El tercer brazo (51 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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—¡Pero es para ustedes! —gritó ésta—. No se reproduce excepto bajo condiciones controladas. Ustedes pueden apuntarla como un arma. Ustedes ganan una batalla, no tienen por qué matar a sus enemigos. Entréguenles a cambio la Lombriz de Eddie el Loco, y se convertirán en Guardianes, conservadores…

Eudoxo la silenció con un gesto. Habló rápidamente con Victoria. Parlotearon. Un Amo habló. Eudoxo le preguntó a Glenda Ruth:

—¿Desea modificar algo de lo que le dijo a Victoria?… Bien. Teniente Blaine, cuénteme lo que sabe de esto. Deprisa.

—Su Excelencia sabe más que yo.

—¿Excelencia? —El tono de voz contenía respeto; pero los Guerreros se aferraban al techo, las armas apuntando a uno y otro humano.

En silencio, con calma, moviéndose despacio para no sobresaltar a ningún Guerrero, Bury se había conectado con el equipo médico de Nabil. Las pantallas estaban encendidas y las líneas que exhibían comenzaban a ser irregulares. Bury no se encontraba tan tranquilo como aparentaba. Alí Babá miraba las lecturas con interés.

—Sé esto —dijo Bury—. Uno de los Mediadores del Rey Pedro se hallaba con vida la última vez que estuve en Esparta. Hace menos de un año pajeño. Con vida. Se me informó que ello se debía a la acción de un parásito genéticamente alterado.

—¿Y usted lo cree? —preguntó Omar—. ¿De verdad, Excelencia?

—Aquellos que me lo contaron lo creían, al igual que todos los aquí presentes. Sí, lo creo.

—Usted le tiene miedo a los pajeños —comentó Eudoxo—. El Bury que vino a Paja Uno, no; pero usted sí. La primera vez que hablamos con usted me sorprendió descubrirlo. No obstante, desde que vino aquí, también eso ha cambiado. ¿Qué ha sucedido para que le cambiara, a usted de todos los humanos posibles, no una, sino dos veces? Hable la verdad, Excelencia.

—Lo primero es un secreto de la Marina —repuso Bury.

Basta.

—Los Relojeros destruyeron el crucero de batalla
MacArthur
—informó Kevin Renner—. Hubo que evacuar a los civiles por cables a través del vacío en dirección a la
Lenin
. Horace ya casi había llegado cuando se dio cuenta de que el hombre que se arrastraba detrás de él era un traje presurizado lleno de Relojeros. Los repelió con su maletín y su tanque de oxígeno. ¿De acuerdo, Horace?

—Ya no es un secreto. —Los límites empezaban a sacudirse—. Hubo algo peor. Yo había intentado introducir Relojeros en el Imperio, para ayudar a incrementar mi fortuna. Entonces comprendí el peligro. La guerra de todos contra todos, y casi fui yo el causante.

—Tenemos imágenes para corroborarlo —dijo Glenda Ruth—. ¡Aguarde a ver la Ciudad de las Alimañas, Excelencia!

Bury la miró.

—Maravilloso. Debe comprender —dirigiéndose a Eudoxo— que yo disfruto con la compañía de los Mediadores. Incluso Mediadores a medio crecer, ¿no, Alí Babá?

—Sin ninguna duda, Excelencia…

—Y los Relojeros serían fantásticamente útiles, fantásticamente valiosos en el espacio del Imperio. Pero eso no debía ser. Su sociedad… es muy parecida a la de los árabes antes de la llegada del Profeta. Y después del Profeta, salimos a conquistar, pero no habíamos aprendido a vivir con otras culturas —Bury se encogió de hombros—. Ni los otros habían aprendido a vivir con nosotros, y ello seguía siendo verdad cuando visité por última vez su sistema estelar.

—¿Y ahora han aprendido? —demandó Eudoxo.

