El tercer brazo (10 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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Maníaco. Pero ¿estaba equivocado? Quizá resultase vital que un comerciante superior fuera en persona a inspeccionar la Flota de Eddie el Loco de patrulla en el Ojo de Murcheson. No obstante, si el Servicio Secreto quería algo más de él… bueno, tenían una ventaja sobre Bury. Probablemente, algo político.

Lo averiguarían mañana.

—Todos los niños y las niñas quieren ver Esparta —le dijo Renner a Ruth—. ¿Qué es lo que queremos ver primero?

—El Instituto no abre hasta el mediodía —comentó Bury—. Imagino que tenemos cuatro horas para matar. Creo que iré a la Sociedad de Comerciantes a producir cierto oleaje. Ah, aquí llega Nabil.

El desayuno consistía en dos especies de huevos, cuatro variedades de salchichas y dos litros de leche. Toda la fruta parecía conocida. También los huevos: de pollo y codorniz. La vida en Esparta (recordó Renner en ese momento haber leído) jamás había llegado a conquistar la tierra. No había suficiente superficie como para dar una buena relación coste-resultados. El planeta había sido sembrado con fauna silvestre de la Tierra, y se había establecido una ecología con poca competencia nativa.

—En Esparta toman dos comidas, desayuno y cena. Deberíamos comer hasta saciarnos —le dijo Bury.

—La leche es un poco rara —comentó Ruth.

—Vacas diferentes ingiriendo pasto diferente. Marca de autenticidad, Ruth. La leche de protocarbono siempre sabe igual, en todas las naves del universo.

—Con franqueza, Kevin, a mí me gusta.

La cafetera era alta y bulbosa. Bury miró en la parte de abajo.

—Wideawake Enterprise —anunció.

—No suena muy contento al respecto —dijo Ruth Cohen.

—Tecnología pajeña —indicó Renner—. Es probable que aquí sea corriente.

—Muy corriente —afirmó Bury—. Nabil, ¿disponemos de computadora?

—Sí, Excelencia. El nombre de activación es Horvendile.

—Horvendile, aquí Bury.

—Confirme —pidió una voz de contralto desde el techo.

—Horvendile, aquí Su Excelencia Bury —apuntó Nabil.

—Aceptado. Bienvenido al Plaza Imperial, Su Excelencia.

—Horvendile, llama a Jacob Buckman, astrónomo, asociado con la Universidad.

Transcurrió un momento. Luego, una voz algo irascible dijo:

—Aquí el cerebro auxiliar de Jacob Buckman. El doctor Buckman duerme. Su Excelencia, le da las gracias por los regalos. ¿Hay suficiente urgencia como para despertarle?

—No. Estoy en el Plaza Imperial y permaneceré en Esparta durante una semana. Me gustaría una cita cuando sea conveniente. Horas sociales.

—El doctor Buckman tiene encuentros el miércoles por la tarde y por la noche, y nada más.

—Sugiero el jueves por la tarde y cena el jueves por la noche.

—Se lo transmitiré. ¿Desea grabar un mensaje?

—Sí. Jacob, me gustaría verte antes de que uno de nosotros muera de vejez y por culpa de técnicas médicas descuidadas. Le dije a tu máquina el jueves, pero cualquier día servirá. Fin de mensaje.

—¿Desea algo más? —preguntó la voz de Buckman.

—No, gracias.

—Informaré a Horvendile cuando la cita esté confirmada. Buenos días.

—Horvendile.

—Su Excelencia.

—Cita con el doctor Buckman a su conveniencia, la más alta prioridad social.

—Recibido.

—Gracias, Horvendile. Ahora consígueme una cita con el presidente de la Sociedad de Comerciantes.

—Es Su Excelencia Benjamin Sergei Sachs, presidente de Union Express —informó la voz de contralto—. ¿Cuándo desea verle?

—Tan pronto como sea posible.

Hubo una pausa.

