—Me tomé la libertad de pedir café.
Cunningham tocó un cuadrado engastado en su mesa, y un ordenanza entró con una bandeja. Dejó una taza grande de la Marina sobre la mesa del capitán, y una taza más pequeña de café negro turco junto a Bury.
—Gracias —Bury levantó la taza—. Por nuestra continuada cooperación.
—En verdad que puedo brindar por ello —dijo Cunningham.
Bury sorbió su café.
—Desde luego, cooperación quizá sea una palabra demasiado fuerte. Dados los costes y recompensas…
El otro frunció levemente el ceño.
—Espero no enterarme de todos los costes, mas en cuanto a las recompensas, confieso cierta perplejidad, Excelencia. No tenemos mucho para dar aparte de condecoraciones. Su trabajo en el asunto de la Compra de Maxroy merece alabanza, sin embargo, usted se ha negado a recibir honores adicionales. ¿Puedo preguntar por qué?
Bury se encogió de hombros.
—Por cierto que no desprecio los honores Imperiales, pero tal vez tengan menos… utilidad… para mí. Le agradezco los ofrecimientos; no obstante, hay otra cosa que deseo mucho más. —Cunningham enarcó una ceja—. Capitán, hace tiempo que usted debe saber que considero Paja Uno como la mayor amenaza para la humanidad desde que el Dinosaurio Asesino apareciera en la Tierra hace sesenta y cinco millones de años.
—En este punto diferimos. Su Excelencia, me gusta la idea de que no estamos solos en el universo. Que hay mentes diferentes, con un discernimiento distinto del nuestro. ¿Fue por lo de la
MacArthur
? ¿Por los pequeños Relojeros pululando por toda la nave?
Bury contuvo un escalofrío. «A Cunningham le gustan los pajeños.» Hacia falta un cambio de tema.
—Mi historial muestra que no soy un tonto. Considero que no es más que una simple declaración de un hecho probado el decir que el Imperio jamás ha tenido un oficial de inteligencia más eficaz que yo.
—No puedo discutir eso. En cualquier caso, no puedo ofrecer ejemplos de réplica. Es extraño el modo en que usted…, tengo entendido que ve patrones en el flujo del dinero. ¿Es así?
—Dinero, bienes, actitudes. Se pueden ver cambios en las actitudes locales por los cambios en las importaciones de un mundo o el nivel de inflación. Seguí esas cuestiones mucho antes de enrolarme en su oficina —dijo Bury—. Hace veinticinco años me… persuadieron… para ayudar al Imperio. Busco intrigas, herejías y traiciones Exteriores para que el Imperio pueda concentrarse en la amenaza real. ¡Los pajeños! Por supuesto, usted ha leído mi informe sobre la Compra de Maxroy.
Cunningham sonrió.
—«La mano que aprieta.» Pero los pajeños no han escapado, ¿verdad?
—No. Esta vez no, capitán, pero… ¿Cómo decirlo? Yo…
—Usted se asustó.
Los ojos de Bury centellearon. Cunningham alzo una mano grande, de dedos gruesos.
—No se ofenda. ¿Cómo habría reaccionado cualquiera? Pequeñas caras inconexas y sesgadas mirando desde un traje de presión, trepando por una cuerda justo detrás de usted. ¡Cristo! Alguien distinto habría acabado en un asilo mental. Usted… —Cunningham rió de pronto—. Usted terminó en el Servicio Secreto. Hay pocas diferencias.
Bury habló bajo.
—Muy, bien. Estoy asustado de nuevo. Estoy asustado por el Imperio del Hombre.
—¿Tanto que no puede realizar su trabajo? Debo decir, Su Excelencia, que no veo que la supervisión de una operación de bloqueo naval de larga duración… requiera su pericia especial.
Cunningham ya lo sabía.
—Cuando me incorporaron al Servicio Secreto —comenzó Bury—, no tuve elección. Desde entonces las condiciones han cambiado. ¿Cree que podría obligarme a hacer su voluntad ahora?
Cunningham se puso rígido.
