—Sí, señor.
Glenda Ruth le volvía a sonreír.
—No hace falta que seas tan adulto.
—¿Eh?
—Saben cuántos años tengo. Mi cóctel de champán no llevará alcohol. Claro que algunos chicos le echan vodka de una petaca.
—¿Lo harás tú?
—Ni siquiera tengo una petaca.
—¿Influencia pajeña?
—No, ninguno de ellos lo mencionó jamás.
¿Mmh? Pero ella no bebía. Sin embargo…
—Claro. No entenderían la razón. Ellos comen, beben, respiran veneno industrial. Si no eres lo suficientemente duro, mueres. ¿Para qué ir a buscar más?
Ella asintió.
—Eso suena correcto.
Kevin miró alrededor de la sala. Un sitio típico y aristocrático de almuerzos. Mujeres caras y hombres muy ocupados. En realidad, no se fijó en ellos. Apartó la vista de la mesa para que no diera la impresión de que miraba a la chica con la que estaba, y la verdad era que deseaba mucho observarla. Era de lejos la mujer más atractiva de la sala. Probablemente la más cara, pensó Kevin. Sus ropas eran bastante sencillas, un vestido de tarde de lana oscura que encajaba a la perfección, recalcando su femineidad sin ser sexy de manera manifiesta. La falda llegaba a la rodilla, algo conservadora para la moda actual, aunque tendía a resaltar las pantorrillas y los tobillos. Las joyas que llevaba eran sencillas también, pero incluían un par de pendientes a juego de piedras refractarias de Xanadú que valían lo suficiente como para comprar una casa en el planeta natal de Renner.
—Un largo viaje desde la Compra de Maxroy —comentó Renner.
—O desde Nueva Caledonia.
—Cierto. ¿Cuánto tiempo estuviste allí?
—Casi no lo recuerdo —repuso Glenda Ruth—. Papá consideró que Kevin Christian y yo debíamos crecer en Esparta en vez de en las provincias. —Se encogió de hombros—. Supongo que tenía razón, no obstante…, ahora que papá y mamá no están en la Comisión, me preocupan los pajeños.
—No están en la Comisión, pero aún disfrutan de bastante influencia —indicó Renner—, tal como Bury y yo descubrimos.
—Sí. Siento eso.
—Bueno. ¿Para qué querías verme? —preguntó Renner.
—Eddie el Loco.
—¿Eh?
—En el Instituto dijiste que no entendemos a Eddie el Loco. ¿Se supone que fracasa?
—Sí, imagino que dije eso.
—Yo sólo he conocido a tres pajeños —señaló ella—. Creo que entiendo a Eddie el Loco, pero no estoy segura. Tú conociste a un montón de pajeños…
—No durante mucho tiempo. No demasiado bien.
—Lo bastante bien como para entender a Eddie el Loco.
—No entenderlo, en realidad.
—Sabes lo que quiero decir. Corrían una docena de historias sobre Eddie el Loco. La mayoría están grabadas y yo las tengo. Por ejemplo, la historia que te contaron a ti.
Extrajo su computadora de bolsillo y garabateó en ella durante un momento. Una imagen se elevó sobre el mantel.
Renner había cogido esa secuencia directamente de los registros de la MacArthur tal como fueron transmitidos a la
Lenin
. Hablaba una forma retorcida de piel marrón-y-blanca, un Mediador pajeño.
«Renner, debo hablarle de una criatura legendaria. Le llamaremos Eddie el Loco, si le parece. Es un… es como yo, a veces, y es un Marrón, un sabio idiota remendón, a veces. Siempre hace las cosas equivocadas por excelentes razones. Hace las mismas cosas una y otra vez, y siempre traen el desastre, y él jamás aprende.»
La imagen saltó un poco. Renner había montado eso para Vacaciones de verano.
«Cuando una ciudad se ha excedido tanto en su crecimiento que se encuentra en peligro inmediato de colapso… cuando la comida y el agua fresca entran en la ciudad a un ritmo apenas suficiente para alimentar a cada boca, y cada mano ha de trabajar de forma constante para que siga así… cuando todo el transporte está ocupado en trasladar los suministros vitales, y no queda ninguno para sacar a la gente de la ciudad en caso de que surgiera la necesidad…, entonces es ese Eddie el Loco el que conduce a los basureros a la huelga para conseguir mejores condiciones laborales.»
Glenda Ruth lo desconectó.
—Lo recuerdo —comentó Renner—. Mi introducción a Eddie el Loco. Una vez que supimos qué preguntar, obtuvimos más. El pajeño de Jock Sinclair habló de fundir el suministro de tornillos para fabricar un destornillador. El Mediador del padre Hardy habló de una religión que predicaba la abstención sexual. No sabíamos cuán grotesco era eso, para los pajeños.
—Sí, pero sabes que jamás averiguamos mucho más al respecto —dijo Glenda Ruth—. Entonces, ¿por qué afirmaste que se supone que Eddie el Loco ha de fracasar? ¿Es que los pajeños no lo admiran? Jock, ciertamente, sí.
