Hijos del clan rojo (57 page)

Read Hijos del clan rojo Online

Authors: Elia Barceló

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Hijos del clan rojo
7.38Mb size Format: txt, pdf, ePub

Sabía que, definido así, eso era lo que le gustaría que le hiciera sentir su pareja, pero no había tenido tiempo ni siquiera para saber si Dani sentía algo así de intenso por ella, y ella, con toda seguridad, aún no sentía eso por él.

Apartó los pensamientos como un prestidigitador que recoge un mazo de cartas de encima de una mesa para barajarlas de nuevo.

¿Dónde estaría Sombra? ¿Estaría bien? ¿Le habría hecho mucho daño el
urruahk
? ¿Tanto como para hacer que tuviera que desaparecer y anularse durante un tiempo, dejándola sola?

¿Estaría él solo y herido sufriendo en alguna parte mientras ella se dedicaba a su entrenamiento? ¿Se atrevería a buscarlo, a intentar de nuevo penetrar en su mente, sin ánimo de molestar, sólo para saber si estaba bien?

Había vuelto a hacerse de noche a su alrededor y las estrellas brillaban con tanta fuerza que Lena tenía la sensación de que el cielo era un simple telón de terciopelo negro, tan viejo que estaba lleno de agujeros por los que se veía la luz del otro lado, una luz deslumbrante, bellísima, que la atraía con su esplendor.

Se sentía de nuevo sola y estaba cada vez más preocupada por él.

¡
Sombra
!, gritó en su interior, con la voz que sólo él podía oír.

Lo llamó con toda su fuerza, con todo su deseo.

¡
Sombra! ¡Sombra! ¡Sombra
!

No hubo respuesta.

Saltó.

Apareció en otro lugar, sobre una alta duna de arena. No tenía forma de saber si cerca o lejos de donde estaba antes.

¡
Sombra
!

Silencio.

Sombra. Voy a buscarte. Voy a entrar, si puedo. ¿Me oyes, Sombra
?

Salto. Deseo. Intensidad. Sombra.

Esta vez no hubo necesidad de esperar frente al muro, de tocar a las inmensas puertas que no tenían aldaba ni anilla ni manivela. Esta vez apareció directamente en el centro de un espacio de una extensión y una altura tan incomprensibles, tan fuera de su experiencia que confundían sus sentidos, y su mente se negaba a procesarlas, de modo que decidió concentrarse en sus propios pies desnudos que parecían moverse sobre el suelo de piedra, aunque ella no sentía el contacto ni la temperatura en su piel.

La única comparación que se le ocurría era, como en la ocasión anterior, una gigantesca catedral gótica, sólo que todas las líneas de fuga estaban mal, como si hubieran sido dibujadas por alguien que concibiera la perspectiva con unas leyes totalmente distintas, pero la sensación de pequeñez propia, de misterio, de tensión, era parecida a la que se podría experimentar en un edificio casi infinito donde uno no sabe si hay algo que pueda querer lanzarse al ataque.

Sombra le había dicho que aquel extraño edificio era una imagen que ella podía comprender y ahora, comparándolo con la otra vez que lo había visitado, se daba cuenta de que todo estaba distorsionado, de que todo era mucho más extraño, incomprensible, casi enloquecedor. Seguramente porque ahora Sombra no estaba concentrado en ofrecer una imagen que ella pudiera entender.

Avanzó hacia adelante, despacio en la oscuridad, apartándose cuando, muy de vez en cuando, un delgado haz de luz, como un rayo láser violeta, dorado, rojo o verde intenso, pasaba junto a ella en su camino, en un movimiento tan errático como el del vuelo de una mariposa.

No quería ver nada, no tenía intención de interpretar los símbolos desconocidos, los extraños volúmenes que adivinaba entre las sombras; no quería invadir la intimidad de Sombra, sólo había ido a ayudar.

Sombra, ¿estás ahí? ¿Puedo hacer algo
?

