El tercer brazo (5 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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La puerta interior se abrió cuando la exterior se cerró. Renner no pudo evitar pensar en las armas que los marines podrían usar contra ellos mientras se hallaran en la sala cómodamente equipada. Había una mesa de conferencias, buenos sillones y un sofá, todo idéntico a los cuartos de seguridad que Renner había visto en media docena de planetas.

—Es como estar en casa —comentó.

Ruth Cohen se mantuvo en una posición rígida. Depositó su grabadora sobre la mesa y se secó las palmas de las manos en la falda. Renner captó su nerviosismo.

—¿Se encuentra bien?

—Quizá no entrevisto a capitanes tan a menudo.

Renner sonrió.

—No parezco uno, ¿verdad? Esto tiene un precio, ¿sabe?

—¿Qué?

—Cenará conmigo esta noche.

—Capitán…

—¿Qué van a hacer, despedirme? —demandó Renner. Le hizo muecas a la grabadora, que no estaba encendida—. Eso es para ti. Y nada de informes hasta que la capitán de fragata Cohen acepte salir conmigo.

—Suponga que me niego.

La miró fijamente.

—Entonces daré mi informe.

—Oh —ella sonrió de forma encantadora—. En ese caso, será un placer cenar con usted.

—¡Condenación! ¿Qué le parece…?

—No tocaré los grips al crótalo. ¿Por qué todo el mundo que ha visto ese plato quiere observar cómo se las arregla otra persona con él? Capitán, ¿no se le ocurre que a usted y a mí no deberían vernos mucho juntos?

—Tiene razón —dijo Renner—. Maldición.

—De modo que creo que eso lo deja claro. —Se sentó a la mesa—. ¿Preparado? De acuerdo. La grabadora está encendida. —Dictó la fecha y la hora—. Informe de Kevin Renner, capitán, Servicio de Inteligencia de la Marina Imperial. Oficial del caso, capitán de fragata Ruth Cohen…

Renner esperó hasta que ella hubo terminado la introducción y el encabezamiento, luego se sentó a la mesa.

—Capitán sir Kevin Renner, Servicio de Inteligencia de la Marina. Misión Especial. Como se declaró en otros informes, trajimos el yate Simbad de Autonética Imperial a la Compra de Maxroy por las sospechas de Su Excelencia Horace Hussein al-Shamlan Bury, magnate. El análisis financiero de Bury indicó que podía haber irregularidades. Autonética Imperial posee una factoría de puesta en marcha aquí, y es propietaria de tres naves, de modo que no hubo problemas con las historias que sirvieron de tapadera.

»Dos días después de arribar hubo un intento de secuestrarme… —De forma involuntaria Ruth Cohen respiró hondo. Renner sonrió—. Me alegra que le preocupe. —Se reclinó en el sillón y miró el techo durante un momento; luego, comenzó a hablar. Contó lo del ataque, Y lo que lo precedió—. “… un grip sano. Mire cómo se mueve.” Capitán de fragata, si sigue riéndose no acabaré nunca.

—¡No es justo!

—Claro que sí. —Reniler continuó con su noche en la capital. En puntos apropiados insertó grabaciones de lo que habían averiguado sobre los tres atacantes, del capitán Reuben Fox y de la historia de la
Nauvoo Vision
.

—Mormones —dijo Ruth Cohen—. Tres. Resulta difícil creer que se trata de ladrones corrientes.

—Sí, me di cuenta de ello —comentó Renner—. Un mormón descarriado es una desgracia. Tres al mismo tiempo es una conspiración. Por no mencionar que Bury está convencido de que el capitán Fox oculta algo.

—¿Conclusiones generales? —pidió Ruth.

—Propias, ninguna; pero Su Excelencia Horace Bury cree que puede haber pajeños sueltos por el sistema de la Compra. Yo no. Yo creo que los Exteriores han vuelto.

Ruth asintió con expresión sombría.

