Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
»No, no temía morir —aclaró ante la inquisitiva mirada del chico—, ni lo que Grindelwald pudiera hacerme con su magia, porque sabía que estábamos igualados; quizá yo fuera, incluso, un poco más hábil que él. Lo que me daba miedo era la verdad. Verás, yo nunca supe cuál de los dos, en aquella última y espeluznante pelea, lanzó la maldición que mató a mi hermana. Quizá me llames cobarde, y tienes razón. Pero lo que más temía, por encima de todo, era saber a ciencia cierta que fui yo quien le causó la muerte a Ariana, no sólo por mi arrogancia y estupidez, sino por asestarle el golpe que apagó su vida.
»Estoy casi seguro de que él sabía cuál era mi temor. Por ese motivo fui posponiendo nuestro enfrentamiento, hasta que llegó un momento en que habría sido demasiado vergonzoso seguir aplazándolo. Estaba muriendo gente por su culpa, y Grindelwald parecía imparable, de manera que tenía que hacer todo lo posible por impedirlo.
»Bueno, ya sabes qué pasó a continuación. Gané el duelo. Gané la varita.
Otra vez silencio. Harry no le preguntó si había llegado a averiguar quién mató a Ariana. No quería saberlo, y menos que él mismo tuviera que decírselo. Por fin comprendía qué debía de ver Dumbledore cuando se miraba en el espejo de Oesed, y por qué se mostraba tan comprensivo ante la fascinación que éste ejercía sobre Harry.
Permanecieron largo rato callados; los gemidos de la extraña criatura apenas perturbaban ya a Harry.
Al fin, Dumbledore continuó:
—Grindelwald intentó impedir que Voldemort se hiciera con la varita. Le mintió: le aseguró que nunca la había tenido. —Asentía con la cabeza, mirándose el regazo; las lágrimas todavía le resbalaban por la torcida nariz—. Dicen que mucho más tarde, cuando cumplía condena en su celda de Nurmengard, se arrepintió. Espero que sea verdad. Me gustaría creer que comprendió lo horrible y vergonzoso que fue lo que hizo. Quizá esa mentira que le dijo a Voldemort fuera su intento de reparar el daño, de impedir que el Señor Tenebroso consiguiera la reliquia…
—O quizá de impedir que abriera la tumba en la que usted reposaba —sugirió Harry, y Dumbledore se enjugó las lágrimas—. Usted intentó utilizar la Piedra de la Resurrección.
—En efecto. Cuando después de tantos años descubrí la reliquia que más había ansiado poseer, enterrada en la casa abandonada de los Gaunt (aunque en mi juventud la quería por motivos muy diferentes), perdí la cabeza. Casi olvidé que se había convertido en un
Horrocrux
, y que el anillo debía de llevar una maldición. De modo que lo cogí y me lo puse en el dedo; por un instante imaginé que estaba a punto de ver a Ariana y a mis padres, y que podría decirles cuánto lo lamentaba…
»Fui un estúpido. Al cabo de tanto tiempo no había aprendido nada. Era indigno de reunir las Reliquias de la Muerte, lo había demostrado en más de una ocasión, y allí estaba la prueba definitiva.
—Pero ¿por qué? —exclamó Harry—. ¡Era lógico! Usted quería volver a verlos. ¿Qué tiene eso de malo?
—Quizá un hombre entre un millón podría reunir las reliquias, Harry. Yo sólo merecía poseer la más humilde de las tres, la menos extraordinaria: la Varita de Saúco, pero no para hacer alarde de ella, ni para matar. Se me permitió domarla y utilizarla, porque no la obtuve para mi propio beneficio, sino para salvar a otros de su poder.
»Pero la Capa Invisible la cogí por pura curiosidad, y por eso nunca me habría funcionado como a ti, que eres su verdadero propietario. Y la Piedra de la Resurrección la habría utilizado para traer a los que descansan en paz, no para sacrificarme como hiciste tú. Tú eres el digno poseedor de las reliquias.
Dumbledore le dio unas palmaditas en la mano, y el chico le sonrió sin poder evitarlo. ¿Cómo podía seguir enfadado con él? No obstante, le preguntó:
—¿Por qué me lo puso tan difícil?
Dumbledore esbozó una sonrisa.
—Me temo que conté con que la señorita Granger te ayudaría a tomarte las cosas con más calma, Harry. Me daba miedo que tu acalorada mente dominara tu buen corazón, y que, si te presentaba abiertamente los hechos acerca de esos tentadores objetos, te apoderaras de las reliquias, como hice yo, en el momento equivocado y por las razones equivocadas. Si llegabas a conseguirlas, yo quería que las poseyeras sin peligro. Así que ahora eres el verdadero señor de la muerte, porque el verdadero señor de la muerte no pretende huir de ella, sino que acepta que debe morir y entiende que en la vida hay cosas mucho peores que morir.