Un resplandor apagado la hizo desviarse hacia la izquierda. Una mirada fugaz hacia lo alto le produjo un amago de náusea: la perspectiva estaba mal, todo estaba mal, ningún humano podía sobrevivir mirando esas líneas que se encontraban en puntos que creaban espacios y volúmenes que no podían existir.

Bajó la vista hacia sus pies y siguió avanzando hasta que la vaga luminosidad se fue concretando y pudo ver lo que le había llamado la atención, aunque siguió sin comprenderlo.

En medio de un gran espacio abierto, sostenido por altísimas columnas oscuras tan delgadas y flexibles que parecían nervios y tendones, había una especie de caja negra cuadrada, más grande que un ser humano, aparentemente flotando en la nada, dividida en dos partes.

Entre la parte de arriba y la de abajo, en el espacio libre, se enroscaba una niebla que iba cambiando de forma en oleadas, volutas y bucles, a la vez que era iluminada por una multitud de rayos de una luz de colores purísimos que se encendían y se apagaban de manera arbitraria coloreando los remolinos de niebla durante unos instantes para cambiar después de lugar, de intensidad y de matiz.

Casi al límite de lo que era capaz de oír, una especie de música electrónica, que no se parecía en nada a lo que había escuchado en toda su vida, daba la sensación de acompañar o contrapuntear el espectáculo de luz, que era complementado de vez en cuando por una profusión de aromas que explotaban un instante para desaparecer sin dejar rastro un momento después, estimulando en su mente recuerdos y asociaciones táctiles a velocidad vertiginosa. Unas veces le parecía estar pasando las manos por una seda finísima, otras su cuerpo se sentía frotado por manos ásperas, otras tocaba algo duro, fresco, crujiente, que dejaba paso a la suavidad del terciopelo o a la tersura del cristal.

En su mente destellaban imágenes de instantes de su vida, como fotografías o videoclips que la hacían sonreír un instante o angustiarse y sentir que sus ojos se llenaban de lágrimas, para desaparecer al segundo siguiente sustituidas por otros recuerdos que despertaban otras emociones.

Era lo más hermoso que había presenciado en su vida y, por un tiempo que nunca supo medir, se olvidó por completo de quién era, dónde estaba y qué había ido a buscar.

Un rayo de color índigo incidió sobre la niebla que se arremolinaba en el centro de la caja suspendida en la nada y algo evanescente le recordó a Sombra, sacándola de su embeleso.

¿
Estás ahí
?

Sombra existe
.

No fueron exactamente palabras como otras veces, pero lo sintió en su interior con absoluta certeza y supo que era él quien le había enviado el mensaje.

Su alegría fue tanta que, sin proponérselo, dio un salto y se encontró flotando como la caja, dando volteretas en la penumbra como si estuviera en una nave espacial. Un rayo de luz verde intenso la atrapó y, con suavidad, la depositó de nuevo frente a la caja.

Puedes marcharte y cumplir con tu tarea
.

¿
Volverás, Sombra
?

Ya estaba convencida de que no obtendría respuesta y tendría que marcharse con la peor incertidumbre, cuando sintió en su interior la existencia de la que él hablaba.

Sombra regresará cuando haya sido reintegrado. Regresa tú ahora
.

La alcanzó una vaharada de perfume floral que sin saber por qué le recordó a Rabat, a la Chellah, un perfume de flor de azahar, de jazmines, con un fondo de especias. Mentalmente se despidió de Sombra y, sin saber cómo, se encontró guiñando los ojos, deslumbrada por la luz de la tarde, frente a la verja de Villa Lichtenberg.

