—Oh.
—Otra cosa que no esperarán —dijo Freddy—. O más bien que sí esperarán…
—La conmoción del Salto —indicó Omar—. La habrán experimentado. Eudoxo dice que es formidable… pero menos para ustedes que para nosotros. No esperarán que se recuperen tan rápidamente como lo harán. Nuestros oficiales Guerreros coinciden. Es un buen plan.
Atropos
pasó segunda. Primero cruzó un abanico de veinte naves de guerra de la India, poco más grandes que corbetas Imperiales, viajando a velocidades altas pero distintas. Su misión era distraer a cualquier enemigo que esperara del otro lado de la Hermana de Eddie el Loco.
Freddy Townsend observó con admiración.
—Cualquier comodoro de regatas estaría orgulloso de esa actuación.
—O almirante de flota —dijo Renner—. De acuerdo, ahí va la
Atropos
.
Las naves de guerra de la alianza se cobijaron cerca de la retaguardia del crucero Imperial, en lo que se habría llamado «línea de proa» en los tiempos de la marina. En ese momento se desvanecieron una a una mientras el
Simbad
se lanzaba hacia el punto de Salto.
El séquito de Guerreros del
Simbad
habría sido visible si no llevara levantado el Campo. Eran necesarios para algo más que la protección. Freddy Townsend los estaba usando para la triangulación.
La Hermana se hallaba a treinta segundos de distancia.
—Si lo conseguimos, será un récord —dijo Freddy—. ¿Se me permitirá registrarlo?
—No es decisión mía —repuso Renner—. Y si fallamos, podemos volver a intentarlo, desde luego, pero se habrán tirado tres horas por el reciclador, Freddy, y no sé la importancia que tendrán tres horas. Hazlo lo mejor que sepas.
—Siempre.
Victoria y Omar coincidieron: cualquier piloto Guerrero normal podría conseguirlo. Con veinte pilotos Guerreros para triangular, incluso uno humano disponía de una oportunidad.
Kevin nunca vio a Freddy darle al conmutador.
Entre otros males que te depara estar desarmado, hace que te desprecien.
N
ICOLÁS
M
AQUIAVELO
En los dos días antes de que las naves del Kanato los encontraran, Jennifer tuvo poco que hacer salvo vigilar a Terry, y hablar con Pollyana, y rezar. El Dios de la humanidad era también el Dios de la Paja. Rezó pidiendo soluciones que llevaran la paz a los dos tipos de mentes.
Cuando las naves del Kanato se aproximaron, Jennifer conectó los datos almacenados de Freddy sobre la Lombriz Anticonceptiva-Longevidad. Los Guerreros del Kanato encontraron los datos pasando por la pantalla cuando irrumpieron por la pared.
Durante un tiempo los ignoraron. Dos Ingenieros, cuatro Relojeros y un Guerrero inspeccionaron la zona una vez en busca de trampas explosivas; luego, de forma pausada, buscaron cualquier cosa que fuera de interés. Llegaron una Mediadora y un Amo, discutieron, examinaron. La cabina de la
Cerbero
de nuevo se vio infestada de pajeños.
La Mediadora escuchó la grabación que había hecho Victoria, la información en la lengua del comercio de que la nave era un material aprovechable, pero que la Alianza de Medina pagaría bien por Jennifer y Terry. La Mediadora se volvió hacia el Amo y habló. El Amo habló con brevedad. Los dos ignoraron a los humanos.
El Guerrero se marchó. La Mediadora examinó a Pollyana sin despertarla; luego, tomó posición frente a un monitor recientemente alterado por un Ingeniero. Los Relojeros iban de un lado a otro a toda velocidad, como arañas grandes, serviciales, curiosas.
Durante las siguientes horas,
Cerbero
volvió a cambiar. Una pena que Freddy no pudiera verlo. El Kanato descubrió que su impulsor, el del
Hécate
, empujaba una carga demasiado ligera. Añadieron un armazón para llevar cargamento, manipularon el impulsor para conseguir aún más propulsión, añadieron tres retículas esferoidales, como si de la
Cerbero
hubieran brotado racimos de uvas enormes. ¿Más carga… y armas?
Jennifer no pudo estar segura. Terry lo habría sabido, pero Terry no hablaba.
Llegaría ayuda. Jennifer esperó.
En el interior, los pajeños trabajaban. Esta vez no había forma de detenerlos. Su interés se centró en las pantallas, las cámaras, las computadoras, las comunicaciones. No tocaron el sistema de aire. Quizá los Ingenieros Tártaros ya lo habían alterado bastante.
Pollyana despertó. Ella y la Mediadora del Kanato charlaron mientras observaban el monitor.
El Amo regresó con un Médico y otro Ingeniero. En el acto Pol1yanna saltó hacia él y comenzó a amamantarse.
El Médico del Kanato era distinto del Doctor Doolittle, más pequeño, de aspecto frágil. Hizo poco para perturbar a Terry, aunque examino en todo detalle a Jennifer.
