Fuego Errante (38 page)

Read Fuego Errante Online

Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

BOOK: Fuego Errante
7.14Mb size Format: txt, pdf, ePub

Había creído que disponía de bastante tiempo, de más del que tenían la mayoría de los chamanes, y había empezado a aprovecharlo viendo una keia como su tótem, lo cual lo había señalado interiormente como un elegido, incluso entre los elegidos.

Había creído que estaba preparado cuando llegara el momento de la ceguera. Preparado para el cambio, aunque no para el dolor. Nunca se está preparado para el dolor: se tenía acceso al poder a través de la agonía, y nunca se estaba preparado para eso.

Sin embargo, había reconocido lo que después sobrevino y había dado la bienvenida a la vista interior como se recibe al amante largo tiempo esperado. Había servido al bondadoso Banor durante más de veinte años, aunque siempre había habido una cierta distancia entre los dos.

No así con Ivor. Entre ellos nunca había habido distancias, sino amistad, basada primero en el respeto y luego en algo más profundo. Decepcionar al jefe de la tercera tribu, que ahora era además aven de todos los dalreis, había desgarrado el corazón de Gereint.

Y así estaba sucediendo ahora.

Pero ahora que había estallado la guerra entre los poderes, no tenía otra elección. Dos días antes, en Gwen Ystrat, la muchacha le había dicho que no la siguiera a donde se dirigía. «Mira al oeste», le había dicho, y había abierto su mente para enseñarle a él a la vez adónde se dirigía y qué había visto ella de la empresa de Loren. La primera visión le había causado tanto dolor como no conocía igual desde que lo habían cegado. La segunda le había mostrado dónde estaba su propia carga y le había revelado una impotencia totalmente inesperada.

Había dispuesto de muchos años, antes de que lo cegaran, para encontrar la vista más auténtica. Muchos años para viajar por la Llanura de acá para allá, observar las cosas del mundo visible y aprender su naturaleza. Había creído que los había aprovechado, y nada hasta ahora le había hecho pensar lo contrario. Nada hasta ahora. Peró ahora sabía dónde había fallado.

Nunca había visto el mar.

¿Cómo un dalrei, por muy sabio que fuese, iba ni siquiera a imaginar que ese simple detalle podía hacerle perder el desafio más importante de toda su vida? Los dalreis conocían a Cernan el de las Fieras y a Ceinwen la Verde. El dios que abandonó su sede en Pendaran para correr con los eltors por la llanura, y la diosa de la caza, su hermana. Pero ¿qué sabían los jinetes de Liranan, la criatura del mar?

El barco debía de estar navegando en dirección oeste, tal como la muchacha le había mostrado. Y al ver la imagen en la mente de ella, Gereint había comprendido otra cosa, algo más de lo que la vidente de Brennin sabía. El nunca había visto el mar, pero tenía que encontrar ese barco entre las olas dondequiera que estuviese.

Por eso se encerró en si mismo. Privó al aven de la ayuda que debía ofrecerle, y en tiempos difíciles, los peores; pero realmente no tenía otra salida. Le dijo a Ivor lo que iba a hacer, pero no dónde ni por qué. Redujo a una simple chispa interior la fuerza que todavía conservaba con vida su decrépito cuerpo. Entonces, sentado sobre la estera de la casa del chamán, en el campamento junto al Latham, con las piemas cruzadas, transmitió esa chispa lejos, muy lejos de su hogar.

Cuando aquella noche la confusión y el alboroto se extendieron por los campamentos, él ni se enteró. Al día siguiente, en medio del caos trasladaron su cuerpo -le había dicho a Ivor que podían trasladarlo-, pero él tampoco se enteró. En esos momentos estaba más allá de Pendaran.

Había visto el Bosque. Podía situarse y verse a sí mismo gracias a la memoria que guardaba de la espesura y a las siluetas que se iban formando en su mente. Había sentido la oscura e implacable hostilidad del Bosque y luego algo más. Había pasado de largo sobre Anor, la torre de Lisen, que también conocía. Brillaba una luz en la torre, pero ni siquiera se dio cuenta. En cambio, sí captó allí una presencia y tuvo un instante de asombro.

