Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
—No importa la razón —dijo—, las máquinas nunca habían sido tan vulnerables.
Desde una nave cercana, Janess le dio la razón con tono quejumbroso.
—Si hemos de morir en combate, ¿por qué no llevarnos por delante tantas naves enemigas como podamos?
Murbella ya estaba preparada para aquello. Dio la orden, y cada una de sus palabras sonó áspera.
—Muy bien, desconozco la razón, pero tenemos un respiro inesperado. Tal vez somos pocos, pero seremos como lobos con afilados colmillos.
Uno de los hombres de la Cofradía, que había subido a bordo en el último minuto, reaccionó alarmado. Era un hombre calvo, con rostro pastoso y tatuajes en la calva.
—¡Apuntar nuestras armas requiere maniobras muy precisas, madre comandante! ¡No podemos hacerlo sin ayuda!
Murbella le dedicó una mirada furibunda.
—Me fío más de mis ojos que de los sistemas ixianos. Ya me han engañado una vez hoy. Apuntad a las naves más grandes. Destruid sus armas, inutilizad sus motores, y pasad a la siguiente.
Janess lo transmitió a las defensas.
—Las carcasas de todas esas naves enemigas pueden protegernos si las máquinas devuelven el ataque.
El calvo de la Cofradía volvió a objetar.
—Cada carcasa que va a la deriva es un peligro. Ningún humano puede reaccionar lo bastante rápido. Tenemos que volver a conectar los aparatos ixianos, aunque sea de manera limitada.
Incluso Gorus lo miró con expresión extrañada. De pronto, el hombre gritó, dio la espalda a su puesto y se desplomó. A su lado, sin una palabra, otro de los nuevos tripulantes cayó muerto. Y un tercero.
Pensando que las naves estaban siendo víctimas del ataque de un arma invisible y mortífera, las hermanas reaccionaron con rapidez tratando de determinar qué estaba pasando. Murbella corrió hacia el hombre de los tatuajes, le dio la vuelta y vio cómo su rostro pastoso se transformaba en el semblante neutro de un Danzarín Rostro.
Gorus miró a su alrededor, como si finalmente se hubiera dado cuenta de hasta qué punto le habían traicionado. Los cuerpos de los otros dos caídos también cambiaron. ¡Danzarines Rostro! Murbella miró al administrador furiosa.
—¡Usted me garantizó que todos habían sido probados!
—¡Y es la verdad! Pero con las prisas por lanzar su flota, es posible que nos saltáramos a alguien. Y además ¿y si había Danzarines Rostro entre los que realizaron los tests?
Murbella le dio la espalda disgustada. Un revuelo de transmisiones llegaba de las otras naves, informando todas ellas de la presencia de Danzarines Rostro que habían muerto. En medio de todo aquel revuelo, la voz de Janess se oyó clara y dura.
—Cinco Danzarines Rostro en mi nave, madre comandante. Todos han muerto.
Entretanto, las naves enemigas seguían flotando a la deriva, aunque podían haber atacado fácilmente Casa Capitular y haberse hecho con la victoria. La cabeza de Murbella daba vueltas, debatiéndose con otro nuevo misterio.
Danzarines Rostro entre nosotros, al servicio de Omnius. Pero ¿por qué han caído muertos?
No hacía tanto, el Oráculo del Tiempo había retirado a sus numerosos cruceros para acudir a Sincronía… a Duncan. ¿Habían dado el Oráculo y sus navegantes un golpe cuyos efectos habían reverberado por toda la flota enemiga? ¿Lo había dado Duncan? Era como si la flota de máquinas pensantes y sus espías cambiadores de forma hubieran sido desconectados.
Murbella señaló con el gesto a los Danzarines muertos.
—Llevaos a esos monstruos. —Sin molestarse en disimular su repugnancia, varias hermanas retiraron a aquellos espantajos.
