Ochoa Ruiz de Albiz fue condenado a muerte por el juez Chinchilla, "por haber deservido a sus señores".
El motín empezó el 23 de septiembre de 1631, cuando se suspendió la Junta General de Gernika por el acaloramiento de los ánimos. Se celebró tumultuariamente al día siguiente, ante unos 1.500 vecinos. Sus expresiones revelan el trasfondo sociopolítico del conflicto.
Parece ser que se gritaba
—dice la documentación—
que se hablase en vascuence para que todos entendiesen lo que se dijera, que no debían de ser Diputados los que vistiesen calzas negras sino las personas sencillas.
El brote popular tuvo éxito, pues no se aplicó la disposición.
Cuando intentó el corregidor implantar el estanco se recrudeció el motín, que llegó a su punto álgido en octubre de 1632, con la muerte del procurador de la Audiencia del Corregidor. Se movilizaron entonces en Bilbao marinos, curtidores, sastres, campesinos… Era ya un agudo conflicto social. Las mujeres de los artesanos
increpaban a las mujeres principales diciéndoles que ahora sus maridos e hijos serian alcaldes y regidores, y no los traidores que vendían a la república y pues todos eran iguales, no era bien que unos comiesen gallina y ellos sardinas.
De nuevo los amotinados consiguieron su objetivo, imponiendo al Ayuntamiento sus reivindicaciones, que reclamaban contra los impuestos creados los últimos años: ninguna aludía a la sal.
El ultimo estallido tuvo lugar en la Junta General de febrero de 1633. Se congregaron en Gernika cerca de 2.000 marineros y campesinos armados con lanzas, que forzaron a sancionar 24 decretos: se oponían a los nuevos impuestos sobre el comercio, a las trabas que tenían los marineros y a la pesada carga que suponía la represión del bandolerismo. Sólo uno aludía indirectamente a la sal y dos, de forma tangencial, a la cuestión foral.
El conflicto terminó en 1634. Los seis principales responsables fueron detenidos, juzgados sumariamente y ejecutados. Los machines huyeron, durante varios días ningún casero bajó a Bilbao, que, al parecer, llevó la iniciativa en la represión. Después, a fines del 34, la corona suprimía el estanco y perdonaba a los implicados. Cabe pensar que los comerciantes, que habían apoyado el motín contra los impuestos, lo abandonaron al radicalizarse y cuestionar las estructuras políticas del Señorío. Quizás solicitarían entonces al rey que, a la vez que aboliese el estanco, se reprimiese la asonada, de lo que se encargó la villa mercantil.
El siglo XVIII fue de prosperidad económica y demográfica: se calcula que la población creció entre 1720 y 1790 en torno al 50 %, gracias al auge del comercio, al crecimiento agrario y a la recuperación de las ferrerías.
El sector más dinámico fue el mercantil. La burguesía comercial se convirtió en el grupo social con más influencia en la marcha económica del país, en un período en el que se formó un mercado interior y se generalizó la economía monetaria. El progreso del comercio, general, justifica que se pueda denonimar al XVIII el siglo del capitalismo comercial.
La expansión del comercio internacional benefició sobre todo a Bilbao, que se había hecho con el monopolio del tráfico lanero. El auge bilbaíno contrasta con la inicial depresión mercantil de Gipuzkoa, peor tratada por los cambios de la centuria anterior. Sin embargo, en el primer tercio del XVIII la burguesía donostiarra buscó sus propios recursos; se hizo un nuevo circuito mercantil, que unía a Gipuzkoa con las colonias americanas, al formar la Real Compañía Gipuzkoana de Caracas. Por lo demás, los tráficos del siglo XVIII mantenían las estructuras tradicionales, si bien era un comercio más diversificado. Y los comerciantes vascos abandonaron su papel de transportistas en el tráfico internacional y controlaron los principales circuitos comerciales en que participaban.
El punto de arranque de la preeminencia bilbaína fue la reforma de las Ordenanzas Municipales de Bilbao de 1699. Prohibía que los extranjeros interviniesen en su comercio, en una auténtica
nacionalización del comercio
que se efectuaba a través de Bilbao, desde este momento controlado por mercaderes locales. Desde entonces, éstos desplegaron una ingente actividad económica, encargándose de efectuar las contrataciones. Por vez primera, captaban el gran comercio de la lana que se hacía a través del País Vasco.
