—No tenemos Coca-Cola.
—Entonces una Pepsi.
—No hay Pepsi.
—Bueno, ¿qué tienen? ¿Sprite? ¿7UP? ¿Gatorade? Parecía aún más perpleja que antes. Entonces dijo:
—Creo que hay una o dos botellas de refresco de cereza en la parte de atrás.
—Vale, tráigame una.
—Serán cinco libras con veinte peniques y le traeré su plato de labrador cuando esté listo.
Ben pensó, mientras esperaba sentado a una mesa de madera pequeña y ligeramente pegajosa, bebiendo algo efervescente que parecía y sabía a un rojo brillante químico, que un plato de labrador sería probablemente un bistec de algún tipo. Había llegado a esta conclusión, sabiéndose influido por sus ilusiones, tras imaginarse a labradores rústicos, puede que incluso bucólicos, dirigiendo sus bueyes gordos por campos recién arados al atardecer y porque podría, para entonces, con serenidad y sólo un poco de ayuda de los demás, haberse comido un buey entero.
—Aquí tiene. Uno de labrador —dijo la camarera, poniéndole un plato delante.
Que un plato de labrador resultara ser un trozo rectangular de queso muy curado, una hoja de lechuga, un tomate más pequeño de lo normal marcado con la huella de un pulgar, un montoncito de algo húmedo y marrón que sabía a mermelada agria y un panecillo pequeño, duro y viejo fue una triste decepción para Ben, que ya había decidido que los británicos trataban la comida como si fuera una especie de castigo. Masticó el queso y la hoja de lechuga y maldijo a todos los labradores de Inglaterra por elegir una bazofia como ésa para cenar.
Los caballeros de las gabardinas grises, que habían estado sentados en el rincón, acabaron la partida de dominó, cogieron sus jarras y fueron a sentarse al lado de Ben.
—¿Qué bebe? —preguntó uno de ellos, con curiosidad.
—Refresco de cereza —les dijo—. Sabe a algo salido de una fábrica química.
—Resulta interesante que diga eso —dijo el más bajo de los dos—. Resulta interesante que diga eso, porque yo tenía un amigo que trabajaba en una fábrica química y
nunca bebía refresco de cereza
.
Hizo una pausa exagerada y luego tomó un sorbo de su bebida marrón. Ben esperó a que siguiese, pero parecía que ya no había más que hablar; la conversación se había acabado.
Haciendo un esfuerzo para parecer educado, Ben preguntó, a su vez:
—Bien, ¿y ustedes qué beben?
El más alto de los dos desconocidos, que hasta entonces había tenido un aspecto lúgubre, se animó.
—Vaya, es usted muy amable. Una pinta de Vieja Peculiar de Shoggoth para mí, por favor.
—Y para mí también —dijo su amigo—. Qué no daría por una Shoggoth. Oye, apuesto a que eso sería un buen eslogan publicitario. «Qué no daría por una Shoggoth». Debería escribir a la compañía y sugerírselo. Apuesto a que se alegrarían mucho de mi sugerencia.
Ben se acercó a la camarera, pensando pedirle dos pintas de Vieja Peculiar de Shoggoth y un vaso de agua para él, y se encontró con que ella ya le había servido tres pintas de la cerveza oscura.
Bueno
, pensó,
de perdidos, al río
, además, estaba seguro de que no podía ser peor que el refresco de cereza. Tomó un sorbo y sospechó que la cerveza era del tipo que los anunciantes habrían descrito como
con cuerpo
, aunque si les presionasen tendrían que reconocer que el cuerpo en cuestión había sido el de una cabra.
Pagó a la camarera y, con algunas dificultades, volvió hasta sus nuevos amigos.
—Bueno. ¿Qué está haciendo en Innsmouth? —preguntó el más alto de los dos—. Supongo que es usted uno de nuestros primos americanos que ha venido a ver el más famoso de los pueblos ingleses.
—Al de América lo llamaron así por este pueblo, ¿sabe? —dijo el más bajo.
—¿Hay un Innsmouth en los Estados Unidos? —preguntó Ben.
