Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
Duncan sentía una extraña imperiosidad, contagiada tal vez de Erasmo. Las posibilidades rodaban por su cabeza, acompañadas por una marea de consecuencias. Con una creciente consciencia, supo que para que Kralizec acabara tenía que poner fin al eterno cisma entre hombre y máquina. Las máquinas pensantes habían sido creadas por el hombre pero, aunque estaban interconectados, cada bando había tratado repetidamente de eliminar al otro. Tenía que encontrar un terreno común entre los dos, no imponer el dominio de uno sobre el otro.
Duncan veía el gran arco de la historia, una evolución social de proporciones épicas. Miles de años atrás, Leto II se había unido a un gran gusano de arena y así adquirió inmensos poderes. Siglos después, bajo la dirección de Murbella, dos grupos opuestos de mujeres habían aunado sus fuerzas, fusionando sus culturas individuales en una unidad sintetizada más fuerte. Incluso Erasmo y Omnius representaban las dos caras de una misma identidad, creatividad y lógica, curiosidad y datos rígidos.
Duncan vio que hacía falta un equilibrio. El corazón humano y la mente de la máquina. Lo que había recibido de Erasmo podía convertirse en un arma o una herramienta. Tenía que utilizarlo correctamente.
Debo convertirme en una síntesis de hombre y máquina.
Su mirada se encontró con la de Erasmo, y esta vez conectaron sin necesidad de establecer contacto físicamente. De alguna forma el kwisatz haderach conservaba una imagen de Erasmo en su interior, del mismo modo que las Reverendas Madres llevaban las Otras Memorias con ellas.
Duncan respiró hondo, y pensó en la gran pregunta.
—Al manifestaros en la forma de un anciano y una anciana, tú y Omnius demostrasteis las diferencias entre vosotros. Erasmo, al tiempo que conservabas tu independencia, adquiriste el vasto banco de datos de la supermente, el intelecto, mientras que Omnius a su vez aprendió de ti lo que es el corazón, lo que significa tener sentimientos humanos… curiosidad, inspiración, misterio. Pero ni siquiera tú conseguiste asimilar todos los aspectos que buscabas en el humano.
—Y sin embargo ahora puedo hacerlo. Con tu consentimiento, por supuesto.
Duncan se volvió a mirar a Paul y los otros.
—Después de la Yihad Butleriana, la humanidad se excedió al prohibir toda inteligencia artificial. Al prohibir todo tipo de ordenadores, los humanos nos estábamos negando una herramienta útil.
Esta reacción exagerada provocó inestabilidad. La historia ha demostrado que prohibiciones tan drásticas y draconianas no pueden sustentarse.
—Y sin embargo —dijo Jessica con escepticismo—, al erradicar los ordenadores durante tantas generaciones nos obligó a ser más fuertes e independientes. Durante miles de años la humanidad ha evolucionado sin la ayuda de construcciones artificiales que piensen y decidan por nosotros.
—Igual que los fremen aprendieron a vivir en Arrakis —dijo Chani visiblemente orgullosa—. Es algo bueno.
—Sí, pero eso también nos ha tenido atados de manos y ha impedido que alcanzáramos nuestro potencial. Solo porque las piernas de un hombre se harán más fuertes andando, ¿le negaremos un vehículo? Nuestra capacidad de memorizar aumenta mediante la práctica continuada, ¿deberíamos negarnos por ello los medios para escribir o registrar nuestro pensamiento?
—No hay por qué tirar al bebé por el retrete, por utilizar uno de vuestros antiguos clichés —dijo Erasmo—. En una ocasión, yo tiré a uno por un balcón. Y las consecuencias fueron extremas.
—No aprendimos a sobrevivir sin las máquinas —dijo Duncan, cristalizando sus pensamientos—. Simplemente, las redefinimos. Los mentats son humanos cuyas mentes están entrenadas para funcionar como una máquina. Los maestros tleilaxu utilizaron los cuerpos de las mujeres como simples tanques axlotl… máquinas de carne con las que fabricar especia o gholas.
Cuando Paul le devolvió la mirada, a Duncan el rostro del joven le pareció muy, muy viejo. Recuperarse de su vida pasada le había consumido más que la herida. Como kwisatz haderach, como Muad’Dib, Emperador y Predicador ciego, Paul comprendía su dilema mejor que ninguno de los presentes. Asintió levemente.
—Ninguno de nosotros puede decidir por ti, Duncan.
Duncan dejó que sus ojos se perdieran en el vacío.
—Podemos hacer mucho, mucho más. Ahora lo veo. Humanos y máquinas cooperando, sin que ninguno de los dos lados esté esclavizado al otro. Y yo estaré en medio, como un puente entre los dos.
El robot contestó con genuino entusiasmo.
—¡Ahora lo entiendes, kwisatz haderach! Tú me has ayudado a entender a la vez que tú entendías. También me has mostrado el camino más corto. —El rostro de metal líquido de Erasmo cambió, como una versión mecánica de un Danzarín Rostro, y se convirtió de nuevo en la anciana afable—. Mi larga búsqueda ha terminado. Por fin, después de miles de años, puedo entender. —Sonrió—. De hecho, ya no hay nada que me interese.
