El tercer brazo (50 page)

Read El tercer brazo Online

Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
11.08Mb size Format: txt, pdf, ePub

»Kevin J. Renner, capitán, Servicio Secreto de la Marina Imperial; comodoro en funciones, Segunda Expedición a la Paja. Sigue autentificación.

La autentificación era más complicada que lo había sido el mensaje. Renner estiró una banda metálica alrededor de su frente y conectó el cable a una pequeña computadora de mano. Luego, enchufó unos auriculares y se echó hacia atrás para relajarse.

—Hola —dijo una voz de contralto—. ¿Su nombre?

—Kevin James Renner.

—¿Come caracoles vivos?

—Comería cualquier cosa.

—¿Se encuentra solo?

—Del todo.

—¿Cuál es la palabra?

—Malvarrosa.

—¿Está seguro?

—Seguro que estoy seguro, máquina estúpida.

—Intentémoslo de nuevo. ¿Cuál es la palabra?

—Malvarrosa.

—¿Seguro que no es capullo?

—Malvarrosa.

—Mis instrucciones son las de cerciorarme de que está tranquilo y que no le coaccionan.

—Maldita sea, estoy tranquilo y no me coaccionan.

—Correcto. Si me une a la grabadora del cubo de mensajes…

—Conectado.

—Aguarde. Esto puede llevar un rato.

Renner esperó mientras pasaban siete minutos.

—Hecho. Puede desconectar.

Kevin sacó el cubo de mensajes. Iba en clave, con un código que sólo podía ser leído por un almirante o en un Cuartel General de Sector de la Marina; y el código de autentificación lo identificaba como procedente de un oficial de muy alto rango del Servicio Secreto de la Marina. El único modo de conseguir la autentificación era convencer al aparato de codificación que de verdad querías que lo hiciera. Cualquier desviación del guión habría producido una secuencia de autentificación que proclamaba que el que lo enviaba se hallaba bajo coacción o no era la persona adecuada. Por lo menos eso le habían contado a Renner.

Apretó el intercom.

—De acuerdo, Blaine, ya está. ¿Seguro que los pajeños lograrán duplicado a largo alcance? —Si los pajeños no podían hacerlo, habría que enviar el mismo cubo, y ello requeriría días, siempre que consiguiera cruzar.

—Ellos están seguros. Enviamos los detalles del sistema del cubo de mensajes al grupo de la India que hay en el punto de Eddie el Loco. Han construido un aparato de grabación. Les transmitimos el mensaje codificado, ellos lo graban en un cubo y lo lanzan por el punto.

—Perfecto.

—¿Y ahora qué? —preguntó Joyce.

—Ahora esperamos —indicó Renner—. A los Tártaros.

5
Los rifles de la Mezquita de Medina

La diplomacia es el arte de decir «perrito bonito» mientras buscas una piedra.

Atribuido a Talleyrand

Uno o dos días atrás, la Gran Sala debió de haber sido hielo sólido. Ese día ocupaba la mitad del volumen de la Mezquita. Estaba pródigame decorada: Renner reconoció una ilustración modificada de
Las mil y una noches
. Tapices con decoraciones fantásticas: un genio, un ruc, Bagdad como podría haber sido en el siglo
XII
. Las alfombras eran suaves y exhibían inequivocos diseños sarracenos. También había algunos anacronismos: la videopantalla en una pared, la pared opuesta una vasta curva de cristal que daba al hielo.

La pantalla mostraba otra región de Base Interior Seis, y a una nave bajando a través del cielo negro del Campo Langston de la bola de hielo.

Horace Bury paseaba, con aspecto muy relajado, moviéndose como si se hallara bajo el agua en la baja gravedad de Base Seis. No se había dado cuenta de que la cámara de Joyce estaba enfocada en él. Alí Babá caminaba junto a él, un perfecto mimo a media escala.

