Read Guía del autoestopista galáctico Online
Authors: Douglas Adams
—Terráqueo, el planeta en el que vivías fue encargado, pagado y gobernado por ratones. Quedó destruido cinco minutos antes de alcanzarse el propósito para el cual se proyectó, y ahora tenemos que construir otro.
Arthur sólo se quedó con una palabra.
—¿
Ratones
? —dijo.
—Efectivamente, terráqueo.
—Lo siento, escuche… ¿estamos hablando de las pequeñas criaturas peludas que tienen una fijación con el queso y ante los cuales las mujeres se subían gritando encima de las mesas en las comedias televisivas a principios de los sesenta?
Slartibartfast tosió cortésmente.
—Terráqueo —dijo—, resulta un poco difícil seguir tu manera de hablar. Recuerda que he estado dormido en el interior de este planeta de Magrathea durante cinco millones de años y no sé mucho de esas comedias televisivas de los primeros sesenta de que me hablas. Mira, esas criaturas que tú llamas ratones, no son enteramente lo que parecen. No son más que la proyección en nuestra dimensión de seres pandimensionales sumamente hiperinteligentes. Todo eso del queso y de los gritos no es más que una fachada.
El anciano hizo una pausa y, con una mueca simpática, prosiguió:
—Me temo que han hecho experimentos con vosotros.
Arthur pensó aquello durante un segundo, y luego se le iluminó el rostro.
—¡Ah, no! —dijo—. Ya veo el origen del malentendido. No, mire usted, lo que pasó es que nosotros hacíamos experimentos
con ellos
. Con frecuencia se les utilizaba en investigaciones conductistas, Pavlov y todas esas cosas. De manera que lo que pasó fue que a los ratones se les presentaba todo tipo de pruebas, aprendían a tocar campanillas y a correr por laberintos y cosas así, para luego analizar todas las características del proceso de aprendizaje. Por la observación de su conducta, nosotros aprendíamos todo tipo de cosas sobre la nuestra…
La voz de Arthur se apagó.
—Es de admirar… —dijo Slartibartfast— semejante sutileza.
—¿Cómo? —dijo Arthur.
—Qué cosa mejor para ocultar su verdadera naturaleza, para guiar mejor vuestras ideas: correr de pronto por el lado erróneo de un laberinto, comer el trozo equivocado de queso, caer repentinamente muertos de mixomatosis…; si eso se calcula adecuadamente, el efecto acumulativo es enorme.
Hizo una pausa para causar efecto.
—Mira, terráqueo, son seres pandimensionales realmente listos y especialmente hiperinteligentes. Vuestro planeta y vuestra gente han formado la matriz de un ordenador orgánico que realizaba un programa de investigación de diez millones de años… Permite que te cuente toda la historia. Llevará un poco de tiempo.
—El tiempo —dijo débilmente Arthur— no suele ser uno de mis problemas.
Desde luego, existen muchos problemas relacionados con la vida, entre los cuales algunos de los más famosos son:
¿Por qué nacemos? ¿Por qué morimos? ¿Por qué queremos pasar la mayor parte de la existencia llevando relojes de lectura directa?
Hace muchísimos millones de años, una raza de seres pandimensionales hiperinteligentes (cuya manifestación física en su propio universo pandimensional no es diferente a la nuestra) quedó tan harta de la continua discusión sobre el sentido de la vida, que interrumpieron su pasatiempo preferido de críquet ultrabrockiano (un curioso juego que incluía golpear a la gente de improviso, sin razón aparente alguna, y luego salir corriendo) y decidieron sentarse a resolver sus problemas de una vez para siempre.
Con ese fin construyeron un ordenador estupendo que era tan sumamente inteligente, que incluso antes de que se conectaran sus bancos de datos empezó por
Pienso, luego existo
, y llegó hasta inferir la existencia del pudín de arroz y del impuesto sobre la renta antes de que alguien lograra desconectarlo.
