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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

El tercer brazo (6 page)

BOOK: El tercer brazo
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Del otro lado del puente: el desecho. No se trataba del todo de un barrio bajo; pero las casas se arracimaban demasiado cerca, y los baches y las franjas de luz no se reparaban en el acto, y el nivel de criminalidad era alto. Renner no había querido bajarse del taxi aquí. Caminó por las calles, mirando lo que había que ver.

Ese letrero: EL GUSANO DEL MAGÜEY, en un edificio alto de cemento pintado con murales chillones. ¿Seguro que ése era el sitio donde se había freído el cerebro hacía dos noches? No es que importara mucho. Entró.

Media tarde. No había mucha gente: cuatro en la barra, dos a una mesa grande, todos hombres. Por su aspecto, trabajadores: ropas cómodas y duraderas. Renner pidió licor de hoja de agua y se acomodó para absorber la atmósfera.

Están aquellos que hacen de los turistas sus víctimas…

Pero nadie se movió. Podría haber sido invisible.

Desenvolvió su paquete. Con cuidado llenó la cazoleta de la pipa con tabaco, luego la encendió.

Quedarse mirando es un insulto universal, y nadie lo hacía; pero los otros habían cobrado consciencia de su existencia. Renner dijo en voz alta:

—El viejo tenía razón. Es magnífico. —Era verdad.

—No lo distinguiría —comentó el camarero.

Un tipo musculoso que había dos sillas más allá, dijo:

—Amén.

Llevaba varias capas de ropa, como los cazadores de hacía dos noches. Preparado para el frío, con todo puesto porque era la forma más sencilla de transportarlo.

Renner se mostró desconcertado.

—Oh. Debería haber preguntado…

—Se permite fumar en el Gusano del Magüey. —El camarero indicó con el dedo hacia arriba, al alto techo y a los ventiladores que giraban despacio. Adelante, le dará al lugar un poco de clase. Tengo entendido que hay que beber
skellish
con eso. O B y B.

—Entonces, sírvame un
skellish
, la burbuja al costado. Una ronda para la casa. Usted también.

—La casa le da las gracias —dijo el camarero.

—Amén —repusieron seis clientes, y la casa estuvo ocupada.

Uno de los cazadores alzó el vaso hacia Renner.

—Usted vino… ¿hace dos noches?

—El miércoles —confirmó el camarero—. No recibimos mucho comercio extraplanetario por aquí. —La voz era amistosa, pero contenía una pregunta.

Renner se encogió de hombros.

El cazador se acercó a su mesa.

—¿Me permite?… Gracias. —Se sentó y miró significativamente la pipa—. Es evidente que no está en bancarrota.

Renner sonrió.

—Tuve suerte una vez. —El truco radica en dar a entender que cualquiera puede tener suerte—. Soy el piloto de un hombre rico. Puedo jugar a turista cuando bajo al planeta mientras Bury se rompe el trasero haciendo más dinero.

—Si quiere colorido local, ha venido al lugar adecuado. Soy Ajax Boynton.

—Kevin Renner.

—Sir Kevin —dijo Boynton—. Le vi en tri-vi. Eh, amigos, tenemos a una celebridad.

Sonrió de nuevo.

—Acerquen unas sillas. Cuéntenme historias exageradas. —Le hizo una señal al camarero, que, educadamente, se había alejado fuera del alcance del oído—. Otra ronda.

Cuatro más se le unieron. Dos pidieron zumo de naranja solo. Costaba tanto como el licor. Se presentaron como los hermanos Scott, James y Darwin.

—Tengo entendido que las cosas van lentas —comentó Kevin.

—Un poco —dijo Darwin Scott. Levantó unos hombros inmensos—. La caza del fantasma de la nieve es arriesgada. Consigne uno bueno y ganas dinero, pero no sucede siempre.

—Y luego, ¿qué?

—Luego esperas a que alguien invierta en ti —repuso Alex Boynton ¿Busca invertir algo de dinero?

