Era una ocupación regocijante, y yo estaba ya preparándome para el final y pensando: «Tenemos que repetir esto en otra ocasión», cuando oí un ruido que me galvanizó tanto que fue una maravilla que el sofá no cediera: unos pasos rápidos se aproximaban a la puerta del salón. Examiné la situación: tenía los pantalones bajados, un zapato salido, estaba a kilómetros de distancia de la ventana o cualquier otra cobertura conveniente, la señora Lade estaba despatarrada en el sofá, y yo asomado detrás de su tocado con plumas (que ella había olvidado quitarse; un gran cumplido, recuerdo que pensé). El picaporte giraba. Cogido, sin esperanza, sin oportunidad de huir... no podía hacer más que esconder la cara en su nuca y confiar en que mi parte visible no fuera reconocida por quienquiera que entrase. Porque no se quedarían mirando (no en 1843), a menos que fuera el duque, y esos pasos no podían pertenecer a una persona con gota.
Se abrió la puerta, los pasos se detuvieron, y allí tuvimos lo que una dama de novela llamaría una pausa embarazosa, que duró unas tres horas, me pareció a mí, rota sólo por los extátic9s gemidos de la señora Lade; yo comprendí que ella no se había dado cuenta de que nos observaban. Atisbé un poco a través de las plumas en el espejo que estaba encima de la chimenea y casi me dio un patatús, porque era Solomon quien se reflejaba en la entrada, con la mano en el picaporte, entrando en escena.
Ni siquiera parpadeó. Otros pasos más sonaron en algún lugar detrás de él, se volvió y mientras la puerta se cerraba, oí que decía: «No, no hay nadie aquí; vamos al invernadero». Moreno o no, era un anfitrión condenadamente considerado aquel tipo.
La puerta no se había cerrado aún cuando traté de soltarme, pero sin éxito, porque las manos de la señora Lade me atraparon de nuevo en un instante, clavando sus garras en mi trasero, con su cabeza inclinada hacia atrás junto a la mía.
—¡No, no, no, todavía no! —jadeó ella, mascullándome al oído—: ¡No te vayas!
—La puerta —expliqué—. Debo cerrar la puerta. Alguien puede vernos.
—¡No me dejes! —gritó ella, y yo dudo que supiera siquiera dónde estaba, porque sus ojos daban vueltas en sus órbitas y yo no podía soltarme de ninguna manera. A la sazón estaba mal dispuesto, incapaz de decidirme entre dos caminos, por decirlo así.
—La llave —murmuré, apartándome—. Sólo un momento... vuelvo enseguida.
—¡Llévame contigo! —gimió ella, y yo lo hice, el cielo sabe cómo, tambaleándome bajo el peso de toda aquella carne. Por fortuna, la cosa acabó bien, mis piernas no me sostuvieron y nos desplomamos en el umbral alegremente exhaustos; incluso me las arreglé para girar la llave.
Si ella era capaz de vestirse tan rápidamente como se había desnudado, la verdad, no lo sé, porque estaba todavía desmayada y jadeando contra la pared, con las plumas torcidas, cuando yo ya volaba y acababa de vestirme mientras saltaba por encima del seto. Había sido un trabajo febril, y cuanto antes estuviera en cualquier otro lugar, buscándome una buena coartada, mejor. Un paseo rápido era lo que necesitaba. De todos modos, tenía un partido por la tarde, y quería estar en forma.
[Extracto del diario de la señora Flashman, junio de 1843.]
...nunca me había sentido tan culpable... Sin embargo, ¿qué podía
hacer yo
? Mi corazón me lo
advertía
, cuando Don S. abrevió nuestra visita de la galería, donde había algunas Acuarelas Exquisitas que me habría gustado contemplar a placer, que tenía algún propósito al volver pronto a casa.
