—No son tan diferentes —apostilló Paitingi— y al menos los dos son muy superiores al Libro de las Plegarias.
Me hacía gracia ver la forma en que discutían, como sólo lo hacen los amigos muy íntimos. Brooke obviamente tenía un inmenso respeto por Paitingi Alí; sin embargo, ahora que la charla había tocado el tema de la religión, empezó a predicar de nuevo con una interminable disertación acerca de cómo había escrito recientemente un documento contra el artículo 90 de los «Versículos de Oxford», que no sé qué pueda ser eso, y que duró hasta el final de la cena. Entonces, con la debida solemnidad, propuso un brindis por la reina, que se hizo sentados y borrachos, a la moda de la Marina, y mientras el resto de nosotros hablaba y fumaba, Brooke dirigió una pequeña ceremonia particular que, supongo, explicaba mejor que cualquier otra cosa la autoridad que tenía él con sus súbditos nativos.
Durante toda la comida había venido pasando una cosa muy curiosa. Mientras los platos y el vino llegaban con la debida ceremonia y nosotros les íbamos haciendo los honores, noté que de vez en cuando un malayo, dayak o mestizo entraba en la habitación, tocaba la mano de Brooke al pasar junto a su silla y luego se ponía en cuclillas pegado a la pared, al lado de Jingo. Nadie les hacía el menor caso; parecían ser gentes de todas clases, desde un tipo muy pobre casi desnudo hasta un malayo bien vestido con
sarong
dorado y gorro; todos iban bien armados. Supe más tarde que era un gran insulto presentarse ante el Rajá Blanco sin los «cris», que son esos extraños cuchillos de hoja ondulada de aquella gente.
De todos modos, mientras el resto de nosotros nos emborrachábamos, Brooke volvió su silla, llamó a cada solicitante por turno y habló con ellos tranquilamente en malayo. Uno tras otro fueron a postrarse ante él, exponiéndole sus casos o contándole sus historias, mientras él escuchaba, inclinándose hacia adelante con los codos en las rodillas, asintiendo atentamente. Luego dictaba sentencia tranquilamente, y ellos le tocaban de nuevo las manos y se iban, como si el resto de nosotros no hubiéramos estado allí siquiera. Cuando le pregunté más tarde a Stuart por aquello, me dijo: «Oh, así es cómo J. B. gobierna Sarawak. Sencillo, ¿verdad?».
[32]
Cuando el último nativo se marchó, Brooke se quedó sentado pensativo durante un par de minutos y luego se inclinó sobre la mesa.
—No hay canciones esta noche —dijo—. Negocios. Veamos el mapa, Crimble —nos apiñamos alrededor, las lámparas encendidas reflejaban su luz en el círculo de caras bronceadas por el sol bajo la espiral de humo del cigarro, y Brooke daba golpecitos en la mesa. Sentí cómo se tensaban los músculos de mi vientre.
—Sabemos lo que hay que hacer, caballeros —exclamó—, y añadiré que la tarea es tal que enciende una chispa en el corazón de cada uno de nosotros. Una encantadora y gentil dama, la amada esposa de uno de nosotros, está en manos de un pirata sanguinario; hay que salvarla y destruirle a él. Gracias a Dios, sabemos dónde está la presa, a menos de cien kilómetros de donde estamos nosotros, en el Batang Lupar, el mayor escondite de ladrones de estas islas, salvo el propio Mindanao. Mirad —su dedo apuñalaba el mapa—, primero, Sharif Jaffir y su flota esclavista, en Fort Linga; más allá, la gran fortaleza de Sharif Sahib en Patusan; más allá todavía, en Undup, el hueso más duro de roer... la fortaleza de los piratas Skrang bajo Sharif Muller. ¿Hubo acaso alguna vez una colección más selecta de villanos en río alguno? Añadamos a ellos ahora al diablo más diablo de todos, Suleiman Usman, que ha secuestrado a la señora Flashman de una manera cobarde. Ella es la clave de su vil plan, caballeros, porque sabe que nosotros no la dejaremos en sus garras ni una hora más de lo imprescindible —le dio a mi hombro un viril apretón; todo el mundo tuvo mucho cuidado de evitar mis ojos—. Él se da cuenta de que la caballerosidad no nos permitirá esperar. Usted le conoce, Flashman, ¿no es así como razonará su mente intrigante?