Era una visión graciosa. Kevin Renner lo notó, pero descubrió que el mando posee sus propias emociones: debía mirar más allá del humor, y más allá de llamar la atención al humor. Había mucho en juego aquí, y la responsabilidad caía de lleno en él. «Y así es como se sintió el capitán Blaine, allí en la Paja. Así, y su renuente tolerancia hacia el listillo del Piloto Jefe…»

—Es casi territorio neutral —comentó Eudoxo—. No nuestra base, sino la parte que ustedes ocupan de ella, un lugar al que el comodoro Renner puede venir y seguir reteniendo el mando de su nave. Excelencia, va a ser una recepción formal. ¿Está seguro de que no invitará a nadie de la tripulación de la
Atropos
? Para que actúe como séquito. Guerreros, por ejemplo.

—¿Es de verdad importante? —preguntó Renner.

—Es importante —repuso Horace Bury—. Pero también es importante que todos los grupos pajeños nos comprendan a medida que nosotros empezamos a comprenderles a ustedes. Pajeños y humanos deben modificar sus costumbres cuando se reúnan. Comencemos ahora.

Eudoxo hizo una reverencia.

—Como desee.

Chris Blaine observó descender a la nave alienígena.

—Parece un yate de carreras —indicó—. Aunque más grande.

—Me he cuestionado su diseño extraño —comentó Eudoxo—. Los Tártaros de Crimea deben haber cogido recursos considerables de la ciudad de las alimañas.

«Y sus Ingenieros ya estarán examinando todo de esa nave —pensó Renner—. Los pajeños no sólo son innovadores, se adaptan.»

La nave se acopló en un patrón de círculos concéntricos escarlata en una plataforma que comenzó a descender en el acto. Al bajar y perderse de vista, Eudoxo escuchó en un microteléfono.

—Ya han concluido. ¿Desean ver desembarcar a sus amigos?

—Por supuesto —dijo Renner. Bury y Alí Babá dieron media vuelta como si fueran una persona.

La pantalla parpadeó; luego, mostró una antecámara de compresión que se abría. Un Guerrero salió a la antecámara presurizada de recepción; después, una Mediadora con un extraño diseño de pelaje. La siguió Glenda Ruth Blaine, aferrando contra el pecho un maletín sellado. Tras ella salió un joven vestido con un mono espacial y que llevaba un cachorro de Mediador en los brazos. Los siguieron dos Guerreros y un Amo joven.

—Sólo dos —Bury y Alí Babá se encresparon—. Teníamos entendido que había cuatro.

—Sí, Excelencia. Estamos empezando a enterarnos de los detalles. Uno de los cuatro insistió en filmar la limpieza de la Ciudad de las Alimañas. Fue herido de gravedad y estuvo a punto de morir. Los Tártaros no han cesado de informarnos de los recursos gastados para salvarle la vida.

»Pero cuando se vio que lás naves del Kanato iban a atacar, todos comprendieron que Terry Kakumi no sobreviviría a la aceleración requerida para huir. Fue lanzado a la deriva. Su compañera femenina insistió en acompañarle.

—Y por ende hay una historia que escuchar —comentó Renner. Miró a Blaine y recibió un leve gesto afirmativo de cabeza—. ¿Y qué les ha sucedido desde entonces?

—No me lo han contado —repuso Eudoxo. El microteléfono graznó. Eudoxo escuchó durante un momento—. Sus amigos parecen indecisos. Desean verles de inmediato, pero les preocupa que su aspecto pueda hacerles pensar que no han sido bien tratados.

—Infórmeles que ya los hemos visto por la pantalla —indicó Rener—. Con flotas de guerra viniendo contra nosotros desde todas direcciones, no creo que dispongamos de mucho tiempo para perderlo lavándonos. Eudoxo, ¿puede el Comercio de Medina enviar a alguien para rescatar a IOS Otros humanos?

—Lo averiguaré.

—«A la deriva», dijo usted —apuntó Joyce.

Eudoxo se encogió de hombros.

—¿Qué mejor palabra hay?

—Soltados a baja propulsión —explicó Blaine—, ocultos pero con una baliza radiofaro de respuesta que responderá si se la activa con las señales adecuadas. ¿Correcto?

