Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—No quiero que te sientas presionado —dijo Ron—, pero si no te ponen en Gryffindor, te desheredo.
—¡Ron!
Lily y Hugo rieron, pero Albus y Rose se mostraron circunspectos.
—No lo dice en serio —dijeron Hermione y Ginny, pero Ron ya no les prestaba atención. Con mucho disimulo, señaló a unos cincuenta metros de distancia. El vapor se había aclarado momentáneamente, y tres personas resaltaban entre la neblina que se arremolinaba en el andén.
—¡Mira quiénes han venido!
Draco Malfoy también se hallaba en la estación con su esposa y su hijo; llevaba un abrigo oscuro abotonado hasta el cuello, y las pronunciadas entradas resaltaban sus angulosas facciones. Su hijo se parecía a Draco tanto como Albus a Harry. Malfoy se dio cuenta de que Harry, Ron, Hermione y Ginny lo miraban; los saludó con una seca cabezada y se dio la vuelta.
—Así que ése es el pequeño Scorpius —murmuró Ron—. Asegúrate de superarlo en todos los exámenes, Rosie. Suerte que has heredado la inteligencia de tu madre.
—Haz el favor, Ron —protestó Hermione, entre severa y divertida—. ¡No intentes enemistarlos antes incluso de que haya empezado el curso!
—Tienes razón; perdóname —se disculpó Ron, aunque no pudo evitar añadir—: Pero no te hagas demasiado amiga suya, Rosie. El abuelo Weasley jamás te perdonaría si te casaras con un sangre limpia.
—¡Eh!
James había reaparecido; se había librado del baúl, la lechuza y el carrito, y era evidente que tenía un montón de noticias que contarles.
—Teddy está ahí —dijo casi sin aliento, señalando hacia atrás—. ¡Acabo de verlo! ¿Y sabéis qué estaba haciendo? ¡Darse el lote con Victoire! —Miró a los adultos y se sintió decepcionado por su desinteresada reacción—. ¡Nuestro Teddy! ¡Teddy Lupin! ¡Estaba dándose el lote con nuestra Victoire! ¡Nuestra prima! Le pregunté a Teddy qué estaba haciendo…
—¿Los has interrumpido? —preguntó Ginny—. ¡Eres igual que Ron!
—… ¡y me contestó que había venido a despedirse de ella! Y luego me dijo que me largara. ¡Se estaban dando el lote! —añadió James, como si temiera no haberse explicado bien.
—¡Ay! ¡Sería maravilloso que se casaran! —susurró Lily, extasiada—. ¡Entonces Teddy sí que formaría parte de la familia!
—Ya viene a cenar unas cuatro veces por semana —terció Harry—. ¿Por qué no le proponemos que se quede a vivir con nosotros, y asunto liquidado?
—¡Eso! —saltó James con entusiasmo—. ¡A mí no me importaría compartir la habitación con Al! ¡Teddy puede instalarse en mi dormitorio!
—¡Ni hablar! —repuso Harry con firmeza—. Al y tú compartiréis habitación cuando quiera demoler la casa. —Miró la hora en el abollado y viejo reloj que había pertenecido a Fabián Prewett—. Son casi las once. Será mejor que subáis al tren.
—¡No te olvides de darle un beso de mi parte a Neville! —le dijo Ginny a James al abrazarlo.
—¡Mamá! ¡No puedo darle un beso a un profesor!
—Pero si tú lo conoces…
James puso los ojos en blanco.
—Fuera del colegio, vale, pero él es el profesor Longbottom, ¿no? No puedo entrar en la clase de Herbología y darle un beso de tu parte.
James sacudió la cabeza ante la ingenuidad de su madre y se desahogó lanzándole otra pulla a Albus:
—Hasta luego, Al. Ya me dirás si has visto a los
thestrals
.
—Pero ¿no eran invisibles? ¡Me dijiste que eran invisibles!
James se limitó a reír; dejó que su madre lo besara, le dio un somero abrazo a su padre y subió de un salto al tren, que se estaba llenando rápidamente. Lo vieron despedirse con la mano y echar a correr por el pasillo en busca de sus amigos.
—No tienes por qué temer a los
thestrals
—le dijo Harry a Albus—. Son unas criaturas muy tranquilas y no dan ningún miedo. Además, vosotros no vais a ir al colegio en los carruajes, sino en los botes.
Ginny se despidió de Albus con un beso.
—Nos veremos en Navidad.
—Adiós, Al —dijo Harry al abrazar a su hijo—. No olvides que Hagrid te ha invitado a tomar el té el próximo viernes; no te metas con Peeves, y no retes a nadie en duelo hasta que hayas adquirido un poco de experiencia. Ah, y no dejes que James te provoque.
—¿Y si me ponen en la casa de Slytherin? —susurró en voz baja para que sólo lo oyera su padre, y éste comprendió que sólo la tensión de la partida podría haber obligado a Albus a revelar lo enorme y sincero que era ese temor.
Harry se puso en cuclillas y su cara quedó a la altura de la de Albus. El chico era el único de sus tres hijos que había heredado los ojos de Lily.
—Albus Severus —susurró Harry para que no los oyera nadie más que Ginny, y ella fue lo bastante discreta para fingir que estaba diciéndole adiós con la mano a Rose, que ya había subido al tren—, te pusimos los nombres de dos directores de Hogwarts. Uno de ellos era de Slytherin, y seguramente era el hombre más valiente que jamás he conocido.
—Pero sólo dime…
—En ese caso, la casa de Slytherin ganaría un excelente alumno, ¿no? A nosotros no nos importa, Al. Pero si a ti te preocupa, podrás elegir entre Gryffindor y Slytherin. El Sombrero Seleccionador tiene en cuenta tus preferencias.
—¿En serio?
—Conmigo lo hizo —afirmó Harry.
Ese detalle nunca se lo había contado a sus hijos, y Albus puso cara de asombro. Pero las puertas del tren escarlata se estaban cerrando, y las borrosas siluetas de los padres se acercaban a los vagones para darles los últimos besos y las últimas recomendaciones a sus hijos. Albus subió al fin, y Ginny cerró la puerta tras él. Los alumnos asomaban la cabeza por la ventanilla que tenían más cerca. Muchas caras, tanto en el tren como en el andén, se habían vuelto hacia Harry.
—¿Por qué te miran todos así? —preguntó Albus, y Rose y él estiraron el cuello para observar a los otros alumnos.
—No le des importancia —dijo Ron—. Es a mí a quien miran, porque soy muy famoso.
Albus, Rose, Hugo y Lily rieron. El tren se puso en marcha y Harry caminó unos metros a su lado por el andén, contemplando el delgado rostro de su hijo, encendido ya de emoción. Harry siguió sonriendo y diciendo adiós con la mano, aunque le producía cierto pesar ver alejarse a su hijo…
El último rastro de vapor se esfumó en el cielo otoñal cuando el tren tomó una curva. Harry todavía tenía la mano levantada.
—Ya verás como todo le irá bien —murmuró Ginny.
Harry la miró, bajó la mano y, distraídamente, se tocó la cicatriz en forma de rayo de la frente.
—Sí, ya sé que todo le irá bien.
La cicatriz llevaba diecinueve años sin dolerle. No había nada de que preocuparse.