I.
M
ás tarde, señalarían la muerte de su hermana, el cáncer que se comió su vida de doce años, con tumores del tamaño de huevos de pato en el cerebro, y él un niño de siete años, mocoso y con el pelo cortado al uno, viendo con ojos marrones muy abiertos cómo ella se moría en un hospital blanco, y dirían, «Eso fue el principio de todo», y quizá lo fue.
En
Recarga
(dir. Robert Zemeckis, 2018), la película biográfica, dan un salto atrás a su adolescencia y él está viendo a su profesor de ciencia morirse de SIDA y siguiendo una discusión sobre la disección de una rana grande de estómago pálido.
—¿Por qué hemos de desmembrarla? —dice el joven Rajit, mientras la música sube—. ¿No deberíamos darle vida? —Su profesor, representado por el difunto James Earl Jones, parece avergonzado y después inspirado, y alza la mano desde la cama de hospital hasta el hombro huesudo del niño. «Bueno, si alguien puede hacerlo, Rajit, ése eres tú», dice en un murmullo de bajo profundo.
El niño asiente con la cabeza y nos mira fijamente con una entrega en los ojos que raya en el fanatismo.
Esto nunca ocurrió.
II.
Es un día gris de noviembre y ahora Rajit es un hombre de cuarenta y tantos años, alto y con gafas de montura oscura, que en estos momentos no lleva puestas. La falta de gafas resalta su desnudez. Está sentado en la bañera mientras el agua se enfría, practicando la conclusión de su discurso. Camina un poco encorvado en la vida diaria, aunque ahora no lo está, y considera sus palabras antes de hablar. No es muy buen orador.
El apartamento de Brooklyn, que comparte con otro investigador científico y un bibliotecario, hoy está vacío. Se le ha encogido y arrugado el pene en el agua tibia. «Lo que esto significa», dice en voz alta y despacio, «es que hemos ganado la guerra contra el cáncer».
Entonces hace una pausa, acepta una pregunta de un periodista imaginario que está en el otro lado del cuarto de baño.
—¿Efectos secundarios? —se responde en una voz resonante de cuarto de baño—. Sí, hay algunos efectos secundarios. Pero, por lo que hemos podido determinar, no se trata de nada que cree cambios irreparables.
Sale de la bañera de porcelana desconchada y camina, desnudo, hasta la taza del váter, donde vomita mucho, el miedo a salir a escena atravesándole como un cuchillo para destripar. Cuando ya no le queda nada que vomitar y las náuseas secas han pasado. Rajit se enjuaga la boca con Listerine, se viste y coge el metro hasta el centro de Manhattan.
III.
Es, como señalará la revista
Time
, un descubrimiento que «revolucionaría la naturaleza de la medicina de forma absolutamente tan radical e importante como el descubrimiento de la penicilina».
—¿Y si —dice Jeff Goldblum, en el papel del Rajit adulto en la película biográfica—, y si se pudiera recomponer el código genético del cuerpo? Hay tantas enfermedades que surgen porque el cuerpo ha olvidado lo que debería estar haciendo. El código está revuelto. El programa se ha corrompido. ¿Y si… y si se pudiera arreglar?
—Estás loco —replica su novia preciosa y rubia, en la película. En la vida real no tiene novia; en la vida real la vida sexual de Rajit es una serie irregular de transacciones comerciales entre Rajit y los jóvenes de la Agencia de Acompañantes AAA-Ajax.
—Mira —dice Jeff Goldhlum, expresándolo mejor de lo que Rajit lo expresó jamás—, es como un ordenador. En vez de intentar arreglar los problemas técnicos provocados por un programa corrupto uno a uno, síntoma a síntoma, basta con reinstalar el programa. Toda la información está allí desde el primer momento. Sólo tenemos que decirle a nuestros cuerpos que vuelvan a comprobar el ARN y el ADN, que vuelvan a leer el programa, si quieres. Y, luego, que lo vuelvan a cargar.
La actriz rubia sonríe y detiene sus palabras con un beso, divertida e impresionada y apasionada.
IV.
La mujer tiene cáncer de bazo y de ganglios linfáticos y de abdomen: linfoma no hodgkiniano. Además, tiene neumonía. Ha aceptado la petición de Rajit de utilizar un tratamiento experimental con ella. También sabe que asegurar que uno puede curar el cáncer es ilegal en América. Era una mujer gorda hasta hace poco, pero ha perdido peso y a Rajit le recuerda a un muñeco de nieve al sol: cada día se deshace, cada día está, le parece a él, menos definida.
—No es una droga en el sentido que usted se figura —le dice a la mujer—, es un conjunto de instrucciones químicas —ella parece perpleja. Rajit le inyecta dos ampollas de un líquido transparente en las venas.
Pronto está dormida.
Cuando se despierta, se ha librado del cáncer. La neumonía la mata poco después.
