No había respuesta para esa pregunta. Sólo la luz del sol que entraba por la ventana y los cantos de innumerables pájaros en la claridad primaveral.
Se levantó, aunque no de inmediato. El dolor de su corazón se agudizaba con el resplandor de aquel amanecer, y tenía que esperar a que remitiera. Salió. Su escolta la estaba esperando con dos caballos ensillados. Había planeado marcharse sola, pero los magos y Jaelle -de acuerdo por una vez- habían acudido a Aileron para que lo impidiera. Le habían rogado que aceptara una escolta de hombres, pero ella se había negado. Lo que iba a hacer tenía que ver con el pago de una deuda, no con la guerra; así se lo habían dicho. Pero se había callado otra cosa.
Había aceptaao una escolta, porque, en parte, no conocía el camino. Deberían contentarse con eso.
-Te lo dije desde el primer momento -le había dicho a Aileron-: no obedezco órdenes demasiado bien.
Nadie se había atrevido a reírse, ni siquiera a sonreír. Era de esperar. Tampoco ella había sonreído: Kevin estaba muerto y los caminos de todos se separaban. Sólo el Tejedor sabía si volverían a unirse otra vez.
Y ahora otra separación. Los guardias de Ivor condujeron fuera a Gereint, el chamán ciego; allí lo esperaban el aven con su esposa y su hija. Kim vio que Liane tenía los ojos enrojecidos. ¡Cuántos pequeños dolores se escondían en los grandes dolores!
Gereint, con su misteriosa manera de hacer, se detuvo justo frente a ella, que recibió la caricia ciega de su mente. Vio que estaba débil, pero no acabado.
-Todavía no -le dijo él en voz alta-. Me encontraré a la perfección cuando haya comido una pierna de eltor sobre la yerba, bajo las estrellas.
Impulsivamente Kim avanzó hacia él y lo besó en la mejilla.
-Me gustaría compartirla contigo -le dijo.
La mano huesuda de él se aferró a su hombro.
-A mí también me gustaría, soñadora. Me alegro de haberte conocido antes de morir.
-Quizá volvamos a vernos -dijo ella.
El no contestó. Sólo aumentó la presión sobre su hombro y, acercándose más, le susurró para que sólo ella pudiera oírlo:
-Anoche vi la Diadema de Usen, pero no a quien la llevaba.
La última frase sonó casi como una disculpa.
Ella suspiró y le dijo:
-A Ysanne le correspondía ver eso, y por lo tanto ahora me corresponde a mí. Gereint, vuelve en paz a tu llanura. Bastante tarea te está esperando allí. No puedes cargar con todo lo que nos corresponde a todos nosotros.
-Tú tampoco -dijo él-. Tendrás mis pensamientos.
Ella repuso, puesto que era quien era:
-No. No desearías compartir lo que pienso que tengo que hacer. Envíalos al oeste, Gereint. La guerra es asunto de Loren y de Matt, por ahora. En el lugar donde murió Amairgen.
Permitió que él escrutara en su interior para ver las dos sombras gemelas de su sueño.
-¡Oh, hija mía! -murmuró.
Le cogió ambas manos entre las suyas, se las llevó a los labios y las besó. Luego se alejó como si soportara mas peso que el de los años.
Kim se dirigió al lugar donde la esperaba su escolta. La yerba era verde, y por todas partes cantaban los pájaros. El sol se cernía sobre la sierra de Carnevon. Miró hacia arriba protegiéndose los ojos de la luz.
-¿Todo listo? -preguntó.
-Si -respondió Brock de Banir Tal.
Ella montó a caballo y emprendió el largo viaje hacia Khath Meigol.
Jaelle había dicho que Kevin había estado «caminando durante toda su vida hacia la diosa», y de aquellos que se encontraban en la habitación sólo Jennifer había entendido lo que había querido decir. Ni siquiera la suma sacerdotisa podía sopesar la profunda verdad que encerraban sus palabras. Al oírlas, Jennifer sintió de pronto como si en su interior cada nervio hubiese sido arrancado de su vaina y hubiese quedado al descubierto.
