-Bien… -empezó a decir.
El eco de un cántico llegó hasta ellos desde el mar.
-¡Escuchad! -dijo Averren, aunque la advertencia era innecesaria.
Los siete centinelas del Prydwen estaban escuchando. El cántico venía de mar adentro por estribor, y Averren movió el timón para poder acercarse. Los cantos eran esquivos y débiles, tenues y hermosos. Como si una frágil tela de araña hubiera sido entretejida en la oscuridad ante ellos, con tristeza y fascinación. El canto era entonado por varias voces a la vez.
Paul ya había oído esa melodía antes.
-Tenemos problemas -dijo.
Kell se volvió.
-¿Qué ocurre?
La cabeza del monstruo surgió del agua por estribor. Subió y subió alzándose por encima de los mástiles del Prydwen. La luna iluminó aquella enorme cabezota: ojos sin párpados, fauces abiertas con gesto feroz, piel viscosa moteada de gris y verde. El Piydwen rozó con algo. Averren luchaba a brazo partido con el timón y Kell acudió en su ayuda, mientras uno de los centinelas daba el grito de alarma.
A la incierta luz de la luna, Paul vio el resplandor de algo blanco, eomo un cuerno, entre los ojos del monstruo. Todavía oía los cánticos, tan hermosos que encogían el corazón. Lo invadió una tenebrosa premonición, y se volvió con brusquedad: a babor se alzaba la curva cola del monstruo que oscurecía el cielo, a punto de abatirse contra el Ptydwen.
Las alas del cuervo. Se dio perfecta cuenta.
-¡Traficante de Almas! -gritó Paul- ¡Loren, procúranos protección!
Vio que la enorme cola estaba del todo alzada y que iba a abatirse sobre ellos con la fuerza maligna de la muerte. Luego observó que se estrellaba contra nada, sólo contra el aire. El Prydwen se balanceó como un juguete con el golpe, pero la protección del mago lo salvo. Loren venía corriendo por la cubierta, y Diarmuid y Arturo sostenían a Matt Soren. Paul vislumbró la abrumadora tensión de la cara del enano, pero se esforzó por no dejarse llevar por ninguna sensación. No podía perder tiempo. Buscó en su interior el latido de Mornir.
Y lo encontró, aunque desesperadamente débil, como la luz de las estrellas junto al resplandor de la luna. Pero de cualquier modo, allí estaba, aunque demasiado lejos. Liranan había estado en lo cierto. ¿Cómo podía él imponerse al dios del mar en el mar?
Trató de hacerlo. Sintió en su interior el tercer latido y gritó al tiempo que sentía el cuarto:
-¡Liranan!
Sintió, más que vio, que el dios lo esquivaba sin esfuerzo. La desesperación amenazaba con ahogarle. Se zambulló con la mente, como lo había hecho en la playa. Oyó por doquier los cánticos, y luego, en las profundidades, muy lejos, la voz de Liranan:
-Lo siento, hermano. De verdad lo siento.
Lo intentó de nuevo, poniendo toda su alma en la llamada. Como si estuviera en el fondo del mar vio sobre su cabeza la sombra del Prydwen, y aprehendió la enorme magnitud del monstruo que guardaba CaderSedar. Traficante de almas, pensó otra vez. Lo invadió una rabia arrolladora y concentró esa fuerza ciega en su llamada. Sintió que rodo él se rompía con el frenético esfuerzo. Pero no era suficiente.
-Te dije lo que sucedería -oyó que le decía el dios del mar.
A lo lejos vio que un pez de plata se perdia entre las oscuras aguas. No había estrellas marinas. Sobre su cabeza el Prydwen se balanceó de nuevo de modo peligroso y comprendió que Loren había conseguido otra vez detener el ataque de la cola del monstruo. No podrá hacerlo por tercera vez, pensó. No podrá.