Sólo un instante, porque después rebasó los confines de la tierra y experimentó encima de las olas un súbito y desesperado pánico. No tenía formas que darle al mar, ni recuerdos; apenas un nombre para abarcarlo. Viejo y frágil, en la oscuridad de su ceguera, Gereint ordenó a su espíritu abandonar la tierra que siempre había conocido, para internarse en la inconmensurable vastedad del rugiente mar, nunca visto y nunca imaginado.

-No puedes -dijo Mabon de Rhoden, dándoles alcance- conducir a quinientos hombres sin permitirles un solo descanso en todo el día.

Su tono era apacible. Aileron había dejado muy claro que a Levon le correspondía comandar la compañía, y Mabon no había tenido nada que objetar. Dave vio que Levon sonreía con timidez.

-Lo sé -le dijo al duque-. Tenía la intención de hacer un alto, pero estábamos tan cerca…

El duque de Rhoden sonrió.

-Comprendo. Yo también siento lo mismo cuando me estoy acercando a casa.

Dave pensó que Mabon tenía razón. El duque había dejado atrás sus mejores años y cargaba con más peso del que le correspondía, pero no había tenido problema alguno en seguir la marcha de los demás y había dormido sobre el duro suelo en el saco de dormir como cualquier soldado.

Levon sacudía la cabeza, molesto consigo mismo. Cuando coronaron un pequeño montículo sobre la vasta Llanura, levantó una mano para ordenar un alto. Dave oyó que tras él, por toda la compañía, se levantaban expresivos suspiros de alivio.

También él agradecía un poco de descanso. No había nacido para cabalgar, como Levon y Torc, o como los jinetes de los territorios del norte de Brennin, y en los últimos días se había pegado un buen hartón de cabalgatas.

Desmontó y estiró las piernas. Hizo algunas flexiones, se tocó las puntas de los pies y describió amplios círculos con los brazos. Sorprendió una mirada de Torc y sonrió. No le importaba que aquel moreno dalrei se burlara de él: Torc era un hermano. Dio unos cuantos saltos junto a la manta sobre la que Torc estaba disponiendo las provisiones. Oyó que el otro gruñía algo y reía sorprendido.

Se dejó caer de espaldas; pensó en levantarse, pero cambió de opinión y se dispuso a comer algo. Cogió una tira de carne seca de eltor y un bollo de pan de Brennin. Los untó con la mostaza que tanto les gustaba a los dalreis y se echó otra vez en el suelo masticando con aire satisfecho.

Era primavera. Los pájaros revoloteaban y la brisa del sur era agradable y templada. La yerba le cosquilleaba en la nuca; se incorporó para coger un trozo de queso. Torc yacía a su lado con los ojos cerrados. Era capaz de quedarse dormido en veinte segundos. De hecho ya estaba dormido.

Era casi imposible creer que sólo cinco días antes todo aquello hubiese estado cubierto por la nieve y barrido por el viento. Al pensarlo, Dave se acordó de Kevin y sintió que su buen humor se desvanecía entre los dedos como el viento. Su pensamiento abandonaba el ancho cielo y los vastos pastizales para internarse en regiones más tenebrosas. En especial en aquella a donde Kevin había ido: la caverna de Gwen Ystrat, con la nieve semiderretida en su entrada. Recordaba muy bien las flores rojas y el perro gris, y se sentía morir al rememorar el lamento de las sacerdotisas.

Se incorporó de nuevo. Torc se movió pero sin despertarse. Allá arriba brillaba un sol reconfortante. Era un hermoso día para sentirse vivo, y Dave obligó a su mente a abandonar los recuerdos. Sabia, por amarga experiencia familiar, cuán inestable podía llegar a sentirse cuando se dejaba llevar por emociones como las que ahora lo estaban estremeciendo.

