Tres hombres beben allí su cerveza y no discuten de política. Discuten de horarios. Gabčík y Kubiš están sentados a la mesa frente a un carpintero. Pero este carpintero no es un carpintero cualquiera. Es el carpintero del Castillo, y, debido a ese cargo, cada día ve llegar el Mercedes de Heydrich. Y lo ve marcharse cada noche.
Quien habla con él es Kubiš, porque el carpintero es moravo, como él. Su acento lo tranquiliza. «No te preocupes, nos vas a ayudar antes, pero no durante. Cuando lo matemos, tú estarás lejos.»
¿Ah, sí? ¿Conque ése es el secreto de la operación «Antropoide»? ¡Hasta al carpintero a quien sencillamente se le pide que les pase los horarios le ponen al corriente sin andarse con remilgos! Ya había leído en alguna parte que los paracaidistas no siempre gozaban de una gran discreción. Pero por otro lado, ¿para qué ir con tanto disimulo? El carpintero debe de sospechar que esos horarios que le están pidiendo sobre Heydrich no van dirigidos a engrosar las estadísticas sobre la circulación de los Mercedes por Praga. Y encima, cuando releo el testimonio del carpintero, veo que Kubiš le ha dejado claro, con su mejor acento moravo: «¡Ni una palabra de todo esto en casa!» Bueno, después de todo, si él lo dice…
El carpintero, por tanto, deberá anotar cada día la hora de llegada y la hora de salida de Heydrich, precisando cada vez si va acompañado o no de una escolta.
Heydrich está en todas partes, en Praga, en Berlín y, este mes de mayo, en París.
En los salones estucados del hotel Majestic, es el mandatario supremo de la policía, el jefe del SD, comisionado por Goering, quien recibe a los principales oficiales superiores de las tropas de ocupación de la SS para hablarles del proceso en marcha que tiene a su cargo, y que ni el mundo ni sus hombres conocen todavía por el nombre de «Solución Final».
Durante ese mes de mayo, las matanzas de los Einsatzgruppen han sido consideradas definitivamente demasiado agotadoras para los soldados que participan en ellas. Progresivamente van siendo reemplazadas por las cámaras de gas móviles. Este nuevo sistema es a la vez muy simple y muy ingenioso: consiste en hacer subir a los judíos a un camión en cuyo interior han conectado el tubo de escape, y asfixiarlos, víctimas del monóxido de carbono. La ventaja es doble: de esta manera se puede matar más judíos de una sola vez, sin que se resientan los nervios de los ejecutores. Hay una curiosidad añadida que divierte a los responsables: los cuerpos se vuelven de color rosa. El único inconveniente es que las personas, cuando se asfixian, tienen tendencia a defecar, y hay que limpiar los excrementos que alfombran el suelo del camión después de cada gaseado.
Pero esas cámaras de gas móviles, explica Heydrich, siguen siendo una técnica insuficiente. Dice: «Van a venir soluciones mayores, más perfeccionadas y que garantizan más el rendimiento.» Luego añade abruptamente, ante un auditorio pendiente de sus labios: «Se ha dictado la condena a muerte para la totalidad de los judíos de Europa.» Dado que los Einsatzgruppen han ejecutado ya a más de un millón de judíos, me pregunto quién de los asistentes seguiría sin comprender.
Es la segunda vez que sorprendo a Heydrich andándose con miramientos a la hora de formular este tipo de enunciado. Cuando informó a Eichmann, poco antes de Wannsee, de que el Führer había decidido la eliminación física de todos los judíos, ya había prolongado ese anuncio con un silencio que impresionó a su colaborador. No obstante, en los dos casos, aunque el asunto no era del todo oficial, no se puede decir que se tratara de una sorpresa. Más que el placer de dar una exclusiva, creo que Heydrich disfruta más verbalizando lo inaudito y lo impensable, como para ir dotando ya de un poco de cuerpo a la inimaginable verdad. Esto es lo que tengo que deciros, vosotros lo sabéis ya, pero me toca a mí decíroslo, y a todos nosotros hacerlo. Vértigo de la oratoria que debe tratar de lo innombrable. Ebriedad del monstruo al evocar monstruosidades que se anuncian y de las que él es el heraldo.
El carpintero les muestra el lugar en donde Heydrich se baja de su coche cada día. Gabčík y Kubiš miran a su alrededor. Ven una esquina detrás de una casa desde donde podrían esperarlo y abatirlo. Pero el recinto está fuertemente vigilado, como es lógico. El carpintero les asegura que no tendrían tiempo para huir ni saldrían con vida del Castillo. De acuerdo, es cierto que en un principio Gabčík y Kubiš estaban dispuestos a morir, pero ahora lo que quieren es ver cómo salir de allí. Quieren un plan que mantenga intactas sus opciones, por mínimas que sean, de salir bien librados, ya que ambos tienen proyectos para después de la guerra. Dentro de la Resistencia interior, entre todos los checos que arriesgan su vida para ayudarlos, hay valientes y hermosas jóvenes. Ignoro casi todos los detalles de la vida amorosa de mis héroes, pero el resultado de los pocos meses que han pasado en Praga en la clandestinidad es que Gabčík desea casarse con Libena, la hija de los Fafek, y Kubiš con la bella Anna Malinova de labios de frambuesa. Después de la guerra… No se hacen ilusiones. Saben que sólo tienen una oportunidad entre mil de sobrevivir a la guerra. Pero quieren jugar esa baza. Cumplir su misión por encima de todo, por supuesto. Pero sin tener que suicidarse por ello. Una idea terrible.