Yo no lo dudaba, y así lo dije.
—Ha hecho una fortuna en la ciudad, y juega al
single-wicket
de forma condenadamente sucia —añadí, y Brooke asintió comprensivamente.
—Él sabe que no me atreveré a retrasarlo, aunque esto signifique ir tras él únicamente con la pequeña fuerza que tengo aquí: cincuenta praos y dos mil hombres, un tercio de los cuales debo dejarlos en la guarnición de Kuching. Aun así, Usman sabe que tardaré al menos una semana en prepararme, una semana durante la cual él puede reunir sus praos y sus salvajes, tomarnos el número y preparar sus emboscadas a lo largo del Lupar, confiando en que nosotros caigamos en ellas medio armados y mal preparados...
—¡Detente, antes de que empiece a desear estar de su parte! —murmuró Wade, y Brooke rió a su manera presuntuosa, y se echó hacia atrás los negros rizos.
—¡Bueno, él nos borrará del mapa hasta el último hombre! —gritó—. Ese es su maldito plan. Eso —y él nos sonrió complaciente a todos nosotros— es lo que piensa Suleiman Usman.
Paitingi suspiró.
—Pero, por supuesto, está equivocado ese pobre ignorante —dijo con fuerte sarcasmo—. Nos dirás por qué.
—¡Puedes apostar la banca contra cualquier bobada a que está equivocado! —exclamó Brooke, con la cara encendida de fuerza y excitación—. Nos espera dentro de una semana... ¡y nos tendrá allí dentro de dos días! Nos espera con dos tercios de nuestras fuerzas... bueno, ¡pues las verá todas! Pienso reunir todos los hombres y armas del Kuching y dejarlo indefenso. ¡Lo arriesgaré todo en esta jugada! —Nos miró rebosando de alegría y radiante de confianza—. Sorpresa, señores... ¡ésa es la cuestión! ¡Vaya coger a ese cobarde haciendo la siesta antes de que tienda sus infernales redes! ¿Qué decís?
Yo sé lo que tenía que haber dicho, si hubiera hablado entonces. Nunca había oído cosas tan absurdas en toda mi vida, y tampoco los demás, por lo que parecía. Paitingi resopló.
—¡Estás loco! No funcionará.
—Ya lo sé, amigo —sonrió Brooke—. Pero, ¿qué hacemos si no?
—¡Tú mismo lo has dicho! Hay un centenar de kilómetros río arriba entre el mar y la ensenada de Skrang, todos repletos de piratas metro a metro, tratantes de esclavos,
nata
-
hutan
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y cazadores de cabezas a miles, toda la corriente atestada de praos de guerra y
bankongs
, ¡por no decir nada de los fuertes! ¿Sorpresa, dices? ¡Por Eblis, yo sé quién será el sorprendido! Hemos luchado un poco en el río, pero esto... —Hizo un gesto con su gran mano roja—. Sin una expedición bien preparada y con fuerza... es una locura, una fatalidad.
—Tiene razón, J. B. —dijo Keppel—. De todos modos, incluso fuerzas menores que pudiéramos reunir no estarían listas en menos de dos días.
—Sí, pueden. En uno, si es necesario.
—Bueno, aun así, puedes dejar Fort Linga indefenso, pero cuando lo sepan estarán esperándote río arriba.
—¡No a la velocidad que me muevo! —exclamó Brooke—. ¡El mensajero que lleve las noticias desde Linga a Patusan nos tendrá pisándole los talones! ¡Nos los llevaremos a todos por delante, todo el camino hacia el Skrang si es necesario!