Y en su mente oyó que le decían:
«No debe haber un tercer ataque. Dos Veces Nacido, soy Gereint:. Repite tu llamada a través de mi Mis raíces están en la tierra»
Paul se conectó con el chamán al que nunca había visto, y sintió que de él surgía el poder, eí pulso de Mornir latiendo con más fuerza que en su interior. Mentalmente bajo el agua, se asió a su mano a través de la oscuridad del océano. Sintió la explosión de su poder, alimentado por Gereint en la Llanura. Sintió que crecía y crecía, y vio con desesperación que la cola se alzaba de nuevo sobre su cabeza.
-¡Liranan! -gritó Paul por última vez.
Sobre la cubierta del Prydwen todos oyeron aquella voz como sí fuera un trueno.
Y apareció el dios del mar.
Paul lo sintió como si surgiera del mar. Oyó que el dios gritaba de alegría porque se le permitía intervenir. Luego sintió que se deshacía el vínculo con Gereint; antes de que pudiera decirle algo, de que pudiera trasmíorle algún pensamiento, el espíritu de Gereint lo había abandonado. Qué lejos, pensó Paul. Qué lejos había llegado. Y qué lejos tenía que volver.
Luego se encontró de nuevo en el barco y contempló con sus propios ojos, a la tenue luz de la luna, cómo el Traficante de Almas de Maugrim combatía con Liranan, el dios del mar. Y durante todo este tiempo los cánticos continuaron sonando.
Loren había retirado la protección. Matt yacía sobre la cubierta y Kell, al timón, se esforzaba por mantener el rumbo del Prydwen pese al oleaje que los titanes levantaban a estribor. Paul vio que un hombre caía por la borda mientras el barco corcoveaba como un caballo sobre el espumoso mar.
El dios combatía bajo su apariencia real, con sus resplandecientes vestiduras de agua; podía alzarse como una ola, podía formar remolinos en el mar; y así lo estaba haciendo.
Por efectos de un poder que Paul apenas podía aprehender, de pronto un abismo se abrió en el mar. El Prydwen se balanceaba y se mecía en el borde mismo, mientras el maderamen crujía. Vio que el vértice del abismo giraba más y más deprisa, y, mientras la velocidad iba en salvaje aumento, se dio cuenta de que ni siquiera la enorme masa del Traficante de Almas iba a resistir la fuerza de la furia del mar.
El monstruo se sumergía más y más. La batalla se libraría en las profundidades y Paul comprendió que eso sería la salvación de todos ellos. Contempló cómo el dios, luminoso y resplandeciente, suspendido en la cresra de una ola, tomaba la forma de un poderoso remolino para arrastrar al otro bajo el mar. El Traficante de Almas inclinó la viscosa cabeza llena de espuma, que era casi tan grande como el barco. Paul vio que cerraba los ojos sin párpados y que enseñaba con furia los dientes del tamaño de un hombre.
De pronto Diarmuid dan Ailell saltó desde la cubierta del Prydwen sobre la plataforma lisa de la cabeza del monstruo. Kell gritó, mientras los cánticos resonaban por todas partes, incluso en el rugido del mar. Con ojos incrédulos Paul observó cómo el príncipe tropezaba y luchaba por mantener el equilibrio; luego fue dando tumbos hasta colocarse entre los ojos del Traficante de Almas y, de un tirón, le arrancó de la cabeza el cuerno blanco.
Con el tirón perdió el equilibrio. Paul vio que el monstruo comenzaba a hundirse, mientras el mar se cerraba en torno a él. Entonces Diarmuid se dio la vuelta y saltó hacia el Piydwen.
Se agarró con una mano a la cuerda que Arturo Pendragon le había lanzado, y lo izaron a bordo antes de que el mar se cerrara. Paul se volvió a tiempo de ver cómo Liranan se dejaba caer desde la ola y se zambullía tras la criatura con la que ahora podía luchar porque había sido llamado y obligado.
Los cánticos cesaron.