Era del tamaño de una ciudad pequeña.
Su consola principal estaba instalada en un despacho de dirección de un modelo especial, montada sobre un enorme escritorio de la ultracaoba más fina con el tablero tapizado de lujoso cuero ultrarrojo. La alfombra oscura era discretamente suntuosa; había plantas exóticas y elegantes grabados de los programadores principales del ordenador y de sus familias generosamente desplegados por la habitación, y ventanas magníficas daban a un patio público bordeado de árboles.
El día de la Gran Conexión, dos programadores sobriamente vestidos llegaron con sus portafolios y se les hizo pasar discretamente al despacho. Eran conscientes de que aquel día representaban a toda su raza en su momento más álgido, pero se condujeron con calma y tranquilidad, se sentaron deferentemente al escritorio, abrieron los portafolios y sacaron sus libretas de notas encuadernadas en cuero.
Se llamaban Lunkwill y Fook.
Durante unos momentos siguieron sentados en un silencio respetuoso, y luego, tras intercambiar una tranquila mirada con Fook, Lunkwill se inclinó hacia delante y tocó un pequeño panel negro.
Un zumbido de lo más tenue indicó que el enorme ordenador había entrado en total actividad. Tras una pausa, les habló con una voz resonante y profunda.
—¿Cuál es esa gran tarea para la cual yo, Pensamiento Profundo, el segundo ordenador más grande del Universo del Tiempo, he sido creado? —les dijo.
Lunkwill y Fook se miraron sorprendidos.
—Tu tarea, ordenador… —empezó a decir Fook.
—No, espera un momento, eso no está bien —dijo Lunkwill inquieto—. Hemos proyectado expresamente este ordenador para que sea el primero de todos, y no nos conformaremos con el segundo. Pensamiento Profundo —se dirigió al ordenador—, ¿no eres tal como te proyectamos, el más grande, el más potente ordenador de todos los tiempos?
—Me he descrito como el segundo más grande —entonó Pensamiento Profundo—, y eso es lo que soy.
Los dos programadores cruzaron otra mirada de preocupación. Lunkwill carraspeó.
—Debe haber algún error —dijo—. ¿No eres más grande que el ordenador Milliard Gargantusabio de Maximégalon, que puede contar todos los átomos de una estrella en un milisegundo?
—¿Milliard Gargantusabio? —dijo Pensamiento Profundo con abierto desdén—. Un simple ábaco; ni lo menciones.
—¿Y acaso no eres —le dijo Fook, inclinándose ansiosamente hacia delante —mejor analista que el Pensador de la Estrella Googlepex en la Séptima Galaxia de la Luz y del Ingenio, que puede calcular la trayectoria de cada partícula de polvo de una tormenta de arena de cinco semanas de Dangrabad Beta?
—¿Una tormenta de arena de cinco semanas? —dijo altivamente Pensamiento Profundo—. ¿Y me preguntas eso a mí, que he examinado hasta los vectores de los átomos de la Gran Explosión
[4]
? No me molestéis con cosas de calculadora de bolsillo.
Durante un rato, los dos programadores guardaron un incómodo silencio. Luego, Lunkwill volvió a inclinarse hacia delante y dijo:
—Pero ¿es que no eres un argumentista más temible que el gran Polemista Neutrón Omnicognaticio Hiperbólico de Ciceronicus 12, el Mágico e Infatigable?
—El gran Polemista Neutrón Omnicognaticio Hiperbólico —dijo Pensamiento Profundo, alargando las erres— podría dejar sin patas a un megaburro arcturiano a base de charla, pero sólo yo podría persuadirle para que se fuera después a dar un paseo.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —le preguntó Fook.
—No hay ningún problema —afirmó Pensamiento Profundo con tono magnífico y resonante—. Sencillamente, soy el segundo ordenador más grande en el Universo del Espacio y del Tiempo.