—¿Pero y el Kuching? —protestó Stuart—. Los Balagnini o esos condenados Lanun pueden arrasarlo mientras nos hemos ido.
—¡Nunca! —Brooke estaba exultante—. ¡Nunca sabrán que está desprotegido! Y supón que lo hicieran, sólo tenemos que empezar de nuevo, ¿verdad? Hablas de las probabilidades contra nosotros en el Lupar. ¿Eran mejores acaso en Seribas o en Murdu? ¿Eran mejores cuando tú y yo, George, tomamos todo Sarawak con seis cañones y un yate de placer estropeado? ¡Se lo repito, caballeros, puedo tener este asunto resuelto en quince días! ¿Dudan de mí acaso? ¿He fallado alguna vez?, ¿fallaré ahora, cuando hay una pobre y débil criatura que debe ser rescatada y yo, un británico, oigo sus súplicas?, ¿cuando tengo los valientes corazones y las buenas quillas necesarios para conseguirlo, y aplastar a ese enjambre de avispas, antes de que puedan enviar sus malditos mensajes? ¿Qué? ¡Se lo repito, todos los barcos de la reina y todos los hombres de la reina no podrían tener una oportunidad semejante
[34]
, y yo quiero y voy a aprovecharla!
Nunca había visto una cosa igual, aunque lo he visto más veces de las que puedo contar a partir de entonces. Un hombre loco como una regadera y borracho de orgullo, arrastrando a gente sensata en contra de su voluntad y de su juicio. El chino Gordon podía hacerlo, y Yakub Beg el Kirguiz; también podía J. E. B. Stuart y aquel todopoderoso maníaco de George Custer. Él y Brooke podían haber formado un club. Puedo verle todavía; erguido, con la cabeza echada hacia atrás, los ojos relampagueantes, como un actor de los malos declamando el parlamento de Agincourt a una multitud de patanes en un teatrillo ambulante, en alguna aldea remota. No creo que les convenciera, a Stuart y Crimble quizá, pero no a Keppel ni a los otros; ciertamente no a Paintigi. Pero no podían resistírsele, a él o a la fuerza que emanaba de él. Iba a conseguir lo que quería, y ellos lo sabían. Se quedaron silenciosos; Keppel, creo, estaba molesto. Entonces Paitingi dijo:
—Bueno. Querrás que me haga cargo de los barcos espías, supongo.
Aquello decidió la cuestión, e inmediatamente Brooke se tranquilizó, y empezaron a discutir ardientemente modos y maneras, mientras yo allí sentado contemplaba todo el horror de la cosa y me preguntaba cómo escabullirme. Estaba claro que iban derechos a la catástrofe, arrastrándome a mí con ellos, y no se podía hacer nada al respecto. Di vueltas en mi mente a una docena de planes, desde fingir locura hasta huir simplemente; por fin, cuando todos menos Brooke salieron corriendo para empezar los preparativos que iban a llevar a cabo por la noche y al día siguiente, hice un débil intento de disuadirle de su estúpida propuesta.
—Quizá —sugerí tímidamente— sea posible pagar un rescate por Elspeth; he oído que tales cosas se hacen entre los piratas orientales, y el viejo Morrison es tan rico que le encantaría...
—¿Qué? —exclamó Brooke, con la frente nublada—. ¿Tratar con semejantes bellacos? ¡Nunca! No contemplaré tales... ¡Ah, ya comprendo lo que pasa! —de repente se volvió todo compasión, y puso una mano en mi brazo—. Usted teme por la seguridad de su amada, cuando llegue la batalla. No debe temer nada, amigo mío; ella no sufrirá ningún daño.
Estaba más allá de mi alcance cómo podía él garantizarlo, pero entonces me lo explicó, y le di mi palabra de que creía lo que me estaba diciendo. Me hizo sentar en mi silla y me sirvió un vaso de licor.