—Excelencia, jamás le hemos obligado a nada. Usted va donde le place.
Bury se rió.
—Es una pena que el senador Fowler no esté vivo para oírle decir eso. En cualquier caso, mi rango poco a poco se ha convertido en el de un voluntario.
El capitán se encogió de hombros.
—Siempre —lo ha sido.
—Exacto. ¿Y usted acepta que soy valioso para el Imperio?
—Por supuesto.
—De hecho, valioso y barato —musitó Bury—. Bien. Seguiré siéndolo. Pero ahora quiero algo.
—No hay necesidad de ser tan agresivo. Lo que quiere es un permiso para ir al Escuadrón de Bloqueo —afirmó Cunningham con suavidad.
—Eso mismo. ¿Se enteró por Blaine o por la AIC?
Cunningham rió.
—Los comerciantes no nos hablan. Va en serio en esto, ¿verdad?
—Capitán… —Bury hizo una pausa—. Capitán Cunningham, uno de sus agentes más eficaces está preocupado por una amenaza potencial al Imperio. Voy tan en serio como cualquiera de sus otros locos. No pido fondos, soy bien capaz de pagar mis propios gastos. Controlo asientos en la Junta de la AlC, y tengo… influencia… con varios miembros del Parlamento.
Cunningham suspiró.
—Nosotros también estamos preocupados con el bloqueo.
—¿Oh? —¡Había algo! Bury no se desprestigiaría sacando su manga de diagnóstico; todavia no.
—Hay una amenaza al bloqueo, sí. Algo parecido. Quizá podamos inanejarla. ¿Ha leído los artículos recientes de Alysia Joyce Mei-Ling Trujillo?
—Usted es la segunda persona en preguntármelo en dos días. No, pero lo haré tan pronto como regrese al hotel.
—Bien. Excelencia, esa… reportera investigadora nos ha estado criticando muy duramente. No diré que no ha encontrado alguna razón para ello, pero, ¡maldición!, el Escuadrón de Eddie el Loco lleva ahí fuera toda la eternidad. El servicio de bloqueo es el peor servicio que puede asignar la Marina. Constante posibilidad de peligro, pero casi siempre aburrimiento. No pasa nada, y no pasa nada, y entonces…
—¿Sirvió usted allí?
—Hace quince años. El peor año de mi vida. Fui afortunado, sólo fue un puesto de entrenamiento. ¡Algunas naves y tripulaciones lo soportan durante años! Ha de ser así… si las rotamos muy a menudo no habrá nadie con experiencia. Sin embargo, déjelas mucho tiempo y… Demonios, Excelencia, no me extraña que haya encontrado a personas que estén jodiendo las cosas. Todo el mundo tiene la tentación. Me sorprende que no sea peor, Sin embargo, nos está haciendo quedar muy mal.
Bury supo que debió haber leído los artículos de Mei-Ling anoche. Había estado muy trastornado.
—Sus despachos vienen de Nueva Escocia, ¿verdad? ¿Qué ha descubierto? ¿Sobornos, ineficacia, fijación de precios? ¿Nepotismo? ¿La red del viejo…?
—Todo eso. No nos quedó elección, tuvimos que darle permiso para visitar el Escuadrón. Se me ocurre que no sería una mala idea que la llevara usted hasta allí.
Bury lo meditó.
—Cuanto más averigüe, más daño podrá hacer.
—Tal vez. O quizá vea hombres de la Marina dedicados a mantener la línea contra una amenaza verosímil. Y tengo entendido que usted posee medios de persuasión. Le podemos proporcionar un historial, muy completo de la joven. Y de su familia. Y de sus amigos.
Bury esbozó una sonrisa fina. No le cabía ninguna duda de que esta habitación se hallaba protegida, y que su silla de viaje estaría sujeta a campos magnéticos que borrarían toda posible grabación de la conversación; de hecho, ni siquiera había intentado realizarla.
—Y durante dos o tres meses no habría ningún despacho —comentó.
Cunningham asintió.