Rajit ha pasado los dos días previos a la muerte de la mujer preguntándose cómo explicará el hecho de que, tal como demuestra la autopsia sin ninguna duda, la paciente ahora tiene un pene y es, en todo sentido, tanto por sus funciones como por sus cromosomas, varón.
V.
Han pasado veinte años y estamos en un apartamento diminuto en Nueva Orleans (aunque también podría ser Moscú o Manchester o París o Berlín). Esta noche va a ser la gran noche y Juan/a estará despampanante.
Tiene que elegir entre un vestido de salón francés del siglo XVIII estilo miriñaque para polonesas (polisón de fibra de vidrio, escote con estructura interior de alambre en corpiño carmesí bordado con encaje), o una reproducción del traje de salón de Sir Phillip Sydney, de terciopelo negro e hilo de plata, con gorguera y bragueta y todo. Al final, después de sopesar las opciones, Juan/a se decide por escote frente a polla. Quedan doce horas: Juan/a abre la botella de las pastillas rojas, cada pastillita roja marcada con una X, y se traga dos. Son las 10 de la mañana y Juan/a se va a la cama, empieza a masturbarse, tiene el pene semiduro, pero se duerme antes de correrse.
La habitación es muy pequeña. Hay ropa colgando de todas las superficies y una caja de pizza vacía en el suelo. Juan/a suele roncar fuerte, pero cuando hace una carga libre no hace ningún ruido en absoluto y podría estar en una especie de coma.
Juan/a se despierta a las 10 de la noche, sintiéndose tierna y como nueva. Cuando empezó con la movida de las fiestas, cada cambio provocaba un autoexamen riguroso, en el que inspeccionaba lunares y pezones, prepucio o clítoris, y descubría qué cicatrices habían desaparecido y cuáles se habían quedado. Sin embargo, Juan/a es ahora un veterano y se pone el polisón, las enaguas, el corpiño y el vestido, con los pechos nuevos (altos y cónicos) muy juntos y las enaguas arrastrando por el suelo, lo que significa que puede ponerse debajo las botas de Doctor Martens de hace cuarenta años (nunca se sabe cuándo habrá que correr o andar o dar patadas y las zapatillas de seda no le hacen ningún favor a nadie).
Una peluca alta y empolvada completa la imagen. Y unas gotas de colonia. Entonces Juan/a hurga bajo las enaguas, se mete un dedo entre las piernas (no lleva bragas, reivindicando un deseo de autenticidad que las Doc Martens desmienten) y luego se da unos toques detrás de las orejas, para que le den suerte, quizá, o para ayudarle a ligar. El taxi llama a la puerta a las 11:05 y Juan/a baja y va al baile.
Mañana por la noche Juan/a se tomará otra dosis; su identidad laboral durante la semana es estrictamente varón.
VI.
Rajit nunca vio la acción de transformación de sexo de la Recarga como algo más que un efecto secundario. El premio Nobel fue por el trabajo contra el cáncer (se descubrió que la recarga funcionaba para la mayoría de los cánceres, pero no para todos).
Para ser un hombre inteligente, Rajit era sorprendentemente corto de miras. Había algunas cosas que no había previsto. Por ejemplo:
Que habría gente que, muriéndose de cáncer, preferirían morir a experimentar un cambio de sexo.
Que la iglesia católica se declararía en contra del catalizador químico de Rajit, comercializado en esos momentos con el nombre de marca Recarga, principalmente porque el cambio de sexo hacía que un cuerpo de mujer reabsorbiera la carne de un feto cuando se recargaba: los varones no podían estar embarazados. Unas cuantas sectas religiosas más se declararían en contra de Recarga, la mayoría de ellas citando el Génesis, 1:27, «y los creó macho y hembra», como motivo.
Las sectas que se declararon en contra de la Recarga incluían: el islamismo, la ciencia cristiana, la iglesia ortodoxa rusa, la iglesia católica romana (con un número de voces discrepantes), la iglesia de la unificación, los trekkies ortodoxos, el judaísmo ortodoxo y la alianza fundamentalista de los EE.UU.
Entre las sectas que se declararon a favor del uso de la Recarga cuando un médico titulado lo consideraba el tratamiento apropiado se incluían la mayoría de los budistas, la iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos días, la iglesia ortodoxa griega, la iglesia de la cienciología, la iglesia anglicana (con un número de voces discrepantes), los nuevos trekkies, el judaísmo liberal y reformista y la coalición de la nueva era de América.
Las sectas que al principio se declararon a favor de utilizar la Recarga de forma recreativa: ninguna.
Aunque Rajit se daba cuenta de que la Recarga haría que la operación de cambio de sexo resultara obsoleta, nunca se le ocurrió que alguien quisiera tomarlo por razones de deseo o curiosidad o evasión. Por lo tanto, nunca previo el mercado negro de Recarga y catalizadores químicos similares: ni tampoco que, a los quince años de la puesta en venta de Recarga y de la aprobación de la FDA
[7]
, las ventas ilegales de las imitaciones de Recarga de diseño (
carga pirata
, como se las conoció pronto) venderían, gramo a gramo, más de diez veces que la heroína y la cocaína.
