—Entonces, ¿ahora qué?
Bury miró a través de la ventana de la Mezquita e hizo una mueca. En ~a parte de la pálida superficie de Base Seis se hallaba Joyce Mei-Ling Trujillo, inalcanzable.
—El trabajo de un día por vez —repuso—. Hemos de componer un ~e, que los pajeños intentarán enviar por nosotros. ¿Qué pondremos?
—¿Crees que es seguro este sitio? —preguntó Renner.
Bury se encogió de hombros.
—Con todas sus habilidades, Nabil fue incapaz de detectar aparatos de escucha. No creo que los pajeños puedan tener tanta confianza como para atreverse a plantar un aparato con la certidumbre de que nosotros no lo localizaremos. Si encontráramos uno, afectaría mucho nuestra relación. Actuemos como si no hubiera ningún pajeño escuchando, pero no como si estuviéramos seguros de ello.
—En cuanto a eso, ¿qué pasará cuando Alí Babá se encuentre con nosotros? —quiso saber Renner.
—Entonces seremos leales aliados de la India —contestó Bury—. Los Mediadores pajeños sirven a sus propios Amos.
Renner asintió.
—Blaine. El Mensaje.
—Una rápida descripción de la situación, con todos los datos de la geometría Alderson que tenemos —dijo Blaine—. Incluyendo todos los datos de la Biblioteca de Alejandría. Ello facilitará mucho que la Flota llegue hasta aquí. Por supuesto, no hay grandes posibilidades de que ello suceda. El almirante honorable sir Harry Weigle. Fue enviado después de los primeros artículos de Joyre Trujillo. Destinado a limpiar la corrupción, devolverle cierta disciplina al Escuadrón de Eddie el Loco. Está haciendo un buen trabajo en eso, pero no es propenso a desobedecer órdenes.
—Y éstas son las de mantener el bloqueo —comentó Renner.
—Exacto.
—¿Qué podemos hacer para convencerle?
Blaine pensó durante un momento.
—Habrá que persuadirle de que posee un deber mayor que el de cumplir sus órdenes.
—¿Podrías lograrlo?
Chris lo meditó.
—Posiblemente. Yo no puedo llegar hasta él. Usted sí. De modo que repasemos lo que él sabe. El Punto Alderson que lleva a Nueva Cal se ha movido. Lo mismo el Salto a la Paja, y eso lo sabrá; sin embargo, es probable que no lo haya encontrado. Está bailando por algún sitio en el interior de una estrella roja gigante.
—La
MacArthur
lo encontró con facilidad hace treinta años —les recordó Bury.
—Era una geometría diferente. No había ninguna estrella oscilante distorsionando el sendero —dijo Rernner—. Y tampoco fue tan malditamente fácil. Créeme.
Blaine asintió.
—La
MacArthur
y la
Lenin
iban con equipo especial y llevaban a bordo a algunos de los mejores científicos del Imperio junto con un navegante de primera. Aun así les llevó un tiempo encontrar el viejo. Bien. Vamos a necesitar ayudarle con el nuevo punto de Eddie el Loco. Eso hará que empiece a pensar de forma correcta. Le damos la información que le facilite su misión. —El gesto de cabeza de Renner instó a Blaine a proseguir—: Lo delicado es cerciorarnos de no pedirle que viole órdenes. Como dejar que cualquier cosa salga de la estrella y se dirija a Nueva Cal.
—De modo que le pedimos que escuche antes de disparar.
—Puede que lo haga —comentó Blaine—. Vale la pena probarlo.
Eudoxo la condujo hacia abajo y en sentido oblicuo del salón. Había trajes para el espacio esperándola en una cámara a cien metros por debajo de la Mezquita. Joyce se quedó perpleja. ¡Ella no había salido nunca del
Simbad
!
Eudoxo la observaba. Esa sonrisa irritante… ah. Joyce grabó: «La sonrisa pajeña es rígida. Siempre está ahí. No la ves en una Mediadora a menos que no esté enviando ninguna otra señal».
