Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
Al amanecer, el anciano Var fue a la tienda, habló brevemente con el guarda y apartó la colgadura. Sheeana se acuclilló, lista para saltar. Teg se puso tenso, preparado también para luchar.
El cabecilla nómada miró a Sheeana furioso.
—No os perdonamos ni a ti ni a tus brujas lo que habéis hecho a Qelso. Nunca os perdonaremos. Pero Liet-Kynes y Stilgar nos han convencido para que te mantengamos con vida, al menos mientras podamos aprender algo de ti.
El curtido cabecilla los sacó a los dos a la deslumbrante luz del exterior. El viento arrojaba una hiriente arena contra sus ojos. Por todo el asentamiento se veían árboles muertos. Durante la noche las dunas habían avanzado unos pocos metros más allá de los salientes de roca. Cada aliento era dolorosamente seco, a pesar del relativo frescor de la mañana.
—Matasteis a las otras Bene Gesserit —dijo Sheeana—, y a nuestra compañera Stuka. ¿Soy yo la próxima?
—No, porque he prometido mantenerte con vida.
El hombre los guió por el asentamiento. Ya había hombres desmontando grandes tiendas de almacenamiento para alejarlas del límite con la arena. Un pesado vehículo terrestre pasó dando tumbos, cargado de cajones. Una aeronave se acercó volando en círculo y aterrizó sobre la arena. ¿Una nave de carga?
Var los llevó a un gran edificio central, hecho con secciones metálicas de pared y con tejado cónico. Dentro, había una larga mesa cubierta de gráficos. En las paredes había sujetos informes, y una estaba cubierta por un enorme mapa de papel-polímero, una proyección topográfica de alta resolución del continente entero. Las diferentes marcas señalaban el avance constante del cinturón desértico.
En torno a la mesa, los hombres compartían sus informes levantando la voz en un tumulto de conversaciones, Stilgar y Liet-Kynes, con su ropa polvorienta, los saludaron al verlos entrar. Parecían contentos y relajados.
Mientras examinaba el escenario, Teg comprendió que Stilgar y Liet habían pasado todo el día anterior en la tienda de mando. El viejo cabecilla se situó entre los dos, y dejó a Teg y Sheeana solos de pie.
Var aporreó la mesa, interrumpiendo la cacofonía de voces. Todos callaron con aire impaciente y le miraron.
—Hemos oído cómo nuestros nuevos amigos nos contaban en que se va a convertir nuestro mundo. Todos hemos oído leyendas sobre Dune, donde el agua es más preciosa que la sangre. —Su rostro tenía una expresión dolida—. Si fracasamos y los gusanos se adueñan de Qelso, nuestro planeta solo tendrá valor según los estándares de los extranjeros.
Uno de los hombres se dirigió a Sheeana con desprecio.
—¡Malditas Bene Gesserit! —Los otros también la miraron furiosos. Y ella los miró desafiante, sin hablar.
Liet y Stilgar parecían estar en su elemento. Teg recordó las discusiones que hubo entre las Bene Gesserit por el proyecto original de los gholas, sobre la utilidad que podían tener las capacidades largamente olvidadas de aquellos personajes históricos. Ahí tenía un ejemplo. Los dos destacados supervivientes de los tiempos del antiguo Arrakis sabían cómo encarar la crisis a la que se enfrentaba aquella gente.
El cabecilla canoso levantó las manos, y su voz sonó tan seca como el aire.
—Tras la muerte del Tirano, hace mucho tiempo, mi gente huyó a la Dispersión. Cuando llegaron a Qelso, pensaron que habían encontrado el Edén. Y durante mil quinientos años hemos vivido en un paraíso.
Todos miraron indignados a Sheeana. Var explicó cómo los refugiados establecieron una próspera sociedad, construyeron ciudades, plantaron cosechas, abrieron minas para extraer metales y minerales. No tenían ningún deseo de excederse o ir en busca de otros hermanos perdidos que hubieran escapado durante los Tiempos de la Hambruna.
—Y entonces, hace unas décadas, todo cambió. Llegaron visitantes, Bene Gesserit. Al principio las recibimos con los brazos abiertos, nos alegró tener noticias del exterior. Les ofrecimos un hogar. Se convirtieron en nuestras invitadas. Y las muy ingratas violaron nuestro planeta y ahora se está muriendo.
Otro hombre siguió con la historia, cerrando los puños.
—Las truchas de arena se multiplicaron de forma incontrolada. Bosques inmensos y vastas llanuras murieron en cuestión de años… años. Grandes incendios se propagaron por las zonas yermas y los patrones meteorológicos se alteraron, convirtiendo nuestro mundo en una cuenca polvorienta.
Teg habló utilizando su voz de mando.
—Si Liet y Stilgar os han hablado de nuestra no-nave y su misión, entonces sabréis que no llevamos truchas de arena y no tenemos intención de dañar vuestro planeta. Solo hemos parado aquí para reponer suministros.
—De hecho, huimos del corazón del orden de la Bene Gesserit porque no estábamos de acuerdo con su política ni con su líder —añadió Sheeana.