Cuál fue mi Presentimiento no lo puedo explicar, pero, ¡ay de mí, estaba justificado, y yo soy la Criatura más Desgraciada del mundo! La casa estaba prácticamente
desierta
excepto Papá dormido en la terraza y Algo en el comportamiento de Don S. (debió de ser la Ardiente Expresión de sus ojos) me hizo insistir en que debíamos buscar a mi Querido H. inmediatamente. ¡Ah, ojalá le hubiéramos encontrado! Miramos por todas partes, pero no había nadie, y cuando fuimos al invernadero, Don S. me alarmó y me avergonzó
declarándose
de la manera más atrevida... porque la atmósfera de las plantas, que era extremadamente Opresiva, y mi propia
agitación
, me hicieron desfallecer de tal modo que me vi obligada a apoyarme en su brazo, y encontrar alivio al descansar mi cabeza en su hombro. [¡Una historia muy probable! G. de R.] En aquel momento de debilidad, ¡imagínate mi
extremada aflicción
cuando él tomó ventaja de su situación para poner sus labios sobre los míos! Me sentí tan afrentada que pasaron unos instantes un momento antes de que pudiera por fin encontrar las fuerzas para hacerle desistir, y sólo con dificultad conseguí Escapar a su Abrazo. Él usó las Expresiones más Apasionadas, llamándome su Querida Diana y su Ninfa Dorada (lo cual me sorprendió, incluso en aquel Momento de Perturbación, como una idea de lo más poético), y el Efecto fue tan
debilitador
que fui incapaz de resistir cuando él me apretó contra su pecho otra vez, y me Besó con más Fuerza que antes. Afortunadamente, uno de los jardineros se aproximaba y yo pude retirarme a tiempo
bastante alterada
.
Pueden imaginarse mi Vergüenza y Remordimiento, y si algo podía haberlos aumentado aún más fue la súbita visión de
mi querido
H. en el jardín, haciendo ejercicio, nos dijo, antes de su partido de la tarde. La vista de su rostro sonrojado y viril, y saber que se había estado ocupando en tan saludable e inocente empresa mientras yo me había abandonado en el Caluroso Abrazo de otro, por mucho que fuera
en contra de mi voluntad
, era como un cuchillo en mi corazón. Para empeorarlo aún más, él me llamó su Encantadora Nenita, y me preguntó ardientemente por la galería de arte; yo me conmoví casi hasta las lágrimas, y cuando volvimos juntos a la terraza y encontramos a la señora L. L. no pude dejar de observar que H. no le prestó más que una cortés atención (y, en realidad, pocas cosas en ella podrían Tentar a un hombre, porque parecía
bastante desaliñada
), pero fue todo amabilidad y atenciones conmigo, como el
encantador esposo
que es.
Pero ¿qué pensar de la conducta de Don S.? Debo tratar de no juzgarle
con demasiada dureza
, porque tiene un
temperamento tan caliente
y dada su revelación apasionada en todas sus formas, que no es extraño que sea susceptible a aquello que encuentra atractivo. Pero seguramente no tengo nada que reprocharme si —sin falta por mi parte— he sido moldeada por la Amable Naturaleza con una forma y unos rasgos que el Sexo Opuesto encuentra atractivos. Me consuelo con el pensamiento de que éste es el Destino de la Mujer, si es afortunada en sus dones, ser
adorada
, y poco tiene que reprocharse a sí misma mientras no Fomente la Familiaridad y se comporte con Adecuada Modestia...
[¡Vanidad y engaño! Fin del extracto— G. de R.]
No hay duda de que un buen polvo antes de trabajar es el mejor entrenamiento que uno puede hacer. Como se deduce de que aquella tarde yo lanzara el turno más largo de mi vida para los Informales de Mynn contra los All England XI: cinco
wickets
a doce en once
overs
, con la pierna de Lyllywhite delante del
wicket
y Marsden lanzando contra ellos. Nunca habría hecho
aquello
con baños fríos y ejercicios de pesas, así que ya ven que lo que necesitan los chicos de nuestra presente Liga es un poco de deporte femenino, más señoras Leo Lade, para que cuiden de ellos. Así tendríamos a los australianos pidiendo misericordia.