—Tú sabrás más que yo. Aunque sí. creo que admiran a alguien lo bastante loco como para pensar que todos los problemas tienen solución. Lo cual no significa que esperen que el universo coopere.
—No, claro que no. Pero sigue sorprendiéndome.
—Los Ciclos —dijo Renner—. Es lo único que tienen para la historia. Eddie el Loco cree que él puede cambiar todo eso. Acabar con los Ciclos. Desde luego que lo admiran. También saben que está loco, y que no ocurrirá.
—Pero quizá ahora nosotros dispongamos de la solución. Los parásitos.
—Sí, he pensado en ello —comentó Renner. El camarero trajo café, y una copa alta de champán con algo centelleante y rosa para Glenda Ruth. Kevin pidió distraído, su mente alejada de la comida—. Tú conociste a dos Mediadores —continuó—. Claro que no llegaste a conocer a Iván.
—No. Era… más distante. Los Amos lo son.
—Y los Mediadores hablan por ellos —afirmó Renner—. Eso es más obvio en la Paja que lo que te habría resultado a ti aquí. Aunque es algo que no te atreves a olvidar. Toma el ejemplo de tu parásito. Jock no puede hacer ningún trato que sea valedero para los Amos en la Paja.
—Sí…
—También está la cuestión de cómo llegará tu parásito a la Paja. Dudo que la Marina permita que vaya alguna nave hasta allí.
—Hablé con el tío Bruno esta mañana —reveló Glenda Ruth.
—¿Eh?
—La protoestrella. Cuando se active, los pajeños escaparán. Debemos hacer algo antes de que eso suceda. Estoy segura de que el almirante Cziller ahora mismo se encuentra hablando con todos sus compañeros de promoción.
—¿Se moverá algo pronto?
—Claro que no. Esparta no funciona así. Habrá que discutirlo en la Marina, luego en Palacio, y después entrarán en juego los políticos.
—Por fortuna quizá no se colapse pronto. ¿O Jock sabe algo?
Ella sacudió la cabeza.
—No lo sabe, y no habría podido saberlo. Puede que Iván conociera cosas que se suponía nosotros no debíamos averiguar, pero Jock y Charlie, jamás. Además. Iván no era un astrónomo. Era imposible que lo fuera. Los Guardianes por lo general no son curiosos.
El camarero trajo el almuerzo. Glenda Ruth habló durante toda la comida, sonsacando a Renner, hasta que éste se dio cuenta de que casi le había contado todo lo que alguna vez hubiera pensado sobre la Paja.
«Es una oyente malditamente buena. Le interesa lo que dices. Claro que sí… es difícil distinguir entre una actuación y algo que no lo es. Quizá nada de su actitud lo sea.»
Ella aguardó hasta el postre para decir:
—Bruno comentó que deseaba poder ir contigo. A la Paja.
—No vamos a ir a la Paja. Sólo hasta el Escuadrón de Eddie el Loco…, quizá ni siquiera hasta allí, si tu padre no levanta el veto. Sabes que está bloqueando el viaje. ¿Puedes hablar con él?
—Puedo hablar. No servirá de nada. No me escuchan mucho. Pero lo intentaré…; si logro que papá dé su consentimiento, ¿puedo ir contigo?
Renner consiguió bajar la taza de café sin derramar nada.
Glenda Ruth miró desafiante a su madre.
—De acuerdo. No dejaréis que Kevin y Horace Bury vayan. No iré con ellos. Iré con Freddy.
—¡Freddy!
—Por supuesto. Tiene una nave.
—Y bastante buena —comentó Rod Blaine. La mirada de Sally le silenció antes de que pudiera decir nada más.
—No vas a atravesar media galaxia con ese…
Glenda Ruth ladeó la cabeza.
—¿Freddy? No puedes quejarte de su posición social. Su familia es tan importante como la nuestra. También casi igual de rica. Fuimos más allá de la luna durante una semana en las vacaciones de primavera. Entonces no te pusiste a buscar enloquecida un insulto apropiado.
—Él… —Sally se contuvo—. Es un poco distinto estar en una nave pequeña durante meses.
—Si lo que te preocupa es mi reputación, podemos llevar a un chaperón. O a una de mis amigas del Instituto. Jennifer. Y a su madre.
—Eso es absurdo. Jennifer no se lo puede permitir.
—Yo sí, madre. Cumpliré dieciocho años dentro de dos semanas, y dispondré de mi propio dinero. El tío Ben me dejó bastante, ya lo sabes.
Rod y Sally intercambiaron miradas.
—¿Qué tiene que decir al respecto el padre de Freddy? —inquirió Sally.
—En cuanto a eso, ¿se lo has preguntado a Freddy? —intervino Rod—. Sé que no se lo has preguntado a Bury.
—No cree que deba preguntárselo a nadie —dijo Sally.
Glenda Ruth rió.
