Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (88 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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Voldemort, en cuyo rostro se reflejaba un odio inhumano, peleaba contra McGonagall, Slughorn y Kingsley, que lo esquivaban y se zafaban de él, defendiéndose con denuedo pero incapaces de reducirlo…

Bellatrix luchaba a unos cincuenta metros de Voldemort, e, igual que su amo, lidiaba con tres oponentes a la vez: Hermione, Ginny y Luna. Las chicas peleaban a fondo, dando lo mejor de sí, pero Bellatrix igualaba sus fuerzas. Harry vio cómo una maldición asesina pasaba rozando a Ginny, que se salvó de la muerte por los pelos… El muchacho decidió atacar a Bellatrix en lugar de a Voldemort, pero sólo había dado unos pasos en esa dirección cuando lo apartaron de un empujón.

—¡¡Mi hija no, mala bruja!!

La señora Weasley se quitó la capa para tener libres los brazos y corrió hacia Bellatrix. La
mortífaga
se dio la vuelta y soltó una carcajada al ver quién la amenazaba.

—¡¡Apartaos de aquí!! —les gritó la señora Weasley a las tres chicas y, haciendo un molinete con la varita, se dispuso a luchar contra Bellatrix.

Aterrado y eufórico, Harry vio cómo Molly Weasley agitaba incansablemente la varita y la sonrisa burlona de Bellatrix se convertía en una mueca de rabia. De las dos varitas salían chorros de luz, y alrededor de las brujas el suelo se recalentó y empezó a resquebrajarse. Ambas mujeres peleaban a muerte.

—¡Quietos! —ordenó la señora Weasley al ver que algunos estudiantes iban hacia ella con intención de ayudarla—. ¡Apartaos! ¡Apartaos! ¡Es mía!

Había cientos de personas bordeando las paredes, observando los dos combates: el de Voldemort y sus tres oponentes, y el de Bellatrix y Molly. Harry se quedó allí plantado, invisible, incapaz de decidir entre uno y otro; quería atacar, pero también proteger, y temía herir a algún inocente.

—¿Qué va a ser de tus hijos cuando te haya matado? —se burló Bellatrix, tan frenética como su amo, dando saltos para esquivar las maldiciones de Molly—. ¿Qué les va a pasar cuando su mami vaya a reunirse con Freddie?

—¡Nunca… volverás… a tocar… a nuestros hijos! —chilló la señora Weasley.

Bellatrix soltó una carcajada, una risa de euforia muy parecida a la que había emitido su primo Sirius al caer hacia atrás a través del velo, y Harry, antes de que ocurriera, supo lo que iba a suceder: la maldición de Molly pasó por debajo del brazo extendido de Bellatrix y le dio de lleno en el pecho, justo encima del corazón.

La sonrisa de regodeo de Bellatrix se quedó estática y dio la impresión de que los ojos se le salían de las órbitas. Por un instante, la bruja fue consciente de lo que había pasado, pero entonces se derrumbó y la multitud se puso a bramar. Voldemort soltó un horrible chillido.

Harry sintió como si se diera la vuelta a cámara lenta y vio a McGonagall, Kingsley y Slughorn salir despedidos hacia atrás, retorciéndose en el aire, al mismo tiempo que la rabia de Voldemort, ante la caída de su último y mejor lugarteniente, estallaba con la fuerza de una bomba. El Señor Tenebroso alzó la varita y apuntó a Molly Weasley.


¡Protego!
—bramó Harry, y el encantamiento escudo se expandió en medio del comedor.

Voldemort miró alrededor en busca del responsable y el muchacho se quitó por fin la capa invisible.

Los gritos de sorpresa, los chillidos y las aclamaciones («¡¡Harry!!», «¡¡Es él!!», «¡¡Está vivo!!») se apagaron enseguida. El miedo atenazó a la multitud y se hizo un repentino y completo silencio cuando Voldemort y Harry, mirándose a los ojos, comenzaron a dar vueltas el uno alrededor del otro.

—No quiero que nadie intente ayudarme —dijo Harry, y en medio de aquel profundo silencio su voz se propagó como el sonido de una trompeta—. Tiene que ser así. Tengo que hacerlo yo.

Voldemort dio un silbido.