—Para cuando vuelva a Nueva Escocia, nosotros limpiaremos todo aquello de lo que se queja ahora.
—Haré lo que pueda. Por supuesto, no nos conocemos. Tal vez me deteste apenas me vea.
Cunningham sonrió.
—Si usted no es capaz de hechizarla, Kevin Renner podrá. ¿De acuerdo, entonces? Ahora me gustaría hablar con sir Kevin, y con suerte el resto será una formalidad.
—¿Formalidad?
El capitán se encogió de hombros.
—Lord Blaine ha pedido que se le informe. ¿Seguro que él no pondrá objeciones? Tengo entendido que le conoce desde hace años.
—Desde hace más de veinticinco años, capitán —repuso Bury; y sintió un escalofrío gélido en el estómago.
Era práctica corriente entrevistar a oficiales del servicio de inteligencia uno por vez, sin importar lo unidos que pudieran trabajar. Habían sido lo suficientemente amables como para llevar a Renner y a Bury por entradas separadas. Kevin vislumbró la silla de viaje de Bury cuando salía a la recepción. Luego, fue conducido al despacho de Cunningham.
Éste se puso de pie.
—Saludos, capitán. Confío en que se encuentre bien.
—Perfecto. —Kevin observo con ironía sus propias ropas de civil—. No sabía que se entreviera el rango. —Cunningham frunció el ceño en señal de interrogación—. Olvídelo. —Renner se sentó en el sillón de los visitantes y sacó una pipa—. ¿Le importa?
—No, adelante. —Cunningham alzó la vista al techo—. Georgio, extractores de aire, por favor. —Marcó unas teclas debajo de una pantalla que Renner no podía ver. «Georgio» estableció una brisa fresca—. Y ahora, capitán, si tan sólo puede aclarar un par de puntos sobre la Compra de Maxroy…
—… Estoy seguro de que no merecen ninguna preocupación —concluyó Renner—. Consta mi opinión oficial. El Gobernador Jackson no sólo podrá manejar la situación, sino que hará que de manera voluntaria Nueva Utah entre en el Imperio en diez años sin que nadie haya disparado un tiro.
Cunningham garabateó con el lápiz en el cuaderno de entradas de la computadora.
—Gracias. Excelente informe de un trabajo muy estimable. Puedo decirle en privado que el almirante está muy decidido a respaldar su informe.
—Eso debería hacer feliz a Jackson.
Cunningham asintió.
—Y ahora, ¿qué puede contarnos de este último plan de Bury?
Renner extendió las manos.
—Es mi culpa. Llegué tambaleándome a casa a la una de la madrugada, completamente borracho y cubierto de sangre, desperté al viejo y le dije: «¡La mano que aprieta!». ¡Maldición, todo el planeta hablaba como si tuviera tres brazos! Cuando terminé de contárselo, los dos quedamos convencidos de que los pajeños se encontraban en el sistema de la Compra.
—Pero no era así.
—No. Sin embargo, pueden estar en alguna otra parte. Apoyo a Bury. Quiero comprobar que el bloqueo funciona.
—Funciona.
—Usted no es capaz de verificarlo.
—Capitán…
—¿Cuándo visitó por última vez el bloqueo y pasó el tiempo suficiente para cerciorarse de que es a prueba de pinchazos? ¿Quién dirigía la tienda mientras usted permaneció allí? ¿Ha visto películas de los pajeños Guerreros? —Renner lo descartó con un gesto cortante de la mano—. Olvídelo, capitán. La cuestión es que Bury está decidido. Ni siquiera he intentado convencerle de que lo deje. No quiero hacerlo.
—En otras palabras, ¿irá nos guste o no?
—Digamos que está decidido. Además, ¿qué daño puede causar? No hay muchos secretos que él no conozca, y de todas las personas es la más improbable que le dé algo a los pajeños. En cuanto a eso, si alguna vez el personal del bloqueo necesitó una exhortación, no encontrará a nadie mejor que Horace Bury y yo… mhh… con un gota a gota de tranquilizantes, quizá.
