mingo—. Vaya mierda de reglas de combate. No voy a pudrirme en ninguna cárcel.

—Será una cárcel estadounidense —dijo Benny—. Con televisión por cable.

—Muy bien —preguntó Cole—, ¿quién está dispuesto a ir en el camión, siguiendo esas reglas de combate?

Todos miraron firmemente hacia delante.

—No queremos matar a nadie —dijo Drew—, pero no queremos que ellos puedan disparar y nosotros no.

—No quiero hacerlo solo —dijo Cole.

—No es más que un remolque —repuso Mingo.

—No hace falta que arresten a dos de nosotros —dijo Arty.

—Yo iré contigo —se ofreció Drew—. Pero es territorio del hombre blanco. ¿El este de Washington? Como si fuera Dakota del Norte. Con una cara negra contigo en el camión van a mirar el doble lo que sea que transportes. Buscarán drogas.

—Venga ya —dijo Cole. ¿En qué siglo estaban?

—Nunca has sido negro en Estados Unidos —dijo Cat—. Créeme. Drew y yo viajamos por separado o somos una banda. Llegamos al aeropuerto de Seattle y tenemos que esforzarnos para no parecer traficantes de drogas.

—¿Qué os parece esto? —dijo Load—. El camión viene de Genesee, Idaho, por la utopista Cow Creek
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—No es exactamente una autopista —dijo Arty —Eso es lo que queremos, ¿no? —preguntó Benny.

—Si no hay nadie en ella, sí —dijo Mingo—. Pero si ponen a alguien, será al típico Barney Fife.
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—Según el mapa, parece que no lleva a ninguna parte —dijo Cole.

—No, vas por Schlee hasta la carretera de Steptoe y sigues al sur hasta la del río Wawawai.

—¿Qué nombre es ése? —dijo Arty—. ¿Wawawa wawawai?

—¿Dónde es eso, en el Gran Cañón? —dijo Cole—. No hay nada que cruce ese río durante kilómetros.

—Así es —respondió Load—. Hay que retroceder casi hasta Clarkston antes de poder cruzar el río. Pero no estamos haciendo planes para ahorrar gasolina, sino para no ser descubiertos.

—¿Qué llama más la atención, un camión que va por las carreteras principales o un camión que va por carreteras secundarias? —preguntó Cole—. No hay que olvidar que estarán vigilando también desde el aire.

—Tal vez los del camión puedan ir a echar un vistazo —dijo Mingo—. Tantear la situación.

—No habrá una segunda oportunidad —dijo Drew—. La primera vez que lo intentemos será la única. ¿Cómo vamos a echar un vistazo?

—¿Yendo antes en coche? —dijo Arty.

—Eliges un buen lugar para cruzar, pero ¿y si cuando vuelves con el camión el guardia te reconoce? —dijo Drew—. Una sola oportunidad.

—Entonces, quien conduce decide —dijo Arty—. No podemos decidirlo aquí mirando un mapa.

—De acuerdo —respondió Drew—. Cole, cuando estés a punto de cruzar, llámame por el móvil. Si no tengo noticias tuyas en dos horas, entonces echamos mano a las armas que podamos comprar en Washington y seguimos sin ti.

—De acuerdo —contestó Cole—. Lo haré.

—Claro que lo harás —dijo Drew—. Sigues en servicio activo, así que estás acostumbrado a tragarte la mierda de todo el mundo.

—Es la misión que quiero.

—¿Por qué? —preguntó Arty.

—Cuando Rube y yo salimos del túnel Holland, la Guardia Nacional nos salvó el cuello. Hicieron su trabajo y más. Quiero estar allí para asegurarme de que no herimos a ninguno de sus hombres.

Art puso los ojos en blanco. Cat tosió.

—Un idealista —dijo Drew.

—Un pacifista —dijo Mingo—. ¿Te alistaste en los Cuerpos de Paz y acabaste en Operaciones Especiales por error?

—Sólo se están burlando de ti —dijo Load—. Ninguno de nosotros quiere herir a soldados estadounidenses. Todos estamos de acuerdo contigo. Pero es tu trabajo porque tú eres el más dispuesto a hacerlo. Confiamos en que nos traigas el material.

—Naturalmente, tendrás que cambiar de aspecto —dijo Mingo—. Apareciste en la CNN, así que la gente te reconocerá.

—Salí en el programa de O'Reilly.

—Entonces todavía habrá más que te reconozcan.

—¿Te crece muy rápido la barba? —preguntó Drew.

—¿Y si te tiñes el pelo? —sugirió Arty.

—¿Gafas?

—¿Dientes postizos?

—Os estáis pasando —dijo Cole—. Me dejaré la barba, me oscureceré el pelo. Fue hace un mes. Nadie se acordará ya.

Se dedicaron al asunto más serio de elegir sus armas. Torrent había abierto todo el arsenal para ellos, incluso los prototipos para contrarrestar mecas y aerodeslizadores.

—Tíos, sé que es como una tienda de caramelos —dijo Arty—. Pero tenemos que llevar estas cosas a través del bosque y subirlas a una montaña que parece, joder, tener doce kilómetros de altura.

—Exagerado —le recordó Drew.

—Setenta y cinco kilos a la espalda estimulan la exageración.

—¿Quieres comprar buenas mochilas en Washington? —dijo Drew—. Será más fácil que pasarlas por los aeropuertos.

—¿Podemos quedárnoslas después? —preguntó Benny.

—Si la pagas de tu bolsillo —respondió Mingo.

—Claro que vamos a pagarlas de nuestro bolsillo —dijo Benny—. ¿Crees que van a aceptar una orden de compra del Departamento de Defensa?

Cole cabeceó.

—Llenarán nuestras cuentas con un montón de dinero. Es el Gobierno estadounidense. Posiblemente la única entidad más rica que Aldo Vero.

Así que a Cole le tocó hacerse cargo del remolque. Llevaba todo lo que necesitaban para pasar una semana en el bosque, incluyendo raciones de comida, uniformes, mochilas, armas y munición. Cubriéndolo, un puñado de muebles usados y cajas llenas de menaje de cocina. Parecía que en alguna parte habían vaciado un Goodwill. Si alguien miraba sólo la parte trasera del remolque, bien. Si sacaban unas cuantas cajas y miraban su contenido, bien. Si descargaban las tres primeras capas, bien. Pero si se hacía un registro a fondo, Cole estaba perdido.

Trató de imaginar el camión por las solitarias carreteras secundarias y no le gustó el panorama. Oh, tenía sus historias preparadas: si tomaba por la ruta norte, entonces se trasladaba desde Genesse a Pasco, pero tenía que recoger cosas por el camino en casa de su suegra, en Colton. Si entraba en Washington por Clarkston, entonces seguía siendo ese viaje de Genesse a Pasco, pero podía saltarse lo de la suegra. Incluso tenía el nombre de la suegra: una mujer que sabían que no estaría en casa, con una hija de la edad adecuada para estar casada con Cole. Por si acaso se topaba con un guardia de la localidad.

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