Joyce se puso un traje presurizado ceñido a la piel (le provocó una sensación rara, aunque confortable), casco tipo pecera, traje exterior termal (más ligero que lo que había esperado) y capa de espejo. Parecían arcaicos: casi encajaban con las especificaciones del Imperio de treinta años atrás, alterados para gustos alienígenas.
—¿Cómoda?
—Sí —le contestó a Eudoxo.
Quedó aliviada. Había creído que tendrían que regresar a la Mezquita. El casco mostraría su cara para la cámara.
Dos de los pequeños Mensajeros se les unieron. El grupo retornó al túnel con el aspecto de cinco muñecos plateados e hinchados. Atravesaron tres puertas de una sólida antecámara de presión y salieron a la gélida superficie.
Recordó que era hidrógeno congelado: esponjoso, comprimido sin mucha cohesión, visiblemente no distinto del hielo de agua. Quizá incrustado en hielo de agua. ¿Cómo podías distinguirlo? Ella no sentía el frío.
—Éstos son asideros, todos menos los verdes y rojos —indicó Eudoxo—. No se suelte, Joyce. La Base se encuentra bajo aceleración.
Joyce asió un cabo amarillo y anaranjado.
—¿Verdes y rojos?
—Los verdes son cables superconductores. Los rojos combustible —Eudoxo ya se movía, saltando por la superficie con el cabo deslizándose por sus manos—. Y los tubos grandes y transparentes son para transporte.
El hielo gris se curvó bruscamente. Detrás de una curva se veía la cima de una cúpula. En otra dirección, la Mezquita acunaba al
Simbad
. Un destello rojo y brillante se vislumbraba por encima de su lomo: el Ojo. En otra, un resplandor violeta de horizonte que tenía que ser los motores de fusión impulsando a Base Interior Seis.
«¡Tomas fabulosas! ¡El tipo de cosas sobre las que se cimentaban las carreteras!» Se rió para sus adentros. ¡La expresión desesperada de Chris B~! «Como si, para empezar, me hubiera contado algo. Como si los pajeños pudieran leer mi mente… o mi cara. Además, ¿qué era capaz de ver Eudoxo? Soy una gran almohada plateada.»
Pero si Joyce podía ver la sonrisa pajeña… menos irritante ahora que la comprendía… entonces Eudoxo también era capaz de ver su cara.
Eudoxo los alejaba de los motores: hacia proa. Joyce la siguió. El Guerrero la siguió a ella, y los Mensajeros.
El cabo se bifurcó; siguieron el amarillo. Condujo a una cúpula pequeña. Pajeños alzaron la vista hacia Joyce a través de un ojo de buey de cristal y un montón de moho verde oscuro: tres Blancos, un Guerrero, un Mensajero, algunos Relojeros.
—Joyce, ¿que pasa con Horace Bury? —preguntó Eudoxo.
—¿Qué quiere decir?
—Hace treinta años, consideró que el sistema de la Paja era el modo de enriquecerse. No pudo ver suficiente de todo. Ahora parece mucho más calmado, menos ambicioso, más como un Guardián. Pero…
Joyce se mostró divertida.
—Ya era mas viejo que lo que puede ser un hombre sin seria ayuda médica. Han pasado treinta años.
—Hay más. Recula cuando se acerca un Guerrero. De acuerdo, también usted, puedo entenderlo —Eudoxo había perdido toda traza de acento, se dio cuenta Joyce de repente—. Pero recula de los Relojeros. Aun de los recién nacidos, hasta que descubre que no son Relojeros.
—Le fuerzan la vista. Sus ojos no pueden ser tan…
—No, Joyce, no se trata de su tamaño. Le gustan los cachorros pequeños de Mediadores, una vez que sabe lo que son.
La actitud de Bury hacia los pajeños no era un secreto en el Imperio. Más bien todo lo contrario.