Renner se mostró pensativo.

—La verdad es que me gustaría tener una piel de fantasma de la nieve y me gustaría dispararle yo. ¿Cuánto me costaría?

—Cinco mil le da una cuarta parte de participación —indicó Boynton. Diez mil le compran un cuarenta por ciento.

—¿Por qué…?

—Con diez mil en equipo tenemos una mejor posibilidad de conseguir un fantasma.

—Oh. Es razonable.

—¿Sigue interesado?

—Claro, si puedo ir.

Boynton pareció irritado.

—Cazar fantasmas no es trabajo de petimetres. Perdemos a gente.

—No para de repetirlo. Con equipo de infrarrojos, y…

—Y con sonar, y el mejor equipo acústico que podamos conseguir —interrumpió James Scott—. Y perdemos a gente, porque es un largo viaje al norte. La aurora estropea los instrumentos electrónicos. Y…

—Y los fantasmas se mueven deprisa —dijo su hermano—. Se atrincheran cerca de las raíces de los árboles, donde no puedes obtener un buen mapa de sonar. Se quedan bajo la nieve de modo que los infrarrojos no los localizan. Y son capaces de nadar bajo la nieve más rápido que usted caminar. Olvídelo, amigo.

—Veamos. Les respaldo con equipo por valor de diez mil coronas, que dejo atrás cuando la nave se eleve. Una buena piel de fantasma cuesta…. ¿cuánto? Directamente de ustedes, no del minorista.

—Conseguiría unas veinte mil —repuso Darwin Scott.

Las fuentes de Renner habían sido exactas.

—Entonces den por hecho veinte mil más cuando vuelva, y consideren eso un incentivo para traer al novato de regreso con vida. Total, treinta mil. —Trataban de mantener caras de póquer, pero sin duda había despertado su interés—. Sólo eso, y se guardan su sesenta por ciento, aunque espero que me complazcan en otro capricho. —Tres hombres suspiraron. Renner continuó—: Veamos, no se me ocurre ninguna razón para no cazar fantasmas de la nieve allí donde también pueda tropezar con un poco de magnesita de ópalo.

Tres hombres ocultaron sonrisas. Ajax Boynton dijo:

—A mí tampoco. Si tiene algún lugar en mente, yo le informaré si allí hay fantasmas de la nieve.

—Busquemos un mapa.

4
Fantasma de la nieve

¿No has visto cómo tu Señor alarga la sombra?

Podría haberla mantenido inmóvil si lo hubiera deseado.

Sin embargo, Nosotros hacemos del sol su piloto para que muestre el camino.

Al-Qur’an

—¿Es inteligente? —Bury sorbió el café y examinó el mapa proyectado en la pared—. Ciertamente, no va a ser cómodo.

Renner se encogió de hombros.

—Me gusta la comodidad. Pero, bueno, si logro conseguir una piel de fantasma de la nieve, seguro que me mantendrá bastante caliente.

—También lo harían las sintéticas, y son mucho más baratas. ¿Por qué la zona entre los glaciares?

—Oh, demonios, Bury. ¿Cómo sabes que Reuben Fox está ocultando algo pero no robando y que no se le puede sobornar? Cerebro, instinto y técnica. Me llevó toda la tarde. Hablamos. Los hermanos Scott pasaron de zumo de naranja a té… El Gusano del Magüey tiene una variación de la cafetera mágica. Gilbey prepara un litro de té y luego deja que la cafeína se filtre por la membrana. Lo hace en cinco minutos.

—Más influencia pajeña.

—¡Y de tus propias naves Horace! Bueno. Señalé diversas partes del mapa, todas en la región donde están las luces del norte, pero es bastante grande. ¿Fantasmas de la nieve? Sí. No. Quizá. Nunca viven ahí, la caza los ha echado, mi hermano cazó uno aquí el año pasado.

—Me gustaría que tuvieras una tecla de avance rápido, Kevin.