—Me parece que yo tampoco creo en eso de los pajeños —dijo—. Pero las ordenanzas son bastante claras. Esta entrevista tiene prioridad para ser enviada al Cuartel General del Sector. ¿Exposición?

—Bury es paranoide —comentó Renner—. Siempre ve una amenaza pajeña. Aunque podría tener razón, y si es así, el Gobernador está metido en una conspiración contra el Imperio.

—Capitán, este informe irá directamente al Cuartel General del Sector. Quizá no le conozcan a usted y a Su Excelencia.

Renner sonrío.

—De acuerdo. Horace nació rico. Su padre amasó una fortuna en el comercio interestelar después de que el Imperio anexionara Levante. Bury la incrementó. Tiene ciento dieciséis años de edad, y entiende los patrones de flujo del dinero. Horace Bury es una fuerza poderosa en el Imperio.

»Él…, hmm, cometió actos que le enredaron con la ley del Imperio, detalles clasificados, hace veintiséis años. Los dos habíamos visitado Paja Uno como parte de la expedición oficial. Yo iba a licenciarme de la Marina, habiendo servido como Jefe de Navegación del crucero de batalla MacArthur, de desgraciada fama.

—La única nave jamás destruida por alienígenas —recordó ella.

—Fuera de las batallas de bloqueo —dijo Rernner—. Pero, en esencia, si. La MacArthur fue destruida por Relojeros pajeños. Es una clase de animal pajeño. No son inteligentes, y tienen cuatro brazos, no tres. Todo tipo de personas ha especulado sobre ello, incluyendo los pajeños en el Instituto Blaine. De cualquier forma, iba a licenciarme, y Bury se enfrentaba al lazo de una cuerda. Hizo un trato. Durante veinticinco años ha estado siguiendo la rebelión y los actos de los Exteriores por todo el Imperio, en su mayor parte corriendo con los gastos, y yo soy el individuo que la Marina asignó para vigilarle. También es un hombre dedicado. Jamás le vi haciendo nada que interfiriera con su misión. —Excepto una vez, recordó.

—¿Por qué Exteriores? ¿Venganza? ¿Los Exteriores acuchillaron a su buey?

Renner suspiró.

—A Horace le importan un bledo los Exteriores. Éstos absorben tiempo y recursos. Cualquier cosa que distraiga al Imperio de ocuparse de los pajeños es una amenaza para la especie humana y los hijos de Alá. Los pajeños en una ocasión atemorizaron a Horace. Nadie hace eso dos veces. Los quiere extintos.

Ruth Cohen se mostró desconcertada. Miró las grabadoras.

—Capitán, si los pajeños rompieran el bloqueo, ¿serían una amenaza tan grande?

—No lo sé —repuso Renner—. No es imposible. No se debe tanto a que su tecnología sea mucho mejor que la nuestra, sino a que su instinto para la tecnología está más allá de cualquier cosa que conozcamos. Los humanos son mejores en la ciencia, pero una vez que se han descubierto los principios, los pajeños —en cualquier caso los Marrones, los Ingenieros— son mejores que ningún humano que haya vivido jamás en aplicarlos a un uso práctico.

»Ejemplo. Nunca habían oído hablar del Campo Langston cuando llegamos a Paja Uno, ¡y antes de abandonar su sistema le hicieron mejoras que a nosotros nunca se nos habían ocurrido! Otro ejemplo: la cafetera mágica que sacamos de la MacArthur. Ahora esa tecnología se encuentra por todo el Imperio, incluso aquí. Estoy seguro de que alguna variante de la cafetera se emplea para sacarle el alcohol al sake que tomé hace dos noches.

—Gracias. ¿Tiene alguna otra observación que hacer?

—Sí. Mis propios planes. La paranoia de Bury a veces puede ser útil, pero no me gusta verle tan nervioso. Podría hacer algo… precipitado. De cualquier manera, se devanará los sesos por encontrar lo que él cree que son pajeños. Eso me deja libre para rastrear Exteriores, si es que nos estamos enfrentando a eso. Quiero mostrarle a Bury que los pajeños aún están seguramente contenidos.