Durante mil años, pensó Paul con el corazón encogido. Desde que por primera vez Rakorh había utilizado Cader Sedat en el Bael Rangar. Durante mil años el Traficante de Almas había estado al acecho en las profundidades del océano, sin que nadie pudiera oponérsele, invenciblemente enorme.
Paul cayó de rodillas, sollozando por las almas que habían sido capturadas. Por las voces de todos los hermosos lios alfar que habían zarpado siguiendo su canción para encontrar un mundo tejido por el Tejedor para ellos solos.
Pero ahora sabía que ninguno de ellos había llegado allí. Durante mil años los lios, solos o en parejas, se habían internado en un mar sin luna.
Y se habían encontrado con el Traficante de Almas. Y se habían convertido en su voz.
Los más odiados por la Oscuridad porque su nombre era Luz.
Largo tiempo estuvieron llorando aquellos ojos que, en otro tiempo secos, habían causado mucho dolor, y luego, más tarde, habían producido la lluvia. Después se dio cuenta de que estaba brillando una especie de luz y miró hacia arriba. Se sentía muy débil, pero Kell estaba a su lado y también Diarmuid, que cojeaba un poco.
Vio que todos los hombres del Prydwen, incluido Matt, estaban reunidos a estribor. En respetuoso silencio le abrieron paso. Asomándose a la baranda, vio que Liranan se alzaba sobre la superficie del mar, con el resplandor de la luna enredado entre las innumerables gotitas de su vestidura de agua.
El y el dios se miraron de hito en hito; luego Liranan dijo con voz sonora:
-Está muerto.
Un murmullo se levantó y se extendió por todo el barco.
Paul se acordó de los cantos y de los hermosos lios en sus pequeños botes. Mil años de singladuras hacia las ineludibles y dulces llamadas de sus canciones. Mil años, y ninguno de ellos se había dado cuenta.
-Ceinwen te dio un cuerno -dijo con frialdad- Pudiste haberles avisado.
El dios del mar sacudió la cabeza.
-No podía hacerlo -dijo-. Cuando el Desenmarañador llegó por primera vez a Fionavar nos fue impuesto no intervenir sólo por nuestro propio deseo. La Verde Ceinwen tendrá que responder dentro de poco, y por algo más que por el regalo de un cuerno, pero yo nunca rransgrediré los deseos del Tejedor.
Hizo una pausa y luego continuó.
-De todos modos, ha sido muy amargo. Ahora está muerto, hermano. No creí que pudieras llamarme. Las estrellas marinas volverán a brillar gracias a ti.
-Conté con ayuda -dijo Paul.
Enseguida Liranan se inclinó ante él, como también lo había hecho hacía tiempo Cernan. Luego el dios desapareció en las profundidades del mar.
Paul miró a Loren y vio huellas de lágrimas en su cara.
-¿Lo sabes? -preguntó.
Loren asintió temblando.
-¿Qué? -dijo Diarmuid.
Tenían que saberlo. Desbordado por el dolor, Paul dijo:
-Los cánticos eran los lios alfar. Los únicos que se hacían a la mar. Desde el Bael Rangar no pasaron de aquí. Ninguno de ellos.
Brendel, estaba pensando.~¿Cómo se lo diré a Brendel?
Oyó la rabia desesperada de los hombres de la Fortaleza del Sur. Miró a Diarmuid.
-¿Qué fuiste a buscar? -preguntó al príncipe.
-Sí, ¿qué? -repitió Loren.
Diarmuid se volvió hacia el mago.
-¿No lo viste?
Soltó el brazo de Paul y subió cojeando los escalones que llevaban al timón. Volvió con algo blanco que relucía a la luz de la luna y se lo tendió al mago.
-¡Oh! -dijo Matt Soten.
Loren no dijo nada, pero la expresión de su rostro era elocuente.