La única nubecilla en mi horizonte, mientras tomábamos el té después en el entoldado, entre la gente elegante, con Elspeth colgada de mi brazo y Mynn pasando la copa que habíamos ganado llena de champán, era si Solomon me había reconocido aquella mañana en el salón, y si era así, ¿mantendría la boca cerrada? Yo no estaba demasiado preocupado, porque lo único que había visto él era mi robusta espalda y mis nalgas subiendo y bajando y la cara estupefacta de la señora Lade reflejada en el espejo... no me importaba un pimiento lo que pudiera contar de
ella
, y aunque hubiera reconocido que yo era su pareja, era improbable que propagara ningún rumor. Los chicos no lo hacían, en aquella época. Y ni siquiera hubo un guiño de complicidad en sus ojos cuando vino a felicitarme, todo sonrisas y animación, llenándome el vaso y diciéndole a Elspeth que su marido era el lanzador más rebelde del país, y que debería estar en los All-England por sus propios méritos, ya lo creo que sí. Algunos de los presentes gritaron: «Sí, sí», y Solomon movió la cabeza admirativamente... ese tramposo y cobarde sinvergüenza.
—Saben —dijo, dirigiéndose a aquellos que estaban más cerca, que incluía a muchos de su casa, así como a Mynn y Félix y Ponsonby-Fane—, me pregunto si Harry no será el hombre más rápido de Inglaterra en estos momentos... No digo el mejor, en atención a la distinguida compañía —y dirigió una deferente inclinación de cabeza a Mynn—, sino simplemente el más rápido. ¿Qué cree usted, señor Félix?
Félix parpadeó y enrojeció, como hacía siempre cuando se dirigían a él, y dijo que no estaba seguro; no pensaba en la velocidad cuando él estaba en la línea de base, añadió gravemente, pero cualquier bateador que se hubiera enfrentado con Mynn en un extremo y conmigo en el otro tendría algo que explicar a sus nietos. Todo el mundo rió y Solomon exclamó que éramos unos hombres afortunados, que unos novatos como él mismo saltarían de gozo ante la oportunidad de enfrentarse a unos campeones como nosotros. No durarían mucho, eso seguro, pero el honor de hacerlo valdría la pena.
—¿No querrían ustedes —añadió, jugueteando con su pendiente y mirándome con ojos picarones— considerar la posibilidad de jugar conmigo un partido
single
-
wicket
?
Animado por el champán y mi cinco a doce, me eché a reír y dije que me encantaría, pero que sería mejor que antes se asegurara con la Lloyd o se comprara una armadura.
—¿Acaso —dije—, supone usted que tendría alguna oportunidad?
Él se encogió de hombros y dijo que no, claro que no; ya sabía que no podía hacer gran cosa, pero estaba ansioso por intentarlo.
—Después de todo —añadió, irónicamente—, usted no es un Fuller Pilch como bateador, ya saben.
Hay momentos, que suelen quedarse grabados en mi memoria, en que la broma ligera repentinamente se convierte en mortal seriedad. Puedo rememorar ahora ese momento: el entoldado con su multitud de hombres vestidos de blanco, las damas con sus claros vestidos veraniegos, el fresco olor de la hierba y la lona, el sonido de los faldones de lona del toldo agitándose en la cálida brisa, el tintineo de platos y vasos, la charla y las risas corteses, Elspeth que sonreía ardientemente sobre sus fresas con nata, la gran cara rojiza de Mynn brillando y Solomon frente a mí, corpulento y sonriente con su levita color verde botella, la aguja con una esmeralda en su corbatín, la cara bronceada y oscura y sus sonrientes ojos oscuros, los negros rizos y las patillas cuidadosamente acicaladas, la mano grande, delicada y cuidada haciendo girar su copa.
—Sólo por diversión —dijo—. Deme algo de qué vanagloriarme, al final... Jugaríamos en el césped de mi casa. Vamos... —y me dio un golpecito con el dedo en las costillas—, atrévase, Harry —ante lo cual los demás se rieron y dijeron que él era un pájaro valiente y que sí, de acuerdo.