—Es bastante natural, Flashman, que usted crea que los motivos de esos piratas son del tipo más oscuro... en lo que se refiere a su mujer. En realidad, por lo que he oído de la gracia y encanto de su persona, son tales que bien podrían excitar..., sí, podrían despertar... bueno, una pasión indigna... en una persona indigna, sí —dudó un poco y tomó un sorbo de su vaso, preguntándose cómo abordar la posibilidad de que ella fuera violada sin causarme una angustia innecesaria. Al final, estalló—: ¡No lo hará! Quiero decir que no puedo creer que abusen de ella, de ninguna forma, ya me entiende. Confío en que ella sea sólo una prenda en un juego que ha sido planeado con astucia maquiavélica, usándola como cebo para destruirme. Ése —dijo aquel lunático engreído cabeza de serrín— es el verdadero propósito, porque él y los de su calaña no pueden tener seguridad mientras yo viva. Sus designios no van principalmente contra ella, de eso estoy seguro. Por una cuestión, y es que él ya está casado, ¿sabe? ¡Oh, sí, he recogido mucha información en los días pasados!, y es verdad, hace cinco años tomó como esposa a la hija del sultán de Sulú, y aunque los musulmanes no son monógamos, por supuesto —continuó gravemente—, no hay razones para creer que su unión no sea... feliz —dio un paseíto por la habitación, mientras yo abría la boca, sin habla—. Así que estoy seguro de que su querida esposa está perfectamente a salvo de cualquier... posibilidad. Cualquier posibilidad... —movió su copa, salpicando licor por todas partes— de alguna cosa horrible, ya sabe.
Bueno, eso fue lo que dijo, y yo hecho polvo. No podía dar crédito a mis oídos. Por un momento, me pregunté si el hecho de haber perdido su músculo del amor le habría afectado también al cerebro; entonces me di cuenta de que, a su manera incomparablemente estúpida, me decía todas aquellas bobadas para tranquilizarme. Posiblemente él pensaba que yo estaba tan alterado que podría creerme cualquier cosa, como por ejemplo que un tipo que ya tiene una mujer nunca pensaría en seducir a otra. Quizás incluso él mismo lo creyera.
—Se la devolveremos... —buscaba una palabra adecuada, y encontró una—: inmaculada, puede confiar en ello. En realidad, estoy seguro de que su preservación debe ser la primera preocupación de ese hombre, ya que debe saber las terroríficas repercusiones que tendría el hecho de que le ocurriera a ella el más mínimo daño, o en la violencia de la batalla o... de cualquier otra forma. Y después de todo —dijo, al parecer bastante impresionado con la idea—, puede ser un pirata, pero ha sido educado como un caballero inglés. No puedo creer que sea absolutamente insensible a cualquier rastro de honor. Aunque se haya convertido en otra cosa, y déjeme llenarle el vaso, amigo mío, debemos recordar que hubo un tiempo en el que fue... uno de nosotros. Creo que usted puede consolarse con ese pensamiento, ¿verdad?
[Extracto del diario de la señora Flashman. Agosto de 1844.]
Ahora estoy Más Allá de Toda Esperanza, y
completamente desolada
en mi cautividad, como el Prisionero de Chillon, sólo que él estaba en una mazmorra y yo estoy en un vapor; ¡lo cual, estoy segura, es
mil veces
peor, porque al menos en un calabozo uno está tranquilo, y no es consciente de que le están llevando fuera del alcance de los Queridos Amigos! Una semana he estado
en cautividad...