—Potter no lo dice en serio —dijo abriendo mucho sus encamados ojos—. Ese no es su estilo, ¿verdad que no? ¿A quién piensas emplear como escudo hoy, Potter?

—A nadie —respondió Harry llanamente—. Ya no hay más
Horrocruxes
. Sólo quedamos tú y yo. Ninguno de los dos podrá vivir mientras el otro siga con vida, y uno de los dos está a punto de despedirse para siempre…

—¿Uno de los dos, dices? —se burló Voldemort. Tenía todo el cuerpo en tensión y no quitaba la vista de su presa; parecía una serpiente a punto de atacar—. ¿Y no crees que ése serás tú, el niño que sobrevivió por accidente y porque Dumbledore movía los hilos?

—¿Llamas accidente a que mi madre muriera para salvarme? —replicó Harry. Seguían desplazándose de lado, manteniendo las distancias pero trazando un círculo perfecto; para Harry no existía otra cara que no fuera la de Voldemort—. ¿Llamas accidente a que yo decidiera luchar en aquel cementerio? ¿Llamas accidente a que esta noche no me haya defendido y aun así siga con vida, y esté aquí para volver a pelear?

—¡Accidentes, sólo han sido accidentes! —gritó Voldemort, pero no se decidía a atacar. La multitud los observaba petrificada, y de los cientos de personas que había en el comedor parecía que sólo respiraran ellos dos—. ¡Accidentes y suerte, y el hecho de que te escondieras y gimotearas bajo las faldas de hombres y mujeres mejores que tú, y que me permitieras matarlos por ti!

—Esta noche no vas a matar a nadie más —sentenció Harry—. Nunca más volverás a matar. ¿No lo entiendes? Estaba dispuesto a morir para impedir que le hicieras daño a esta gente…

—¡Pero no has muerto!

—Tenía la intención de morir, y con eso ha bastado. He hecho lo mismo que mi madre: los he protegido de tu maldad. ¿No te has percatado de que ninguno de tus hechizos ha durado? No puedes torturarlos ni tocarlos. Pero no aprendes de tus errores, Ryddle, ¿verdad que no?

—¡Cómo te atreves…!

—Sí, me atrevo —afirmó Harry—. Yo sé cosas que tú no sabes, Tom Ryddle. Sé muchas cosas importantes que tú ignoras. ¿Quieres escuchar alguna, antes de cometer otro grave error?

Voldemort no contestó. Siguió andando en círculo, y Harry comprendió que lo tenía temporalmente hechizado y acorralado, retenido por la remota posibilidad de que fuera verdad que él sabía un último secreto…

—¿Estás hablando otra vez del dichoso amor? —preguntó Voldemort, y su rostro de serpiente compuso una sonrisa burlona—. El amor, la solución preferida de Dumbledore, que según él derrotaría a la muerte; aunque ese amor no evitó que cayera desde la torre y se partiera como una vieja figura de cera. El amor, que no me impidió aplastar a tu madre, esa sangre sucia, como a una cucaracha, Potter. Y esta vez no veo que haya nadie que te ame lo suficiente para interponerse entre nosotros y recibir mi maldición. Así que, ¿qué va a impedir que mueras cuando te ataque?

—Sólo una cosa —aseguró Harry; seguían acosándose, separados únicamente por el último secreto.

—Si no es el amor lo que te salvará esta vez —le espetó Voldemort—, debes de creer que posees una magia que no está a mi alcance, o un arma más poderosa que la mía, ¿no?

—Creo ambas cosas.

Harry vio la sorpresa reflejada fugazmente en el rostro serpentino del Señor Tenebroso, que se echó a reír, y el sonido de su risa (una risa forzada, desquiciada, que resonó por el silencioso comedor) fue más espeluznante que sus gritos.

—Así pues, ¿crees que dominas la magia mejor que yo? ¿Te crees más hábil que lord Voldemort, que ha obrado prodigios con los que Dumbledore jamás soñó?

—Sí soñó con ellos, pero él sabía más que tú, sabía lo suficiente para no caer tan bajo como tú.

—¡Lo que quieres decir es que él era débil! ¡Demasiado débil para atreverse, demasiado débil para tomar lo que habría podido ser suyo, lo que ahora será mío!