No podía permirírselo. Quizá, sólo quizá, cuando pudiera disponer de tiempo suficiente para reflexionar, podría sentarse durante uno o dos días y comprender entonces por qué había llorado por Kevin Laine como jamás había llorado por nadie desde que era un niño.

Pero ahora, no. Era un terreno demasiado resbaladizo para él. Con cierto pesar, puso a Kevin Laine en el mismo lugar que a su padre -a quien no había olvidado pero del que no se quería acordar por el momento- y fue al encuentro de Levon que estaba sentado junto al duque de Rhoden.

-¿No descansas? -le preguntó Levon con una sonrisa.

Dave se sentó sobre sus pantorrillas.

-Torc si lo hace -dijo.

Mabon rió entre dientes.

-Me alegro de que por fin uno de vosotros de muestras de reacciones naturales. Creí que teníais la intención de cabalgar de una tirada hasta el Latham.

Levon sacudió la cabeza.

-Yo hubiera necesitado un descanso. Pero Torc hubiera sido capaz de hacerlo. No está cansado; es sólo que es más listo que nosotros.

-Tú lo conoces bien. Creo que tienes razón –dijo Mabon.

Luego se dio la vuelta, se cubrió los ojos con un pañuelo de encaje y en pocos minutos ya roncaba.

Levon sonrió e hizo un gesto con la cabeza. Se levantaron y caminaron alejándose de los otros.

-¿Cuándo llegaremos? -preguntó Dave.

Miró en todas direcciones: por doquier se extendía la Llanura.

-Por la noche -contestó Levon-. Quizá lleguemos hasta los puestos de avanzadilla antes de que oscurezca. Perdimos bastante tiempo ayer con las obligaciones de Mabon en la Fortaleza del Norte. Creo que por eso me he estado dando tanta prisa.

El duque se había visto forzado a retrasar la marcha para llevar una serie de instrucciones de Aileron a los cuarteles de la Fortaleza del Norte. Dave había quedado impresionado por la imperturbable calma de Mabon, cualidad de la que, según le habían contado, se enorgullecían los hombres de Rhoden. En cambio se había dado cuenta de que los de Seresh eran bastante más impacientes.

-También yo hice que os entretuvierais allí. Lo siento -dijo.

-Tenía la intención de preguntártelo. ¿De qué se trataba?

-Un favor que había solicitado Paul. Aileron me lo ordenó. ¿Te acuerdas del muchacho que apareció cuando llamamos a Owein?

Levon asintió con la cabeza.

-No es probable que pueda olvidarlo -dijo.

-Paul quería que su padre volviera a Paras Derval. Tenía una carta para él. Por fin pude encontrarlo, aunque me costó un poco.

Dave se vio a si mismo de pie, incómodo, junto a Shahar que lloraba por lo ocurrido a su hijo. Había tratado de encontrar algo que decirle, pero no se le había ocurrido nada, como siempre. Suponía que nunca sería capaz de salir airoso de semejantes circunstancias.

-¿No te recordó aquel muchacho a Tabor? -le preguntó de pronto Levon.

-Un poco -dijo Dave tras pensarlo.

-A mí bastante más que un poco -dijo Levon-. Creo que deberíamos ponernos en marcha.

Regresaron. Dave vio que Torc ya se había levantado. Levon le hizo un gesto y el moreno dalrei se llevó los dedos a la boca y emitió un agudo silbido. La compañía se dispuso a cabalgar de nuevo. Dave tomó su caballo, montó y se apresuró hacia la vanguardia donde aguardaban Levon y Mabon.

Los hombres de Brennin estaban en sus puestos y montaron con presteza. Aileron les había asignado hombres que conocían muy bien su deber. Torc se acercó e hizo un gesto con la cabeza. Levon le dirigió una sonrisa y levantó una mano para ordenar la marcha.

-Mornir -exclamó el duque de Rhoden.