—¿Debo entender que usted tiene intención de ir? —Cunningham miró la pantalla engastada en su escritorio—. Tres veces ha solicitado el retiro y luego cambió de parecer. Dios sabe que nada se lo impide.
Renner se rió entre dientes.
—¿Qué haría al retirarme? Disfruto con lo que hago, y de esta manera alguien paga las facturas. Claro que iré. Me gustaría regresar a la Paja.
—¡Nadie planea eso!
—Tal vez no ahora, pero algún día tendrán que ir.
—Usted lleva tiempo con él. ¿Es… digno de confianza?
—Es la muerte para los pajeños. Puede oler las corrientes de dinero entre las estrellas. Su oficina jamás ha hecho un trato mejor.
—Me refiero a si es leal.
—Sé a lo que se refiere —dijo Renner—. Y la respuesta es sí. Tal vez no lo fuera siempre, pero ahora lo es. ¿Y por qué no habría de serlo? Ha empeñado mucho de su vida en hacer que el Imperio sea más fuerte. ¿Por qué tirarlo por la borda?
—De acuerdo —Cunningham alzó la vista—. Georgio. Llama al almirante Ogarkov, por favor.
Después de unos pocos momentos, una voz atronó:
—¿Sí?
—Como lo acordamos, señor —repuso Cunningham—. Recomiendo que autoricemos a Bury a visitar la Flota de Bloqueo. Puede llegar a solucionarnos el problema de Mei-Ling Trujillo, y él y sir Kevin quizá le den ánimos al Escuadrón de Eddie el Loco. No puede causar ningún daño que le dejemos intentarlo.
—Muy bien. Hable con Blaine.
—Almirante…
—No le morderá. Gracias. Adiós.
Cunningham hizo una mueca.
—¿No se lleva bien con el capitán? —preguntó Renner.
—Conde. No tengo mucho en común —contestó Cunningham—. No es de la Marina. Lo fue una vez, lo sé, pero lleva mucho tiempo sin serlo. Georgio, modo cortés. Me gustaría hablar con Lord Blaine. El conde, no el marqués. A la más pronta conveniencia de él. Creo que espera la llamada.
Bury había enganchado la manga de diagnóstico tan pronto como salió de la oficina de Cunningham. La secretaria de éste trataba de no mirar. Quiso decirle que no estaba perturbado… que sólo esperaba llegar a estarlo.
¿Diría Blaine que no?
Practicó respiración profunda hasta que su pulso se estabilizó; luego, manipuló la bola de control.
«Alysia Joyce Mei-Ling Trujillo. Edad actual veintisiete años estándar. Columnista del Imperial Post-Tribune Syndicate, reportera de la sección especial, Hochsweiler Broadcasting Network. Muy bien considerada.»
Bury formuló dos preguntas.
«Seis millones de acciones, de los que él retiene el cuarenta y cinco por ciento. Añadir el apellido de la madre no es habitual en Nueva Singapur.
»Alysia Joyce estudió en el colegio Hamilton en Xanadú y se graduó con honores en periodismo en el Cornish School en Churchill. Cuando llegó a Esparta, su cuenta en la sucursal local del Banco de Nueva Singapur fue abierta con una carta de crédito de trescientas mil coronas. Trabajó como ayudante voluntaria de investigación para Andrea Lundquist, de Hochsweiler, con un salario nominal de cincuenta coronas a la semana hasta que su serie de análisis de noticias fue patrocinada por Wang Factoring.»
Bury asintió mientras escuchaba. Dinero nuevo. Princesa oriental decidida a salvar al Imperio con el dinero de su padre y el apellido de su madre.
Bajó la vista a los indicadores. Presión arterial, pulsación, nivel de adrenalina: todo aceptable. ¿Por qué no? Mei-Ling era una reportera de investigación, en nada distinta de otros. Creía que su riqueza la protegía, y seguro que no pensaba que también la hacía vulnerable. Su familia poseía cien millones de coronas. Sólo cien millones de coronas.