—No, Dumbledore era más listo que tú; era mejor mago y, sobre todo, mejor persona.

—¡Yo provoqué la muerte de Albus Dumbledore!

—Eso creíste, pero estabas equivocado.

Por primera vez, la silenciosa multitud reaccionó: cientos de personas soltaron una exclamación de asombro al unísono.

—¡Dumbledore está muerto! —Voldemort le lanzó esas palabras a Harry como si pretendiera provocarle un dolor insoportable—. ¡Su cuerpo se pudre en la tumba de mármol de los jardines del castillo! ¡Lo he visto con mis propios ojos, Potter, y él no volverá!

—Sí, Dumbledore está muerto —admitió Harry con calma—, pero tú no decidiste su muerte. Él decidió cómo iba a morir, lo decidió meses antes de que ocurriera, y lo organizó todo con quien tú considerabas tu servidor.

—¿Qué tonterías estás diciendo? —se extrañó Voldemort, sin decidirse a atacar.

—Severus Snape no te pertenecía. El era fiel a Dumbledore, y lo fue desde el momento en que empezaste a perseguir a mi madre. Pero nunca te diste cuenta, y por eso no eres capaz de entender nada. ¿Verdad que jamás viste a Snape hacer aparecer un
patronus
, Ryddle?

Voldemort no contestó. Continuaban describiendo círculos, como dos lobos a punto de destrozarse el uno al otro.

—El
patronus
de Snape era una cierva —explicó Harry—, igual que el de mi madre, porque él la amó casi toda su vida, desde que eran niños. Debiste darte cuenta —añadió al ver que a Voldemort le vibraban las rendijas de la nariz—; por algo te pidió que no la mataras, ¿no?

—La deseaba, eso es todo —se burló Voldemort—, pero, cuando ella murió, Snape aceptó que había otras mujeres, y de sangre más limpia, más dignas de él…

—¡Por supuesto que te dijo eso, pero se convirtió en el espía de Dumbledore desde el momento en que la amenazaste, y desde entonces trabajó siempre para él y contra ti! ¡Dumbledore ya se estaba muriendo cuando Snape puso fin a su vida!

—¡Eso no importa! —chilló Voldemort, que había escuchado absorto cada palabra, y soltó una carcajada enloquecida—. ¡No importa que Snape me fuera fiel a mí o a Dumbledore, ni qué insignificantes obstáculos intentaran poner en mi camino! ¡Los aplasté a ambos como aplasté a tu madre, el presunto gran amor de Snape! ¡Ah, todo tiene sentido, Potter, y de un modo que tú no comprendes!

»¡Dumbledore pretendía impedir que me hiciera con la Varita de Saúco! ¡Quería que Snape fuera su verdadero propietario! Pero yo llegué antes que tú, mocoso, y conseguí la varita antes de que le pusieras las manos encima y descifré la verdad también antes que tú. ¡Hace tres horas he matado a Severus Snape, y la Varita de Saúco, la Vara Letal, la Varita del Destino, ha pasado a ser mía! ¡El plan último de Dumbledore salió mal, Harry Potter!

—Sí, salió mal. Tienes razón. Pero, antes de que intentes matarme, te aconsejo que recapacites sobre lo que has hecho… Piensa, e intenta arrepentirte un poco, Ryddle…

—¿Qué quieres decir?

De todas las cosas que Harry le había dicho, de todas las revelaciones y escarnios, ésa fue la que más lo conmocionó. Las pupilas se le contrajeron hasta quedar reducidas a unas finas líneas en medio de una piel que palidecía.

—Es tu última oportunidad —continuó Harry—. Es lo único que te queda… He visto en qué te convertirás si no lo haces… Sé hombre… Intenta… intenta arrepentirte un poco…

—¿Cómo te atreves…? —volvió a decir Voldemort.

—Sí, me atrevo —repitió Harry—, porque el plan último de Dumbledore no me ha fallado en absoluto. Te ha fallado a ti, Ryddle.

La mano con que Voldemort sujetaba la Varita de Saúco temblaba, y el muchacho asió la de Draco con fuerza. Sólo faltaban unos segundos para que el Señor Tenebroso hiciera el movimiento.