—Su computadora informa que esta manaña se encuentra libre. ¿Solicito una cita inmediata?

—Sí, Horvendile —Bury sorbió café—. ¿Adónde iréis?

Renner se encogió de hombros.

—Sin duda se nos ocurrirá algo. ¿Estás seguro de que podrás ver al presidente de la AIC con tan poco aviso?

Bury esbozó una sonrisa fina.

—Kevin, controlo siete sillones de la junta. No es una mayoría, pero más que suficiente para vetar a un candidato a presidente. Sí, creo que Ben Sachs me recibirá.

—Su Excelencia estará encantado de verle a cualquier hora, Su Excelencia —dijo el techo—. Si lo desea, le enviará una limusina.

—Por favor, pídele que lo haga. Gracias, Horvendile.

La fachada exterior de la sala de reuniones de la Asociación Imperial de Comerciantes alternaba fases de opulenta ostentación y discreta elegancia.

Recientemente había sido redecorada con un sencillo mármol blanco. Las líneas severas se extendían hasta el vestíbulo, pero detrás de la puerta de Miembros seguían las familiares paredes cubiertas con frisos de madera de nogal y óleos originales. Bury lo recordó de la última vez que había estado allí.

El presidente le aguardaba en una sala de conferencias privada y se puso de pie cuando Bury condujo su silla de viaje al interior del cuarto. Era un hombre grande, vestido de forma impecable con una túnica oscura y pantalones a juego. Una faja amarilla rompía la monotonía de colores.

—Excelencia. Me alegro de verle. Todo bien, espero.

—Sí, gracias, Su Excelencia. ¿Y cómo está usted?… Espléndido —Bury indicó su silla de viaje—. La gravedad de Esparta.

—Por supuesto. Algunos días a mí no me importaría moverme en una silla de viaje. ¿Qué puedo hacer por usted, Excelencia?

—Nada, gracias. He venido sólo a ver a mis colegas y a disfrutar de mi club.

—Me complace que pueda encontrar tiempo. Aunque si hay cualquier cosa que nosotros…

—Bueno, quizá haya un pequeño favor que pueda hacerme.

—Su Excelencia únicamente ha de nombrarlo.

—¿Cómo nos llevamos este año con el gobierno?

Sachs se encogió de hombros.

—Es probable que tan bien como jamás lleguemos a estarlo. Desde luego, nunca nos querrán.

—Tal vez usted pueda ayudarme. Deseo visitar la flota de bloqueo en el Ojo de Murcheson.

Los ojos de Sachs se agrandaron.

—Nunca le hemos gustado a la Marina.

Bury resopló.

—Nos odia.

—Muchos de sus integrantes sí.

—Espero persuadir a la Marina —dijo Bury—. De lo que he de estar seguro es de recibir un servicio expeditivo de la burocracia cuando necesite los documentos formales.

Sachs esbozó una amplia sonrisa. Resultaba claro que había esperado una tarea más difícil.

—Ah. Eso no representará ningún problema. Su Excelencia, creo que debería reunirse con el honorable George Hoskins, nuestro vicepresidente para Asuntos Públicos.

—George Hoskins. ¿De Wideawake Enterprises?

—Sí, Excelencia —Sachs se mostró pensativo—. Su compañía compite con la de usted, ¡pero casi todo el mundo lo hace! ¿Le conoce?

—Nunca he tenido el placer.

—Entonces debo presentarles. Haré que le llamen.

Bury tocó las teclas de la bola de informes incorporada en la silla de viaje. Pasado un momento, una voz habló baja en su oído:

«Wideawake Enterprises. Fundada en 3021 por George Hoskins [ahora el honorable George Hoskins, del Consejo del Rey], con anterioridad de Nueva Winchester. El primer producto de la compañía fue un sistema de filtrado de café basado en tecnología pajeña. Autonética Imperial solicitó un mandato prohibiendo la venta de la cafetera Wideawake basándose en que Al tenía la licencia exclusiva para explotar la tecnología pajeña pero fue desestimada por el Tribunal Imperial de Apelaciones sobre la base de que toda la tecnología pajeña había sido obtenida por la Marina, y cualquier conocimiento no clasificado era por lo tanto del dominio publico.

