Eichmann ha contado lo que pasó después de la conferencia. Una vez que los representantes de los ministerios se hubieron ido, se quedaron solos Heydrich y sus dos más cercanos colaboradores, el propio Eichmann y «Gestapo» Müller. Pasaron a un saloncito elegantemente revestido de madera. Heydrich se sirvió un coñac, que saboreó escuchando música clásica (Schubert, creo), y los tres se fumaron un puro. Eichmann reseñó que Heydrich estaba de un humor excelente.
Ayer murió Raoul Hilberg. Era el padre de los «funcionalistas», esos historiadores que piensan que el exterminio de los judíos no fue realmente premeditado, sino más bien dictado por las circunstancias, por el contrario de los «intencionalistas», para quienes el proyecto estaba claro desde el principio, es decir, grosso modo, desde la redacción de
Mein Kampf
en 1924.
Con ocasión de su muerte,
Le Monde
publica unos extractos de una entrevista que había concedido en 1994, en los que vuelve a incidir en las grandes líneas de su teoría:
«Estimo que los alemanes ignoraban, al empezar, qué es lo que acabarían haciendo. Es como si condujeran un tren cu ya dirección, en general, iba en el sentido de una creciente violencia contra los judíos, pero cuyo destino exacto no estaba aún definido. No olvidemos que el nazismo, más que un partido era un movimiento que debía ir siempre adelante, sin detenerse jamás. Enfrentada a una tarea sin precedentes hasta entonces, la burocracia alemana no sabía qué hacer: es ahí donde hay que situar el papel de Hitler. Hacía falta que alguien, al llegar a la cumbre, diera luz verde a unos burócratas conservadores por naturaleza.»
Uno de los mayores argumentos de los intencionalistas es esta frase de Hitler, pronunciada en un discurso público en enero de 1939:
«Si la banca judía internacional en Europa y fuera de Europa consigue nuevamente sumir a los pueblos en una guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la tierra y la victoria del judaísmo, sino por supuesto el exterminio de la raza judía en Europa.»
Por el contrario, el indicio más revelador que vendría a darles la razón a los funcionalistas es que durante mucho tiempo los nazis buscaron concienzudamente territorios donde deportar a los judíos: Madagascar, el océano Ártico, Siberia, Palestina —Eichmann mismo mantuvo encuentros en varias ocasiones con militantes sionistas. Pero fueron los avatares de la guerra los que les habrían hecho abandonar todos esos proyectos. El transporte de los judíos a Madagascar, en concreto, no podía afrontarse mientras no se asegurase el control de los mares, es decir, mientras continuase prolongándose la guerra con Gran Bretaña. Fue el giro que adoptó la guerra en el Este el que habría precipitado la búsqueda de soluciones radicales. Aunque no lo confesaran, los nazis sabían que sus conquistas en el Este eran precarias, y la formidable resistencia soviética podía llevar a temer, no lo peor, pues nadie en 1942 se imaginaba al Ejército Rojo penetrando en Alemania para llegar hasta Berlín, pero sí al menos la pérdida de los territorios ocupados. Había, por tanto, que actuar con rapidez. Y fue así como, de una cosa a otra, la cuestión judía pasó a cobrar una dimensión industrial.
Un tren de mercancías se para con un rechinamiento interminable. En el andén hay una larga rampa. Por el cielo se oye el graznido de los cuervos. En un extremo de la rampa hay una gran reja con una inscripción en alemán en su frontispicio. Detrás de ella, un edificio de piedra parda. La reja se abre. Es la entrada de Auschwitz.
Esta mañana, Heydrich recibe una carta de Himmler indignado a propósito de la detención de unos quinientos jóvenes alemanes por la policía de Hamburgo, al parecer porque estaban entregados al
swing
, ese baile extranjero degenerado que se practica escuchando música de negros:
«Me sublevo contra todas esas medias tintas a este respecto. Hay que expedir a todos los menores a un campo de concentración. Para empezar, esta juventud recibirá allí una buena paliza. La estancia en el campo será bastante prolongada, dos o tres años. Hay que dejar claro que allí no tendrán derecho a estudiar nada. Sólo con una acción brutal podremos evitar una peligrosa propagación de esas tendencias anglófilas.»
Heydrich mandará deportar a unos cincuenta. El hecho de que el Führer le haya confiado la tarea histórica de hacer desaparecer hasta el último judío de Europa no es justificación para que descuide los expedientes menores.
Diario de Goebbels, 21 de enero de 1942:
«Finalmente Heydrich ha nombrado el nuevo gobierno del Protectorado. Hácha ha remitido la declaración de solidaridad con el Reich que Heydrich le pedía. La política que Heydrich ha llevado a cabo en el Protectorado puede ser considerada verdaderamente como todo un modelo. No le ha costado mucho aplacar la crisis que se había producido y, en consecuencia, el Protectorado se encuentra ahora en un estado muy superior, todo lo contrario que en otros territorios ocupados o satélites.»