—¿Y Voldemort nunca conoció la existencia de las reliquias?
—Creo que no, porque no reconoció la Piedra de la Resurrección que convirtió en un
Horrocrux
. Y aunque lo hubiera sabido, Harry, dudo que se hubiera interesado más que por la primera, pues no habría creído que la capa le fuera útil, y en cuanto a la piedra, ¿a quién iba a querer recuperar del mundo de los muertos? El teme a los muertos, porque no ama.
—Pero ¿usted sabía que Voldemort buscaría la varita?
—Verás, desde que tu varita superó a la suya en el cementerio de Pequeño Hangleton estaba convencido de que intentaría poseerla. Al principio él temió que lo hubieras vencido gracias a una destreza superior. Sin embargo, después de secuestrar a Ollivander descubrió la existencia de los núcleos centrales gemelos, y creyó que esa razón lo explicaba todo. ¡Pero la varita que tomó prestada no funcionó mejor contra la tuya! Así que, en lugar de preguntarse cuál era esa cualidad tuya que había hecho tan poderosa tu varita, qué don era ese que tú poseías y él no, decidió buscar la única varita que, según decían, era capaz de derrotar a cualquier otra. Para él, la Varita de Saúco se ha convertido en una obsesión comparable a su obsesión por ti. Cree que esa varita elimina cualquier atisbo de debilidad y lo hace verdaderamente invencible. Pobre Severus…
—Si usted planeó su propia muerte con Snape, era porque quería que él terminara poseyendo la Varita de Saúco, ¿no?
—Sí, admito que ésa era mi intención. Pero no salió como lo había planeado, ¿verdad?
—No, eso no dio resultado.
La criatura continuaba sacudiéndose y gimiendo, y ellos se quedaron callados un rato aún más largo. Durante esos dilatados minutos, la revelación de lo que iba a suceder a continuación fue descendiendo sobre Harry como una lenta nevada.
—Tengo que regresar, ¿verdad?
—Eso debes decidirlo tú.
—¿Puedo elegir?
—Sí, ya lo creo —respondió Dumbledore, sonriente—. ¿Dónde has dicho que estamos? En King's Cross, ¿no? Supongo que si decidieras no regresar, podrías… coger un tren.
—¿Y adonde me llevaría ese tren?
—Más allá.
Volvieron a quedarse en silencio.
—Voldemort tiene la Varita de Saúco.
—Cierto, la tiene.
—Pero ¿usted quiere que yo regrese?
—Si decides regresar, existe la posibilidad de que Voldemort sea derrotado para siempre. No puedo prometerlo, pero de una cosa sí estoy seguro, Harry: tú tienes mucho menos que temer si vuelves aquí que él.
Harry echó otra ojeada a aquel ente en carne viva que temblaba y emitía ruiditos bajo la apartada silla.
—No te den lástima los muertos, Harry, sino más bien los vivos, y sobre todo los que viven sin amor. Si regresas, quizá puedas evitar que haya más muertos y heridos, más familias destrozadas. Si eso te parece un objetivo encomiable, entonces tú y yo nos despediremos hasta la próxima.
Harry asintió y dio un suspiro. Abandonar el lugar donde se hallaba no resultaría tan difícil como entrar en el Bosque Prohibido, pero aquí se estaba cómodo, caliente y tranquilo, y él sabía que si regresaba se enfrentaría de nuevo al dolor, al miedo y la pérdida. Por fin se levantó. Dumbledore lo imitó y ambos se miraron largamente a los ojos.
—Dígame una última cosa —pidió Harry—. ¿Esto es real? ¿O está pasando sólo dentro de mi cabeza?
Dumbledore lo miró sonriente, y su voz sonó alta y potente, pese a que aquella reluciente neblina descendía de nuevo e iba ocultándole el cuerpo.
—Claro que está pasando dentro de tu cabeza, Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no es real?
36
Volvía a estar tendido en el suelo. El olor del bosque le impregnaba el olfato y notaba la fría y dura tierra bajo la mejilla, así como una patilla de las gafas, que con la caída se le habían torcido y le habían hecho un corte en la sien. Además, le dolía todo el cuerpo, y en el sitio donde había recibido la maldición asesina percibía una contusión que parecía producida por un puño de hierro. A pesar de todo no se movió, sino que siguió en el lugar exacto donde había caído, manteniendo el brazo izquierdo doblado en una posición extraña y la boca abierta.
No le habría sorprendido oír gritos de triunfo y júbilo ante su muerte, pero lo que oyó fueron pasos acelerados, susurros y murmullos llenos de interés.
—Mi señor… mi señor…
Era la voz de Bellatrix, que hablaba como si se dirigiera a un amante. Harry no se atrevió a abrir los ojos, pero dejó que sus otros sentidos analizaran el aprieto en que se encontraba. Sabía que todavía tenía la varita mágica debajo de la túnica porque la notaba bajo el pecho, y una ligera blandura en la zona del estómago le indicaba que también conservaba escondida la capa invisible.