—Sí. Hemos aprendido, el Imperio ha aprendido. Los árabes han encontrado un sitio dentro del Imperio. Aún no somos tan respetados como nos gustaría, pero tenemos un sitio que no carece de respeto. Somos libres para gobernarnos a nosotros mismos, y podemos viajar por los planetas Imperiales. Como bien puede ver que yo hago.

—Se les tolera.

—No, Eudoxo, se nos acepta. No todos, por supuesto, pero sí los suficientes, y eso, también, cambiará.

—¿Y nos ve a nosotros en ese papel?

—Siempre que acepten nuestras condiciones.

Eudoxo se volvió y habló despacio en la recién adaptada lengua del comercio. El Almirante Mustafá dijo algo breve. Eudoxo dio media vuelta. Los Guerreros no se habían movido.

—¿Sus condiciones? —demandó.

Bury sonrió.

—Desde luego nosotros no podemos hablar por el Imperio; sin embargo, sé cuáles van a ser esas condiciones. Primero, habrá un único gobierno pajeño. Ese gobierno se ocupará de que ningún pajeño salga del sistema de la Paja sin llevar el parásito estabilizador. Dentro del sistema de la Paja… bueno, sospecho que eso es negociable. Kevin, ¿tú no estarías de acuerdo?

—Mmh…, sí. La idea por lo general es que ustedes mantengan limpia su propia casa. El sistema de la Paja debe tener un gobierno, mantenido de ese modo por la ciudadanía pajeña. Por lo menos hemos tenido algo de suerte, Eudoxo. Paja Uno conforma… ¿el ochenta, el noventa por ciento de su población? Pero no hay que tomarlos en consideración, porque el Acuerdo de Medina puede dejarlos embotellados allí. Es decir, si es capaz de mantener al resto del sistema en su mano que aprieta.

Un Amo habló. Al fin los seis Relojeros dejaron de rociar espuma de plástico sobre una esfera que ya tenía dos metros de diámetro. Los pajeños reanudaron su veloz conversación. De repente, Eudoxo se volvió hacia Renner.

—La lombriz es el corazón de su estrategia. ¿Debemos examinarla?

—Disponemos de hologramas —indicó Glenda Ruth—. Victoria también tiene registros. ¿Por qué no salvarla? Aún no tienen a nadie en quien usarla.

—Victoria nos ha contado otra cosa, Glenda Ruth, y me asombra que pueda usted olvidarlo. Para los Mediadores, la Lombriz de Eddie el Loco alarga nuestra vida por lo menos en veinte años. Estamos teniendo cuidado en no dejar que eso influya en nuestro juicio.

—Juicio —intervino Bury—. Ése es su verdadero propósito, ¿verdad? No la simple obediencia, y más que la negociación. El juicio. En su celo por la justicia, piense en una sociedad pajeña en la que los Mediadores viven el tiempo suficiente para aprender por sí mismos.

—Lo hacemos —afirmó Omar—. Excelencia, usted habla de mantener el sistema de la Paja. ¿Ayudará el Imperio?

—Por supuesto —aseveró Kevin Renner.

—U política imperial es defender el sistema de unidad —indicó Joyce Trujillo—. Ya está. manteniendo la Flota de Bloqueo. Es caro, sin nada a cambio. El comercio con los pajeños será tan beneficioso que los costes de ayudarles a mantener el orden aquí no representarán nada. Su Excelencia puede decirles…

—Nada de esto requiere una inteligencia extraordinaria para ser comprendido —dijo Bury.

—Cierto —acordó Ornar—. Excelencia, da la impresión de que su Lombriz de Eddie el Loco es en verdad la clave para la cooperación humana y pajeña.

Los Mediadores volvieron a iniciar su parloteo, cada uno con su propio Amo. El Almirante Mustafá escuchó; luego, habló a toda velocidad.

—El Almirante está de acuerdo —transmitió Eudoxo—. La cuestión ahora pasa a ser: ¿qué vamos a hacer con el Kanato?

Kevin Renner se concentró.

—Horace…, ¿confiamos en ellos, Horace?