—A ustedes siempre les ha temido —repuso Joyce—. Incluso se ha sentido aterrado… desde que regresó de la primera expedición a la Paja. Pero cm está cambiando. Puedo verlo.
—¿Por qué?
Joyce lo meditó. La actitud de Bury hacia los pajeños no era un secreto, Pero la causa de la muerte de la
MacArthur
sí era un secreto de la Marina; un secreto para los pajeños, por orden del Consejo del Rey. Aunque era una buena pregunta. ¿Qué estaba cambiando a Horace Bury? La codicia. Probablemente.
—Todavía se pueden ganar inmensas fortunas. Poder e influencia, para Bury y sus familiares.
Tres naves espaciales distintas alimentadas desde cables rojos que se hundían en el hielo. Cada vehículo estaba construido con la solidez de una caja fuerte. Un tubo transparente circundaba a las naves; cajas y pajeños de diversos tamaños volaban por su interior.
Eudoxo no intentó impedir que Joyce rodeara las naves con la cámara grabando. Otros —Chris, el capitán, el doctor Buckman— entenderían más que lo que ella comprendía. Apuntó la cámara a lo largo del tubo, mirando volar a los pajeños. Guerreros, cuatro Ingenieros, un Mensajero…
—No tenemos por qué avanzar tan despacio, Joyce —dijo Eudoxo—. El tubo es más veloz y usted aún disfrutaría de una vista.
Nada de acento, pero una irritante suntuosidad, un exceso de énfasis en las consonantes… ¡Mí voz! Eudoxo habló con la voz de Joyce Trujillo, exactamente tal como ella sonaba en vídeo.
—No, así está bien —repuso—. Estoy consiguiendo tomas estupendas.
La Mediadora siguió andando. A popa, el brillo de los motores se había fundido con el cielo negro.
Eudoxo se detuvo. Joyce y el Guerrero le dieron alcance; habló brevemente con el Guerrero. Luego, su brazo derecho superior señaló hacia adelante y arriba.
—Allí, Joyce, ¿qué ve en el cielo?
Joyce siguió el largo brazo derecho superior de la criatura.
—Sólo estrellas.
—El Guerrero dice que lo ha localizado, el lugar geométrico de sus amigos.
—¿Tienen buena vista los Guerreros?
—Sí.
Joyce tecleó en la cámara, instruyéndola para que encontrara y se centrara en el punto más brillante de su campo de visión, que redujera el campo y aumentara la toma. La levantó por la manga, la alineó a lo largo del brazo de Eudoxo y la encendió.
La cámara serpenteó en su manga, los giroscopios zumbaron. Un ancho campo de estrellas apareció en el monitor de imagen. Allí: una lentejuela contraída que reflejaba una débil luz solar, apenas más grande que un punto. Joyce hizo que la cámara la aumentara. Comenzó a verse una estructura, espejos contraídos, una colmena desgarrada y abierta, puntos de color violeta que podían ser antorchas de fusión o naves espaciales.
—¿Lo tiene? Es un nido de ratas de guerra y Relojeros. Lo están recogiendo los Tártaros de Crimea. Ahora siga mi dedo abajo hasta el horizonte. ¿Un puñado de puntos azules?
—Lo tengo. —Era como había dicho Eudoxo, un puñado de puntos azules y no más.
—En su mayoría naves del Kanato. Dentro de cuatro horas arribarán al nido de las ratas, pero en veinte minutos los Tártaros saldrán de allí. Se negocia en este momento. Se reunirán con Base Seis a medida que pasemos, y ellos tienen a sus amigos.
—¡Estupendo! Debería contárselo al capitán.
—Nosotros lo haremos —indicó Eudoxo.
—Bien —Chris tendría que haber estado aquí, pensó con satisfacción. Una idea repentina—: ¿Los Tártaros se han convertido en sus aliados? y, por ende, en nuestros…
—Tal vez. De momento, se hallan en peligro mortal, y nosotros les ofrecemos refugio. Para el futuro…, ¿qué es el futuro, Joyce? La cuestión no es qué jugar tienen los Tártaros con Medina y la India, sino qué lugar tienen ¡os pajeños en el universo.