La anciana fue hasta el lugar donde Paolo seguía transfigurado, con la mirada en blanco, clavada en lo alto.
—Este kwisatz haderach fallido es una lección para mí. El muchacho ha pagado el precio del saber excesivo. —Los ojos fijos de Paolo parecían cada vez más secos. Seguramente se consumiría y moriría de hambre, perdido en el laberinto infinito de la presciencia absoluta—. No deseo aburrirme de este modo. Así que te pido una cosa, kwisatz haderach, que me ayudes a comprender algo que nunca he podido experimentar de verdad, el último y fascinante aspecto de la humanidad.
—¿Una exigencia? —preguntó Duncan—. ¿O un favor?
—Una deuda de honor. —La anciana le dio unas palmaditas en la manga con una mano nudosa—. Ahora eres el epítome de las mejores cualidades del hombre y la máquina, permite que haga algo que solo los seres vivos pueden hacer. Guíame en mi muerte.
Duncan no había previsto aquello.
—¿Quieres morir? ¿Y cómo puedo ayudarte a hacerlo?
La anciana encogió sus hombros huesudos.
—Todas tus vidas y tus muertes te han convertido en un experto en la materia. Mira en tu interior y lo sabrás.
Durante milenios, después de la Yihad Butleriana, Erasmo había considerado la posibilidad de distribuir copias de sí mismo, igual que había hecho Omnius, pero no lo había concretado. Esto habría hecho su existencia mucho menos estimulante y significativa. Después de todo, era un robot independiente, y tenía que ser único.
Duncan vio que, junto con los códigos y mandos para controlar a la hueste de máquinas pensantes, había recibido también los mandos que regulaban la vida de Erasmo. Podía desconectar al robot con la misma facilidad con que Erasmo había desconectado a los Danzarines Rostro.
—Tengo curiosidad por saber qué hay del otro lado de la gran división entre la vida y la muerte. —El robot miró a Khrone y las figuras idénticas de los otros cambiadores de forma que yacían en el suelo.
Pero no era tan sencillo como darle a un interruptor o enviar un código. Duncan había vivido y había muerto una vez y otra, y había aprendido más de la vida y la muerte que nadie. ¿Quería Erasmo que comprendiera si un robot podía o no tener un alma, ahora que los dos habían estado en la mente del otro?
—Quieres que te sirva de guía —dijo Duncan—, no de verdugo.
—Una manera elegante de decirlo, amigo mío. Creo que lo entiendes. —La anciana le miró; ahora su sonrisa tenía un toque de nerviosismo—. Después de todo, Duncan Idaho, tú lo has hecho muchas veces. Pero para mí es la primera.
Duncan le tocó la frente. La piel era tibia y seca.
—Cuando estés listo.
La anciana se sentó en los escalones de piedra. Cruzó las manos sobre el regazo y cerró los ojos.
—¿Crees que volveré a ver a Serena?
—No puedo contestarte a eso. —Con una orden mental, Duncan activó uno de los nuevos códigos que poseía. Desde el interior de su mente, buscando sus numerosas experiencias de la muerte, mostró a Erasmo lo que sabía, incluso sin entenderlo él mismo plenamente. No estaba seguro de que aquel antiguo robot independiente pudiera seguirle. Erasmo tendría que buscar su propio camino. Sus caminos se separaban, llevando a cada uno en un viaje totalmente distinto.
El cuerpo ajado cayó quedamente sobre los escalones, y un largo suspiro brotó de los labios de la anciana. Su expresión era de una serenidad completa… y entonces quedó totalmente inmóvil, con los ojos fijos.
E incluso después de muerto, el robot conservó su figura humana.
Mientras hay vida hay esperanza… o eso reza el dicho. Pero para el que es verdaderamente fiel siempre hay esperanza, y no viene determinada ni por la vida ni por la muerte.
M
AESTRO
TLEILAXU
S
CYTALE
,
Mis interpretaciones personales de la Sharia
Bajo el cielo requemado de Rakis, la desesperanza llevó a Waff a un lugar tan desolado y seco como el paisaje que le rodeaba. Sobre una duna vitrificada próxima, solo uno de sus preciosos gusanos blindados se movía aún con los últimos resquicios de vida. Los otros ya estaban muertos. Le había fallado a su Profeta.
Las modificaciones celulares que había introducido eran insuficientes, y ahora no tenía ni especímenes de truchas de arena ni las instalaciones necesarias para crear nuevos gusanos experimentales.
Sentía que los últimos granos de arena se escurrían en el reloj de arena de su vida. Su cuerpo no duraría lo bastante para que probara con una nueva línea de gusanos híbridos ni aunque tuviera el material. Solo la esperanza de restituir a aquellos gusanos a Rakis había impedido que sucumbiera a los daños de su cuerpo ghola acelerado, pero ahora se venía abajo por momentos.