Ahora entendía con terrible claridad todas esas noches en que ella había permanecido acostada a su lado tras hacer el amor, viendo cómo Kevin se esforzaba por regresar desde tan lejos. Aquélla era la única cosa incontrolada en él que ella nunca había entendido y siempre había temido. El se dejaba arrastrar en la descendente espiral de pasión que ella no podía seguir. Muchas noches se había pasado despierta mirando la tranquila belleza de su rostro mientras dormía.
Ahora por fin lo entendía.
Era la última noche que ella pasaba sin dormir obsesionada por Kevin Laine. Estaba todavía despierta cuando los pájaros comenzaron a cantar fuera del templo; había descorrido las cortinas para contemplar la llegada de la mañana. La brisa era fresca, llena de aromas primavvrales. En todos los árboles apuntaban las hojas; el mundo volvía a cubrirse de colores, tras las negras ramas y la blanca nieve del invierno. De nuevo reinaba el verde, tan brillante y vivo que era más intenso que la verde tenebrosidad de Srarkadh. Mientras sus ojos contemplaban la primavera, el corazón de Jennifer, que era el de Ginebra, comenzó también a asomarse al exterior. Y no era ése el menor de los legados de Kevin.
Oyó que llamaban a la puerta. Abrió y vio a Matt; en una mano llevaba un bastón de paseo y en la otra un manojo de flores.
-Es primavera -le dijo-, han salido las primeras flores. Loren tiene una reunión en palacio con gente importante. Pensé que podrías acompañarme a la tumba de Aideen.
Mientras rodeaban la parte baja de la ciudad y cogían un sendero hacia el oeste, ella iba recordando la historia que hacía tanto tiempo él le había contado. En realidad no parecía que hubiera transcurrido tanto tiempo. La historia de Nilsom, el mago que se había vuelto malvado, y de Aideen, su fuente, que lo había amado: la única mujer desde los tiempos de Lisen que había sido la fuente de un mago. Aideen había salvado a Brennin y al Arbol del Verano de manos de Nilsom y del cruel Vailerth, el soberano rey. Al fin se había negado a seguir siendo la fuente del mago. Le había negado su fuerza y se había suicidado.
Matt le había contado la historia en el Gran Salón de Paras Derval, antes de que saliera a pasear a caballo y se encontrara con los lios alfar. Antes de que Galadan la encontrara a ella y la entregara al cisne.
Caminaban hacia el oeste, a través de aquel milagro de la primavera, y Jennifer veía por doquier que la vida retornaba a la tierra. Oía los grillos y el zumbido de las abejas; vio que un pájaro de alas escarlatas echaba a volar desde un manzano y que un conejo marrón salía corriendo de unos arbustos. Vio que Matt lo absorbía todo con su único ojo, como si apagara una sed insaciable. Caminaban en silencio entre aquellos sonidos de esperanza, hasta que Matt se detuvo en el límite del bosque.
Él le había contado que todos los años el Consejo de los Magos maldecía a Nilsom, cuando se reunían en el solsticio de invierno. Y todos los años, también, maldecían a Aideen, que había roto el más estrecho lazo de la Orden al traicionar a su mago, aunque hubiera sido para salvar a Brennin de la destrucción y al Árbol que se escondía en el corazón del bosque.
Y todas las primaveras, le había dicho Matt, él y Loren llevaban las primeras flores a su tumba.
La tumba casi no era visible. Había que conocer el lugar. Un montón de tierra y ninguna lápida; sólo la sombra de los árboles del límite del Bosque de Mórnir. El corazón de Jennifer se colmó de dolor y paz a la vez, al ver que Matt se arrodillaba y depositaba las flores sobre el túmulo.