—No me lo han informado, pero eso creo. Haremos lo que podamos para rescatarlos, aunque sospecho que, sencillamente, tendremos que volver a comprárselos al Kanato.

—Pero ¿cómo? —demandó Joyce.

—Una cuestión para la negociación —contestó Eudoxo—. Que aún no se ha abierto.

—¿Por qué aún no? —insistió Renner.

—Kevin, el Eje del Kanato no puede saber qué es lo que querrán. Usted ha visto el patrón de sus movimientos tan bien como yo. —Con un gesto señaló la pantalla, que en ese momento mostraba puntos de luz arracimados alrededor de nada—. Desearon controlar la Hermana. Lo consiguieron. Ahora agrupan su fuerza para poder lanzar por allí su flota de guerra. Quieren escapar a su Imperio, como habríamos hecho nosotros si ustedes no hubieran estado presentes para encontrarse con nosotros; sin embargo, el Kanato no hablará ni negociará primero. Posee esta ventaja: saben que unas naves cruzaron y vivieron para regresar, algo que ninguna otra había conseguido jamás antes. En este momento creen que la sorpresa es su mejor arma, la victoria su mejor instrumento de negociación. ¿No le resulta claro a usted?

Blaine asintió.

—Bastante claro.

—¡Pero eso es horrible! —exclamó Joyce—. Capitán Renner, ¿no debería estar haciendo algo?

Los ojos de Renner se posaron en ella sin interés; regresaron a la pantalla. Los Mediadores controlaban el flujo de información; lo que les acababan de decir sería tan bueno como cualquier cosa que la
Atropos
pudiera revelarles. El Kanato se agrupaba. Involucrarían a todos los aliados que consiguieran persuadir para que escaparan al ancho universo: era probable que a cada familia que hubiera en un radio de mil millones de kilómetros, exceptuando aquellas que portaban el estandarte de Medina. Todas dispuestas a lanzarse a MGC-R-31, donde Balasingham aguardaba con el
Agamenón
y cualesquiera refuerzos que le hubieran podido llegar. Si burlaban al
Agamenón
, andarían sueltos por el Imperio.

El Eje del Kanato. ¿Cómo funcionaría? Según las circunstancias desfavorables, pronto conseguirían que Jennifer Banda les describiera el
Agamenón
y el MGC-R-31 tal como ella los había visto por última vez. Podrían usar a Terry Kakumi para convencerla. Uno de sus aliados ya podría haber llevado a un Fyunch(click) Bury para leerle la cara. Jennifer podría traducir, a transmitir condiciones de rendición… en ambas direcciones, pero ¿qué iba a hacer el comodoro Renner al respecto? Debía hablar cm Glenda Ruth, y pronto. ¿Mantenía el
Agamenón
el sistema MGC-R-31 gola o arribaron otras naves de la Marina antes de que cruzara el Hécate? ¿Qué había hecho ella con la lombriz A-L?

—Eudoxo…

—Lucharemos, por supuesto —afirmó Eudoxo—. Toda la fuerza de la india y de Medina se juntan. Hemos enviado mensajes a Bizancio, y sus flotas de guerra se están agrupando. El Eje del Kanato mandará a sus Guerreros a combatir contra cualquier cosa que encuentren en el lado alejado de la Hermana, pero deben dejar a sus Amos a salvo a este lado. Podemos atacar esas naves, mas hemos de saber qué contribuciones pueden hacer ustedes, los humanos.

—Guerra por las estrellas —comentó Joyce, espantada.

—Aquí están sus amigos —indicó Eudoxo.

La puerta exterior de la Gran Sala se abrió. Se había construido ancha, de modo que cierto número de seres podían cruzarla al mismo tiempo.

Entraron Guerreros y ocuparon sitios a lo largo de las paredes. Les siguió el Almirante Mustafá Pachá, Amo de Base Seis, Detrás de ese grupo entraron pajeños nuevos y desconocidos, y dos humanos; y con ellos había otros Mediadores, un grupo pequeño de Guerreros que se apiñaba alrededor de dos Amos, y diversidad de otras formas, incluyendo un Médico.