Como todos los días, Hitler se entrega a interminables soliloquios y fulmina a un auditorio servil y silencioso con sus análisis políticos. En un momento dado de su logorrea, aborda la situación del Protectorado:
«¡Neurath se hizo embaucar completamente por los checos! ¡Seis meses en esa situación y la producción había caído un 25%! De todos los eslavos, el checo es el más peligroso, porque es un obrero. Tiene sentido de la disciplina, es metódico, sabe cómo disimular sus intenciones. Ahora van a trabajar porque saben que somos violentos y sin compasión.»
Es su manera de decirle a Heydrich que está muy satisfecho de su trabajo.
Poco tiempo después, Hitler recibe a Heydrich en Berlín. Heydrich se halla en presencia de Hitler, o más bien es al revés. Hitler perora: «Arreglaremos el estropicio checo si seguimos una política coherente con ellos. Una gran parte de los checos es de origen germánico y no es imposible germanizarlos otra vez.» Este discurso es otro modo de respaldar el trabajo del colaborador que más respeto le inspira, junto con Speer, sin duda, pero en géneros muy diferentes.
Con Speer puede hablar de otra cosa que no sea la política, la guerra o los judíos. Puede discutir de música, de pintura, de literatura, y además dar cuerpo a Germania, el futuro Berlín cuyos planos han diseñado juntos y que ha encargado erigir a su genial arquitecto. Para Hitler, Speer es una bocanada de aire fresco. Es su divertimento, su ventana a un mundo exterior al laberinto nacionalsocialista que él ha creado y en el que vive encerrado. Por otra parte, Speer está integrado y es completamente fiel a la causa. Desde que ha sido nombrado, además de arquitecto oficial, ministro de Armamento, pone toda su inteligencia y todo su talento en reorganizar la producción. Su lealtad y su eficacia están por encima de toda sospecha. Pero no es por eso por lo que goza de la preferencia de Hitler. En cuestión de lealtad, Himmler, su fiel Heinrich, como él lo llama, parece imbatible. Y en cuestión de eficacia también, qué duda cabe… Pero Speer tiene más clase, mejor apariencia con sus trajes tan bien cortados, más soltura en cualquier situación. Sin embargo, es el típico intelectual que Hitler, el artista fracasado, el antiguo vagabundo de Múnich, debía de aborrecer. Aunque Speer, expresamente, le da lo que nadie le ha dado: la amistad y la admiración de un hombre brillante cuya posición social le sirve para ser reconocido como tal en todos los medios.
Evidentemente, las razones por las que a Hitler le gusta Heydrich son muy distintas, si no opuestas. Mientras que Speer encarna la élite del mundo «normal» al que Hitler jamás ha podido pertenecer, Heydrich es el prototipo de nazi perfecto: alto, rubio, cruel, totalmente obediente y de una eficiencia letal. La ironía del destino quiere que tenga sangre judía, según Himmler. Pero la inequívoca violencia con la que combate y triunfa sobre esta parte corrompida de sí mismo demuestra, a los ojos de Hitler, la superioridad de la esencia aria sobre la judía. Y si Hitler cree que es verdad lo de su origen judío, no hay nada más sabroso para él que convertirlo en el ángel exterminador del pueblo de Israel confiándole la responsabilidad de la Solución Final.
Conozco muy bien estas imágenes: Himmler y Heydrich, vestidos de civiles, charlando con el Führer sobre la terraza de su nido de águila, el Berghof, gigantesco búnker de lujo ubicado en la cumbre de los Alpes bávaros. Pero ignoraba que habían sido filmadas por la amante de Hitler en persona. Lo he sabido durante una velada monográfica «Eva Braun» organizada por una cadena de televisión por cable. Para mí ha sido toda una fiesta. Me gusta penetrar cuanto me sea posible en la intimidad de mis personajes. Veo otra vez con satisfacción esas imágenes de Heydrich recibido por Hitler, el alto rubio de nariz aguileña, que les saca una cabeza a todos sus interlocutores, sonriente y distendido, con su traje beis de mangas demasiado cortas. Pero no hay de su talla y eso, evidentemente, es muy frustrante. Los realizadores del documental sobre Eva Braun han hecho las cosas muy bien, al pedir a unos especialistas que les lean los labios. He aquí lo que Himmler le confía a Heydrich delante del pretil de piedra que domina el valle soleado: «Nada debe desviarnos de nuestra misión.» De acuerdo. Veo que eran pertinaces en las ideas. Sin embargo, estoy un tanto decepcionado, aunque contento a la vez. Es mejor que nada, sin duda. Y además, ¿qué me esperaba yo? No iba a decirle: «De veras, Heydrich, creo que ese pequeño Lee Harvey Oswald será un buen recluta.»