Pollyana, bien alimentada ya, regresó al hombro de Jennifer y permaneció allí mientras conversaba con la Mediadora del Kanato. Ahora eran sus pies los que aferraban el hombro de Jennifer, mientras los brazos trazaban gestos llamativos. Las respuestas de la adulta eran mas concisas, una sacudida de la muñeca, codos derechos golpeándose entre sí: ¿cómo demonios podía un humano imitar eso? Jennifer trató de concentrarse. ¡Un Mediador bebé le estaba enseñando a otra madura a hablar ánglico! La grabación sería fantásticamente valiosa, pero pasaría cosas por alto, matices…, la inclinación de la cabeza y del hombro, «no del todo»…
Terry se movio, y Jennifer le miró a los ojos. ¿Recuperaba el sentido?
Y todo se torno borroso.
Jennifer se recuperó despacio. Se le ocurrió que si ella fuera Terry Kakumi, y se hallara ilesa, podría arrebatarles la nave a estos pajeños aullantes, pataleantes. Pero la falta de sueño la había extenuado, y los pajeños ya empezaban a recobrar la compostura. Apoyándose sobre las manos se acercó a los mandos del telescopio.
Cerbero
había saltado, por supuesto, Una nave monstruosa casi fue la primera en salir a MGC-R-31. Las naves entraban a popa, acelerando, pasando a toda velocidad junto a la
Cerbero
y dejándola atrás, una híbrida tullida. Cerbero cojeó detrás de la flota Guerrera más o menos a una gravedad de la Paja. Las llamas
de
los impulsores de mil naves pequeñas retrocedieron delante.
Y la Mediadora le habló a Jennifer por primera vez.
—¿Es usted Jennifer Banda? Llámeme Arlequín. Sirvo al Amo Falkenberg. —Debió de captar la reacción de Jennifer: «¿Oh, de verdad?», pero no intentó moderar la arrogancia de su aseveración—. Hemos de discutir su futuro.
—Seguro que también el suyo —indicó Jennifer.
—Sí. Usted ahora es nuestra. Si todo sale bien, escapamos del Imperio para ir a buscar nuestras propias estrellas. Usted y Terry Kakumi con nosotros. Cuando en última instancia debamos confrontar al Imperio, ustedes o sus hijos han de hablar por nosotros.
En nada era el futuro que Jennifer habría elegido. Pero la Mediadora seguía hablando:
—Delante nos aguardan barreras. ¿Adónde nos conducirá el siguiente punto de enlace? ¿Qué hay para bloquearnos?
—El Imperio del Hombre —repuso Jennifer. Terry sonrió, fugazmente, y ella vio unos fulgores brillantes: tenía los ojos abiertos.
—Detalles —dijo la Mediadora—. Vemos una nave inmensa y varias, mucho más pequeñas.
—Habrá más. Tenemos ventaja sobre ustedes. Vendrán más naves desde Nueva Cal, en cualquier momento. No saben a lo que se enfrentan. Éste es el Imperio.
Cuando Jennifer Banda tenía seis años, la Marina había desclasificado ciertas grabaciones holográficas. Todo el colegio se reunió para mirarlas.
Eso fue doce años después de que la flota de la Marina se hubiera agrupado en el espacio de Nueva Washington antes de dar el último Salto a Nueva Chicago, un mundo que se había separado del Imperio y que se había bautizado Libertad. Aquel mundo fue devuelto al Imperio, y también se le restauró su viejo nombre. Hubo batallas, más lo que Jennifer recordaba que era el poderío reunido del Imperio del Hombre, naves del tamaño de islas pasando a velocidades meteóricas y a mayor altura.
Ningún Mediador pajeño podría ver todo eso en sus ojos. No obstante, Arlequín no vería nada que negara lo que Jennifer creía: que el poder que mantenía a mil mundos en su mano que aprieta caería sobre el cuello del Kanato.
—Si pudiéramos llegar al nuevo punto de enlace a tiempo… —dijo Arlequín.
—Encontrarían nuestras naves de guerra justo del otro lado. Ustedes experimentaron la conmoción del Salto. Y les estarán esperando.
—Le mostraré lo que planeamos.
Guerrero, Ingeniero y Mediadora se juntaron, y Pollyana con ellos. En las pantallas de la Cerbero los sangrientos detalles de la autopsia de un Ingeniero se vieron sustituidos por… algo astronómico. Los colores eran malos, pero se trataba de MGC-R-31, ahí estaba la pequeña estrella roja, allí los destellos azules de Guerreros retrocediendo muy por delante de la
Cerbero
, allí una tableta próxima a círculos concéntricos: sin duda el
Agamenón
y el Salto a Nueva Cal. Y allí, saliendo de la otra zona de objetivo situada a popa: más naves, mayores.
—Los Amos vienen antes de lo previsto —comentó Arlequín—. No importa. ¿Qué aguarda detrás… de esto? —Indicó el objetivo exterior.
—Clasificado —dijo Terry.
—¡Oh, fantástico! Terry, ¿cómo te sientes?
—Quizá sobreviva. Al principio no me gustaba. Gracias por quedarte.
—¡Oh, no! ¿Cómo podría abandonarte?