Murbella se concentró en la pantalla con tanta intensidad que los ojos le escocían. La parte de Honorada Matre que había en ella quería atacar y matar, pero su saber de Bene Gesserit le pedía a gritos que primero comprendiera. Algo muy importante había cambiado. Ni siquiera las voces de las Otras Memorias podían aconsejarle. Todas guardaban silencio.
Representantes de las poblaciones que quedaban en Casa Capitular transmitieron mensajes urgentes pidiendo informes del frente, preguntando cuánto tiempo les quedaba. Murbella no tenía respuestas, y no contestó.
Janess transmitió una pregunta osada.
—Madre comandante… ¿abordamos una de las naves enemigas? Quizá así podremos saber qué ha pasado.
Antes de que pudiera contestar, el espacio se distorsionó una vez más a su alrededor. Cuatro inmensos cruceros reaparecieron entre las carcasas de la zona de batalla, tan cerca de las defensas humanas que Murbella gritó ordenando una maniobra evasiva. El piloto de una de las naves más próximas de la Cofradía realizó una maniobra exagerada para desviar su crucero y estuvo a punto de colisionar con la nave de Janess. Otro de los cruceros entró ladeándose en un campo salpicado de naves mecánicas destruidas en la primera oleada.
Impulsivamente, un tercer defensor abrió fuego contra la flota silenciosa de máquinas pensantes. Disparó una andanada de proyectiles contra el morro cónico de una de las naves enemigas más cercanas. Por todo el casco de la nave empezaron a producirse detonaciones.
Las alarmas empezaron a sonar y Murbella pidió informes, preguntándose si las máquinas responderían con un despliegue masivo de fuerza. Se acabaron las precauciones.
—¡Preparados para abrir fuego! Todas las naves, preparadas para disparar. ¡No os guardéis nada!
Pero incluso ante esta provocación la flota oscurecida de Omnius permaneció inmóvil. La nave enemiga dañada en aquella carga impulsiva empezó a ladearse lentamente, en llamas. Muy despacio, colisionó con otra nave cercana y las dos empezaron a dar vueltas.
Las naves enemigas no lanzaron un solo disparo. Murbella no se lo podía creer.
En medio de tanta sorpresa y caos, la voz de un navegante habló, tranquila y ultraterrena.
—El Oráculo del Tiempo nos envía a buscar a la comandante de las fuerzas humanas.
Murbella se abrió paso hasta el puesto de comunicaciones.
—Soy la madre comandante Murbella de la Nueva Hermandad… de toda la humanidad.
—Tengo orden de escoltaros a Sincronía. Ahora tomaré el control de vuestros motores para plegar el espacio.
Antes de que los hombres de la Cofradía pudieran dirigirse a sus puestos, los motores Holtzman zumbaron con fuerza. Murbella notó una familiar sensación de vértigo.
Es muy simplista decir que los humanos somos enemigos de todas las máquinas pensantes. He tratado de comprender a estas criaturas, pero siguen siendo un enigma para mí. Y aun así, las admiro enormemente.
E
RASMO
, archivos privados, base de datos segura
—¿Tú necesitas algo de mí? —Erasmo parecía encontrarlo divertido—. ¿Y cómo piensas obligarme a obedecer?
Los labios del hombre se crisparon en una ligera sonrisa.
—Si realmente has comprendido lo que es el honor, robot, no tendré que obligarte. Harás lo que está bien y saldarás tu deuda.
Erasmo estaba auténticamente complacido.
—¿Qué más deseas de mí? ¿No es suficiente con haber eliminado a todos los Danzarines Rostro?
—Tú y Omnius sois responsables de muchas cosas malas además de los cambiadores de forma.
—¿Malas? Han sido más que cosas malas, ¿no crees?
—Y para compensarlo, debes hacer una cosa. —La atención de Duncan estaba totalmente volcada en el robot, no en los Danzarines Rostro muertos, ni en el ruido que provocaban los gusanos de arena en el exterior con su destrucción. Paul, Chani, Jessica y Yueh seguían observando en silencio.
