Espectros y experimentos (23 page)

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Authors: Marcus Sedgwick

Tags: #Infantil y juvenil

BOOK: Espectros y experimentos
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Solsticio me entendió, y también Silvestre. Nos armamos de valor los tres y asomamos la cabeza por la esquina.

Allí estaban los fantasmas capaces de helarte la sangre. Y fue entonces cuando empezó a hervirnos la sangre también.

Porque Espectrini surgió entonces desde el otro lado y se quedó mirando tan pancho a los fantasmas.

Más alucinante todavía: se puso a charlar con ellos. Y luego a discutir, aunque no oíamos lo que decían.

Los dos espectros parecían muy disgustados. Espectrini había empezado a rebuscar en su maletín y sacó una bolsa blanca. ¡Sí! Ahora caía. El olor me llegó con toda claridad. Harina. Espectrini les acababa de dar una bolsa de harina.

Rarísimo. Luego sacó varios sándwiches y los repartió entre los dos fantasmas como si aquello fuese un picnic.

Ellos dejaron de discutir y tomaron asiento. Al hacerlo, el borde de sus vestiduras se alzó unos centímetros y les vimos los pies por primera vez. Y eso fue lo más raro de todo, porque los dos fantasmas… ¡parecían llevar patines!

—Oye —cuchicheó Silvestre—, ¿esos no son nuestros patines?

—¡Chitón! —dijo Solsticio. Pero yo me sentía obligado a coincidir con él. Ahora tenía muchos motivos para creer que los fantasmas no eran fantasmas en absoluto.

—Bueno —dijo Solsticio—. Cuando diga «corred», corred. O en tu caso, Edgar, será mejor volar. Y ahora cerrad los ojos.

«Gracias por el consejo», pensé, pero ya no hubo tiempo para pensar más. Solsticio apuntó a las tres figuras con su cámara y apretó el botón.

Hubo un destello en la oscuridad.

—¡Corred!

—gritó Solsticio, y eso hicimos. Como habíamos cerrado los ojos, el flash no nos había cegado a nosotros, pero sí a los tres intrusos, de manera que escapamos sin problemas.

Oímos, eso sí, un gran estrépito a nuestra espalda mientras trataban de perseguirnos.

Pero nosotros aceleramos y, además, este es nuestro castillo y conocemos algún que otro pasadizo secreto.

Los despistamos, y muy pronto nos encontramos jadeando y secándonos el sudor en la cama de Solsticio mientras examinábamos la fotografía.

—¡Pero bueno! —exclamó—. ¡Impostores!

El último piso

y las azoteas de

la esquina sudoeste

del castillo se hallan

ocupados por enormes

cobertizos de cristal donde

crece una selva de plantas

extrañas y árboles temibles.

Es un sitio peligroso, pero

vale la pena visitarlo en

los días muy fríos.

L
a fotografía era un poco borrosa y muy pequeñita, pero lo bastante clara como para distinguir a Espectrini charlando con los «ya sabes qué».

—Pero ¿qué pretenden? —preguntó Silvestre, siempre un poco corto de entendederas.

—¿Es que no lo ves? —dijo Solsticio—. No son espectros de verdad. Son empleados de Espectrini. Estaban escondidos en el Ala Sur y se han dedicado a dar sustos de muerte a los criados para que necesitáramos los servicios de un Cazafantasmas.

»Y casualmente el capitán Espectrini se encontraba en los alrededores y fue a ofrecerse a nuestra madre.

—Pero ¿para qué?

—Uf, hermanito, es evidente. Porque, como muchos otros, andan detrás del fabuloso y mítico Tesoro Perdido del castillo de Otramano. ¿No lo ves? Por eso Espectrini tenía más interés en mirar detrás de los cuadros, por si encontraba compartimentos secretos, que en ponerse a buscar fantasmas.

—Aaaaah —dijo Silvestre, boquiabierto—. A nosotros no nos vendría mal el tesoro.

—Por supuesto —respondió Solsticio—. Pero primero hemos de deshacernos de esos impostores. ¡Jo! Qué tipejos más astutos. Con patines para deslizarse por el suelo como si flotaran. ¡Y la harina! Eran ellos los que le han ido birlando a doña Sartenes toda la harina blanca.

—¿Quieres decir —farfulló Silvestre, trémulo de ira— que ellos nos han obligado a comer… harina integral?

Solsticio asintió y Silvestre soltó una palabrota muy fea.

—Bueno —preguntó—, ¿qué vamos a hacer ahora?

—Por una vez haremos lo correcto —le dijo ella—. ¡Se lo contaremos a nuestros padres! Con esta foto como prueba, tendrán que creernos.

Solsticio es una chica lista, y yo le tengo mucho cariño, pero he de reconocer que a veces sufre unos errores de juicio que me dejan turulato, y esa fue una de las veces.

Pues aunque, normalmente, al menos entre humanos, lo mejor que puede hacer un niño en una situación complicada es contárselo todo a sus padres, Solsticio se había olvidado de un pequeño detalle: que sus padres no son seres humanos normales. Son dementes, locos, cabezas de chorlito con menos sentido de la realidad que una babosa o un molusco.

Y así resultó que cuando Solsticio esgrimió la fotografía ante las mismísimas narices de Pantalín, él se limitó a decir:

—¡Silencio, niña! Este es un momento crucial. ¿Huevos podridos o huevos con mostaza?

Y cuando se la enseñó a su madre, Mentolina solo dijo:

—¿Es que no ves que no tengo tiempo? Si no le consigo pronto harina blanca, ¡doña Sartenes amenaza con dimitir y no volveremos a comer!

De manera que cuando volvió, desanimada, y se sentó otra vez en la cama, Solsticio estaba harta, furiosa y totalmente decidida. Tiró la fotografía al suelo.

—Tendremos que resolver esto por nuestra cuenta, Silvestre. Los adultos son idiotas.

—Sí, pero ¿qué podemos hacer?

El chico miró con tristeza a Colegui, que por primera vez en su vida parecía contento de estar en su jaula.

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