—Ellos confían en nosotros —Bury agitó una mano para abarcar a los Guerreros que ya colgaban relajados, las armas enfundadas, aunque aún en su sitio. El aliado convertido en enemigo se convirtió en aliado, y ningún Guerrero parecía sorprendido.

—Correcto. Glenda Ruth, ¿cuál era la situación del otro lado de la Hermana cuando viniste?

—No muy distinta que cuando vinieron ustedes.
Agamenón
se hallaba de guardia en el punto Alderson que sale del sistema de la enana roja. Había tres naves pajeñas aguardando allí con el
Agamenón
. Se esperaban refuerzos de Nueva Caledonia, pero no habían arribado. Aunque eso fue hace cientos de horas.

—Gracias —dijo Renner. «Pero no tenían ninguna nave para enviar. Lo que significa que será mejor que asumamos que no hay ninguna»—. Harán cruzar a la flota. ¿Qué pasa si atacamos a los Amos que se queden detrás? —preguntó.

—Llamarán a sus Guerreros.

—¿A la flota entera?

Eudoxo habló con el Amo de Base Seis. Se involucró otro Amo en la conversación; luego, dos Guerreros y un Ingeniero. En última instancia, Eudoxo contestó:

—Como conjeturé. Dividir las fuerzas de uno rara vez es una buena idea, Traerían de vuelta a toda su flota.

—No ganarían nada. ¿Por qué ni siquiera lo intentan?

—Suponemos que no previeron nuestro uso de Base Interior Seis. Ya hemos incrementado una velocidad respetable para varios cientos de naves y un enorme depósito de combustible. Creen que disponen de tiempo para despejar un sendero del otro lado de la Hermana. No podemos negarles ese tiempo. No obstante, Kevin…

—Bien. Entonces lo que hacemos es situarnos en posición, esperar hasta que su flota de batalla cruce la Hermana, y atacamos.

—¿Y cuando regrese su flota? —preguntó Omar—. Varios miles de naves.

—Cruzamos ese puente cuando lleguemos a él —indicó Renner.

—Y esperemos que el caballo no pueda cantar —añadió Glenda Ruth, pero habló en voz tan baja que nadie salvo Renner fue capaz de oírla.

6
Juicio

Primero medita, luego actúa.

H
ELMUT VON
M
OLTKE

—No —dijo Kevin Renner—. ¡Maldita sea, vamos a ir a una batalla!

—Soy la única corresponsal presente —indicó Joyce—. ¡La oportunidad de una vida, y no puede negármela!

—Nos frenará.

—Yo no, comodoro Renner. Para empezar, con Su Excelencia a bordo la velocidad a la que puede ir se ve limitada.

—Horace…

Bury recorría un sendero contraído por la atestada cabina del
Simbad
: la última oportunidad para inspeccionar su yate alterado.

—La señorita Trujillo tiene razón, por supuesto. Sin embargo, yo debo ir. Éste es mi yate, y tengo mensajes que enviar, órdenes que dar, que sólo puedo realizar en persona. —Bury señaló el nuevo panel de mandos—.
Simbad
está mejor defendido que nunca. Y todo eso es irrelevante. Kevin, si no ganamos, nadie en el Imperio se hallará a salvo. Llevar a Joyce a bordo no cambiará eso y no reducirá nuestras posibilidades.

—Entonces, la quiénes dejamos atrás?

—Jacob, creo. Nabil…

El anciano soltó un siseo sorprendido.

—Por favor, Excelencia, le he servido toda mi vida.

—Sírveme ahora. Guarda este cubo de mensaje a salvo a bordo de Base Seis —dijo Bury—. Cynthia…

—Creo que yo debería estar con usted, Excelencia.

—Entonces coincidimos, pues eso es lo que iba a decir.

—Todo muy conmovedor, pero no tenemos tiempo —intervino Jacob Buckman—. Horace, creo que estás loco, pero buena suerte. —Estrechó la mano de Bury y la retuvo un instante más—. Nosotros…

—Adiós, Jacob.

