Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—Si no le importa morir —replicó Snape con crudeza—, ¿por qué no deja que lo mate Draco?
—El alma de ese chico todavía no está tan dañada —respondió el director—. No quiero que se destroce por mi culpa.
—¿Y mi alma, Dumbledore? ¿Y la mía?
—Sólo tú sabes si perjudicará a tu alma ayudar a un pobre anciano a eludir el dolor y la humillación. Si te pido este único y gran favor, Severus, es porque estoy tan seguro de que ha llegado mi hora como de que los Chudley Cannons van a quedar últimos de la liga este año. Confieso que prefiero un final rápido y sin dolor al prolongado y chapucero asunto en que se convertiría mi muerte si, por ejemplo, Greyback colaborara en ella. Tengo entendido que Voldemort lo ha reclutado, ¿no? O si interviniera nuestra querida Bellatrix; a ella le gusta jugar con la comida antes de comérsela.
Hablaba con ligereza, pero traspasaba con la mirada a Snape, como tantas veces lo había hecho con Harry, como si fuera capaz de ver el alma de su interlocutor. Por fin Snape dio otra seca cabezada.
—Gracias, Severus… —Dumbledore parecía satisfecho.
El despacho desapareció, y a continuación Snape y Dumbledore paseaban juntos por los desiertos jardines del castillo, a la hora del crepúsculo.
—¿Qué hace con Potter por las noches cuando se encierran juntos? —preguntó de pronto Snape.
Dumbledore tenía aspecto de cansado, pero respondió:
—¿Por qué? No pretenderás imponerle más castigos, ¿verdad, Severus? Dentro de poco, el chico habrá pasado más tiempo castigado que libre.
—Es igual que su padre…
—Físicamente quizá sí, pero de carácter se parece bastante más a su madre. Me encierro con él porque tengo cosas que contarle, información que debo transmitirle antes de que sea demasiado tarde.
—Información que… —repitió Snape—. Es decir que confía en él, pero en mí no.
—No es una cuestión de confianza. Como ambos sabemos, dispongo de un tiempo limitado. De modo que es fundamental que le dé suficientes explicaciones para que pueda llevar a cabo su misión.
—¿Y por qué no puedo tener yo esa misma información?
—Prefiero no poner todos mis secretos en el mismo cesto, sobre todo tratándose de un cesto que pasa tanto tiempo colgado del brazo de lord Voldemort.
—¡Eso lo hago obedeciendo sus órdenes!
—Y lo haces estupendamente. No creas que subestimo el constante peligro que corres, Severus. Darle a Voldemort lo que parecen datos valiosos mientras le ocultas lo esencial es un trabajo que no le confiaría a nadie más que a ti.
—¡Y sin embargo, le confía mucho más a un niño incapaz de practicar la
Oclumancia
, cuya magia es mediocre y que tiene una conexión directa con la mente del Señor Tenebroso!
—Voldemort teme esa conexión. No hace mucho tuvo una pequeña muestra de lo que puede significar para él compartir plenamente la mente de Harry y jamás había experimentado un dolor semejante. Estoy convencido de que no intentará poseer al chico de nuevo. Al menos, no de esa forma.
—No lo entiendo.
—El alma de lord Voldemort, pese a estar mutilada, no soporta el contacto con un alma como la de Harry. Es como el contacto de la lengua con el acero helado, o el de la piel con las llamas…
—¿Almas? ¡Estábamos hablando de mentes!
—En el caso de Harry y lord Voldemort, hablar de una cosa equivale a hablar de la otra. —Dumbledore escrutó en derredor para asegurarse de que no tenían compañía. Habían llegado cerca del Bosque Prohibido, pero no se veía a nadie por allí cerca—. Cuando me hayas matado, Severus…
—¡Se niega a contármelo todo, y en cambio espera que yo cumpla ese pequeño servicio! —gruñó Snape, y una rabia auténtica se le reflejó en el enjuto rostro—. ¡Usted da muchas cosas por hechas, Dumbledore! ¡Quizá yo haya cambiado de opinión!
—Me diste tu palabra, Severus. Y hablando de servicios que me debes, creía que habías accedido a vigilar de cerca a nuestro joven amigo de Slytherin, ¿no? —Snape estaba enojado, indignado. Dumbledore suspiró y añadió—: Ven a mi despacho esta noche, Severus, a las once, y no podrás acusarme de que no confío en ti…
Volvían a estar en el despacho del director de Hogwarts; ya había caído la noche,
Fawkes
guardaba silencio y Snape permanecía quieto en su asiento, mientras Dumbledore hablaba y caminaba alrededor de él.
—Harry no debe saberlo hasta el último momento, hasta que sea imprescindible. De lo contrario, no podría tener la fuerza necesaria para hacer lo que debe.
—Pero ¿qué es eso que debe hacer?