A pesar del volumen creciente de su enorme responsabilidad en la organización de la Solución Final, Heydrich no descuida los asuntos internos del Protectorado. Este mes de enero de 1942 encuentra tiempo para hacer una remodelación ministerial en el gobierno checo, suspendido de hecho desde su estruendosa llegada a Praga en septiembre. La misma víspera de la conferencia de Wannsee, o sea el 19, nombra a un nuevo Primer Ministro, pero esto carece de toda significación ya que ese puesto no conserva ninguna realidad funcional. Los dos puestos claves de ese gobierno fantoche son el ministerio de Economía, confiado a un alemán cuyo nombre en esta historia es totalmente irrelevante, y el ministerio de Educación, atribuido a Emanuel Moravec. Al nombrar a un alemán como ministro de Economía, Heydrich impone el alemán como lengua de trabajo en el equipo de gobierno. Al nombrar a Moravec a la cabeza de Educación, se asegura los servicios de un hombre en el que ha sabido apreciar una extraordinaria predisposición a colaborar. Ambos ministerios están unidos por un mismo objetivo: mantener y desarrollar una producción industrial que responda a las necesidades del Reich. Para conseguirlo, el papel del ministro de Economía consiste en someter todas las empresas checas al esfuerzo de guerra alemán. El papel de Moravec consiste, por su parte, en desarrollar un sistema educativo cuya única vocación sea la formación de obreros. En consecuencia, los niños checos no recibirán más enseñanza que aquella estrictamente necesaria para su futura profesión, es decir, un saber básicamente manual, completado por un mínimo de conocimientos técnicos.
El 4 de febrero de 1942, Heydrich da un discurso que me interesa porque concierne a la honorable corporación a la que yo pertenezco:
«Es esencial ajustar cuentas con los profesores checos, porque el cuerpo docente es un vivero para la oposición. Hay que destruirlo y cerrar los institutos checos. Naturalmente, habrá que hacerse cargo de la juventud checa en algún lugar donde se la pueda educar fuera de la escuela y arrancarla de esa atmósfera subversiva. No veo mejor lugar para ello que un campo de deporte. Con la educación física y el deporte, nos aseguraremos a la vez un desarrollo, una reeducación y una formación.»
Todo un programa: esta vez hay que reconocerlo.
Es obvio que no se contempla la posibilidad de volver a abrir las universidades checas, sacudidas por una prohibición de tres años desde noviembre de 1939 por culpa de la agitación política. Moravec tendrá que encontrar un motivo para prorrogar el cierre una vez que hayan transcurrido esos tres años.
Ese discurso me inspira tres observaciones:
1. En Chequia, como en otras partes, el honor de la educación nacional nunca ha sido tan mal defendido como por su ministro. Antinazi virulento al principio, Emanuel Moravec se convirtió después de lo de Múnich en el colaboracionista más activo del gobierno checo nombrado por Heydrich, y el interlocutor privilegiado de los alemanes, muy por encima de Emil Hácha, el viejo y chocho presidente. Los libros de historia local tienen por costumbre designarlo como el «Quisling checo», nombre del famoso colaboracionista noruego, Vidkun Quisling, cuyo patronímico es desde entonces, en la mayoría de lenguas europeas, sinónimo de «colaboracionista» por antonomasia.
2. El honor de la Educación nacional está magníficamente defendido por los profes que, al margen de lo que se pueda pensar sobre ellos, tienen vocación de ser elementos subversivos, y merecen que se les rinda homenaje por eso mismo.
3. El deporte es, pese a todo, una hermosa mamarrachada fascista.
Una vez más estamos tocando servidumbres del género. Ninguna novela normal se enredaría con tres personajes que se llamen de la misma manera, salvo que aspirase a un efecto muy especial. Pues bien, yo tengo que vérmelas con el coronel Moravec, valiente jefe de los servicios secretos checos en Londres; la familia Moravec, de heroico comportamiento en la Resistencia interior; y Emanuel Moravec, el infame ministro colaboracionista. Eso sin contar con el capitán Václav Morávek, jefe de la red de resistencia «Tri králové». Seguro que esta lamentable homonimia es una incómoda fuente de confusión para el lector. Una ficción enseguida habría puesto orden en todo esto, transformando al coronel Moravec en coronel Novak, por ejemplo; a la familia Moravec pasaría a ser la familia Švigar, por qué no; o el traidor sería rebautizado con un nombre fantasioso, Nutella, Kodak, Prada, qué sé yo. Naturalmente, no quiero jugar a eso. Mi única concesión a la comodidad del lector consistirá en no declinar los nombres propios: si la forma femenina de Moravec debería ser, en buena lógica, Moravcová, mantendré sin embargo la forma básica para designar a la tía Moravec, para no redoblar una complicación (las homonimias de personajes reales) con otra (la declinación en femenino o en plural de los nombres propios en lengua eslava). No estoy escribiendo una novela rusa. Y además, como se puede comprobar, en las traducciones francesas de
Guerra y Paz
, Natacha Rostova pasa a ser directamente Natacha Rostov.