»No podemos confiar en nadie salvo en la gente de Bury, de modo que no disponemos de tropas. No podemos usar a la policía local. Pero existen algunas… hmm, rutas. ¿Dónde ha estado enviando el capitán Fox sus cápsulas de carga? ¿Hay una base Exterior en los asteroides? ¿Por qué el peculiar flujo de dinero? Autonética Imperial constantemente está siendo picoteada por malversadores. Para algunas personas robarle a una corporación es como robarle a una máquina. Pero en este caso no parece que estén robando a nadie.

Ella sonreía de nuevo.

—¿Es eso malo?

—Bueno…. es extraño. Se oculta algo sin que le estén robando a nadie.

—¿Qué hará usted?

—Haré de Renner. —Le sonrió—. Gastaré dinero. Me insinuaré a chicas bonitas, e interrogaré a los tenderos sobre lo que sea que vendan, invitaré a gente a copas y haré que hable. Quizá…. sí, quizá investigue de dónde viene la magnesita de ópalo.

Ella le miraba con el ceño fruncido.

—¿Solo?

—Más o menos. Mantendré la casa de Bury vigilada lo mejor que pueda. Eso es lo que haré.

—¿Algo más de que informar?

Renner sacudió la cabeza, y Ruth apagó las grabadoras.

—Siempre me cuestioné las regulaciones acerca de los pajeños —dijo ¿Qué hacemos ahora?

—Primero, envíe esta grabación al Sector. ¿Comprende que nadie en este planeta ha de verla antes?

—Concédame un poco de justicia…

—Oh, siempre he sabido que la belleza y la inteligencia van juntas. Hay implicaciones, ¿sabe?

—Un montón —afirmó Ruth—. Kevin, ¿ha pensado bien esto? La Verdadera Iglesia de Jesucristo de los Santos del último Día tiene poder. Y muchos miembros. Si usted la amenaza…

—Le sobran pistoleros. Claro. Ahora piense qué podríamos hacer para amenazar a esa Iglesia.

—Lo hice. Hasta ahora no se me ha ocurrido nada.

—A mí tampoco —coincidió Renner—. Así que seguiré fisgoneando.

Los centros comerciales jamás se habían puesto de moda en la Compra. Las tiendas grandes y pequeñas se hallaban diseminadas por toda la ciudad, una sorpresa súbita entre las casas.

Aquí: cuatro planchas enormes de piedra se apoyaban entre sí en la parte superior, con ventanas de cristal en triángulos estrechos donde la roca no se juntaba. La boutique se encontraba a una manzana del río Pitchfork, en un vecindario que en una ocasión había sido elegante y ahora empezaba a serlo de nuevo. Kevin Renner miró el interior y vio un trozo de roca blanca cuadrada que centelleaba con colores opalinos.

Entró. Sonaron campanillas sobre su cabeza.

Le prestó poca atención a los utensilios de cocina, lámparas, rifles. Aquí había una fila de pipas blancas con boquillas de ámbar, y una, aislada, era un llameante ópalo en una matriz negra. Algunas estaban talladas de forma complicada: caras, animales, y un tubo achatado con la forma de un deslizador de combate Imperial.

Un hombre bajo, musculoso y que iba quedándose calvo salió de alguna parte de popa. Los ojos escudriñaron a Renner con cordialidad.

—Las pipas —dijo.

—Exacto. ¿Qué precio tienen? La negra, por ejemplo.

—Oh, no, señor. Es una pipa usada. Es mía. Cuando cierro, la saco del estuche. Está ahí como muestra.

—Hmm. ¿Cuánto tiempo…?

El hombre mayor la colocó sobre el mostrador. Había sido tallada hasta exhibir una cara, el rostro hermoso de una mujer. El pelo largo y ondeado bajaba por la boquilla.