—Eso es asunto mío y de Harry. Escúchame con atención, Severus. Después de mi muerte llegará un momento… ¡No, no me discutas ni me interrumpas! Llegará un momento en que lord Voldemort temerá por la vida de su serpiente.
—¿De
Nagini
? —se extrañó Snape.
—Sí, eso es. Y si lord Voldemort deja de enviar a esa serpiente a hacerle encargos y la mantiene a su lado, bajo protección mágica, creo que entonces será prudente contárselo a Harry.
—Contarle ¿qué?
Dumbledore respiró hondo, cerró los ojos y continuó:
—Que la noche en que lord Voldemort intentó matarlo, cuando Lily, actuando como un escudo humano, dio su vida por él, la maldición asesina rebotó contra el Señor Tenebroso y un fragmento del alma de éste se separó del resto y se adhirió a la única alma viva que quedaba en aquel edificio en ruinas. Es decir, que una parte de lord Voldemort vive dentro de Harry, y eso es lo que le confiere el don de hablar con las serpientes y una conexión con la mente de lord Voldemort, circunstancia que él nunca ha entendido. Y mientras ese fragmento de alma, que Voldemort no echa de menos, permanezca adherido a Harry y protegido por él, el Señor Tenebroso no puede morir.
Harry veía a aquellos dos hombres como si estuviera al final de un largo túnel; estaban muy lejos y las voces le resonaban de forma extraña en los oídos.
—Entonces el chico… ¿el chico debe morir? —preguntó Snape con serenidad.
—Y tiene que matarlo el propio Voldemort, Severus. Eso es esencial.
Guardaron un largo silencio, y por fin Snape dijo:
—Yo creía… Todos estos años, yo creía… que lo estábamos protegiendo por ella; por Lily.
—Lo hemos protegido porque era fundamental instruirlo, educarlo, permitir que pusiera a prueba sus fuerzas —explicó Dumbledore, que seguía con los ojos fuertemente cerrados—. Mientras tanto, la conexión entre ellos dos se ha hecho aún más fuerte. Es un crecimiento parasitario; a veces he pensado que él también lo sospecha. Si no me equivoco, si lo conozco bien, hará las cosas de forma que, cuando se enfrente a la muerte, ésta significará verdaderamente el fin de Voldemort.
Dumbledore abrió los ojos. Snape estaba horrorizado y exclamó:
—¿Lo ha mantenido con vida para que pueda morir en el momento más adecuado?
—No pongas esa cara, Severus. ¿A cuántos hombres y mujeres has visto morir?
—Últimamente, sólo a los que no podía salvar —respondió Snape. Se levantó y agregó—: Me ha utilizado.
—Y eso ¿qué significa?
—He espiado por usted, he mentido por usted, he puesto mi vida en peligro por usted. Se suponía que todo eso lo hacía para proteger al hijo de Lily Potter. Y ahora me dice que lo ha criado como quien cría un cerdo para llevarlo al matadero…
—Me emocionas, Severus —repuso Dumbledore con seriedad—. ¿No será que has acabado sintiendo cariño por ese chico?
—¿Por él? —se escandalizó Snape—.
¡Expecto patronum!
Del extremo de su varita salió la cierva plateada, se posó en el suelo del despacho, dio un brinco y saltó por la ventana. Dumbledore la vio alejarse volando, y cuando el resplandor plateado se perdió de vista, se volvió hacia Snape y, con lágrimas en los ojos, le preguntó:
—¿Después de tanto tiempo?
—Sí, después de tanto tiempo —dijo Snape.
La escena se transformó. Harry vio a Snape hablando con el retrato de Dumbledore, colocado detrás del escritorio del director.
—Tendrás que darle a Voldemort la fecha correcta de la partida de Harry de la casa de sus tíos —dijo Dumbledore—. No hacerlo levantaría sospechas, porque él cree que estás muy bien informado. Sin embargo, debes sugerir la idea de emplear señuelos; supongo que de ese modo garantizaremos la seguridad de Harry. Intenta confundir a Mundungus Fletcher. Y, Severus, si te ves obligado a participar en la persecución, asegúrate de interpretar tu papel de forma convincente. Cuento con que lord Voldemort siga teniendo buena opinión de ti el máximo tiempo posible; de lo contrario, Hogwarts quedará en manos de los Carrow…
A continuación, Harry vio a Snape hablando con Mundungus en una taberna que no supo identificar. Fletcher tenía una expresión ausente y Snape fruncía el entrecejo, muy concentrado.
—Propondrás a la Orden del Fénix que utilicen señuelos, poción
multijugos
, varios Potters idénticos. Es lo único que dará resultado. Olvidarás que te lo he sugerido yo y lo presentarás como si fuera idea tuya. ¿Me has entendido?
—Sí, te he entendido —murmuró Mundungus con la mirada desenfocada.
Poco después Harry volaba al lado de Snape en una escoba, surcando una noche oscura y despejada. Al profesor lo acompañaban otros
mortífagos
encapuchados, y delante iban Lupin y otro Harry que en realidad era George… Un
mortífago
se adelantó a Snape y levantó la varita apuntando a la espalda de Lupin…
—
¡Sectumsempra!
