Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
Murbella se volvió hacia la gran placa de proyección donde aparecían ampliadas las naves que se acercaban.
—Disponed las armas y preparaos para atacar. En el momento en que agotemos el armamento convencional, nuestras naves se convertirán en nuestra arma final. Cien de las nuestras podrán vencer al menos a cien de las suyas.
Hasta ahora, Gorus había tachado sus estrategias de suicidas. En aquel momento la miró como si estuviera a punto de hacer algún disparate para detenerla.
—¿Por qué no negociar con ellos? ¿No sería preferible rendirse? ¡No podremos impedir que destruyan sus objetivos!
Murbella clavó la vista en el administrador como si fuera una presa débil. Incluso las hermanas que habían empezado como Bene Gesserit puras ahora reaccionaban con la fuerza bestial de las Honoradas Matres. Nunca se echarían atrás.
—¿Y esa propuesta la basa en el éxito de los emisarios que envió a negociar con las máquinas pensantes y que desaparecieron en su totalidad? —La voz de Murbella siseaba como ácido caliente—. Administrador, si lo que desea es encontrar otra solución, con mucho gusto lo arrojaré por una cámara de descompresión y lo dejaré suspendido en el vacío. Y cuando el último aliento salga en un estallido de sus pulmones, quizá pueda pronunciar los términos de su rendición personal. Si cree que las máquinas van a escucharle, usted mismo.
El hombre se encogió con aire desesperado. A su alrededor, las hermanas se hicieron con el control, listas para el ataque final.
Sin embargo, antes de que Murbella pudiera dar la señal, la voz de Janess llegó por el comunicador.
—¡Madre comandante! Algo ha cambiado en las naves enemigas. ¡Mirad!
Murbella examinó las imágenes de la pantalla. Las naves enemigas ya no se movían en una formación ordenada y cerrada. Ahora iban más lentas, y empezaban a separarse, como si no tuvieran un objetivo, como barcos a la deriva en un vasto mar cósmico.
Sin un líder.
Para su asombro, la flota de máquinas había quedado flotando sin rumbo en el espacio.
Incluso cuando quedó atrapado por su propio mito, Muad’Dib señaló que la grandeza solo es una experiencia transitoria. Es del todo imposible prevenir a un verdadero kwisatz haderach contra la soberbia, enseñarle normas o requisitos. Él toma y da a voluntad. ¿Cómo podemos habernos engañado de este modo y pensar que podíamos controlar a alguien así?
Análisis Bene Gesserit
Cuando el Oráculo se desvaneció, Erasmo se quedó mirando al espacio vacío en el centro de la sala, con la cabeza ligeramente ladeada.
—Omnius se ha ido. —A oídos de Duncan su voz sonó hueca—. No queda ningún vestigio de la supermente en la red de máquinas pensantes.
Duncan sentía que su mente corría, expandiéndose, absorbiendo nueva información. El terrible Enemigo que había intuido durante tanto tiempo —la amenaza que las Honoradas Matres habían desatado— ya no estaba. Al eliminar a la supermente, arrancarla del universo y llevarla a otro lugar, el Oráculo había inutilizado la vasta flota de máquinas pensantes, dejándola sin su fuerza rectora.
Y nosotros permaneceremos.
Duncan no sabía exactamente qué había cambiado en su interior. ¿Era simplemente que ahora conocía su
Craison d’étre
? ¿Había tenido siempre acceso a aquel potencial sin saberlo? Suponiendo que Paul tuviera razón, eso significaba que lo había llevado en su interior durante todos aquellos años, durante todas sus vidas —la original y las ghola—, un poder latente que había ido evolucionando con cada repetición de su existencia. Y ahora, como en un programa genético, tenía que encontrar la forma de activarlo.
Paul y su hijo Leto II tenían la bendición y la maldición de la presciencia. Ahora que habían recuperado sus recuerdos, los dos podían proclamarse kwisatzs haderach. Miles Teg había tenido la capacidad asombrosa de moverse a velocidades que escapaban a la comprensión y podía perfectamente haberse convertido también en kwisatz haderach. Los navegantes de los cruceros reunidos en el cielo podían utilizar su mente para ver a través de los pliegues del espacio y buscar rutas de viaje seguras. Las Bene Gesserit podían controlar hasta la última célula de sus cuerpos. Todos habían sobrepasado las capacidades tradicionales del humano, demostrando con ello su potencial para superarse.
Como kwisatz haderach último y definitivo, Duncan creía que él tendría la capacidad de hacer todas esas cosas y más, de alcanzar el pináculo del humano. Las máquinas pensantes nunca habían entendido el verdadero potencial de los humanos, por más que sus «proyecciones matemáticas» atribuyeran al kwisatz haderach la capacidad de finalizar el Kralizec y cambiar el universo.
Se sentía lleno de confianza, quizá encontraría la forma de realizar cambios grandiosos y épicos… pero no bajo el control de las máquinas pensantes. No, Duncan buscaría su propio camino. Sería un verdadero kwisatz haderach, independiente y todopoderoso.