—Hmm. Sí. —Dio media vuelta y se reunió con Eudoxo y los demás que se quedarían en Base Seis.

—A mamá no le va a gustar esto —comentó Chris Blaine. Cogió a su hermana de los hombros—. El capitán Rawlins tiene razón. Necesitan a uno de nosotros aquí en el
Simbad
, y yo seré de más utilidad en la
Atropos
.

—Si no tenemos éxito, nadie estará seguro —intervino Freddy Townsend—. En ninguna parte. Ni siquiera en Esparta.

Renner le hizo un gesto de asentimiento a su nuevo copiloto.

—Me temo que tienes razón, Freddy. De acuerdo, cierra las antecárnaras de compresión. Que todo el mundo se asegure.

Simbad
se hallaba muy atestado. Los Ingenieros pajeños habían rediseñado el interior, añadiéndole un depósito de combustible externo, en el sitio que había ocupado la cabina desmontable. El puente de control contenía dos sillones para humanos. Se veía confinado por dos puertas plegables que se abrían al salón principal—. Allí habían construido sillones neumáticos de aceleración para dos Mediadores y dos Ingenieros cada uno con un Relojero igual que sillones para el resto de los humanos.
Simbad
parecía sumido en el desorden, con artefactos incomprensibles unidos en ángulos raros allí donde hubiera espacio para ellos.

Cynthia había asegurado a Bury en la cama de agua. Horace observó a los pajerios ocupar sus sitios.

—Todos tienen la lombriz —dijo Kevin.

—Sí. ¿Y cónio afecta a esos malditos pajeños marrones? ¡La probamos aquí por primera vez!

—Quizá los necesitemos para el control de daños —comentó Renner—. Omar. ¿puede controlarlos para que no pululen por todo el yate? Lo último que me hace falta es que me reconstruyan el sistema de control.

—No haran nada sin órdenes —Omar ocupó su sitio junto a Victoria, de los Tártaros de Crimea—. Su
MacArthur
estuvo segura hasta la muerte del Ingeniero. Un Ingeniero de Medina, Kevin. Aun así, un Amo o un Ingeniero de Medina podría haber salvado la nave. Pero…

—Pero nosotros prohibimos toda comunicación con el Ingeniero o los Relojeros, y Medina ya estaba huyendo del Rey Pedro —concluyó Renner.

—Exacto. No fue todo su culpa. Después de la llegada de la nave del Rey Pedro, habría sido muy difícil para ustedes comunicarse con Medina.

Renner asintió para sí mismo. Incluso entonces, hace treinta años, los pajeños habían sabido más que lo que sospechaban los humanos. ¿Y que sabían ahora? Pero había trabajo que hacer.

—¿Rawlins? —Una pantalla mostró al capitán de la
Atropos
observando el caos del
Simbad
con disimulada desaprobación—. Deje que nos alejemos bastante antes de acoplar la nave y repostar —dijo Renner.

—Sí, sí. Buena suerte comodoro.

Sólo repostar. Ningún pajeño tocaría jamás la
Atropos
. «Soy paranoide; pero ¿estoy siéndolo bastante? ¿Después de treinta años con Horace Bury?»

—Muy bien, señor Townsend, despeguemos —ordenó Renner.

Una hora después de la partida del
Simbad
, Rawllins llamó para informar de su despegue de Base Seis con los depósitos llenos.

Una de las pantallas de Renner mostró a la
Atropos
como un punto negro contra un resplandor violeta blanquecino. Otra pantalla, sin aumento, exhibió puntos violetas trazando un lento patrón alrededor del
Simbad
. Otra mostró al capitán Rawlins echado en su sillón de aceleración, y a Chris Blaine detrás de él en un sillón similar. La tensión de 3 g de aceleración se reflejaba en ambos rostros.

—Lo primero —dijo Renner—. Los pajeños informan que nuestro mensaje a la Flota de Eddie el Loco cruzó según lo planeado. No hay modo de saber si el almirante lo recibió.

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