Las circunstancias políticas, por otra parte, colaboraron a la expansión mercantil: en especial el que en 1700 los Borbones pasaran a ocupar la corona española. El cambio de dinastía y el conflicto que le acompañó afianzaron a Bilbao. Consolidaron las Ordenanzas de 1699, pues la guerra de Sucesión abortó las intenciones de holandeses e ingleses de desviar su tráfico hacia Santander, descalificados como competidores por ser considerados enemigos. Además, los puertos vascos fueron fundamentales durante la contienda para la comunicación con Francia, pues los de Cataluña estuvieron en manos de los aliados del Archiduque.
El navío del Almirante Oquendo en la batalla de Las Dunas.
La burguesía bilbaína (cuyo apoyo a los Borbones no le impidió comerciar con las potencias enemigas, Inglaterra y Holanda) pudo imponer sus exigencias. Impidió, incluso, que los franceses participaran en el comercio bilbaíno, al negarse a transformar sus nuevas ordenanzas.
Bilbao consolidó durante la guerra el monopolio del tráfico lanero. Así, en 1714 salía por su puerto el 49 % de las 108.000 arrobas de lana que por mar exportó España, todo lo que se enviaba por el Cantábrico. En 1715, se embarcaban en Bilbao 93.000 arrobas. Desde entonces, con esporádicos descensos, se conservarían cifras iguales o superiores.
Torre de Mañaria (Bizkaia). Construcción típica de la época en que rige el sistema de linajes.
Por lo demás, el comercio bilbaíno siguió siendo de reexportación, manteniéndose los circuitos tradicionales. Eso sí, se diversificó, pues entraban en Bilbao productos coloniales como azúcar, tabaco y cacao, enviados clandestinamente a Castilla. El contrabando tomó carta de naturaleza entre las actividades de los burgueses vizcaínos. San Sebastián y Vitoria se quejaban al rey, ya en 1661, del escaso control de las aduanas de Orduña y Valmaseda, pero a lo largo del siglo el tráfico fraudulento adquirió gran fuerza. Lo favorecía la situación arancelaria del País Vasco, un territorio de baja presión fiscal, con dos zonas, al sur y al norte, de fuertes aranceles. Constituía una plataforma desde la que atender fraudulentamente la demanda francesa y castellana sin un riguroso control aduanero.
El auge mercantil del Bilbao de comienzos del siglo XVIII implicó cambios socioeconómicos, que se reflejaron en el motín que tuvo lugar en Bizkaia en 1718. Lo motivó un grave contrafuero, el traslado de las aduanas a la costa: la medida entraba dentro de la ideología uniformadora de los Borbones, en su búsqueda de un Estado con unidad política y económica. La respuesta a la medida fue una aguda crisis social, sólo comprensible desde las implicaciones de la prosperidad comercial de Bilbao.
Las tensiones se habían ido acumulando desde comienzos de siglo. Frente al auge burgués la crisis intercíclica castigaba al campo vizcaíno. A veces, como sucedió en 1700 y 1718, las sequías hicieron peligrar las cosechas, y hasta llegaba la amenaza del hambre. De ahí la inquietud que reinaba en el campo y en los sectores populares urbanos. De ahí, también, que se acentuasen los resquemores de la nobleza rural, cuyas rentas se deprimían, respecto a la burguesía, que mejoraba posiciones económicas.
Además, los bilbaínos aprovecharon su prosperidad para mejorar su situación política. En 1704-06 disputaban los derechos de prebostazgo de Bilbao, adquiriéndolos en detrimento del Duque de Ciudad Real, Francisco Idiáquez Butrón Mujica. Después, se estableció en Castilla la
Junta de Incorporaciones
con el objeto de que el rey recuperase lo enajenado de su patrimonio. La nobleza tenía que demostrar documentalmente la legitimidad de sus posesiones, rentas y prerrogativas, si quería mantenerlas. Peligraban en especial los patronos laicos, que podían perder sus derechos sobre el diezmo, de orígenes no bien documentados.
Duró poco esta situación. La nobleza recuperó pronto posiciones. La paz de 1714 mermó, primero, la capacidad de presión de la burguesía, tan relevante durante la guerra de Sucesión. Cuando el equipo Alberoni entró en el Gobierno volvía la hegemonía nobiliar. En Bizkaia, se creó un clima de revancha. La nobleza quiso limar la pujanza comercial de Bilbao.