—Diría que sí —dijo el hombre más bajo—. Él escribía sobre ese pueblo constantemente. Aquel cuyo nombre no mencionamos.
—¿Cómo? —dijo Ben.
El hombrecito miró por encima del hombro y luego dijo entre dientes, muy alto:
—¡H. P. Lovecraft!
—Te dije que no mencionaras ese nombre —dijo su amigo, y se tomó un sorbo de la cerveza marrón oscuro—. H. P. Lovecraft. H. P. maldito Lovecraft. H. maldito P. maldito Love maldito craft —hizo una pausa para respirar—. Qué sabía
él
. ¿Eh? A ver, ¿qué coño sabía?
Ben bebía su cerveza a sorbos. El nombre le sonaba vagamente; recordaba haberlo visto hurgando un día entre la pila de elepés de vinilo antiguos que había en el fondo del garaje de su padre.
—¿No era un grupo de rock?
—No hablaba de ningún grupo de rock. Me refería al escritor.
Ben se encogió de hombros.
—Nunca he oído hablar de él —reconoció—. La verdad es que en general sólo leo novelas del Oeste. Y manuales técnicos.
El hombrecito le dio un golpe con el codo a su vecino.
—¿Ves, Wilf? ¿Has oído eso? Nunca ha oído hablar de él.
—Bueno. Eso no tiene nada de malo.
Yo
solía leer a Zane Grey —dijo el más alto.
—Sí. Bueno. No es como para estar orgulloso. Este tipo… ¿cómo ha dicho que se llamaba?
—Ben. Ben Lassiter. ¿Y ustedes son…?
El hombrecito sonrió; se parecía muchísimo a una rana, pensó Ben.
—Yo soy Seth —dijo—. Y aquí mi amigo se llama Wilf.
—Encantado —dijo Wilf.
—Hola —dijo Ben.
—Con franqueza —dijo el hombrecito—, estoy de acuerdo con usted.
—¿Ah, sí? —dijo Ben, perplejo.
El hombrecito asintió.
—Sí. H. P. Lovecraft. No sé a qué viene tanto alboroto. Si no sabía escribir, coño.
Sorbió la cerveza negra haciendo ruido, luego se lamió la espuma de los labios con una lengua larga y flexible.
—En serio, para empezar, fíjese en las palabras que usaba.
Ominoso
. ¿Sabe lo que significa
ominoso
?
Ben negó con la cabeza. Parecía que estaba hablando de literatura con dos desconocidos en un pub inglés mientras bebía cerveza. Se preguntó por un instante si se habría convertido en otra persona cuando no estaba mirando. La cerveza sabía menos mal cuanto más se acercaba al final del vaso y estaba empezando a borrar el regusto persistente del refresco de cereza.
—
Ominoso
. Significa de mal agüero. Malo. Más malo que la tiña. Eso es lo que significa. Lo busqué. En un diccionario. ¿Y
gibosa
?
Ben volvió a negar con la cabeza.
—
Gibosa
significa que la luna estaba casi llena. ¿Y qué hay de lo que siempre nos llamaba, eh? Aquello. ¿Cómo era? Empieza con una
b
. Lo tengo en la punta de la lengua…
—¿Bastardos? —sugirió Wilf.
—No. Aquello. Ya sabes.
Batracios
. Eso es. Significa que parecían ranas.
—Espera un momento —dijo Wilf—. Yo creía que era, digamos, una especie de camello.
Seth negó rotundamente con la cabeza.
—Eran ranas, segurísimo. No eran camellos, sino ranas.
Wilf sorbió su Shoggoth haciendo ruido. Ben sorbió la suya con cuidado, sin placer.
—¿Y…? —dijo Ben.
—Tienen dos jorobas — terció Wilf, el alto.
—¿Las ranas? —preguntó Ben.
—No. Los batracios. Mientras que el típico camello
dromederario
tiene sólo una. Es para el largo viaje a través del desierto. Eso es lo que comen.
—¿Ranas? —preguntó Ben.