»La investigación de Al reveló que Hoskins tenía un cuñado a bordo del Hadley en el momento en que el sistema de preparar café desapareció de la nave, y que el nuevo diseño que hizo que la cafetera fuera más fácil de reproducir fue en esencia trabajo de Harvey Lavrenty, casado con la hija de Hoskins, Miriam.

»Una campana agresiva de marketing, combinada con la disposición favorable de la economía civil para aceptar el Sistema de Café Wideawake, tuvo como resultado unas ventas sin precedentes y…»

Bury apagó la voz. Recordaba el resto. Dos años y un millón de coronas para dominar los secretos de la cafetera mágica. Casi 50 millones para expandir y reconvertir las fábricas. La Marina había comprado las cafeteras a la misma velocidad que Autonética Imperial podía fabricarlas, y pagó bien; pero el dinero de verdad habría estado en la venta a civiles. Entonces Hoskins y Wideawake irrumpieron en la escena.

Autonética Imperial le había hecho la publicidad a Hoskins. Los civiles llevaban oyendo sobre las cafeteras mágicas de la Marina dos años. Al permaneció segunda en ventas hasta el presente.

—Anhelo con gran placer conocer al honorable señor Hoskins —dijo Bury.

El honorable George Hoskins era un hombre rechoncho y jovial, vestido con ropas caras. Tenía una ancha sonrisa y un apretón de manos de gran entusiasmo. Después de las presentaciones, Sachs se excusó y les dejó en la sala de conferencia.

—¿Sabe?, es usted una leyenda por todo el Imperio —pronunció con efusividad Hoskins—. ¿Le sirvo café?

Una cara abierta y grande que no era capaz de ocultar sus pensamientos, y allí no había culpabilidad. Un hombre que jamás recordaba un crimen. ¡Por lo menos Horace Bury sabía cuándo tenía algo que ocultar!

—Gracias. Me serviré yo —repuso Bury—. ¿Le gustaría beber un poco de licor de hoja de agua?

—¿Aquí?

—Hice que enviaran una caja.

Allí donde se posaba el
Simbad
, Bury compraría varias cajas de algo característico del lugar. Resultaban ser regalos fáciles.

Hubo una época en que el café turco no estaba disponible en la AIC, pero eso fue antes de que Bury controlara siete sillones de la junta. Ahora había tres variedades. Eligió una mezcla Moca-Sumatra y sorbió mientras Hoskins se sentaba en el borde de un sillón de masaje.

—Daría la mitad de mi fortuna por visitar Paja Uno —afirmó—. ¿Cómo es de verdad?

Bury había oído la pregunta demasiado a menudo.

—Gravedad ligera. Crepúsculo todo el tiempo, desde el sol rojo durante el día hasta el Ojo de Murcheson por la noche. El aire es un veneno lento, pero lo único que nos hizo falta fueron máscaras. La arquitectura está sacada de las pesadillas, y formas de pesadilla se mueven por ella. Permanecí asustado todo el tiempo, y, ¿sabe?, mataron a tres marines que se desviaron de territorio abierto sin que la culpa fuera de ellos.

—Lo sé. No obstante, deberíamos volver. ¡Lo que podrían enseñarnos!

Hoskins se encontraba entre los más entusiastas defensores de esa facción: los comerciantes que querían un contacto abierto con la Paja. No era de extrañar. Sin embargo… ¿se le podría persuadir?

—Usted hizo su fortuna con tecnología pajeña, señor Hoskins. De hecho, me eliminó a mí de la competencia. ¿Se le ha pasado por la cabeza que alguien podría coger tecnología pajeña y hacerle lo mismo a usted? ¿Algún empresario pajeño?