Así, en 1714 se disponía que el corregidor asumiese el gobierno de la villa. Y se estableció una Factoría Real de Tabaco, para comprar el que no se consumiese en Bizkaia y reexpedirlo a Castilla. La medida perjudicaba seriamente a los comerciantes, acusados de contrabando de este producto.
Las tensiones se agudizaron con el traslado de las aduanas, que amenazó los negocios mercantiles. Se afirmaba, además, que de no aceptar la medida, Bilbao perdería el monopolio de exportación lanera. Es posible que la monarquía consiguiese apoyos de la nobleza rural, que vería en ella un medio de menoscabar la influencia burguesa. Pero la medida era un contrafuero, pese a que seguían exentos los cereales, vinos, aceites y legumbres.
Las Juntas Generales, controladas por los
jauntxos,
se opusieron al decreto, pero se sospechó que sus enviados a Madrid, tachados de
traidores
durante el motín, estaban siendo sobornados. Es posible que al coincidir lo dispuesto por el rey con sus intereses la nobleza rural no defendiese el fuero con la contundencia de otras ocasiones. La medida suponía, sobre todo, un duro golpe al tráfico de coloniales y de subsistencias; además de pagar un arancel, desaparecía la posibilidad del contrabando. Perjudicaba también a campesinos y artesanos, al encarecerse los productos. El panorama no era muy halagüeño, máxime cuando la sequía amenazaba la cosecha.
El 19 de marzo de 1718 se trasladaron las aduanas y el clima se enrareció. En agosto estalló el motín, con la muerte de un aduanero y la quema de los barcos que en Bermeo y Algorta servían de aduanas. Distintas juntas acusaban en los pueblos a la oligarquía del Señorío de
querer perder a Bizkaia.
Afirmaban que, a ese paso, pronto quedarían sujetos a la fiscalidad castellana y todos serian
pecheros
y
obligados a comer hierba.
El 4 de septiembre campesinos de Deusto, Abando y Begoña bajaban a Bilbao. Exigieron al corregidor que se quitasen las aduanas de la costa. Al negarse, la violencia se generalizó. Se saquearon casas de
enemigos de la patria,
autoridades que pertenecían a la nobleza rural. Al día siguiente, los campesinos de varias anteiglesias tomaban Bilbao. Obligaron al corregidor a asentir sus propuestas, quemaron varias casas y mataron a tres notables; entre ellos, al diputado Arana, acusado de ser
el principal influyente en el establecimiento de las aduanas.
Gernika, Portugalete y Bermeo vivían también horas tensas. Después, poco a poco se relajó la tensión.
En noviembre entraron en Bizkaia las tropas reales sin encontrar resistencia. En la represión, muy dura, hubo varios ajusticiados. Eso sí, en 1723 las aduanas volvieron al interior. El indulto llegó en 1726.
En el motín vizcaíno de 1718 resultó decisivo el antagonismo entre notables rurales y comerciantes. Todo indica que el traslado de las aduanas fue, si no provocado, sí utilizado por
los jauntxos
para perjudicar a los mercaderes. De hecho, los campesinos dirigieron su acción contra los notables rurales, y no contra las autoridades delegadas del rey.
Todo indica, de otro lado, que los comerciantes no se opusieron a los campesinos. El corregidor no consiguió reunir fuerzas para defender Bilbao. Posiblemente, habia alguna connivencia, pues los intereses burgueses coincidían con los campesinos. Quizás hubo comerciantes que incluso participaron en el motín. Se sabe que algún mercader de tabacos tuvo un papel activo, instigando a los amotinados.
Frente al auge de Bilbao, al iniciarse el XVIII el comercio gipuzkoano vivía malos momentos. Había perdido el tráfico de lana castellana, y estaba en declive, también, el comercio con Aragón y Navarra, desplazado hacia Bayona, al parecer por el menor control aduanero. La creación en 1682 del
Consulado de San Sebastián
quiso iniciar la recuperación, que no llegó hasta 1728, al fundarse la
Real Compañía Guipuzcoana de Caracas,
la mejor expresión del capitalismo comercial en Gipuzkoa.