—Soy el kwisatz haderach último —dijo Duncan sintiendo aquellas capacidades nacientes imbuidas en él hasta el mismísimo ADN—, y sin embargo hay tantas cosas que necesito asimilar… Ya entiendo a los humanos, y quizá mejor que nadie, pero no entiendo a las máquinas pensantes. Dame una buena razón para que no os elimine a todas ahora que estáis debilitadas. Es lo que la supermente hubiera hecho con nosotros.
—Sí, es cierto. Y tú eres el kwisatz haderach último. —Erasmo parecía esperar algo. Sus fibras ópticas brillaban como un cúmulo de estrellas.
—¿No hay un camino que no exija la aniquilación de uno u otro bando? Un cambio fundamental en el universo… Kralizec. —Duncan se acarició el mentón mientras pensaba—. La flota de Omnius contiene millones de máquinas pensantes. No han sido destruidas, simplemente, no tienen guía, ¿correcto? Y según creo vuestro imperio consta de cientos de planetas, muchos de los cuales nunca podrán ser habitables para el humano.
El robot de platino empezó a andar arriba y abajo por la gran sala abovedada, con su túnica ondeando en torno a su figura, inclinándose sobre los cuerpos de los Danzarines Rostro que yacían por todas partes como marionetas a las que han cortado las cuerdas.
—Las palabras que dices son exactas. ¿Pretendes buscarlos todos y destruirlos, y rezar para que no se te escape ninguno? Ahora que no tienen a la supermente, es posible que algunas de las máquinas más sofisticadas desarrollen personalidades independientes durante un período prolongado de privación, tal como me sucedió a mí. Confías mucho en tus capacidades.
Duncan lo seguía de cerca. En varias ocasiones, Erasmo se volvió a mirarle, y puso una serie de expresiones faciales, que iban de inquisitiva a una sonrisa tentativa. ¿Era miedo aquello o solo era fingido?
—Me estás preguntando si quiero la victoria… o la paz. —No era una pregunta.
—Eres un superhombre. Te lo vuelvo a decir… decide por ti mismo.
—A lo largo de más vidas de las que puedo contar, he aprendido el don de la paciencia. —Duncan dio un largo y profundo suspiro, utilizando una antigua técnica de maestro de espadas para centrarse—. Estoy en la posición única de poder reconciliar ambos bandos. Tanto humanos como máquinas estamos debilitados y machacados. ¿Elegiré la aniquilación de uno de los bandos como solución?
—¿O la recuperación de los dos? —Erasmo se detuvo y se volvió a mirar al hombre con expresión neutra—. Dime, ¿cuál es exactamente el dilema? Omnius ha sido arrancado del universo, y el resto de las máquinas pensantes no tienen liderazgo. Con un solo golpe he eliminado la amenaza de los Danzarines Rostro. No veo que quede nada pendiente. ¿Acaso no se ha cumplido la profecía?
Duncan sonrió.
—Como sucede con tantas otras profecías, los detalles son lo bastante imprecisos para convencer a las mentes crédulas de que todo ha sido «predicho». Las Bene Gesserit y su Missionaria Protectiva eran maestras en esto. —Miró atentamente al robot—. Y me parece que tú también.
Erasmo pareció a la vez sorprendido e impresionado.
—¿Qué insinúas?
—Puesto que tú estabas a cargo de las «proyecciones matemáticas» y las «profecías» basadas en ellas, estabas en posición de escribir las predicciones como más te gustara. Omnius se lo creía todo.
—¿Me estás diciendo que me inventé las profecías? ¿Para guiar la mente obstinada de Omnius hacia un determinado curso de acción? ¿Para traernos justamente a este punto? Una hipótesis interesante. Digna de un verdadero kwisatz haderach. —La sonrisa de su rostro parecía más auténtica que nunca.