VII.
En varios de los Nuevos Estados Comunistas de Europa del Este la posesión de cargas pirata traía aparejada la pena de muerte.
Se denunció que en Tailandia y Mongolia se estaba obligando a recargar a los chicos en chicas para aumentar su valor como prostitutas.
En China las niñas recién nacidas se recargaban en niños: las familias ahorraban todo lo que tenían por una única dosis. Los ancianos se morían de cáncer igual que antes. La crisis de la tasa de natalidad subsiguiente no se consideró como un problema hasta que fue demasiado tarde, las soluciones drásticas que se propusieron resultaron difíciles de ejecutar y condujeron, a su modo, a la revolución final.
Amnistía Internacional denunció que en varios de los países panárabes estaban encarcelando y, en muchos casos, violando y asesinando, a los hombres que no podían demostrar fácilmente que habían nacido varones y que no eran, en realidad, mujeres que huían del velo. La mayoría de los líderes árabes negaron que ninguno de esos fenómenos estuviera ocurriendo o hubiera ocurrido jamás.
VIII.
Rajit tiene sesenta y tantos años cuando lee en
The New Yorker
que la palabra cambio está adquiriendo connotaciones de indecencia profunda y de tabú.
Los colegiales se ríen avergonzados cuando se encuentran frases como «Necesitaba un cambio» u «Hora de cambiar» o «Los vientos del cambio» en sus estudios de literatura de antes del siglo XXI. En una clase de inglés en Norwich risitas obscenas y horrorizadas reciben a un chico de catorce años que descubre la frase «Con un cambio se renuevan las energías».
Un representante de la King’s English Society escribe una carta a
The Times
, en la que lamenta la pérdida para la lengua inglesa de otra palabra totalmente aceptable.
Varios años después procesan de modo satisfactorio a un joven de Streatham por llevar en público una camiseta con el lema ¡HE CAMBIADO! impreso con toda claridad.
IX.
Jackie trabaja en
Blossoms
, un club nocturno de Hollywood Oeste. Hay docenas, si no cientos, de Jackies en Los Ángeles, miles por todo el país, cientos de miles por todo el mundo.
Algunos de ellos trabajan para el gobierno, otros para organizaciones religiosas o para empresas. En Nueva York, Londres y Los Ángeles, la gente como Jackie está en la puerta de locales muy exclusivos.
Lo que hace Jackie es observar a la gente que va entrando y pensar,
Nacido V ahora M, nacida M ahora V, nacido V ahora V, nacido V ahora M, nacida M ahora M
…
En «Noches naturales» (es decir: sin cambios) Jackie repite, «Lo siento, esta noche no puede entrar» muchas veces. La gente como Jackie tiene un porcentaje de acierto del 97 por ciento. Un artículo del
Scientific American
sugiere que la capacidad para el reconocimiento del sexo de nacimiento podría ser de herencia genética: una habilidad que siempre existió pero que no tuvo ningún valor estricto de supervivencia hasta ahora.
A Jackie le tienden una emboscada en las primeras horas de la madrugada, después del trabajo, al fondo del aparcamiento del
Blossoms
. Y Jackie, cada vez que otra bota le patea la cara y el pecho y la cabeza y la entrepierna, piensa,
Nacido V ahora M, nacida M ahora M, nacida M ahora V, nacido V ahora V
…
Cuando Jackie sale del hospital, visión sólo en un ojo, la cara y el pecho un único cardenal inmenso y verde violáceo, recibe un mensaje, enviado con un ramo enorme de flores exóticas, que dice que su puesto de trabajo sigue vacante.
No obstante. Jackie coge el tren bala a Chicago y, de ahí, coge el tren de escala a Kansas City y se queda allá, trabajando como pintor y electricista, profesiones para las que Jackie se había entrenado hace mucho tiempo, y no regresa.
X.
Rajit tiene ahora setenta y tantos años. Vive en Río de Janeiro. Es lo bastante rico como para satisfacer cualquier capricho; sin embargo, ya no quiere practicar el sexo con nadie. Observa a todo el mundo con recelo desde la ventana de su apartamento, mientras mira fijamente los cuerpos bronceados en la playa de Copacabana, y duda.
La opinión que tiene de él la gente que está en la playa es igual al agradecimiento que sentiría hacia Alexander Fleming un adolescente con clamidia. La mayoría se imagina que Rajit ya debe de estar muerto. A todos les da igual.
Se ha sugerido que ciertos cánceres han evolucionado o mutado para sobrevivir a las recargas. Muchas enfermedades bacteriales o víricas sobreviven a las recargas. Unas cuantas incluso crecen con fuerza después de una recarga y se ha planteado como hipótesis que una variedad de gonorrea utiliza el proceso al ser transportada de un cuerpo a otro, permaneciendo latente en el portador y volviéndose infecciosa sólo cuando los genitales se han reorganizado en los del sexo opuesto.