—Mi señor…
—Ya basta —dijo Voldemort.
Más pasos; varias personas se retiraban del mismo lugar. Ansioso por averiguar qué estaba ocurriendo y por qué, Harry separó los párpados un milímetro.
Voldemort se estaba levantando, al mismo tiempo que varios
mortífagos
se alejaban en dirección a la multitud que bordeaba el claro. Sólo Bellatrix se quedó atrás, arrodillada junto al Señor Tenebroso.
Harry volvió a cerrar los ojos y reflexionó: en un primer momento, los
mortífagos
debían de haber estado apiñados alrededor de Voldemort, que al parecer había caído al suelo. Algo había sucedido cuando le lanzó la maldición asesina a Harry. ¿Se habría desplomado también él? Daba esa impresión. Y ambos habían perdido brevemente el conocimiento, y ambos lo habían recobrado…
—Mi señor, permitidme…
—No necesito ayuda —le espetó Voldemort con frialdad. Aunque no podía verla, Harry imaginó a Bellatrix retirando una solícita mano—. El chico… ¿ha muerto?
Se hizo un silencio absoluto en el claro. Nadie se acercó a Harry, pero él percibía sus miradas, que parecían aplastarlo aún más contra el suelo. Temió que se le moviera un dedo o un párpado.
—Tú —indicó Voldemort, y hubo un estallido y un ligero grito de dolor—, examínalo y dime si está muerto.
Harry ignoraba a quién había dado esa orden. No tenía más remedio que quedarse allí tendido, con el corazón palpitándole y amenazando con traicionarlo, y dejar que lo examinaran. No obstante, lo consoló (aunque fuera un pobre consuelo) saber que Voldemort no se atrevía a acercarse a él, porque sospechaba que no todo había salido según sus previsiones…
Unas manos más suaves de lo que suponía le tocaron la cara, le levantaron un párpado, se deslizaron bajo su camisa hasta el pecho y le buscaron el pulso. Oyó la rápida respiración de la mujer, y su largo cabello le hizo cosquillas en la cara. Harry sabía que ella le detectaba los fuertes latidos de la vida en el pecho.
—¿Está vivo Draco? ¿Está en el castillo? —le susurró muy quedamente la mujer, rozándole la oreja con los labios, al tiempo que su larga melena ocultaba la cara de Harry a los curiosos.
—Sí —musitó el muchacho.
Notó cómo la mano que ella le había posado en el pecho se contraía, clavándole las uñas. Entonces retiró la mano y se incorporó.
—¡Está muerto! —anunció Narcisa Malfoy a los demás.
Todos soltaron gritos y exclamaciones de triunfo y dieron contundentes patadas en el suelo. Aunque mantenía los ojos cerrados, Harry vislumbró destellos rojos y plateados de celebración. Y mientras seguía así, fingiéndose muerto, lo entendió: Narcisa sabía que la única manera de que le permitieran entrar en Hogwarts y buscar a su hijo era formando parte del ejército conquistador. Ya no le importaba que Voldemort ganara o no.
—¡¿Lo veis?! —chilló Voldemort por encima del alboroto—. ¡He matado a Harry Potter y ya no existe hombre vivo que pueda amenazarme! ¡Mirad! ¡Crucio!
Harry estaba esperándolo: sabía que no permitirían que su cuerpo quedara impoluto en el Bosque Prohibido; tenían que humillarlo para demostrar la victoria del Señor Tenebroso. Notó que se elevaba del suelo y tuvo que emplear toda su determinación para relajar los músculos y no ofrecer resistencia, pero no sintió ningún dolor. Se vio lanzado una, dos, hasta tres veces al aire; se le cayeron las gafas y la varita mágica se le desplazó bajo la túnica, pero se mantuvo flojo e inerte, y cuando cayó al suelo por última vez, en el bosque resonaron vítores y carcajadas.
—Y ahora —anunció Voldemort—, iremos al castillo y les mostraremos qué ha sido de su héroe. ¿Quién quiere arrastrar el cadáver? ¡No! ¡Esperad!
Hubo más carcajadas y, pasados unos instantes, Harry notó que el suelo temblaba bajo su cuerpo.
—Vas a llevarlo tú —ordenó Voldemort—. En tus brazos se verá bien, ¿no crees? Recoge a tu amiguito, Hagrid. ¡Ah, y las gafas! Pónselas; quiero que lo reconozcan.
Alguien se las plantó en la cara con una fuerza deliberadamente excesiva; las manazas del guardabosques, en cambio, lo levantaron con sumo cuidado. El muchacho percibió que los brazos de Hagrid temblaban debido a sus sollozos convulsivos, y unas gruesas lágrimas le cayeron encima cuando el guardabosques lo cogió, pero no se atrevió a darle a entender, mediante movimientos o palabras, que no todo estaba perdido.