—Como kwisatz haderach —dijo Duncan sonriendo fríamente—, sé que, por mucho que evolucione, hay y habrá limitaciones a mis conocimientos y mis capacidades. —Dio unos toquecitos en el pecho del robot—. Contéstame. ¿Manipulaste las profecías?
—Los humanos creasteis incontables proyecciones y leyendas mucho antes de que yo existiera. Yo me limité a adaptar las que más me gustaban, generé los complejos cálculos que llevaran a las proyecciones deseadas y se las ofrecí a la supermente. Omnius, con su habitual miopía, solo vio lo que quería ver. Se convenció a sí mismo de que en el «fin», un «gran cambio en el universo» exigía una «victoria para él». Y para eso necesitaba al kwisatz haderach. Omnius ha aprendido muchas cosas, sobre todo la arrogancia. —Erasmo hizo ondear su túnica—. No importa lo que pensaran la supermente o los Danzarines Rostro… yo siempre he tenido el control.
Alzando las manos, el robot indicó la catedral metálica racional donde estaban, la ciudad de Sincronía, el imperio de máquinas pensantes.
—Nuestras fuerzas no carecen completamente de un líder. Ahora que la supermente no está, yo controlo a las máquinas. Tengo todos los códigos, la programación intrincada e interconectada.
Duncan tuvo una idea que era parte presciencia, parte intuición y parte una apuesta.
—También el kwisatz haderach último puede tomar el control.
—Eso parece una solución mucho más limpia. —Una extraña expresión pasó por el rostro de metal líquido del robot—. Me resultas interesante, Duncan Idaho.
—Dame los códigos de acceso.
—Te puedo dar mucho más que eso… Y necesitarás mucho más. Estamos hablando de un imperio mecánico entero, de millones de componentes. Tendría que compartir una… eternidad contigo, del mismo modo que mis Danzarines Rostro compartieron todas esas maravillosas vidas conmigo. Pero es lo lógico tratándose de un kwisatz haderach.
Antes de que el robot pudiera volver a reír, Duncan aferró la mano de platino que sobresalía de la manga opulenta.
—Entonces hazlo, Erasmo. —Se acercó más, estiró la otra mano y la puso contra el rostro del robot en un gesto extrañamente íntimo. La presciencia parecía guiarle.
—Duncan, esto es peligroso —dijo Paul—. Lo sabes.
—El peligro soy yo, Paul. No quien está en peligro. —Duncan se acercó a tan solo unos centímetros de Erasmo, sintiendo las posibilidades bullendo en su interior. Aunque en el futuro habría problemáticos puntos muertos, hoyos y trampas que quizá no sabría anticipar, se sentía seguro.
El robot hizo una pausa, como si calculara, luego aferró la mano de Duncan y, en un gesto similar al del hombre, estiró la otra mano para tocarle el rostro. Las cejas oscuras de Duncan se unieron por las extrañas emociones que sentía. El frío metal le resultaba alarmantemente suave, y casi sintió como si cayera dentro de él. Duncan se expandió, llevando su mente al territorio desconocido de los pensamientos del robot, mientras el robot hacía otro tanto. Los dedos del robot se alargaron, extendiéndose sobre la mano de Duncan como un guante. El metal líquido cubrió la muñeca de Duncan y empezó a subir por su antebrazo, y lo notó hirientemente frío cuando Erasmo empezó a hablar.
—Intuyo una creciente confianza entre nosotros, Duncan Idaho.
Los momentos seguían pasando, y Duncan no habría sabido decir si estaba tomando lo que quería del robot o era Erasmo quien le daba lo que el kwisatz haderach necesitaba, todo lo que necesitaba. Y, aunque se habían fusionado, Duncan necesitaba llegar más allá. Una sustancia viscosa y metálica cubría su brazo, como la trucha de arena que en tiempos absorbió el cuerpo de Leto II.