—No les des detalles. Dormiré ahora —dijo Terry, y cerró los ojos.
Jennifer asintió. Había esperado que hablara antes.
—¿Qué sistema se extiende más allá del puente? —preguntó Arlequín—. Debe haber otros puentes.
—Ahora voy a dejar de hablar —repuso Jennifer.
—No es problema —Arlequín señaló el cúmulo de naves más grandes a popa—. Yo hablaré. Veinte naves de Amos han cruzado. Nuestros Guerreros prepararán el camino hacia el Imperio. Debe haber puentes a otras estrellas. Buscamos el que abandona el Imperio. Y usted también, Jennifer, por mi vida y la suya, y para salvar las vidas de cualquiera que aparezca en nuestro camino.
—No deberían huir de la Lombriz de Eddie el Loco —comentó Jennifer—. Pueden rendirse. ¿No lo entiende? ¡No tienen por qué morir!
El Guerrero emitió un sonido, y Arlequín se volvió. En la pantalla salían otras naves detrás de los Amos del Kanato.
Algo grande se arrastraba por el pecho de Renner. Un mono… o una arana grande, herida, con extremidades perdidas.
—Alí Babá está enfermo —dijo éste—. Su Excelencia está enfermo. También, yo. Enfermo en la cabeza, golpe, cerebro confuso y ojos fluctuantes. ¿Kevin?
—Pasará —Renner abrazó al pequeño Mediador. Estirar la cabeza por el costado le mareó más—. Sólo espera, y te pondrás mejor.
Bury se hallaba de espaldas, los pies un poco separados, las manos separadas y con las palmas hacia arriba. Posición yoga de cadáver: se estaba tranquilizando a sí mismo del único modo que sabía.
Las pantallas aparecían borrosas. Una voz gritaba como ruido de fondo, gritaba solicitando la presencia del capitán. «Soy malditarnente viejo para esto.»
Renner se quitó los cinturones de seguridad.
—¿Townsend?
Su equilibrio aún era descabellado. Se apoyó hasta girar y ver los monitores de Bury. Los dispositivos médicos se habían desconectado en el Salto. En ese momento realizaban una conexión de autocomprobación. Pero ahí venía Cynthia, avanzando deprisa sobre manos y rodillas. Se agachó por encima de Bury y comenzó una meticulosa inspección médica: pulso, lengua, ojos…
—¡Townsend!
—Aquí.
—¿Qué…? —Renner no fue capaz de articularlo adecuadamente.
—
Atropos
en línea. Podemos recibir.
Pero todavía no había transmisión. Renner dio un manotazo a las teclas. Las pantallas seguían oscuras: sin embargo, una voz decía:
—
Simbad
, aquí
Atropos
.
Simbad
, aquí
Atropos
. Corto.
Renner se estiró de manera experimental.
Integral e a la x dx es e a la x
… Había descubierto que las computadoras se recuperaban más pronto que él, «Debería ser bastante seguro probarlas ahora.» Activó las de comunicación. Un rugido de estática.
—
Atropos
, aquí
Simbad
.
—
Simbad
, aguarde… Aquí Rawlins.
—¿Informe de estado? —graznó Kevin.
—Crítico. Nos hallamos bajo el ataque de media docena de naves. Una de ellas es una nodriza grande. Señor.
Aparecieron luces verdes en una esquina del panel de mandos de Renner.
—¡Freddy! El yate empieza a despertar, comprueba si puedes ver algo.
—Bien.
—Nos estamos recuperando —indicó Renner—. ¿Cuán mala es la situación?
—Estamos alcanzando el máximo del verde —repuso Rawlins—. No aguantaré para siempre, y no puedo devolverles el fuego. Imposible enviarle un mensaje al
Agamenón
.
Renner sacudió la cabeza. Crítico. No pueden devolver el fuego. ¿Por qué no? Energía. Control de energía. Más luces verdes en su consola.
Los aparatos de Bury se activaron de golpe: pantallas a la búsqueda; luego, un gota a gota para ajustarle el equilibrio químico.
Las Mediadoras se sacudían débilmente.
Una pantalla se encendió. Después otra.
—Rawlins —dijo Renner. La voz aún le salía espesa—. Aguante ahí. Vamos a pasarles.
—Aquí tiene una imagen de la batalla. La transmitiré mientras pueda.
La flota del enemigo era un puñado de puntos negros a través del resplandor naranja blanquecino de MGC-R-31, que se encogía de manera visible con la velocidad del
Simbad
. Se habían situado en buenas posiciones, pensó Renner. Justo en dirección al sol de la Hermana, para estropear los sensores de un intruso; lo bastante cerca para dispararle a quemarropa.
Atropos
brillaba con más intensidad que el pequeño sol. Nada más pequeño que la
Atropos
habría sobrevivido tanto tiempo sin tener a la
Atropos
de escudo. Muy pocas naves de Medina iban a la deriva detrás de la
Atropos
disparando por los bordes del escudo, retrocediendo despacio. Cuando la nave de la Marina desapareciera, también ellas quedarían destruidas.