Villa Lichtenberg. Costa de Amalfi (Italia)

—Max. —La voz de Daniel sonaba excitadísima y por un instante Max tuvo la tentación de pedirle que hablara más bajo, temiendo que lo oyeran. Aprovechando que el personal de seguridad había desaparecido, y antes de que llegara un nuevo equipo a sustituir a los desertores, Max se había introducido en Villa Lichtenberg y estaba escondido en lo más alto de la torre, en una pequeña habitación llena de sillas plegadas y cajas de cartón, que no tenía más que una tronera por la que sólo se veía el mar. Le había costado Dios y ayuda convencer a Dani de que se quedara fuera, apostado entre las rocas del acantilado para avisar si llegaba alguien. Por supuesto no le había dicho la verdad de para qué quería estar dentro de la villa; se había limitado a insinuar que era fundamental que alguien cuidara a Lena si se le ocurría volver a aquel antro y que ese alguien sólo podía ser él mismo, su padre. El muchacho lo había comprendido y había aceptado sus razones sin cuestionarlas. Por eso estaba en el exterior—. Acabo de ver a Lena. Está frente a la puerta de la casa.

Max se limitó a gruñir aprobadoramente.

—Ha tocado el timbre y está esperando a que le abran. Ahora. Sí. La dejan entrar. Ya está dentro. ¿Qué hago?

—Nada —contestó en voz baja—. Esperar con calma. Informarme si llega alguien más, si pasa algo. Estar atento.

—¿Qué estamos esperando, Max? ¿A qué tengo que estar atento?

Max colgó sin contestar y Daniel estuvo a punto de tirar el móvil al mar de pura rabia e impotencia. Se había dejado mangonear por Max y ahora estaba fuera, pero llevaba tantos meses en el ejército que algo en él había respondido a la voz de mando del hombre y ni se le había ocurrido cuestionar sus planes ni hacer preguntas intempestivas. Max había dicho «tú vigilas desde el acantilado» y allí se había ido él, como si aún llevara el uniforme del ejército austríaco.

Detectó un movimiento casi con el rabillo del ojo y dirigió los prismáticos hacia allí. Alguien se movía con sigilo hacia la casa después de haber saltado la verja por la parte del mar; alguien que debía de tener un buen entrenamiento militar, porque la verja estaba electrificada en todo su perímetro y no era nada fácil de superar.

Le extrañó que hubiera decidido entrar antes de la caída de la noche, arriesgándose así a ser descubierto, pero luego pensó que seguramente había pensado igual que Max, que no era probable que Villa Lichtenberg siguiera muchas horas más sin personal de seguridad.

El intruso llevaba pantalones de camuflaje, camiseta caqui y un gorro verdoso cubriéndole el pelo y toda la frente. Aunque aumentó al máximo la potencia de los prismáticos, no pudo distinguir demasiado, salvo que tenía un cuerpo joven, musculoso y ágil, pero para eso no habría hecho falta ningún instrumento. Nadie se atreve a entrar en una casa llena de cámaras y rodeada por una verja electrificada si no es un profesional.

Lo que le llevó a pensar de nuevo en Max. Según Lena, su padre era abogado, y cuando se conocieron en el restaurante de Viena nada hacía pensar que pudiera ser otra cosa. Sin embargo, ahora iba armado, tenía unos prismáticos de los que no se compran en un Media Markt y se movía con la seguridad de un soldado.

«¿Y si te vuelves a casa, Dani? —pensó, no por primera vez—. Esto está empezando a venirte un poco grande. Al fin y al cabo, Lena, aunque sea preciosa y encantadora y estés loco por ella, es sólo una chica con la que no has estado más de cuatro veces desde que la conociste. ¿No te parece muy peliculero hacer todo esto por una mujer que quizá, cuando llegues a tener un poco de tiempo y de tranquilidad para conocerla bien, ni siquiera te guste de verdad, para una relación estable? Y tampoco es que ella te haya dado muchas muestras de que te quiere por encima de todo. Se pasa la vida desapareciendo y siempre tiene algo más importante que hacer. Aunque a veces…»

Se le escapó una sonrisa, a su pesar, recordando el tiempo que habían pasado juntos apenas unas horas atrás. Eso no había estado nada mal como prueba de amor. Lena se merecía que él pasara un día entre aquellas rocas, esperando la señal de Max para hacer… lo que fuera necesario, aunque no supiera qué ni comprendiera por qué ni para qué.