Dolor y paz; vio que el enano estaba llorando y sus ojos se llenaron de lágrimas que manaban de lo más profundo de su corazón, que la primavera por fm había abierto. Lloraba por Aideen y por la pérdida de Kevin; por Darien y la elección que tenía que hacer; por Laesha y Drance, asesinados cuando ella fue raptada; por todos los vivos, también, enfrentados al terror de la Oscuridad, enfrentados a la guerra y al odio de Maugrim, por haber nacido en el tiempo de su regreso.
Y por fin, junto a la tumba de Aideen, en la primavera de Kevin, lloró por ella y por Arturo.
-Se respira tranquilidad de espíritu en este lugar -dijo él.
-¿Tranquilidad de espíritu? -preguntó ella con una sonrisa-. ¿ Con tantas lágrimas como estamos derramando entre los dos?
-A veces es la única manera de hallarla –replicó él-. ¿No crees?
Al cabo de un momento ella sonrió como no había hecho en mucho tiempo y se puso de pie. El la miró y dijo:
-¿Dejarás ahora el templo?
Ella no contestó. Poco a poco la sonrisa se desvaneció de su rostro.
-¿Para eso me has traído hasta aquí?
Su único y oscuro ojo no dejaba de mirarla, pero había cierta timidez en su voz.
-Sé muy pocas cosas -dijo Matt Soren-, pero conozco muy bien algunas. Sé que he visto brillar estrellas en los profundos ojos del Guerrero. Sé que ha sido maldecido y no le está permitido morir. Sé, porque tú me lo dijiste, lo que te había hecho. Y sé, porque lo veo ahora con claridad, que tú no te permites a ti misma vivir. Jennifer, de los dos destinos el tuyo me parece el más desgraciado.
Ella lo miró con gravedad; el viento agitaba sus cabellos de oro y levantó una mano para apartárselos de la cara.
-¿Sabes -dijo en voz tan baja que él tuvo que hacer esfuerzos por oírla- cuánto sufrí cuando era Ginebra?
-Creo que si. Siempre se sufre. Lo raro es ser feliz -dijo el otrora rey de los enanos.
Ella no contestó. Ante él se alzaba la Reina del Dolor, junto al Bosque del dios, y Matt tuvo un momento de duda pese a la solemne certeza de sus palabras. Casi para sí mismo, como para darse valor, murmuró:
-No puede haber ninguna esperanza en una muerte en vida.
Ella lo oyó y lo miró.
-¡Oh, Matt! -dijo-. ¡Oh, Matt!, ¿qué esperanza podría tener yo? El ha sido condenado y yo soy el agente de los deseos del Tejedor. ¿Qué esperanza podría tener yo?
La voz de ella le atravesó el corazón como una espada. Pero el enano reunió todas sus fuerzas y dijo aquelío por lo que la había llevado hasta allí; ya no albergaba duda alguna.
-¡No creas nunca eso! -gritó Matt Sóren-. No somos esclavos del Telar. No eres sólo Ginebra; ahora eres también Jennifer. En tu interior llevas a Kevin, y también a Rakoth, de quien lograste sobrevivir. Estás aquí, e intacta, y cada uno de los sufrimientos que has soportado te ha hecho más fuerte. ¡No tiene necesariamente que suceder ahora lo que sucedió antes!
Ella lo escuchó y muy despacio asintió con la cabeza. Se dio la vuelta y caminó a su lado de regreso a Paras Derval entre el pródigo regalo de aquella mañana. Él tenía razón, pues los enanos eran muy sabios en semejantes asuntos.
Sin embargo, mientras caminaban, la mente de ella retrocedió hasta otra mañana de otra primavera; casi tan esplendorosa como ésta, pero no tan largo tiempo esperada.
Los árboles florecían por doquier aquella mañana en que ella, junto a Arturo, vio entrar por primera vez en Camelor a Lancelot a caballo.