—A la larga, Boynton dijo que había oído que la magnesita de ópalo venía de debajo del Glaciar Mano. Los hermanos Scott afirmaron que no, que lo había inspeccionado un tío de ellos o algo así, y además el lugar había sido desalojado de fantasmas de la nieve hacía unos veinte años. Así que yo seguí señalando, y cada sitio que apuntaba, los hermanos Scott creían que allí podría encontrar un fantasma de la nieve.

—Ah.

—Hay algo en la Mano. Los mormones lo saben y Boynton no. En cuanto a eso, podría ser magnesita de ópalo. Bajo el glaciar. Hay que aguardar a que éste se mueva; ésa es la razón por la que el mercado es tan esporádico.

—Dada la geología, no me sorprendería: pero ¿qué significa eso para ti?

Renner extendió las manos.

—Una mano, es un lugar frío y atroz. Otra mano, la fuente de la magnesita de ópalo es un gran secreto, y nosotros estamos buscando secretos. La mano que aprieta… —Bury reprimió un escalofrío—. La mano que aprieta, ellos están interesados. ¿Qué busca Horace Bury? ¿Magnesita de ópalo? ¿Alguna otra cosa?

—¿Y confías en tus acompañantes, a quienes conociste en un bar…?

—Hice que Ruth Cohen los comprobara. Boynton y los hermanos Scott son bien conocidos, ningún problema con la policía excepto que Boynton se emborracha cuando consigue una buena caza. El Gusano del Magüey es uno de media docena de sitios por donde los cazadores de fantasmas vagan en busca de alguien que aporte dinero.

—Sigo…

—¿Tienes tú una pista mejor?

—Tengo pistas. Y una manera distinta de buscar —Bury movió los brazos para indicar su silla de viaje—. Ciertamente, tú estás mejor preparado que yo para seguir ésa. Kevin, las comunicaciones no serán seguras en esa zona. La tripulación del Simbad puede intentar mantener tu rastro, pero no es probable que lo consiga.

—Sin agallas no hay gloria. —Renner sonrió—. Además, tendré a Boynton y a los hermanos Scott cuidándome. Cada uno recibe cinco mil adicionales si vuelvo con vida. Diez mil si consigo un fantasma de la nieve. ¿Qué puede ir mal?

El glaciar terminaba en bordes afilados que estaban rodeados por terreno pelado y rocoso. Los puntos desnudos iban desde unos pocos metros a varios kilómetros antes de desvanecerse en la nieve. Volaron dejando atrás un grupo de edificios pegados al borde del glaciar. Dos de ellos sobresalían, uno ancho y bajo, el otro más alto y más grande. La niebla y el vapor se alzaban desde todas las áreas despejadas, subiendo hasta el espeso cúmulo de nubes que había encima de ellos, de modo que resultaba difícil ver el pueblo.

—Sión —dijo Ajax Boynton.

—Parece interesante —comentó Renner. Quizá tuviera cuatro mil habitantes, tal vez menos.

—Para nosotros —indicó Darwin Seott—. Es uno de los Verdaderos Templos. Pero no habrá ningún fantasma cerca. Tampoco magnesita de ópalo.

—Ahí no —acordó Boynton—. Pero debe andar cerca de aquí, en alguna parte.

—¿Por qué?

—Sabemos que el jade viene de aquí.

—Sabemos que hay personas que lo dicen —corrigió James Scott—. Pero nunca conocí a alguien que hubiera encontrado algo.

—Sí que lo conociste —dijo Ajax Boynton—. Ralph. Ralph…, demonios, no recuerdo el nombre. Fue al Maguey e invitó a una ronda.

—Sí, y al día siguiente compró un billete para Tabletop —afirmó James Scott—. Le había olvidado. De acuerdo, así que se puede tener suerte.

—Nunca entendí eso —dijo Boynton—. Ralph… Plemmons, así se llamaba. No le conocía tan bien, pero Jamas pensé que se iría de la Compra.

—Bajó la vista al mapa de la pantalla de navegación del vehículo—. Quince klicks más al sur, luego veinte al este. Conozco un buen sitio.