—Jorobas de camello —Wilf le clavó un ojo saltón y amarillo a Ben—. Escúcheme bien, jovencito campechano. Después de llevar tres o cuatro semanas en un desierto inexplorado, un plato de joroba de camello asada empieza a parecer muy apetitoso.
Seth puso cara de desdén.
—Tú nunca te has comido una joroba de camello.
—Podría haberlo hecho —dijo Wilf.
—Sí, pero no lo has hecho. Ni siquiera has estado en un desierto.
—Bueno, pero suponte que hubiera hecho una peregrinación a la Tumba de Nyarlathotep…
—¿Te refieres al rey negro de los antiguos que vendrá de noche desde el Este y al que no conocerás?
—Por supuesto que me refiero a él.
—Sólo me quería asegurar.
—Una pregunta estúpida, por si quieres saberlo.
—Te podrías haber referido a otra persona con el mismo nombre.
—Bueno, no es que sea precisamente un nombre común, ¿verdad? Nyarlathotep. No va a haber precisamente dos, ¿verdad? «Hola, me llamo Nyarlathotep, qué casualidad encontrarte aquí, quién hubiera dicho que éramos dos», no, creo que no. Bueno, así que estoy recorriendo con gran dificultad esas extensiones inexploradas, pensando para mí mismo, qué no daría por una joroba de camello…
—Pero, ¿a que no lo has hecho? Tú nunca has salido de la bahía de Innsmouth.
—Bueno… no.
—Ves —Seth miró a Ben triunfalmente. Entonces se inclinó y le susurró—, se pone así cuando se ha tomado algunas copas, me temo.
—Lo he oído —dijo Wilf.
—Bien —dijo Seth—. En fin. H. P. Lovecraft. Pues escribía una de sus malditas frases, como, ejem, «La luna gibosa flotaba a poca altura sobre los habitantes ominosos y batracios del escamoso Dulwich». ¿Qué quiere decir, eh?
¿Qué quiere decir?
Yo os diré lo que quiere decir, joder. Lo que quiere decir, joder, es que la luna estaba casi llena y que todos los que vivían en Dulwich eran malditas ranas extrañas. Eso es lo que quiere decir.
—¿Qué hay de esa otra cosa que ha dicho? —preguntó Wilf.
—¿Qué?
—
Escamoso
. ¿Y eso qué significa?
Seth se encogió de hombros.
—No tengo ni idea —reconoció—, pero lo usaba muchísimo.
Hubo otra pausa.
—Soy estudiante —dijo Ben—. Voy a ser metalúrgico —de algún modo había logrado acabarse su primera pinta de Vieja Peculiar de Shoggoth, que era, se dio cuenta agradablemente escandalizado, la primera bebida alcohólica de su vida—. ¿Y ustedes a qué se dedican?
—Nosotros —dijo Wilf—, somos acólitos.
—Del Gran Cthulhu —dijo Seth, con orgullo.
—¿Ah, sí? —dijo Ben—. ¿Y eso en qué consiste exactamente?
—Ahora invito yo —dijo Wilf—. Esperad —Wilf fue hasta la camarera y regresó con otras tres pintas—. Bueno —dijo—, ahora, técnicamente, consiste en poca cosa. La verdad es que el acolitar no es lo que se podría llamar un empleo laborioso en plena temporada de mucho trabajo. Eso se debe, por supuesto, a que él está
dormido
. Bueno, no está exactamente dormido. Sino más bien, si se quiere poner un matiz más sutil,
muerto
.
—«En su morada de R’lyeh, Cthulhu muerto sueña» —interpuso Seth—. O, como dice el poeta, «Que no está muerto lo que puede yacer eternamente…»
—«Pero tras incontables eones…» —salmodió Wilf.
—…y por
Incontables
quiere decir
muchísimos
…
—Exacto. No estamos hablando de los típicos evos en absoluto.
—«Pero tras incontables eones, incluso la muerte puede morir.»