—Esa varita todavía no te funciona bien porque mataste a la persona equivocada. Severus Snape nunca fue el verdadero dueño de la Varita de Saúco, porque él nunca venció a Dumbledore.

—Snape mató…

—¿No me escuchas? ¡Snape nunca venció a Dumbledore porque la muerte de éste la planearon ellos dos juntos! ¡Dumbledore quería morir sin haber sido vencido para así convertirse en su último dueño verdadero! ¡Si todo hubiera salido como estaba planeado, el poder de la varita habría muerto con él, porque nunca nadie se la arrebató!

—¡Pues en ese caso, Potter, es como si Dumbledore me la hubiera regalado! —La voz de Voldemort temblaba con malévolo placer—. ¡Yo robé la varita de la tumba de su dueño! ¡Se la quité contraviniendo el último deseo de su propietario! ¡Su poder es mío!

—Ya veo que todavía no lo has entendido, Ryddle. ¡No basta con poseer la varita! Cogerla o utilizarla no la convierte en propiedad tuya. ¿Acaso no escuchaste a Ollivander? «La varita escoge al mago…» La Varita de Saúco reconoció a un nuevo dueño antes de morir Dumbledore, alguien que nunca llegó siquiera a tocarla. Ese nuevo dueño se la arrebató de las manos a Dumbledore sin querer, sin tener plena conciencia de lo que hacía, ni de que la varita más peligrosa del mundo le había otorgado su lealtad… —El pecho de Voldemort subía y bajaba rápidamente, y Harry vio venir la maldición; notó cómo surgía dentro de la varita que lo apuntaba a la cara—. El verdadero dueño de la Varita de Saúco era Draco Malfoy.

El rostro de Voldemort reveló una momentánea sorpresa.

—¿Y qué importancia tiene eso? —dijo con voz débil—. Aunque tuvieras razón, Potter, ni a ti ni a mí nos importa. Tú ya no tienes la varita de fénix, así que batámonos en duelo contando sólo con nuestra habilidad… Y cuando te haya matado, ya me encargaré de Draco Malfoy…

—Lo siento, pero llegas tarde; has dejado pasar tu oportunidad. Yo me adelanté: hace semanas derroté a Draco y le quité esta varita. —Sacudió la varita de espino y percibió cómo todas las miradas se centraban en ella—. Así pues, todo se reduce a esto, ¿no? —susurró—. ¿Sabe la varita que tienes en la mano que a su anterior amo lo desarmaron? Porque si lo sabe, yo soy el verdadero dueño de la Varita de Saúco.

De repente un resplandor rojo y dorado irrumpió por el techo encantado del Gran Comedor, al mismo tiempo que una porción del deslumbrante disco solar aparecía sobre el alféizar de la ventana más cercana. La luz les dio en la cara a los dos a la vez, y de pronto la de Voldemort se convirtió en una mancha llameante. El Señor Tenebroso chilló con aquella voz tan aguda, y Harry también gritó, encomendándose a los cielos y apuntándolo con la varita de Draco:


¡Avada Kedavra!


¡Expelliarmus!

El estallido retumbó como un cañonazo, y las llamas doradas que surgieron entre ambos contendientes, en el mismo centro del círculo que estaban describiendo, marcaron el punto de colisión de los hechizos. Harry vio cómo el chorro verde lanzado por Voldemort chocaba contra su propio hechizo, vio cómo la Varita de Saúco saltaba por los aires —oscura contra el sol naciente—, girando sobre sí misma hacia el techo encantado como antes la cabeza de
Nagini
, y dando vueltas en el aire retornaba hacia su dueño, al que no mataría porque por fin había tomado plena posesión de ella. Harry, con la infalible destreza del buscador de
quidditch
, la atrapó con la mano libre, al mismo tiempo que Voldemort caía hacia atrás, con los brazos extendidos y aquellos ojos rojos de delgadas pupilas vueltos hacia dentro. Tom Ryddle cayó en el suelo con prosaica irrevocabilidad, el cuerpo flojo y encogido, las blancas manos vacías, la cara de serpiente inexpresiva y sin conciencia. Voldemort estaba muerto, lo había matado su propia maldición al rebotar, y Harry se quedó allí inmóvil con las dos varitas en la mano, contemplando el cadáver de su enemigo.

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