Renner estudió el terreno escarpado de abajo. Se ondulaba con colinas, la mayoría cubiertas por bosques poco densos. Esos árboles sombrilla necesitaban un montón de espacio. La zona cerca del glaciar se veía oculta por la niebla, pero lejos de ésta el aire estaba más despejado. Los matorrales y las copas de los árboles atravesaban la nieve en los claros.

—¿Dónde aterriza? —preguntó.

—Sobre un lago —respondió Darwin Scott. Apoyó el lápiz óptico en el área que había indicado Boynton. El volador fletado se ladeó ligeramente y cambió de curso—. Un lago poco profundo.

—¿Por qué poco profundo? —quiso saber Renner.

—Los fantasmas de la nieve no son los únicos bichos que se comen a la gente —repuso James Scott—. Boynton una vez perdió a un socio por una cecilia de agua dulce. ¿Estás seguro de que éste no es el mismo lago?

—Demonios, no. Le dije a Brad que el lago era demasiado profundo —comentó Boynton.

Quince minutos después James Scott tomó el control manual del vehículo. Lo hizo descender y voló en círculo sobre un pedazo de tierra limpio de árboles.

Los tres cazadores usaron binoculares para estudiar el lago. El manto de nieve se veía inalterado.

—No hay respiraderos —dijo Boynton—. Parece bien.

Scott bajó la nave y dejó que se posara sobre el lago congelado. Rodeó el perímetro varias veces antes de deslizarse hacia el centro del lago.

—Es bueno aplanar la nieve —explicó—. Alrededor de todo tu campamento. Apisonarla bien.

—¿El socio de quién fue devorado en su saco? —preguntó Renner.

Se quedaron mirándolo.

—Nadie es tan estúpido —repuso Boynton.

Los hermanos Scott desplegaron la tienda y la inflaron. Era más grande que el vehículo.

—Ajax, ¿es que intentas llevar al hombre a la bancarrota? —dijo Darwin Scott.

—En realidad, la compré yo —repuso Renner—. Parecía cómoda.

Darwin Scott miró la tienda y se rió. Su aliento formó un penacho denso en el frío aire.

—Cómoda. Renner, no se espera que estés cómodo cuando cazas fantasmas de la nieve.

La computadora de bolsillo de Renner emitió un bip suave indicando que el Simbad estaría encima de ellos. Se llevó la computadora al oído, pero sólo había estática. Se encogió de hombros y le habló:

—No espero que nadie me oiga. Nada que informar. Nos encontramos en vehículos de nieve a unos treinta klicks del campamento, y no hemos visto nada. Hay un montón de cuevas bajo el borde del glaciar. Llevaría un año explorarlas.

»A nadie le importa si vamos hacia Sión, salvo que a Boynton le repugna lo imbécil que soy queriendo ir a un pueblo en vez de cazar un fantasma. Le dije que si hay una fuente de magnesita de ópalo, debía haber gente cerca. De modo que estoy buscando un pueblo que sea mayor que lo que debería ser.

»Pero cuando empezamos a marchar mucho más de cuarenta kilómetros al sur de Sión, los hermanos Scott comienzan a crisparse. Ahí es donde encontramos esa grieta interesante en el Glaciar Mano. Por supuesto, podría tratarse de mi imaginación.

Renner se guardó la computadora en el bolsillo del anorak y aceleró el vehículo de nieve para acercarse a Darwin Scott. El viento era frío en su cara. Subió más el anorak alrededor de la nariz, se ajustó las gafas protectoras y se preguntó si alguna vez volvería a entrar en calor a pesar de los calentadores eléctricos en las botas y los guantes.

Sus sospechas empezaban a parecerle tontas, y no supo por qué. «Problema de actitud. ¿Y qué si es un callejón sin salida? Sigue sonriendo, finge que te lo pasas bien. Consigue una piel. Impresiona a la capitán de fragata Cohen.»

BOOK: El tercer brazo
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