Ben se sorprendió un poco al descubrir que parecía estar bebiéndose otra pinta con cuerpo de la Vieja Peculiar de Shoggoth. No sabía por qué, pero el sabor a cabra fétida era menos desagradable en la segunda pinta. También estaba encantado de descubrir que ya no tenía hambre, que los pies ampollados habían dejado de dolerle y que sus compañeros eran hombres encantadores e inteligentes, cuyos nombres le estaba costando mantener separados. No tenía la suficiente experiencia con el alcohol para saber que ése era uno de los síntomas de estar con la segunda pinta de la Vieja Peculiar de Shoggoth.
—Así que ahora mismo —dijo Seth o tal vez Wilf—, el negocio es más bien ligero. Consiste principalmente en esperar.
—Y rezar —dijo Wilf, si no era Seth.
—Y rezar. Pero muy pronto todo eso cambiará.
—¿Sí? —preguntó Ben— ¿Cómo es eso?
—Bueno —le confió el más alto—, cualquier día de éstos, el Gran Cthulhu (actualmente fallecido de forma pasajera), que es nuestro jefe, se despertará en su especie de vivienda submarina.
—Y entonces —dijo el más bajo—, se desperezará y bostezará y se vestirá…
—Probablemente irá al váter, no me sorprendería en absoluto.
—Quizá lea los periódicos.
—… y cuando haya hecho todo eso, saldrá de las profundidades del océano y devorará el mundo entero.
Ben encontró que aquello era inexplicablemente divertido.
—Como un plato de labrador —dijo.
—Exacto. Exacto. Bien dicho, joven caballero americano. El Gran Cthulhu se zampará el mundo como si fuera una comida de labrador y sólo dejará el trozo de encurtido de Branston en el plato.
—¿Eso es la cosa marrón? —preguntó Ben. Le aseguraron que lo era y él fue a la barra y trajo otras tres pintas de la Vieja Peculiar de Shoggoth.
Apenas se acordaba de la conversación que siguió. Recordaba que se había acabado la pinta y que sus nuevos amigos le habían invitado a hacer un recorrido a pie por el pueblo y le habían mostrado los diversos lugares de interés, «ahí es donde alquilamos los vídeos y aquel edificio grande que hay al lado es el Templo sin Nombre de los Dioses Innombrables y los sábados por la mañana hay un mercadillo de beneficencia en la cripta…»
Les explicó su teoría de la guía del viaje a pie y les dijo, emocionado, que Innsmouth era tanto
pintoresco
como
encantador
. Les dijo que eran los mejores amigos que había tenido jamás y que Innsmouth era
delicioso
.
A la luz pálida de la luna casi llena, sus dos nuevos amigos se parecían increíblemente a ranas enormes. O tal vez a camellos.
Los tres caminaron hasta el final del muelle oxidado y Seth y/o Wilf le mostraron a Ben las ruinas de la Hundida R’lyeh en la bahía, visible bajo el mar a la luz de la luna, y a Ben le invadió algo que, según explicó una y otra vez, era un ataque de mareo repentino e imprevisto y vomitó largo y tendido por encima de las rejas metálicas al mar negro de abajo…
Después, todo se volvió un poco raro.
Ben Lassiter se despertó en una ladera fría con la cabeza a punto de estallar y con mal sabor de boca. Tenía la cabeza apoyada en la mochila. Había un páramo rocoso a cada lado y no había ni rastro de una carretera ni de ningún pueblo, pintoresco, encantador, delicioso o siquiera típico.
Caminó a trompicones y cojeando casi una milla hasta la carretera más cercana y la siguió hasta que llegó a una gasolinera.
Le dijeron que no había ningún pueblo en la zona que se llamara Innsmouth. Ningún pueblo con un pub llamado
El libro de los nombres muertos
. Les habló de dos hombres, llamados Wilf y Seth, y de un amigo suyo, llamado Eón Incontable, que estaba profundamente dormido en algún sitio, si no estaba muerto, bajo el mar. Le dijeron que no tenían muy buen concepto de los hippies americanos que vagaban por el campo drogándose y que probablemente se sentiría mejor después de una buena taza de té y un bocadillo de atún con pepino, pero que si estaba completamente decidido a vagar por el campo drogándose, el joven Ernie, que hacía el turno de tarde, le vendería con mucho gusto una buena bolsita de cannabis de su huerta, si volvía después de comer.