Hoskins emitió una risita.

—Oh, Excelencia, ¿cómo podrían ellos…? ¿Empresarios pajeños?

—¿Ha leído sobre los Mediadores pajeños? Son asignados a estudiar a los visitantes importantes. El estudio no es suficiente. Aprenden todo lo que pueden, hasta que piensan como el sujeto de su atención. A mí me asignaron uno.

Hoskins había estado escuchando con expresión desconcertada. En ese momento cambió a una de alarma.

—¿Habrá pajeños que piensen como usted?

—Parece probable. Peor, desde su punto de vista. Pensarán como lo hacia yo en aquella época, cuando era más joven y más agresivo. —No añadió que su Fyunch(click) casi con toda seguridad ya había muerto.

—Es bastante duro competir con usted —dijo Hoskins—. Un pajeño que piense como usted y posea tecnología pajeña sería… formidable.

Bury sonrió de satisfacción.

—Esperaba que lo viera de esa manera. Ahora bien, hay otra cuestión. ¿Cuáles son los inquietantes rumores que oigo sobre el presupuesto de la Flota de Bloqueo?

Hoskins se encogió de hombros.

—Sin duda muchas de las historias que hemos oído sobre el despilfarro y la ineficacia no eran rumores. ¿Ha visto las series realizadas por Alysia Joyce Mei-Ling Trujillo en
Actualidad de la Capital
?

—Resúmenes.

—La señorita Trujillo ha descubierto corrupción, ineficacia, despilfarro… más que suficiente para justificar una investigación.

—¿Quiere recortar el presupuesto de la Flota de Bloqueo? —preguntó Bury.

—Desde luego. ¿Cuándo hemos apoyado asignaciones más grandes para la Marina?

«Cuando nos topamos con Exteriores. Cuando nuestras naves mercantes son amenazadas por piratas.»

—Ya veo. Esto es serio, entonces.

—Lo suficientemente serio que envían a un nuevo Virrey a Nueva Caledonia —repuso Hoskins—. El barón sir Calvin Mercer. ¿Le conoce?

—No.

—Lo siento, claro que no le conocería. Pasó la mayor parte de su tiempo en el sector de la Vieja Tierra. ¿No le gustaría conocerle? Va a presentar a nuestro orador invitado en la cena de esta noche. Si lo desea, puedo arreglar que nos acompañe en la mesa de personalidades.

¿Esa noche? Y por la tarde la Universidad. Un día ocupado, pero aquello era urgente.

—Será un honor —dijo Bury.

Bury se acomodó en la limusina.

—Al Plaza Imperial para recoger a sir Kevin Renner —le indicó al conductor—. Luego al Instituto Blaine.

—Sí, señor.

El bar de la limusina tenía licores locales, ron y vodka, y un termo de café de tecnología pajeña preparado por Nabil antes de que Bury se fuera, pero seleccionó zumos de fruta. Una botella de un tónico de mal sabor descansaba junto al termo. Bury llenó un vaso y se lo bebió con una mueca; después, mató el sabor con el zumo de frutas.

«Un precio bajo que pagar por una cabeza despejada y buena memoria a mi edad.» Alargó el brazo a su bola de informes y dejó que sus dedos jugaran sobre las teclas. Había dominado la práctica moderna de conversar con las computadoras, pero a menudo prefería los teclados. Hacían que las máquinas parecieran menos humanas. Eso le gustaba.

«Sir Andrew Mercer, barón Calvin —dijo la computadora en su oído—. Emparentado de lejos con la familia Imperial por parte de su madre. Viudo. Dos hijos. El capitán de corbeta el honorable Andrew Calvin Mercer, Jr., sirve a bordo de la nave Terrible. La doctora Jeana Calvin Ramirez es profesora adjunta de Historia en la Universidad de Undine en Tanith.

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