Ése debía ser Freddy Townsend, con un cachorro de Mediador sobre el hombro. La caja en los brazos de Glenda Ruth la desequilibraba. La dejó en el suelo y se apartó. Irradió júbilo como un día de verano cuando se volvió hacia su hermano; pero el teniente Blaine se hallaba por completo absorto por los pajeños.

Eudoxo habló despacio, formalmente, en la lengua del comercio. La Mediadora visitante respondió.

—Victoria —dijo Glenda Ruth, y la saludó con la mano, pero Victoria no lo notó.

Habló la India. Blaine intentaba seguir la conversación, y también Glenda Ruth… y entonces, hermano y hermana se intercambiaron una mueca Porque todos los Mediadores hablaban cada vez más y más deprisa, cuerpos retorcidos cambiaron de posición, danzaron. Renner estaba asombrado. Ante sus ojos y la cámara de Joyce, transformaban la exigua lengua comercial en un idioma. Los Mediadores se interrumpieron para hablar con los Amos; luego, reanudaron el parloteo. Los Amos hablaron, primero uno de los recién llegados; después, el Almirante Mustafá.

Y todos los Guerreros dieron un salto al aire.

Glenda Ruth gritó:

—¡No, no, es un rifle, Victoria! ¡Usted lo empuña!

Los Guerreros rodearon el techo y sus armas rodearon a los humanos. Ahora podían disparar sin darse entre sí. Dos Ingenieros y una docena de Relojeros avanzaron desordenadamente. Victoria les gritó a los Amos y a los otros Mediadores. Cotorrearon, mientras los Relojeros rodeaban la caja de Glenda Ruth y empezaban a rociarla con espuma plástica. Todos los Guerreros pajeños empuñaban un arma, y cada una apuntaba a un humano.

Kevin no había intentado coger su pistola, y tampoco ninguno de los otros. Su única arma real era la
Atropos
. Si los Amos habían cortado las comunicaciones, entonces la
Atropos
se hallaría ahora en estado de alerta.

—Imagino que hay una explicación para este comportamiento más bien sorprendente —dijo Bury.

—Su Lombriz de Eddie el Loco —repuso Eudoxo—. ¡Una bendición para los Mediadores! Pero terrible para los Amos. Usted la conocía y no nos lo contó, Joyce lo sabía y no quiso contárnoslo.

Joyce aspiró con intención de hablar, pero se contuvo. El cuello y las mejillas se le sonrosaron; después, se pusieron colorados.

—Nuestra sospecha natural —continuó Eudoxo, en apariencia dirigiéndose a todos ellos— es que su parásito alterado es un medio para extinguir la vida pajeña. No considerará esa sugerencia una locura, ¿verdad?, sabiendo lo que nos acaba de revelar Victoria. Kevin, usted no describió al instante la Lombriz de Eddie el Loco. Se mostró muy perturbado al enterarse de que no iría a Paja Uno, donde los vientos podrían distribuir su parásito, sino a un dominio donde las naves espaciales deberían llevar a la lombriz a una infinidad de entornos cerrados… Veo que me ha comprendido. Bien. Me temo que permanece alguna tensión, Excelencia, hasta que volvamos a alcanzar el entendimiento. Después de todo, aún no es demasiado tarde para unir nuestras fuerzas con el Kanato.

—La guerra interminable —comentó Chris Blaine.

—Preferible a la extinción. Glenda Ruth, ¿qué quiso decir…?

Other books

Scream for Me by Karen Rose
The Blood Oranges by John Hawkes
Museums and Women by John Updike
There's a Hamster in my Pocket by Franzeska G. Ewart, Helen Bate
Metal Angel by Nancy Springer
Heaven Is for Real: A Little Boy's Astounding Story of His Trip to Heaven and Back by Todd Burpo, Sonja Burpo, Lynn Vincent, Colton Burpo