—No puedo responderle a eso.
—No, pero seguro que lo habrá pensado.
—Claro. Mucha gente lo ha hecho.
El interés en los pajeños se encendía y moría y volvía a encenderse en todo el Imperio, y las últimas noticias provocarían el resplandor más grande de todos. Qué hacer con los pajeños sería el tema de discusión en todas partes. La Liga de la Humanidad. El Senado Imperial. La Liga de la Marina. La Asociación Imperial de Comerciantes. El consejo editorial de su propio sindicato de noticias. Ancianas tomando el té.
Empezaba a notar el frío… ¿o era la oscuridad? No tenía el cuerpo frío, sudaba con el ejercicio, pero el cielo negro y el hielo gris tiraban de su mente. Dejaron las cúpulas y las naves atrás.
Eudoxo iba dando saltos a su lado, hablando, mientras el Guerrero marchaba en la vanguardia.
—Hemos asumido un gran riesgo, ¿sabe?
—Sí.
—Si tan sólo pudiéramos entender una cosa, sentiríamos que nos encontramos en una situación mucho menos peligrosa. Sus superiores parecen esperar… ¿cómo llamaremos a nuestra unión de alianzas?…, esperar que el Consorcio de Medina permanezca estable, que en última instancia hable en nombre de todo el sistema de la Paja. ¿Cómo pueden esperar eso?
—No lo sé.
La pajeña estaba muy alejada: Joyce no podía verle la cara. Ella tampoCO sería capaz de ver la de Joyce. Todas las discusiones de pajeños se reducían a lo mismo: no había ningún gobierno central pajeño, y no daba la impresión de que llegara a haberlo alguna vez. ¿Cómo podían existir relaciones estables con una caldera de familias pajeñas? Ni siquiera el verdadero Gengis Kan había sido capaz de formar un imperio estable de mongoles…
Llegaron a un círculo de cúpulas entrelazadas por cables de todos los tamaños y colores, con una gran nave que se elevaba del centro. En la minúscula gravedad, Joyce subió de un salto a la cima de una cúpula y aferró Un cabo asidero. Joyce consideraba tener un buen estado físico, pero esto era un trabajo duro… y el Guerrero se situó a su lado en un instante, y aquí llegaba también Eudoxo. ¿Los pajeños no se cansaban más deprisa que los humanos?
Eudoxo le habló al Guerrero, quien dijo poco, y, luego, pasó a ánglico.
—La nave de un Amo es mayor, con el fin de albergar un séquito, y está construida para el servicio de inteligencia, las comunicaciones y la defensa, Jamas para el sigilo. En la batalla, quizá dejen con vida a un Amo para las negociaciones posteriores.
—Mmh.
Joyce filmaba la nave enorme, la antena retráctil, el largo cilindro que debía ser un arma: cañón, depósito de cohetes, láser, lo que fuere.
—He oído que su Imperio prefiere no interferir con las culturas distintas que lo conforman, pero que a veces debe hacerlo. ¿Ése es nuestro destino?
—Tampoco lo sé, aunque debe ser mejor que lo que han hecho hasta ahora —Joyce quedó sorprendida ante su propia vehemencia. «Soné igual que mi padre, y jamás me he considerado una Imperialista.»
—Joyce, hay muchas más cosas para ver. ¿Tomamos un tubo?
La fatiga la volvía irritable.
—Eudoxo, son demasiado pequeños. Además, ¿por qué eso iba a ser más fácil? ¡Aún tendríamos que movernos!
—No. La diferencia en la presión del aire nos mueve. Para encajar dentro debemos desinflar nuestros trajes externos. Deje que los Mensajeros nos sigan con ellos.
—Hecho.
Victoria entró en la zona de los humanos de la
Cerbero
.