Con desapasionamiento miró a la anciana con el vestido de estampado floral y delantal de jardinería, con manchas de tierra incluidas. Su rostro parecía bondadoso, como si se hubiera pasado la vida cuidando a otros.
—Una parte de Omnius ha desaparecido de mi interior, pero no todo.
Abandonando por fin el disfraz de anciana, Erasmo recuperó la forma de metal líquido del robot independiente ataviado con una elegante túnica carmesí y dorada.
—Puedo aprender mucho de ti, Duncan Idaho. Como nuevo dios-mesías de la humanidad, eres el espécimen óptimo para mis estudios.
—No soy ningún espécimen para tus análisis de laboratorio. —En sus vidas anteriores eran demasiados los que le habían tratado como si lo fuera.
—Un simple lapsus lingüístico. —El robot sonrió alegremente, como si tratara de velar su violencia—. Hace mucho que ansío un conocimiento perfecto de lo que significa ser humano. Y parece que tú tienes todas las respuestas que tanto he buscado.
—Reconozco el mito en el que vivo. —Duncan recordaba que Paul Atreides había hecho declaraciones similares. Paul se había sentido atrapado por su propio mito, que acabó convirtiéndose en una fuerza que estaba más allá de su control. Sin embargo, Duncan no tenía miedo de las fuerzas que aparecerían, ni a su favor ni en su contra.
Con una visión penetrante, vio a través y alrededor de Erasmo y sus siervos. Al otro lado de la sala veía a Paul Atreides tras su terrible prueba, en pie, algo inestable, ayudado por Chani y Jessica. Paul bebió de una jarra que había cogido de una mesa, cerca del cuerpo del barón.
Fuera, el estruendo de los gusanos de arena contra las defensas robóticas empezaba a remitir. Aunque aquellas inmensas criaturas no habían destruido la catedral, habían causado graves daños en la ciudad de Sincronía.
En el perímetro de la gran cámara, los robots de platino estaban alerta, y las cargas de sus armas internas estaban encendidas, listas para disparar. Incluso sin la supermente, Erasmo podía ordenar fácilmente que dispararan una ráfaga mortífera a los humanos de la sala. El robot independiente podía intentar matarlos en una exhibición petulante de venganza. Y quizá lo haría…
—Ni tú ni tus robots podéis cambiar nada aquí —le advirtió Duncan—. Sois demasiado lentos.
—O bien eres extremadamente confiado, o eres plenamente consciente de lo que puedes hacer. —La sonrisa de metal líquido se volvió más forzada, solo un poco, y las fibras ópticas destellaron con algo más de intensidad—. Tal vez sea esto último, o tal vez no. —De alguna manera, Duncan supo con absoluta certeza que Erasmo desataría todo el poder de destrucción que tenía bajo su control y causaría todo el daño que pudiera.
Antes de que el robot pudiera darse media vuelta, Duncan saltó sobre él con la velocidad de Miles Teg y lo derribó. Erasmo cayó al suelo, con sus armas inutilizadas. ¿Era solo una prueba? ¿Otro experimento?
El corazón le latía acelerado, su cuerpo irradiaba calor, pero se sentía exultante, no agotado. Habría podido luchar con la misma ligereza contra todas las máquinas que Erasmo le mandara. Ante este pensamiento, dejó al robot independiente en el suelo y recorrió el perímetro de la sala a hipervelocidad, derribando a los robots con rápidas patadas y golpes, hasta que sólo quedaron sus despojos. Era tan fácil… antes de que las piezas de metal hubieran tenido tiempo de caer al suelo, Duncan ya estaba de nuevo ante Erasmo.
—He intuido tus dudas y tus intenciones —dijo Duncan—. Reconócelo. Aunque eres una máquina pensante, querías más pruebas ¿no es así?
Erasmo, que estaba tendido sobre la espalda y a través de la cúpula veía los miles de cruceros de la Cofradía del cielo, dijo:
—Suponiendo que seas el superhombre tan largamente esperado, ¿por qué no te limitas a destruirme? Ahora que Omnius no está, si me eliminas habrás asegurado la victoria de la humanidad.
—Si la solución fuera tan sencilla no haría falta un kwisatz haderach. —Duncan sorprendió a Erasmo, y a sí mismo, porque extendió la mano y le ayudó a levantarse—. Para acabar el Kralizec y cambiar de verdad el futuro se necesita más que limitarse a aniquilar al otro bando.
Erasmo examinó su cuerpo y su túnica para comprobar su apariencia, y entonces levantó la vista con una amplia sonrisa.
—Creo que quizá tendremos un encuentro de mentes… y eso es algo que jamás he conseguido realmente con Omnius.
Cuando llegue el momento del gran desenmascaramiento, nuestros enemigos se sorprenderán, porque verán lo que han tenido delante de las narices desde el principio.
K
HRONE
, comunicado a los Danzarines Rostro
Ahora que el Oráculo se había ido, varios de los cruceros gigantescos de los navegantes plegaron el espacio y desaparecieron de Sincronía sin mayores explicaciones ni despedidas.