Oculto entre los árboles de la ladera que se alzaba frente a ellos, una figura observaba su regreso tal como había observado su caminata hasta la tumba. Se sentía muy solo y pensó en bajar hacia ellos, pero no sabía quiénes eran y las palabras de Cernan habían despertado en él una profunda desconfianza hacia la gente. Permaneció donde estaba.
Y Darien pensó que la mujer era en verdad muy hermosa.
-Él todavía se encuentra allí -dijo Loren- y tiene en su poder la Caldera. Quizá tenga tiempo de usarla para otra cosa, y de seguro lo hará silo dejamos que disponga de ese tiempo. Aileron, a menos que me lo prohíbas, por la mañana me haré a la mar desde Taerlindel.
Un tenso murmullo se extendió por la Cámara de Consejos. Paul vio que el soberano rey fruncía el entrecejo con preocupación. Muy despacio, Aileron sacudió la cabeza.
-Loren -dijo-, todo lo que has dicho es muy cierto y los dioses saben cuánto deseo la muerte de Metran. Pero, ¿cómo voy a enviarte a Cader Sedat si ni siquiera sabemos dónde está?
-Deja que me haga a la mar -dijo el mago, imperturbable-. Ya la encontrare.
-Loren, ni siquiera sabemos si Amairgen lo consiguió. ¡Todo lo que sabemos es que murió!
-No disponía de su fuente -replicó Loren-, pues Lisen quedd en tierra. Contaba con su sabiduría, pero no con su poder. Yo soy mucho menos sabio, pero Matt estará a mi lado.
-Manto de Plata, había otros magos en el barco de Amairgen. Tres, con sus respectivas fuentes, y ninguno regreso.
Paul vio que era Jaelle quien hablaba. Estaba resplandeciente aquella mañana, más friamente esplendorosa que nunca. Si alguien tenía alguna ascendencia aquel día, era ella, pues gracias a la intervención de Dana había acabado el invierno. No estaba dispuesta a permitir que nadie lo olvidara. Aun así, Paul se arrepentía de lo que le había dicho la tarde pasada. Las palabras de ella, en cambio, no era probable que se repitieran.
-Es cierto -estaba diciendo Aileron-. Loren, ¿cómo voy a permitir que te vayas? ¿Qué será de nosotros si mueres? Lisen vio desde la torre un barco fantasma, ¿a qué marinero podría pedirle que se embarcara en un barco semejante?
-A mí.
Todos se volvieron hacia la puerta con asombro. Kell avanzó unos pasos desde el lugar que ocupaba junto a Shain y dijo con voz clara:
-El soberano rey sabe que soy de Taerlindel. Antes de que el príncipe Diarmuid me trajera a este lugar para entrar a su servicio me pasé toda mi vida en el mar. Si Loren necesita un marino, yo seré ese hombre; el padre de mi madre tiene un barco que yo le ayudé a construir. Nos llevará hasta allí con una tripulación de cincuenta hombres.
Se hizo un silencio. Sobre él, como una piedra en un estanque, cayó la voz de Arturo Pendragon.
-¿Tiene nombre tu barco? -preguntó.
Kell enrojeció, como si de pronto fuera consciente de quién era.
-El nombre en si no tiene significado alguno -tartamudeó-. Es un nombre que no pertenece a ningún lenguaje que yo sepa, pero el padre de mi madre dijo que había sido el nombre de los barcos de su familia durante generaciones. Lo llamamos Prydwen, señor.
El rostro de Arturo estaba imperturbable. Lentamente el Guerrero hizo con la cabeza un gesto de asentimiento, y luego se volvió hacia Aileron.
-Soberano señor -dijo-, he permanecido en silencio por temor a entrometerme entre tú y tu primer mago. Pero debo decirte que, si tu preocupación se limita a encontrar Cader Sedat -nosotros la llamábamos en otro tiempo Caer Sidi y Caer Rigor-, yo he estado allí y sé dónde está. Quizá por esa razón me han traído a ti.