Los dos hombres descienden de nuevo por la Nerudova, la larga calle con letreros de alquimistas que une el Castillo con Malá Strana. Abajo, el Mercedes tiene que dar toda una vuelta. Hay que ver eso.
Contrariamente a lo que piensa Heydrich, la Resistencia checa todavía se mueve. Incluso se mueve bastante. Para recoger los datos cotidianos que el carpintero suministra al equipo de «Antropoide» acerca de los horarios de Heydrich, han encontrado un piso a los pies del Castillo, una planta baja. Siempre que sea necesario (es decir, imagino que todos los días), el carpintero viene y da unos golpecitos en el cristal. Una chica abre la ventana (son dos, por turnos, y el carpintero las toma por hermanas y respectivamente novias de los dos paracaidistas, lo que es muy posible). No intercambian ninguna palabra entre ellos. El carpintero le entrega su papel y se va. Hoy ha escrito: «9-5 (sin)». Lo que equivale a: 9 horas. 17 horas. Sin escolta.
Gabčík y Kubiš se enfrentan a un problema irresoluble. No tienen manera de prever con antelación la presencia o la ausencia de una escolta. Las estadísticas efectuadas basándose en el testimonio del carpintero no permiten descubrir ninguna alternancia establecida. Unas veces sin. Otras veces con. Sin: tendrán una mínima oportunidad de librarse. Con: ninguna.
Para llevar a cabo su misión, los dos paracaidistas van a encomendarse a esa lotería atroz: elegir una fecha sin saber si sin o con. Si su misión es una misión extremadamente arriesgada o más bien es una misión suicida.
Curva tras curva, los dos hombres, subidos a sus bicis, hacen y rehacen una y otra vez el trayecto desde el domicilio de Heydrich hasta el Castillo. Heydrich vive en Panenské Brežany, una pequeña localidad en las afueras, a un cuarto de hora en coche del centro. Una buena parte del trayecto está particularmente aislada, es una larga línea recta sin ninguna vivienda alrededor: si consiguieran detener el vehículo, podrían disparar a Heydrich lejos de cualquier mirada. Piensan parar el Mercedes con ayuda de un cable de acero tendido de un lado a otro de la carretera. ¿Y cómo huir luego? Necesitarían ellos mismos un coche, o una moto. Pero la Resistencia checa no dispone de ninguna de las dos cosas. No, hay que hacerlo en la ciudad, a pleno día, en medio de la multitud. Y les hace falta una curva. Los pensamientos de Gabčík y Kubiš no son más que vueltas y recodos. Sueñan con la curva ideal.
Y por fin la encuentran.
Aunque ideal no es exactamente la palabra.
La curva de la calle de Holešovice (
ulice v Holešovíčkach
en checo), ubicada en el barrio de Liben, tiene varias ventajas. Para empezar, es casi una horquilla y obliga al Mercedes a disminuir la marcha forzosamente. Luego, está a los pies de una elevación donde se puede apostar un vigía que avise de la llegada del Mercedes. Y por último, está situada a media distancia entre Panenské Brežany y el Hradčany, en las afueras de Praga, no en pleno centro de la ciudad, pero tampoco en medio del campo. Permite, además, posibilidades de huida.
La curva de Holešovice tiene también inconvenientes. Es una glorieta en la que se cruzan varias líneas de tranvía. Si un tranvía pasa al mismo tiempo que el Mercedes, existe el riesgo de que obstaculice la operación, ocultando el coche o exponiendo a civiles.
Jamás he cometido un asesinato, pero supongo que las condiciones ideales no existen, hay un momento en que es preciso decidirse porque, de todos modos, ya no queda tiempo para encontrar otro mejor. Será, por consiguiente, Holešovice, esa curva que hoy en día ya no existe, tragada por una vía de circunvalación y por la modernidad que se ríe de mis recuerdos.
Porque yo recuerdo. Ahora. Cada día, cada hora, el recuerdo se hace más nítido. En esa curva de la calle de Holešovice tengo la impresión de que espero desde siempre.
Paso unos días de vacaciones en una hermosa casa, en Toulon, y escribo un poco. Esta casa no es una casa cualquiera. Es la antigua morada de un impresor alsaciano que se codeó con Eluard y con Elsa Triolet (y con Claudel también) por razón de sus actividades profesionales. Durante la guerra, él estaba en Lyon, donde imprimía papeles falsos para los judíos y donde almacenaba los fondos de Éditions de Minuit. En el mismo momento, su propiedad de Toulon era utilizada como campamento por el ejército alemán, pero nadie, por lo visto, llegó a habitar en la casa, que quedó tal cual está ahora. Los muebles y los libros están donde estaban, y aún continúan allí.