—Llevo fumando un poco de Giselle en ella durante veintiséis años. Pero no requiere tanto tiempo. Un año, un año y medio, y la matriz se ennegrecerá muy bien. Un poco más para las pipas más grandes.

—Más tiempo si también me gusta cambiar de pipas. ¿Cómo…?

—Verá que fumará la misma pipa en casa, señor. La magnesita de ópalo no se pone rancia después de unas pocas miles de caladas. La de brezo es la que se llevará en los viajes.

Interesante. Te llevabas las más baratas a los viajes, por supuesto, y las pequeñas. Las pipas grandes eran más incómodas, aunque en ellas se fumaba mejor. Pero la mayoría de las que había a la vista eran de tamaño de bolsillo.

—¿Guarda las más grandes en otra parte?

—No, señor, éstas son todas las que tenemos.

—Hmm. ¿Esa grande?

—Novecientas coronas —el propietario la llevó al mostrador. Era la cabeza de un animal, vagamente elefantina.

—Es cara. He visto mejores tallas —comentó Renner.

—¿En magnesita de ópalo?

—Bueno, no. ¿Es difícil de tallar?

El viejo sonrió.

—En realidad, no. Es de un talento local. Quizá prefiera comprar una lisa, como ésta. —Era aún mayor, con una cazoleta más grande que el puño de Renner, un mango largo y boquilla corta—. Llévela a otro mundo. Désela a un tallador mejor.

—¿Cuánto?

—Mil trescientas cincuenta.

No era el dinero de Kevin. Muy poco de lo que pasaba por sus dedos era dinero de Kevin. Habría una pensión de la Marina, y quizá figurara en el testamento de Bury… pero esto se cargaría a gastos. No obstante, sacudió la cabeza y dijo:

—Vaya.

—Es más caro en otros mundos. Mucho más. Y el valor sube mientras la fuma. —El hombre titubeó, luego dijo—: Mil doscientas.

—¿Bajaría hasta mil?

—No. Busque en otras tiendas. Vuelva si cambia de parecer.

—Maldición. Me la llevo. ¿Vende tabaco también?

Kevin le entregó su computadora de bolsillo y aguardó mientras el propietario verificaba la transferencia, envolvía la pipa y se la entregaba. Y añadió una lata de tabaco local, gratis.

Sabía qué deseaba preguntarle a continuación…. y de pronto se dio cuenta de que no tendría que hacerlo. Sólo sonrió y dejó que el silencio se estirara hasta que el viejo le devolvió la sonrisa y comentó:

—Nadie lo sabe.

—Bueno, ¿como entra?

—Naves privadas. Los hombres salen y regresan con la piedra. ¿Está pensando que se les podría convencer para hablar?

—¿Y…?

—Hay elementos criminales en Río Pítchfork. No controlan la magnesita de ópalo y nunca lo han hecho. Mis proveedores dicen que no saben de dónde procede; siempre la han comprado de otra parte. Es algo que he oído tan a menudo que empiezo a creerlo. Una vez ayudé a financiar a algunos geólogos, cuando era más joven. Jamás encontraron nada. Dinero tirado a una ratonera.

—Es una pena.

—No encontrará ninguna tienda que sólo venda magnesita de ópalo. Es esporádica. No ha habido una fuente nueva en veinte años, por eso es tan cara. Algunos creemos que viene del norte. El norte es geológicamente más activo, y las naves en su mayor parte salen en esa dirección.

—Pero estaba dispuesto a regatear —le dijo Renner a su computadora de bolsillo, en modo de GRABACIÓN—. Otros dos comerciantes también me ofrecieron tratos. Eso hacen tres de cuatro. Creo que están esperando una nueva fuente en cualquier momento. Ello bajaría los precios. Encajaría con los ciclos que tú notaste, lenta subida en los precios, tope, caída brusca, más o menos cada veinte años.

Guardó la computadora. El taxi descendió y le permitió salir. Se hallaba en una cuña estrecha de bosque cuidado, en Tanner Park, y al norte se veía un puente.

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