—Pero… ¿el
segundo
? —insistió Lunkwill—. ¿Por qué afirmas ser el segundo? Seguro que no pensarás en el Multicorticoide Perpicutrón Titán Muller, ¿verdad? O en el Ponderamático. O en el…
Luces desdeñosas salpicaron la consola del ordenador.
—¡Yo no gasto ni una sola unidad de pensamiento en esos papanatas cibernéticos! —tronó—. ¡Yo sólo hablo del ordenador que me sucederá!
Fook estaba perdiendo la paciencia. Apartó a un lado la libreta de notas y murmuró:
—Me parece que la cosa se está poniendo innecesariamente mesiánica.
—Tú no sabes nada del tiempo futuro —sentenció Pensamiento Profundo—, pero con mi prolífico sistema de circuitos yo puedo navegar por las infinitas corrientes de las probabilidades futuras y ver que un día llegará un ordenador cuyos parámetros de funcionamiento no soy digno de calcular, pero que en definitiva será mi destino proyectar.
Fook exhaló un hondo suspiro y miró a Lunkwill.
—¿Podemos proseguir y hacerle la pregunta? —inquirió.
Lunkwill le hizo señas de que esperara.
—¿De qué ordenador hablas? —preguntó.
—No hablaré más de él por el momento —dijo Pensamiento Profundo—. Y ahora, decidme qué otra cosa queréis de mis funciones.
Los programadores se miraron y se encogieron de hombros. Fook se dominó y habló.
—¡Oh, ordenador Pensamiento Profundo! La tarea para la que te hemos proyectado es la siguiente: Queremos que nos digas… —hizo una pausa— ¡la Respuesta!
—¿La Respuesta? —repitió Pensamiento Profundo—. ¿La Respuesta a qué?
—¡A la Vida! —le apremió Fook.
—¡Al Universo! —exclamó Lunkwill.
—¡A Todo! —dijeron ambos a coro.
Pensamiento Profundo hizo una breve pausa para reflexionar.
—Difícil —dijo al fin.
—Pero ¿puedes darla?
—Sí —dijo Pensamiento Profundo—, puedo darla.
De nuevo se produjo una pausa significativa.
—¿Existe la respuesta? —inquirió Fook, jadeando de emoción.
—¿Una respuesta sencilla? —añadió Lunkwill.
—Sí —respondió Pensamiento Profundo—. A la Vida, al Universo y a Todo. Hay una respuesta. Pero —añadió— tengo que pensarla.
Un alboroto repentino destruyó la emoción del momento: la puerta se abrió de golpe y dos hombres furiosos, que llevaban las túnicas de azul desteñido y las bandas de la Universidad de Cruxwan, irrumpieron en la habitación, apartando a empujones a los ineficaces lacayos que trataban de impedirles el paso.
—¡Exigimos admisión! —gritó el más joven de los intrusos, dando un codazo en la garganta a una secretaria guapa y joven.
—¡Vamos! ¡No podéis dejarnos fuera! —gritó el de más edad, echando a empujones por la puerta a un programador subalterno.
—¡Exigimos que no podéis dejarnos fuera! —chilló el más joven, aunque ya estaba dentro de la habitación y no se hacían más intentos de detenerlo.
—¿Quiénes sois? —preguntó Lunkwill irritado, levantándose de su asiento—. ¿Qué queréis?
—¡Yo soy Majikthise! —anunció el de más edad.
—¡Y yo exijo que soy Vroomfondel! —gritó el más joven.
—Vale —dijo Majikthise volviéndose hacia Vroomfondel con furia y explicándole—: No es necesario que exijas eso.
—¡De acuerdo! —aulló Vroomfondel, dando un puñetazo en un escritorio—. ¡Soy Vroomfondel, y eso
no
es una exigencia, sino un
hecho
incontrovertible! ¡Lo que nosotros exigimos son
hechos
incontrovertibles!