—Lleváis siete grandes gusanos en vuestra cubierta de carga —dijo Var con tono acusador.
—Sí, y no los soltaremos aquí.
Liet-Kynes habló muy despacio, como si estuviera aleccionando a unos críos.
—Como os hemos dicho, una vez empieza, el proceso de desertificación es como una reacción en cadena. Las truchas de arena no tienen enemigos naturales y absorben la humedad y el agua tan deprisa que no hay nada capaz de adaptarse con la suficiente rapidez para combatirlas.
—Aun así lucharemos —dijo Var—. Ya veis la simplicidad con la que vivimos en este campamento. Hemos renunciado a todo para estar aquí.
—Pero ¿por qué? —preguntó Sheeana—. Aunque el desierto se extiende, aún tenéis muchos años para prepararos.
—¿Prepararnos? ¿Quieres decir rendimos? Será una lucha inútil si quieres, pero sigue siendo lucha. Si no podemos detener al desierto, al menos intentaremos ralentizar sus avances. Lucharemos contra los gusanos y la arena. —Los hombres de la mesa murmuraban—. No importa lo que digáis, trataremos de frenar el avance del desierto como podamos. Matamos truchas de arena, cazamos a los nuevos gusanos. —Var se puso en pie. Y los otros lo imitaron—. Somos comandos y nuestra misión es retrasar cuanto podamos la muerte de nuestro planeta.
EI desierto aún me llama, oigo su voz en mi sangre como una canción de amor.
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ITE
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YNES
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Planetología: Nuevos tratados
A la mañana siguiente, Var llevó a su grupo de guerreros polvorientos y decididos a una zona de aterrizaje con un suelo quemado.
—Amigos míos, hoy os vamos a enseñar cómo se mata un gusano. O dos.
—Shai-Hulud —dijo Stilgar con inquietud—. Los fremen idolatraban a los grandes gusanos.
—Los fremen dependían de los gusanos y la especia —replicó Liet—. Esta gente no.
—Con cada demonio que eliminamos, damos a nuestro planeta algo más de tiempo. —Var miró hacia el desierto, como si el odio pudiera hacer retroceder las arenas. Stilgar siguió su mirada entre las marcadas sombras de las dunas, tratando de imaginar un paisaje verde y exuberante.
El sol empezaba a asomar por encima de una escarpadura, y arrancaba destellos del casco plateado de una aeronave de baja altitud posada en una zona de grava y cemento fundidos. Var y los suyos no se molestaban en crear zonas de aterrizaje o puertos espaciales permanentes, porque las dunas se los habrían tragado.
A pesar de las protestas de los dos jóvenes, seguían viendo con recelo a Sheeana y a Teg y tuvieron que quedarse en el campamento como prisioneros. A Liet y Stilgar los aceptaron en la partida de caza únicamente por su incalculable conocimiento del desierto.
Hoy demostrarían sus habilidades.
Los comandos de Var subieron a aquel vehículo, que parecía muy usado. Era evidente que había pasado por muchas tormentas, vuelos problemáticos y un mantenimiento defectuoso. El casco estaba arañado y abollado. El interior olía a aceite y sudor, y los asientos eran como piedras, y únicamente llevaban barras o correas para que el pasajero se sujetara.
Stilgar se sentía como en casa entre aquellos veinte hombres curtidos y torvos. Su ojo entrenado veía que estaban expectantes, pero sus cuerpos aún estaban verdes para las adaptaciones que pronto tendrían que afrontar. A pesar de vivir en campamentos nómadas en los límites con el desierto, aquella gente seguía sin ser consciente de la verdadera dureza de este. Tendrían que aprender deprisa si querían sobrevivir. Él y su amigo podían enseñarles… si estaban dispuestos a escuchar.
Liet ocupó su asiento junto a Stilgar y habló a los hombres de Var con entusiasmo.
—En estos momentos, en Qelso el aire contiene la suficiente humedad para que no sean necesarias medidas realmente drásticas. Sin embargo, muy pronto tendréis que aprender a no malgastar ni un dedal de agua.
—Ya vivimos en la más estricta privación —dijo un hombre como si Liet le hubiera insultado.
—¿Sí? No recicláis el sudor, la respiración o la orina. Aún importáis agua de latitudes más altas, donde es abundante. En muchas regiones todavía se pueden tener cultivos, y la gente lleva una vida relativamente normal.
—Las cosas empeorarán —concedió Stilgar—. Tu gente aún tiene que endurecerse mucho antes de que el planeta alcance un equilibrio. Este es vuestro primer día de entrenamiento real.
Los hombres murmuraron entre ellos con incertidumbre, pero Liet habló con optimismo.
—No es tan malo como parece. Podemos enseñaros a fabricar destiltrajes, a conservar cada aliento, cada gota de sudor: Vuestro instinto de lucha es admirable pero inútil frente a los gusanos de arena. Debéis aprender a sobrevivir entre los behemoths, porque con el tiempo se adueñarán de vuestro mundo. Es importante que cambiéis de actitud.