Dave vio una sombra y olió a podrido.

Oyó el silbido de una flecha, al tiempo que volaba por los aires derribado del caballo por la acometida de Mabon. El duque cayó en la yerba junto a él. Esto, pensó absurdamente Dave, es lo que Kevin hizo con Kell,.

Luego vio lo que el cisne negro le había hecho a su caballo. Ante el hedor de putrefacción y el dulzón olor nauseabundo de la sangre, hizo esfuerzos para no vomitar.

Avaia ya se alejaba de ellos, volando hacia el norte. El corcel castaño de Dave tenía el espinazo roto por la destructora fuerza del ataque del cisne. Sus garras le habían destrozado la carne y casi habían desgajado la cabeza del caballo. La sangre manaba a borbotones del cuello.

Levon había sido detribado del caballo por el golpe de las gigantescas alas. Se incorporó al instante entre los relinchos de los animales desbocados y los gritos de los hombres. Torc miraba al cisne sosteniendo el arco entre sus dedos pálidos. Dave vio que temblaban: nunca antes había visto a Torc en tal estado.

Por fin las piernas le obedecieron y pudo ponerse en pie. Mabon de Rhoden se levantó despacio con el rostro congestionado; apenas podía respirar.

Durante un momento nadie dijo palabra alguna. Avaia ya se había perdido de vista. Dave estaba pensando en Flidais, mientras trataba de tranquilizarse. «Guárdate del jabalí, guárdate del cisne…»

-Me has salvado la vida -dijo.

-Lo sé -dijo con calma Mabon, sin ninguna afectación-. Estaba comprobando la posición del sol y lo vi descender en picado.

-¿Lo alcanzaste? -preguntó Levon a Torc.

Torc sacudió la cabeza.

-Quizás en un ala. Quizás.

Había sido un súbito, terrorífico y brutal ataque. El cielo estaba de nuevo despejado y el viento soplaba sobre la yerba tan apaciblemente como antes. Pero junto a ellos había un caballo muerto con las tripas fuera, y un persistente olor a putrefacción que no provenía del caballo.

-¿Por qué? -preguntó Dave-. ¿Por qué a mí?

El estupor de la expresión de Levon dejó paso a la certeza,

-Sólo puedo encontrar una razón -dijo-. Se arriesgo mucho con ese descenso en picado. Debió de haber percibido algo y decidió que valía la pena arriesgarse para ganarlo.

Hizo un gesto con la mano.

Dave se llevó una mano al costado y tocó la curva forma del Cuerno de Owein.

A menudo, en su mundo, había sucedido que el equipo rival ~en los partidos de baloncesto consideraban a Dave Martymiuk como el más peligroso jugador de su equipo. Por eso debían tratarlo con especial atención: doble marcación, provocaciones verbales, frecuentes intimidaciones que distaban mucho de la legalidad. A medida que había crecido y se había convertido en un jugador cada vez mejor, eso había ocurrido cada vez mas a menudo.

Y nunca esa táctica había obtenido resultado alguno.

-Enterremos el caballo -dijo Dave con un acento tan inflexible que sorprendió a los dos dalreis-. Dame otra silla para que pueda montar otro caballo, Levon, y vámonos de una vez.

Avanzó unos pasos y sacó el hacha de lo que quedaba de la antigua silla. Estaba cubierta de sangre. La limpió con cuidado hasta que brilló de nuevo al blandirla.

Enterraron el caballo; le dieron una silla y otro caballo.

Y cabalgaron de nuevo.

Other books

Marilyn Monroe by Barbara Leaming
Enemies at the Altar by Melanie Milburne
Shark Bait by Daisy Harris
Violca's Dragon by Leilani Love
The Ice Museum by Joanna Kavenna
Sweet Water by Anna Jeffrey
Regular Guy by Sarah Weeks
Sycamore Row by John Grisham
Madeleine Is Sleeping by Sarah Shun-lien Bynum
After the First Death by Lawrence Block