Su sobrina nieta, que conoce el interés que tengo en ese periodo, me muestra una delgada obra que saca de la biblioteca familiar. Es la primera edición de
El silencio del mar
, de Vercors, publicado el 25 de julio de 1943, «día de la caída del tirano de Roma», como se le menciona al final del volumen, y dedicado por el autor al tío abuelo:
Para Madame y para Pierre Braun,
con los sentimientos que unen
a quienes
el silencio del mar
ha sumergido en los días sombríos,
y como homenaje sincero de
Vercors.
Estoy de vacaciones y tengo un poco de Historia entre mis dedos, es una sensación muy dulce y muy agradable.
Circulan alarmantes rumores sobre Heydrich. Va a dejar Praga. Definitivamente. Mañana debe tomar el avión para Berlín. No se sabe si volverá. Evidentemente, sería un alivio para la población checa. Pero supondría también el fiasco de «Antropoide». Estas noticias son preocupantes para los paracaidistas, y también, aunque no sospechen nada, para… los franceses. Al parecer, se dice entre los historiadores que quizá Heydrich, considerando que ya había cumplido su misión de poner en marcha el Protectorado, habría orientado las miras hacia, como diríamos hoy, «un nuevo reto». Después de haber hecho estragos en Bohemia-Moravia con la increíble brutalidad que se ha visto, Heydrich se ocuparía de Francia.
Tiene que trasladarse a Berlín para discutir con Hitler el modo de proceder. Francia se agita, las larvas de Pétain y Laval están a punto, y si Heydrich se puede ocupar de la Resistencia francesa como se ha ocupado de la Resistencia checa, sería perfecto.
Esto no es más que una hipótesis, basada sin embargo en el viaje de Heydrich a París de hace quince días.
En este mes de mayo de 1942, en efecto, Heydrich ha pasado una semana en París. He hallado la crónica filmada de su visita en los archivos de la INA: en un extracto de las noticias de actualidad francesas de esa época, hay 59 segundos de reportaje filmado dedicados a la visita de Heydrich, cuyo comentario, pronunciado con esa voz gangosa tan típica de los años cuarenta, decía así:
París. Llegada de M. Heydrich, general de las SS, jefe de la seguridad, representante del Reich en Praga, encargado por el jefe de las SS y de la policía alemana, M. Himmler, de dar posesión en sus funciones a M. Oberg, general de división de las SS y de la policía en territorios ocupados. Como es sabido, la comisión internacional de la policía criminal tiene por presidente a M. Heydrich y Francia ha estado debidamente representada en esa comisión. El general ha aprovechado su estancia en París para recibir a M. Bousquet, secretario general de la Policía, y a M. Hilaire, secretario general de la administración. M. Heydrich ha tenido contacto, asimismo, con M. Darquier de Pellepoix, que acaba de ser nombrado comisario general para la cuestión judía, así como con M. de Brinon.
Este encuentro de Heydrich y de Bousquet siempre me ha intrigado; me habría encantado tener las actas de su conversación. Después de la guerra, Bousquet hizo creer durante mucho tiempo que se enfrentó a Heydrich. Es verdad que se negó categóricamente a ceder en un punto: que las prerrogativas de la policía francesa no fueran recortadas, prerrogativas que consistían esencialmente en detener a las personas. Sobre todo a los judíos. En realidad, Heydrich no ve ningún inconveniente en que la policía local proceda de ese modo, quitándoles trabajo así a los alemanes. Le confiesa a Oberg que, por su experiencia en el Protectorado, dar autonomía a la policía y a la administración permitirá conseguir mejores resultados. A condición, naturalmente, de que Bousquet dirija su policía «con el mismo espíritu que la policía alemana». Pero Heydrich no tiene ninguna duda de que Bousquet es el hombre indicado. Al término de su estancia en Francia, dice: «La única personalidad que posee a la vez juventud, inteligencia y autoridad es Bousquet. Con hombres como él podremos preparar la Europa de mañana, una Europa muy diferente de la que es hoy.»
Cuando Heydrich anuncia a René Bousquet la inminente deportación de los judíos apátridas (es decir, no franceses) internados en Drancy, Bousquet propone espontáneamente añadir la de los judíos apátridas internados en la zona libre. No se puede ser más servil.
Durante toda su vida, René Bousquet fue, como todo el mundo sabe, el amigo de François Mitterrand, pero no es esto lo que más se le ha reprochado.
Bousquet no es un poli como Barbie, ni un miliciano como Touvier, ni siquiera un prefecto como Papon en Burdeos. Es un político de muy alto nivel destinado a una brillante carrera, pero que escoge la vía de la colaboración y se pringa en la deportación de los judíos. Es el que se asegura de que la redada del Vél’ d’Hiv’ (nombre en clave: «Viento primaveral»), en julio de 1942, sea efectuada adecuadamente por la policía francesa y no por los alemanes. Por tanto, es el responsable de lo que con toda probabilidad sea la mayor infamia vinculada a la historia de la nación francesa. Que esto se llame el Estado francés no cambia para nada el asunto, evidentemente. ¿Cuántas Copas del Mundo habría que ganar para lavar una mancha semejante?