—Los fremen vivieron así largo tiempo. —Stilgar se instaló junto a su amigo—. Es una forma de vida honorable.
Los guerreros se sujetaron a las correas y separaron las piernas para mantener el equilibrio, preparándose para el despegue.
—¿Es eso lo que nos espera? ¿Beber sudor y orina reciclados? ¿Vivir en cámaras selladas?
—Solo si fracasamos —dijo el viejo Var—. Yo prefiero pensar que aún tengo una oportunidad, por muy ingenuo que suene. —Cerró la escotilla del vehículo y se sujetó con una correa al asiento chirriante de piloto—. Así que si no os ha gustado cómo suena eso, lo mejor es que no dejemos que el desierto nos gane más terreno.
El vehículo aéreo se elevó desde el campamento y voló sobre bosques fantasma y montecillos de nuevas dunas que se estaban tragando lo que quedaba de los pastos. Volaron en dirección sureste, hacia una zona donde se habían avistado gusanos, acompañados por el sonido achacoso del motor. El vehículo parecía un abejorro torpe y lento, con los tanques excesivamente llenos y pesados.
—Frenaremos el avance de la arena —dijo un joven comando.
—Y luego trataréis de detener el viento. —Stilgar se agarró a una correa suelta cuando una corriente cálida sacudió la nave—. En unos pocos años vuestro planeta será todo roca y arena. ¿Esperáis un milagro que haga retroceder el desierto?
—El milagro lo crearemos nosotros mismos —contestó Var, y sus hombres murmuraron completamente de acuerdo.
Sobrevolaron la extensión de dunas, mucho más allá del punto donde lo único que veían era un suave tostado de horizonte a horizonte. Stilgar dio unos toquecitos con un dedo en la ventanilla arañada de plaz y gritó para hacerse oír por encima del ruido del motor:
—Mirad el desierto como lo que es… no es un lugar que temer y despreciar, sino un gran motor que puede impulsar un imperio.
—Los pequeños gusanos del cinturón desértico —añadió Liet— ya han creado una cantidad de melange que no tiene precio y que solo espera que la recojáis. ¿Cómo habéis podido sobrevivir tanto tiempo sin especia?
—No hemos necesitado especia en mil quinientos años, no desde que vinimos a Qelso —gritó Var desde la cabina—. Cuando no tienes una cosa, o aprendes a vivir sin ella o no vives.
—No nos interesa la especia —dijo uno de los comandos—, prefiero los árboles, las cosechas, los rebaños nutridos.
—Los primeros colonos —siguió diciendo Var— trajeron una gran cantidad de especia con ellos, y durante tres generaciones lucharon contra su adicción, hasta que los suministros se agotaron. Y entonces qué. Tuvimos que sobrevivir sin ella… y lo hicimos. ¿Por qué habríamos de abrir de nuevo la puerta a esa terrible dependencia? Estamos mucho mejor sin especia.
—Si se utiliza con prudencia, la melange tiene importantes cualidades —dijo Liet—. Salud, longevidad, la posibilidad de la presciencia. Y es un producto valioso, si alguna vez decidís recuperar el contacto con la CHOAM y el resto de la humanidad. Conforme Qelso se vaya secando, necesitaréis suministros extraplanetarios para suplir las necesidades básicas.
Si es que alguien sobrevive al Enemigo exterior
, pensó Stilgar para sus adentros, recordando la amenaza omnipresente de la red centelleante. Pero aquella gente estaba mucho más preocupada por sus enemigos locales, y trataban de combatir al desierto, de parar lo imparable.
Recordó los grandes sueños de Pardot Kynes, el padre de Liet. Pardot realizó los cálculos y determinó que los fremen podían convertir Dune en un jardín, pero solo tras generaciones de intenso esfuerzo. Según la historia, ciertamente Dune se volvió verde y exuberante por un tiempo, antes de que los nuevos gusanos lo reclamaran y trajeran de vuelta al desierto. El planeta parecía incapaz de encontrar un equilibrio.
Aquel vehículo abollado volaba bajo, envuelto en la vibración de sus motores. Stilgar se preguntó si aquel ruido atraería a los gusanos, pero mientras miraba a la extensión hipnótica y oceánica de dunas, lo único que vio fueron un par de tramos de arenas de color óxido, que señalaban explosiones recientes de especia.
—¡Soltando señalizadores de vibraciones! —gritó Var, mientras unas bobinas (el equivalente a los antiguos martilleadores) caían desde los pequeños puertos que había debajo de la cabina—. Eso tendría que atraer por lo menos a uno.
Los martilleadores cayeron en las dunas en una nube de polvo y arena, y empezaron a emitir señales. Tras volver atrás para asegurarse de que funcionaban correctamente, Var eligió otros dos puntos en un radio de cinco kilómetros. Stilgar no acababa de entender por qué seguía dando la impresión de que la aeronave iba demasiado cargada.
Mientras volaban en busca de un gusano, Stilgar describió sus legendarios tiempos en Dune, cómo él y Paul Muad’Dib habían llevado un ejército variopinto de fremen a la victoria contra fuerzas muy superiores.