El intruso había desaparecido de su campo de visión. Estaba claro que había conseguido colarse en la casa, de modo que, como no quería llamar de nuevo a Max y que creyera que sólo quería charlar para pasar el tiempo, le envió un SMS: «Acaba de entrar un intruso vestido de caqui. Atento». Si quería más explicaciones, ya llamaría él.

En el interior de Villa Lichtenberg todo estaba tranquilo. Los toldos estaban bajados y las persianas echadas contra el calor y la luz deslumbrante de la tarde de primeros de junio. El personal de servicio, aunque Nils no podía saberlo, seguía recluido en dos habitaciones en el ala este. Los miembros del clan se habían retirado cada uno a su cuarto a descansar un rato, esperando que la caída del sol llevara algo de frescor y que para entonces el Shane hubiera decidido si había llegado el momento de traer al mundo al pequeño Arek. Clara dormía, removiéndose en sueños, sudorosa y angustiada porque en su pesadilla el niño que llevaba en el vientre se abría paso entre su carne a dentelladas y los que deberían quererla y protegerla se limitaban a mirar, expectantes y excitados, como si se tratara de un espectáculo.

Dominic y Eleonora, vestidos de rojo y tumbados en una gran cama blanca, entre esponjosas almohadas, se miraban sin hablar, en una tensión casi insoportable. Las aspas del ventilador removían blandamente el aire sobre sus cabezas.

—No puedo más, Nora. —Dominic se puso en pie, se remetió la camisa en la cinturilla de los pantalones y se puso los zapatos—. Voy a hablar con el Shane, a pedirle que acabemos de una vez. Esto es insoportable, tanto para Clara como para nosotros. Es inhumano.

—Claro que es inhumano, Nico. Somos
karah
—dijo ella, intentando hacer un chiste que a él no le arrancó la mínima sonrisa—. ¿Tanto te preocupa la
haito
?

—Quiero que se acabe. Sólo quiero que se acabe. Llevo meses con esto. ¿Tú sabes todo lo que he tenido que soportar? No aguanto más. Tengo que hablar con el Shane.

—El Shane está esperando a que aparezca esa Aliena; yo tampoco lo entiendo, pero me lo ha dejado muy claro.

—¿Qué quería de ti?

—Hablarme un poco de Lena, al parecer es así como la llaman, y, sobre todo, quería elegir la habitación que le vamos a destinar.

—¿A Arek?

—A Aliena. Quiere que se aloje en la casa cuando llegue. Sí, a mí también me extraña, pero él es así. Lo he dejado por allí, en el ala oeste. No tengo ni idea de qué está tramando. Anda, vuelve. Túmbate a mi lado, ya no falta mucho. —Eleonora palmeó la cama, sonriéndole como para darle ánimos, pidiéndole paciencia—. Pronto habrá acabado todo.

Nils recorría la casa como una sombra, sin un sonido, usando las limitadas habilidades que había estado practicando en Shanghai para hacer que
haito
no reparase en él si sus ojos se deslizaban por encima de su cuerpo.

En una habitación del segundo piso oyó voces y continuó por el pasillo, alejándose con rapidez. El sonido de una puerta al abrirse lo llevó a precipitarse en el primer cuarto que se le presentó y los pasos leves que se acercaban a su escondite lo forzaron a ocultarse en un armario que, para su desgracia, tenía las puertas de rejilla y no ofrecía demasiadas garantías de no ser descubierto, pero no había otro sitio donde meterse.

Other books

Claudia and the Bad Joke by Ann M. Martin
The Waylaid Heart by Newman, Holly
Henry Hoey Hobson by Christine Bongers
Kept by Bradley, Sally
Vain: A Stepbrother Romance by Hunter, Chelsea
Laura Miller by The Magician's Book: A Skeptic's Adventures in Narnia