—gritó Snape.
Pero el hechizo, que iba dirigido a la mano con que el
mortífago
sostenía la varita, se desvió y alcanzó a George…
Después aparecía Snape, arrodillado en el antiguo dormitorio de Sirius, leyendo la carta de Lily mientras las lágrimas le goteaban de su aguileña nariz. En la segunda hoja sólo había unas pocas palabras:
pudiera ser amigo de Gellert Grindelwald. ¡Me parece que esa mujer está perdiendo la chaveta!
Un fuerte abrazo,
Lily
Snape cogió la página que llevaba la firma de Lily, y el abrazo que enviaba, y se la guardó bajo la túnica. Luego rompió por la mitad la fotografía que también tenía en la mano; se quedó la parte en que aparecía ella riendo y tiró al suelo, bajo la cómoda, la parte donde se veía a James y Harry.
Y luego Snape volvía a estar en el despacho del director, y Phineas Nigellus llegaba apresuradamente a su retrato.
—¡Señor director! ¡Han acampado en el Bosque de Dean! La sangre sucia…
—¡No emplee esa palabra!
—Está bien, la señorita Granger. ¡Ha mencionado el sitio cuando abrió su bolso, y la he oído!
—¡Bien! ¡Muy bien! —exclamó el retrato de Dumbledore detrás del sillón del director—. ¡Y ahora, la espada, Severus! ¡No olvides que debe ser conseguida con fines nobles y superando condiciones adversas que requieran un gran valor, y que él no debe saber que eres tú quien la pone a su alcance! Si Voldemort le leyera la mente a Harry y te viera ayudándolo…
—Lo sé —repuso Snape con aspereza. Se acercó al retrato de Dumbledore y tiró de uno de los lados. El lienzo se abrió como una puerta revelando una cavidad oculta, de la que Snape sacó la espada de Gryffindor. Entonces, mientras se ponía una capa de viaje sobre la túnica, preguntó—: ¿Y piensa seguir sin explicarme por qué es tan importante que le dé la espada a Potter?
—Sí, me temo que sí —dijo el retrato de Dumbledore—. Él sabrá qué hacer con ella. Y ten cuidado, Severus, quizá no se alegren de verte después del percance que sufrió George Weasley…
Snape se dio la vuelta al llegar a la puerta.
—No se preocupe, Dumbledore —dijo con frialdad—. Tengo un plan.
Y salió del despacho.
Harry sacó la cabeza del
pensadero
y, un instante después, yacía tumbado sobre la alfombra, en la misma habitación, como si Snape acabara de cerrar la puerta.
34
La verdad, al fin. Tumbado boca abajo, con la cara sobre la polvorienta alfombra del despacho donde una vez creyó estar aprendiendo los secretos de la victoria, Harry comprendió que no iba a sobrevivir. Su misión era entregarse con serenidad a los acogedores brazos de la muerte. Pero antes de llegar a ese punto tenía que destruir los últimos vínculos de Voldemort con la vida, de modo que cuando saliera al encuentro del Señor Tenebroso sin alzar la varita para defenderse, hubiera un final limpio y se diera por concluido el trabajo que no se había terminado en Godric's Hollow: ninguno de los dos viviría, ninguno de los dos sobreviviría.
El corazón le latía con violencia. Pensó que precisamente el miedo a la muerte lo hacía bombear con mayor vigor para mantenerlo con vida, pero se pararía, y pronto. Sus latidos estaban contados… ¿Cuántos emplearía para levantarse, salir del castillo por última vez y cruzar los jardines en dirección al Bosque Prohibido?
Tendido en el suelo, con ese fúnebre tambor golpeando en su interior, sintió que lo invadía el pánico. ¿Dolería morir? Más de una vez había creído que llegaba su hora, aunque en el último momento se había salvado; pero nunca se había detenido a pensar de verdad en el hecho en sí, porque sus ganas de vivir siempre habían superado su miedo a la muerte. Sin embargo, en ese momento ni siquiera se planteó escapar, o burlar a Voldemort; sabía que todo había terminado, y la única verdad que quedaba era el hecho en sí: morir.
¡Ojalá hubiera muerto aquella noche de verano en que salió del número 4 de Privet Drive por última vez, la noche en que lo salvó la noble varita de pluma de fénix! ¡Ojalá hubiera muerto tan repentinamente como
Hedwig
, sin enterarse de nada, o lanzándose delante de una varita para salvar a algún ser querido! ¡Cómo envidiaba a sus padres por su manera de morir! Pero el paseo a sangre fría hasta su propia destrucción iba a requerir otro tipo de valor. Los dedos le temblaban ligeramente y, aunque nadie lo estaba viendo (todos los retratos de las paredes se encontraban vacíos), se esforzó por controlarlos.