-Primer mago de Brennin, mi señor -dijo Diarmuid controlando a duras penas la emoción-, ¿querras aceptar como regalo algo de inapreciable valor? Este es el bastón de Amairgen Rama Blanca, el que Lisen hizo para él hace muchísimos años.
Paul apretó los puños. Demasiados abismos de dolor. Según parecía había alguien más que tampoco había pasado de allí. Ahora ya sabían lo que le había pasado al primero y más grande de todos los magos.
Loren cogió el bastón y lo sosruvo meciéndolo entre sus manos. Como había pasado. tantos años en el mar, la madera blanca estaba nueva e inmaculada, y Paul comprendió que en ella se encerraba un enorme poder.
-¡Empúñalo, Manto de Plata! -oyó que decía Diarmuid-. Vengalo a él y a todos los muertos. Que su bastón sea usado en Cader Sedar. Para eso fui a buscarlo.
Los dedos de Loren se ciñeron a la madera.
-Que así sea -fue todo lo que dijo, pero el eco del destino resonó en su voz
-Qué así sea, pues -repitió una voz profunda.
Todos se volvieron.
-El viento ha cambiado -añadió Arturo.
-Sopla del norte -dijo Kell enseguida.
Arturo miraba sólo a Loren.
-Llegaremos a Cader Sedar navegando en dirección norte con viento del norte. ¿Podrás hacerlo, mago?
Loren y Matt se miraron uno a otro, como Paul los había visto hacerlo en otra ocasión. Intercambiaron una mirada parsimoniosa, como si dispusieran de todo el tiempo del mundo. Paul sabía que Matt estaba terriblemente agotado y que también debía de estarlo Loren, pero sabía asimismo que eso ya no importaba.
Vio también que Loren miraba a Kell, con una feroz sonrisa.
-Tripula el barco -oyó que decía Loren- y pon rumbo al norte.
No se habían dado cuenta de que había llegado el alba. Mientras Kell y los hombres de la Fortaleza del Sur se aprestaban a obedecer, el sol surgió tras ellos por encima del mar.
Luego quedó a la derecha, mientras Kell de Taerlindel encaraba el barco al fuerte viento del norte. Loren había desaparecido. Cuando reapareció llevaba el manto de resplandeciente color plata que le había valido su nombre. Alto y erguido, pues había llegado por fin su hora, la suya y la de Matt, se dirigió hacia la proa del Prydwen llevando en su mano el bastón de Amairgen. Junto a él, también erguido y orgulloso, caminaba Matt, que en otro tiempo había sido rey de Banir Lok y había abandonado ese destino para seguir el del hombre que ahora los conducía a la isla.
-¡Cenolan! -gritó Loren, extendiendo el bastón-. Sed amairgen, sed remagan, den sedath iren!
Gritó esas palabras por encima de las aguas, y el poder surgió de ellas como una encrespada ola. Paul oyó el rugido de los vientos como si éstos se levantaran desde los confines del mar. Soplaron en torno al Prydwen como el remolino de Liranan que se había abierto ante él, y, tras un caótico y enloquecedor momento, Paul vio. que estaban navegando sobre un silencioso y calmado mar, casi inmóvil, como un espejo, mientras a ambos lados del barco rugían los vientos.
Frente a ellos, no muy lejos, alumbrada por la luz de la mañana y coronada por un castillo, apareció una isla que giraba sobre el resplandeciente mar. Las ventanas y los muros del castillo estaban ennegrecidas y manchadas.
-En otro tiempo brillaban -dijo Arturo con calma.
Del punto mis alto del castillo se alzaba un negro hilo de humo, derecho como una vara. La isla era rocosa y no tenía vegetación alguna.
-En otro tiempo era verde -dijo Arturo-. ¡Cavalí!
El perro gruñía e iba de un lado a otro enseñando los dientes, pero se calmó en cuanto hubo oído la voz de Arturo.
Loren permanecía inmóvil con el bastón rígidamente extendido ante él.