No creí que aquello acarreara ninguna consecuencia, aunque algo me advirtió de que se escondía una trampa en algún sitio. Pero con el champán corriendo a raudales y los entusiastas chillidos de Elspeth, no vi nada malo en hacerlo.
—Muy bien —dije—, son sus costillas, ¿sabe? ¿A cuántos por equipo?
—Ah, sólo nosotros dos —dijo—. No hacen falta
fieldsmen
; rebotes sí, por supuesto, pero no
byes
[15]
ni lanzamientos por encima. No estoy hecho para persecuciones —y se dio unas palmaditas en el estómago, sonriendo—. Un par de manos, ¿de acuerdo? Así se doblan mis oportunidades de ganar una carrera o dos.
—¿Y las apuestas? —rió Mynn—. No podemos jugar un partido como éste sólo por un penique —dijo y me hizo un guiño.
—Lo que quieran —dijo Solomon, despreocupado—. A mí me da igual... cinco, diez, cien, mil..., no importa, porque de todos modos no ganaré.
Pues bien; éste es el tipo de charla que hace que un hombre sensato corra a por su sombrero y busque la salida más próxima, porque normalmente, de otro modo, se encuentra uno horas más tarde garrapateando pagarés y tratando de inventarse un nombre falso. Pero aquello era diferente... Después de todo, yo era muy bueno, y él no era nadie; nadie le había visto jugar. No podía hacer nada contra mis lanzamientos salvajes..., y una cosa estaba clara: no necesitaba mi dinero.
—Esperen —dije yo—. No todos somos millonarios. La media paga de teniente no da para mucho...
Elspeth cogió su bolso de mano, la muy imbécil, susurrando que yo
tenía
que hacer frente a todo lo que apostara Don Solomon, y mientras yo trataba de hacerla callar, Solomon dijo:
—En absoluto..., yo apuesto mil libras por mi parte; es mi propuesta, después de todo, soy yo quien tiene que soportar las pérdidas. Harry puede apostar lo que quiera... ¿qué dice, amigo mío?
Bueno, todo el mundo sabía que él era asquerosamente rico y despreocupado, así que si quería perder mil libras por el privilegio de enfrentarse a mí, no me importaba. Yo no podía pensar en nada que ofrecer como apuesta contra su dinero, y se lo dije.
—Bueno, digamos una pinta de cerveza —propuso él, y luego chasqueó los dedos—. Veamos... Le diré cuál será su apuesta, y le prometo que si pierde y tiene que pagar, será algo que no le costará ni un penique.
—¿Y qué es eso? —pregunté yo, todo sospechas.
—¿Acepta? —gritó.
—Díganos cuál es mi apuesta primero —insistí yo.
—Bueno, no puede echarse atrás ahora, de todos modos —dijo, sonriendo triunfante—. Es esto: mil libras por mi parte, si usted gana, y si
yo
gano... lo cual es poco probable... —hizo una pausa para mantener el suspense—, si yo gano, les permitirá a Elspeth y a su padre venir conmigo de viaje —sonrió a la compañía—: ¿Hay una apuesta más honrada que ésta? ¿Me lo pueden decir?
La manifiesta impertinencia de aquella proposición me dejó anonadado. Allí estaba aquel gordo nuevo rico, con su aspecto de negro, que había proclamado su interés por mi mujer y proponía públicamente llevársela en viaje de placer mientras a mí me dejaba en casa cornudo y apaleado. Había sido educadamente rechazado y ahora volvía a insistir con lo mismo, pero tratando de hacerlo pasar como un juego ligero y alegre. Me ardía la cara de furia. ¿Había tramado todo aquello con Elspeth? Pero una mirada de mi mujer me dijo que ella estaba tan asombrada como yo. Los otros, sin embargo, sonreían, y vi a dos damas cuchicheando detrás de sus sombrillas; la señora Lade miraba divertida.