—¡No, no es eso! —exclamó airadamente Majikthise—. ¡Eso es precisamente lo que no exigimos!
—¡No exigimos hechos incontrovertibles! —gritó Vroomfondel, sin casi detenerse a tomar aliento—. ¡Lo que exigimos es una total
ausencia
de hechos incontrovertibles! ¡Exijo que yo sea o no sea Vroomfondel!
—Pero ¿qué demonios sois vosotros? —exclamó Fook, ofendido.
—Nosotros —anunció Majikthise— somos filósofos.
—Aunque quizá no lo seamos —añadió Vroomfondel, moviendo un dedo en señal de advertencia a los programadores.
—Sí, lo
somos
—insistió Majikthise—. Estamos precisamente aquí en representación de la Unión Amalgamada de Filósofos, Sabios, Luminarias y Otras Personas Pensantes, ¡y queremos que se desconecte esa máquina
ahora mismo
!
—¿Cuál es el problema? —inquirió Lunkwill.
—Te diré cuál es el problema, compañero —dijo Majikthise—, ¡demarcación, ése es el problema!
—¡Exigimos —gritó Vroomfondel— que la demarcación pueda o no pueda ser el problema!
—Dejad que las máquinas sigan haciendo sumas —advirtió Majikthise—, y nosotros nos ocuparemos de las verdades eternas, muchas gracias. Si queréis comprobar vuestra situación legal, hacedlo, compañeros. Según la ley, la Búsqueda de la Verdad Última es, con toda claridad, la prerrogativa inalienable de los obreros pensadores. Si cualquier máquina puñetera va y la
encuentra
, nosotros nos quedamos inmediatamente sin trabajo, ¿verdad? ¿Qué sentido tiene que nosotros nos quedemos levantados casi toda la noche discutiendo la existencia de Dios, si esa máquina se pone a funcionar y os da su puñetero número de teléfono a la mañana siguiente?
—¡Eso es! —aulló Vroomfondel—, ¡exigimos áreas rígidamente definidas de duda y de incertidumbre!
De pronto, una voz atronadora retumbó por la habitación.
—¿Podría hacer yo una observación a esa cuestión? —inquirió Pensamiento Profundo.
—¡Iremos a la huelga! —gritó Vroomfondel.
—¡Eso es! —convino Majikthise—. ¡Tendréis que véroslas con una huelga nacional de Filósofos!
El zumbido que había en la habitación se incremento repentinamente cuando varias unidades auxiliares de los tonos graves, montadas en altavoces sobriamente labrados y barnizados, entraron en funcionamiento por toda la habitación para dar más potencia a la voz de Pensamiento Profundo.
—Lo único que quería decir —bramó el ordenador— es que en estos momentos mis circuitos están irrevocablemente ocupados en calcular la respuesta a la Pregunta Última de la Vida, del Universo y de Todo —hizo una pausa y se cercioró de que todos le atendían antes de proseguir en voz más baja—: Pero tardaré un poco en desarrollar el programa.
Fook miró impaciente su reloj.
—¿Cuánto? —preguntó.
—Siete millones y medio de años —contestó Pensamiento Profundo.
Lunkwill y Fook se miraron y parpadearon.
—¡Siete millones y medio de años…! —gritaron a coro.
—Sí —exclamó Pensamiento Profundo—, he dicho que tenía que pensarlo, ¿no es así? Y me parece que desarrollar un programa semejante puede crear una enorme cantidad de publicidad popular para toda el área de la filosofía en general. Todo el mundo elaborará sus propias teorías acerca de cuál será la respuesta que al fin daré, ¿y quién mejor que vosotros para capitalizar el mercado de los medios de comunicación? Mientras sigáis en desacuerdo violento entre vosotros y os destrocéis mutuamente en periódicos sensacionalistas, y en la medida en que dispongáis de agentes inteligentes, podréis continuar viviendo del cuento hasta que os muráis. ¿Qué os parece?