¡y parece todo un Año! Sólo puedo lamentarme por mi
perdido amor
, y esperar con Terror lo que el Destino me tenga reservado a manos de mi
implacable secuestrador
. Me tiemblan las rodillas ante este pensamiento y me falla el corazón... ¡cuán envidiable parece la suerte del prisionero de Chillon (ver más Arriba), porque no había tal Temor pendiendo sobre su cautividad, y al menos tenía ratones con los que jugar, dejando que le rozasen las manos con sus rugosas naricillas con
simpatía
! Aunque a decir verdad no me gustan los ratones, pero tampoco me gustan los Odiosos Nativos que me traen la comida, que no puedo comer de ninguna manera, aunque los últimos días han añadido algunos frutos exquisitos a mi dieta, cuando llegamos a la vista de tierra, como vi desde mi portilla. ¿Será esta
extraña
y
hostil
costa tropical el Escenario de mi Cautividad? ¿Seré vendida en Territorio Indio? ¡Oh, querido Padre y
amable, noble
, generoso H., os he perdido para siempre!
Pero tal pérdida no es peor que la Ansiedad que
estraga
mi cerebro. Desde el primer y
espantoso
día de mi secuestro no he visto a Don S., lo cual al principio supuse que era porque él era presa de tal Vergüenza y Remordimientos que no podía mirarme a los ojos. Yo me lo imaginaba sin descanso en la proa, atormentado por su conciencia, mordiéndose las uñas y ajeno a las peticiones de órdenes de sus marineros, mientras el barco surcaba las olas descuidado. Oh, ¡cómo se merecía él esos Tormentos! Y sin embargo es
extremadamente extraño
, después de sus Apasionadas Protestas, que él se Contuviera durante
siete días enteros
de verme a mí, el Objeto de su Locura. ¡No lo entendía, porque no creo que sintiera Remordimientos en absoluto, y los asuntos del barco no debían ocuparle todo el tiempo, seguramente! ¿Por qué, entonces, no ha venido el Cruel Miserable a contemplar a su Indefensa Presa, y burlarse de su
triste estado
? Porque mi vestido de tafetán blanco está ya bastante estropeado, y hace un
calor tan opresivo
en mi cabina que por fuerza he tenido que descartarlo a favor de uno de esos vestidos nativos llamados
sarongas
, que me ha suministrado la
furtiva
Chinita que me cuida, una criatura amarillenta y que no habla ni una palabra de Inglés, pero no tan torpe como algunas que he conocido. Tengo un
saronga
de seda roja que es, creo, el más apropiado, y otro azul con bordados en oro, bastante bonito, pero por supuesto son muy
sencillos
y
ligeros
, y no convendrían en absoluto para un Vestido Europeo, excepto para un
déshabillé
. Pero a esto me he visto reducida, y el tacón de mi zapato izquierdo se rompió, así que he tenido que abandonarlos los dos, y no tengo artículos de
toilette
adecuados, y mi cabello es un
auténtico
espanto. ¡Don S. es un Bruto y una Bestia, primero por secuestrarme, y luego por ser tan insensible como para
desatenderme
en estas condiciones penosas!
Post Meridiem P. M.
¡
Él
ha venido al fin, y estoy muy
alterada
! Mientras estaba reparando lo mejor que podía los
estragos
ligeros desórdenes en mi aspecto que mi cruel
confinamiento
ha traído consigo, y viendo cómo podía mi
saronga
(la roja) caer con unos pliegues más elegantes, porque es una
norma excelente
que en todas las Circunstancias una Dama debe sacar el mejor partido posible de cada situación y luchar para presentar una apariencia serena, me di cuenta de su Presencia súbitamente. Ante mi Iniciada Protesta, él replicó con un insinuante cumplido acerca de lo bien que me sentaba el
saronga
, y con una Mirada de tan
ardiente deseo
que eché de menos inmediatamente mi pobre vestido de tafetán estropeado, temiendo que el deshonesto ardor de verme con el Traje Nativo pudiera excitarle. A mis inmediatas e insistentes demandas de que debía llevarme a Casa inmediatamente, y mis Recriminaciones por su
escandaloso trato
y su forma de
descuidarme
, ¡él replicó con la mayor calma y odiosas solicitaciones de mi Comodidad! Yo repliqué con helado desdén: «¡Devuélvame al instante a mi familia y quédese con sus tediosas comodidades!». Él recibió este desaire con
bastante descaro
, y dijo que yo debía abandonar para siempre esas esperanzas.