Por toda la ciudad, los gusanos de arena seguían destruyendo edificios vivos de metal. Omnius jamás les había dado autonomía, y ahora las defensas robóticas no podían funcionar de manera efectiva sin conectarse a la supermente. La sala abovedada se llenó de un silencio resonante.
Y entonces, las altas puertas se abrieron. Vestido de negro, seguido de una multitud de Danzarines Rostro, Khrone entró desde las luminosas calles. Un enjambre de seres idénticos con rostros inexpresivos entró en la sala. El gas venenoso de Scytale había matado parte de los cambiadores de forma, pero muchos habían eludido la batalla.
En la extensa ciudad mecánica, incontables Danzarines Rostro habían fingido enfrentarse a los furiosos gusanos, pero se escabulleron sigilosamente de las barricadas que los soldados robots montaron. Khrone había disfrutado viendo cómo los gusanos destruían los grandes edificios de metal líquido y destrozaban a miles de máquinas pensantes.
Despejándonos el camino. Facilitándonos el trabajo.
Khrone avanzó con una sonrisa esquelética en la boca.
—Nunca dejo de maravillarme por las deducciones equivocadas de aquellos que creen controlamos. —En su mente, la victoria de los Danzarines Rostro estaba asegurada.
—Explícate, Khrone. —Erasmo solo parecía ligeramente intrigado.
Sin hacer caso de los humanos y sus muertos, Khrone se situó ante Erasmo, que estaba junto a Duncan Idaho.
—Esta guerra hace cinco mil años que dura. Y en realidad, la idea nunca fue de Omnius.
—Oh, nuestra guerra lleva preparándose mucho más que eso —señaló Erasmo—. Escapamos después de la Batalla de Corrin, hace quince mil años.
—Yo me refiero a otra guerra, Erasmo… una que nunca os disteis cuenta de que existía. Desde el momento en que nuestro creador, Hidar Fen Ajidica, envió a nuestros primeros Danzarines Rostro avanzados, empezamos a manipular. Cuando nos encontramos con vuestro imperio de máquinas pensantes, permitimos que creaseis más y más de los nuestros. Pero desde el momento en que Omnius nos abrió las puertas, ¡nos convertimos en sus amos! Compartimos con vosotros todas las vidas que reuníamos, dejando que creyerais que erais superiores a nosotros y a los humanos. Pero los Danzarines Rostro tuvimos el control en todo momento.
—Hay un diagnóstico para tu estado mental —dijo Yueh abiertamente—. Tienes delirios de grandeza.
Los labios de Khrone dejaron al descubierto unos dientes romos y perfectos.
—Mis declaraciones se basan en informaciones precisas; difícilmente pueden considerarse delirios.
La expresión divertida de Erasmo no cambió. A Khrone le resultaba enloquecedora, así que habló levantando la voz.
—Las máquinas pensantes nos ayudasteis a poner en práctica nuestros planes, aunque creíais que nosotros os servíamos a vosotros. Pero era al revés. De hecho, vosotros habéis sido un instrumento para nuestros planes y no al revés.
—Todas las máquinas empezaron como herramientas —señaló Duncan, mirando a Erasmo y luego al líder de los Danzarines Rostro.
Khrone no estaba impresionado. Así que aquel era el hombre que finalmente había resultado ser el kwisatz haderach. Y no entendía por qué el robot independiente no estaba preocupado, puesto que siempre se enorgullecía de manifestar sus emociones artificiales.
Khrone prosiguió.
—Erasmo, bajo tu dirección, las instalaciones biológicas dirigidas por máquinas pensantes crearon millones de Danzarines Rostro mejorados. Al principio, penetramos en la sociedad humana como exploradores, nos infiltramos en los límites de la Dispersión y luego en el Imperio Antiguo. Fue fácil convencer a los tleilaxu perdidos de que éramos sus aliados. Allá donde había humanos, los Danzarines Rostro nos infiltrábamos discretamente. Vivimos mucho y logramos más.
—Tal como nosotros os ordenamos —dijo Erasmo como si el discursito le aburriera.
—¡Tal como nosotros queríamos! —espetó Khrone—. Los Danzarines Rostro estamos en todas partes, funcionamos con una mente colectiva más avanzada que ningún vínculo humano extrasensorial, más poderosa que la red de Omnius. Así de fácil y rápido logramos nuestros objetivos.
—Y los nuestros —añadió Erasmo.
Disgustado por la negativa del robot a admitir su derrota, Khrone sintió que la ira crecía en su interior.
—Durante siglos nos hemos estado preparando para el día en que pudiéramos poner en marcha nuestro plan y eliminar a Omnius. Jamás imaginamos que el Oráculo del Tiempo lo haría por nosotros. —Rió ligeramente—. Vuestro imperio ha caído, hemos superado a las máquinas pensantes. Y ahora que la flota y las epidemias de Omnius han hecho postrarse a la humanidad, podemos activar nuestras células ocultas… Por todas partes, simultáneamente. Tomaremos el control. —Se puso los puños en las caderas—. Todo ha acabado para las máquinas, y para los humanos.