Waff levantó el puño al cielo y, gritando en aquel aire seco y cáustico, exigió respuestas a Dios, aunque ningún mortal tenía derecho a hacerlo. Golpeó las manos contra el suelo duro y agrietado y lloró. Sus ropas estaban sucias, el rostro manchado de restos de hollín. Los cuerpos de los gusanos muertos estaban tirados sobre lo que en otro tiempo había sido una extraordinaria duna. En verdad aquello era el fin de toda esperanza.
Si ni siquiera el Profeta deseaba ya vivir allí, es que Rakis estaba condenado por siempre jamás.
Y entonces, mientras se hacía un ovillo sobre el suelo, Waff notó un temblor que venía de las profundidades de la tierra. Las vibraciones se hicieron más intensas, y Waff levantó sus ojos escocidos con asombro, pestañeando. El último gusano vivo se sacudió, como si también él intuyera que estaba pasando algo importante.
En medio del silbido del aire se oyó un crac estruendoso y una lisura empezó a extenderse por el suelo vitrificado. Waff se incorporó a trompicones y, sin acabar de comprender, observó el avance en zigzag de la grieta, cada vez más dilatada.
Empezaron a aparecer líneas aserradas y anchas, como finas fracturas en una superficie reforzada de plaz cuando la golpeas con fuerza. Las dunas se rompieron y se hincharon, porque lo que fuera que había allí abajo se levantó.
Waff retrocedió tambaleante. A sus pies el último gusano se movió, como si quisiera avisar al maestro tleilaxu de que sus días llegaban a su fin…, y que también él estaba a punto de morir.
Una secuencia de explosiones brotaron como géiseres de arena desde debajo de las dunas. Las grietas se hicieron más anchas aún y dejaron a la vista unas figuras que se movían por debajo. Como si estuviera en medio de un sueño, Waff vio enormes segmentos con piedras y polvo incrustados, inmensos behemoths que se elevaban en medio de una cascada de arena.
Gusanos de arena. Gusanos de arena auténticos… monstruos del tamaño de los que surcaban el desierto en los tiempos en que aquel mundo se conocía como Dune. ¡Una leyenda y un misterio renacidos!
Waff estaba allí, transfigurado, sin acabar de creerse lo que veía, y sin embargo se sentía imbuido de esperanza y respeto, no de miedo. ¿Eran aquellos gusanos supervivientes de los gusanos originales? ¿Cómo podían seguir con vida después del holocausto?
—¡Profeta, has vuelto! —Al principio vio que salían a la superficie cinco gusanos gigantes, luego una docena, todos a la vez. A su alrededor, el suelo se fracturaba más y más. ¡Había cientos de gusanos! Aquel mundo muerto era como un inmenso huevo que estaba eclosionando para dar vida.
Libres de su nido subterráneo, los gusanos de arena se lanzaron en dirección al lejano campamento levantado entre las ruinas de Keen. Waff supuso que engullirían a Guriff y sus prospectores, y a los hombres de la Cofradía.
Los gusanos de arena volverían a recuperar Rakis.
Waff se adelantó extasiado, con las manos en alto en un gesto feliz de adoración.
—¡Mi glorioso Profeta, estoy aquí! —El Mensajero de Dios era tan grande que Waff se sentía como una mota minúscula, indigna de atención.
Su fe volvió a él, y vio que sus esfuerzos insignificantes con relación a Rakis nunca habían sido importantes. Por muy duro que hubiera luchado por sus truchas de arena, tratando de sembrar aquellas dunas muertas con gusanos reforzados, Dios tenía sus propios planes… Dios siempre tenía sus planes. Y mostraba el camino produciendo una avalancha de vida, igual que la revelación muda de una
s'tori
.
Y entonces Waff se dio cuenta de algo que tendría que haber sabido desde el principio, algo que todo tleilaxu debería entender: si cada gusano de arena que brotó del gran cuerpo del Dios Emperador Leto II contenía una perla del Profeta… ¿cómo podían no ser los gusanos prescientes? ¿Cómo podían no haber previsto la llegada de las Honoradas Matres y la destrucción inminente de Rakis?
Waff dio una palmada de júbilo. ¡Por supuesto! Los grandes gusanos debían de haber visto los terribles destructores. Y, sabiendo que la superficie de Rakis se convertiría en una bola calcinada, guiados por la presciencia de Leto II, algunos habían perforado la tierra y se habían refugiado muy abajo, tal vez a kilómetros de la superficie. Lejos de la parte más afectada.
Este mundo sabe cuidar de sí mismo
, pensó Waff.
Los arrogantes humanos siempre habían causado problemas allí. Cuando era un prístino desierto, Rakis era lo que tendría que haber sido antes de que la ambición y el orgullo de los humanos lo terraformaran. Los esfuerzos de los extranjeros por «mejorar» Dune habían resultado en la aparente extinción de los grandes gusanos, hasta que la muerte de Leto II los hizo volver. Después de lo cual, los humanos —las Honoradas Matres— habían vuelto a aniquilar el ecosistema.