—¿Cómo? —exclamé yo—, ¿me negará incluso la ropa adecuada y los necesarios artículos de tocador, y un cambio de ropa de cama cada día, y una adecuada variedad de la dieta, en lugar de cerdo asado, del cual estoy
absolutamente harta
, y un adecuado aireamiento y limpieza de mi habitación?
—No, no —protestó él—, esas cosas las tendrá, y cualquier otra cosa que desee, pero en cuanto a volver con su familia, eso no puede ser, ¡porque
la suerte está echada
!
—¡Eso ya lo veremos, amigo! —grité yo, disimulando el Terror que sus Modales Torvos e Implacables inspiraban en mi Pecho Estremecido, y haciéndole frente de Forma Osada, ante lo cual, para mi asombro, él cayó de rodillas y tomando mi mano (pero con todo el respeto del mundo) habló de una manera tan conmovedora y solícita, protestando de su adoración y jurando que cuando yo fuera su Amada me convertiría en una Auténtica Reina, y mi deseo más ínfimo sería instantáneamente obedecido, que no pude evitar sentirme conmovida. Viendo que me ablandaba, habló seriamente de la Calidez y la Camaradería que habíamos compartido los dos, ante lo cual, desdeñando mi propia Flaqueza, se me saltaron las lágrimas.
—¿Por qué, oh, por qué, Don S., ha tenido usted que estropearlo todo con esta conducta
irreflexiva
y
descortés
, después de un crucero tan encantador? —exclamé—. ¡Esto es de lo más ofensivo por su parte!
—¡No podía soportar la tortura de verla poseída por otro! —gritó él.
Yo pregunté:
—¿
Qué, por quién,
qué quiere decir, Don. S.?
—¡Su marido! —exclamó él—, pero, por todos los demonios, ¡ya no será su marido nunca más! —y levantándose de repente, gritó que mi Espíritu era tan incomparable como mi Belleza, que alabó en términos que
no puedo
forzarme a
repetir
, aunque me atrevería a decir que el cumplido fue intencionadamente amable, y añadiendo orgullosamente que él
me ganaría
, a cualquier precio. A pesar de mis luchas y mis reproches, y
débiles gritos
de Auxilio que yo sabía no podía estar próximo, él me sujetó repetidamente al
asalto
de sus
caricias
en mis labios, tan fervientemente que
me desvanecí
en un Misericordioso Desmayo de entre cinco y diez minutos, después del cual, por la intervención del Cielo, uno de sus marineros le llamó al puente, dejándome, con repetidos votos de Fidelidad, en un estado de
perturbada debilidad
. No hay
todavía
signo de persecución por H., lo cual yo había esperado tan ardientemente. Me veo, pues, olvidada de aquellos a quienes más amo, ¿no hay en verdad
ninguna esperanza
? ¿Estoy condenada a ser arrastrada para siempre, o Don S. se arrepentirá de la inmoderada estimación que he despertado en él... vaya, por mi simple Aspecto Exterior, que le condujo a su
desmesurada locura
? Yo ruego que sea así, y a cada hora lamento —no, maldigo— esa Perfección de Formas y Rasgos de la cual una vez estuve tan orgullosa. Ah, ¿por qué no podía haber nacido
segura
y
fea
como mi querida hermana Agnes, o nuestra Mary, que incluso es menos favorecida, aunque sus rasgos no están del todo mal, o...
[35]
¡Oh, mis tres dulces hermanitas, que estáis lejos de mi esperanza y en mi recuerdo! ¡Si pudierais conocer mi aflicción y compadecerme! ¿Pero
dónde estará
H.? Don S. me ha enviado un gran ramo de flores a mi cabina, capullos silvestres, bonitos, pero muy
chillones
.