—Freddy estará encantado de llevarme a cualquier parte, y lo sabéis. Y a su padre no le importa lo que haga mientras no se aliste en la Marina.
—Algo que no hará —dijo Rod.
—Porque sabe que allí no servirá para nada —comentó Glenda Ruth.
Sally agitó la cabeza.
—No sé qué ves en Freddy Townsend…
—Tú no, madre. No es un héroe como tú, o como papá. Pero me gusta. Es divertido. Y a Jock le cae bien.
—Debe gustarte mucho si estás dispuesta a encerrarte en su yate durante varios meses —indicó Rod—. Y no creo que lo hicieras para un viaje a Santa Ekaterina. Cosita…
—Por favor, no me llames así.
—Lo siento, Princesa.
—Sigue adelante y retuércete, milord, pero tarde o temprano tendrás que pensar en mí como una adulta. Dos semanas de práctica, milord Blaine.
Blaine se recuperó deprisa, aunque durante un instante había quedado golpeado.
—Glenda Ruth —dijo—, sé por qué Bury quiere ir a Nueva Caledonia. Desea inspeccionar la Flota de Bloqueo. Pero ¿por qué tú? ¡La nave de Freddy no puede ir hasta el punto de bloqueo! Se encuentra dentro de una estrella, y la última vez que le eché un vistazo ese yate no tenía un Campo Langston.
—Quiero ver a mi hermano. No he de visitar la Flota de Bloqueo para eso. Él va a Nueva Cal dos veces al año.
Sally resopló.
—Hermano. Lo que quieres es ir a la Paja.
—Chris también querría —indicó Rod—. Pero ninguno de vosotros va a hacerlo.
—Es persuasiva —comentó Sally—. Y también Chris. Juntos…
—Juntos o por separado nuestros hijos no van a convencer a la Marina para eso —dijo Rod—. Prin… Glenda Ruth, esto es una tontería. Estás trastornando a tu madre. No vas a ir a Nueva Caledonia.
—Sí que iré. No quiero empezar una pelea grande, pero, de verdad, ¿cómo podréis detenerme? Dentro de dos semanas dispondré de mi propio dinero. —Sonrió—. Por supuesto, podría casarme con Freddy…
Sally se mostró horrorizada; luego se rió.
—Si lo hicieras te estaría bien merecido.
—De todos modos, no tengo por qué hacerlo.
—Ya te han aceptado en la Universidad —apuntó Sally.
—Sí, y asistiré, pero no ahora mismo —Glenda Ruth se encogió de hombros—. Un montón de chicos cogen un
Wanderjahre
antes de empezar el colegio. ¿Por qué yo no?
—De acuerdo. Seamos serios —dijo Rod—. ¿Por qué?
—Me preocupan los pajeños —repuso Glenda Ruth.
—¿Por qué habrían de preocuparte los pajeños? —preguntó Sally.
—Política. Creciendo en esta casa, he visto un montón de política delante de mis narices. Cuando el Parlamento empiece a debatir el coste de la Flota de Bloqueo, podrá suceder cualquier cosa. ¡Cualquier cosa! Suponed que consideren que cuesta demasiado. No sólo van a retirar a la flota de vuelta a Nueva Cal. Sabéis que no. Van a… —calló.
—¿Van a qué? —inquirió Sally.
—Llamarán a Kutuzov —su voz no fue más que un susurro.
Sally frunció el ceño y miró a Rod.
Éste se encogió de hombros.
—El almirante se retiró hace mucho. Es bastante viejo. Tanto como Bury, creo. Lo último que supe de él era que aún seguía en activo en la política de Santa Ekaterina, pero no viene aquí.
—Él organizó Humanidad Primero —dijo Glenda Ruth.
Rod frunció el ceño.
—No sabía que él estuviera detrás de ese grupo. ¿Cuán cierta es esa información?
—Me lo contó Freddy, pero tuve la oportunidad de confirmarlo. Sir Radford Bowles habló en nombre de Humanidad Primero en el simposio de la Universidad de Esparta. Freddy me llevó. En el té que se dio después discutí con él. Le observé bien. Ha cogido algunos de los hábitos del almirante Kutuzov.
Rod sacudió la cabeza, sonriendo.
—Yo destrocé la primera sonda pajeña, de modo que la Liga de la Humanidad quiso mi pellejo. ¡Ahora esa caterva de Humanidad Primero quiere usar las investigaciones del Instituto Blaine para aniquilar a los pajeños!
—No se trata de que tú no puedas ganar —comentó Glenda Ruth—. Son los pajeños los que perderán. Y no hay motivo para ello.
—No hay ningún pajeño —dijo Rod.
—Papá…
—No como tú lo expones. Hay montones de pajeños, de acuerdo. Un planeta lleno de ellos. Más en los cúmulos de los Puntos Troyanos y en las lunas de la gigante gaseosa. Pero no hay una única civilización pajeña, Glenda Ruth. Nunca la hubo, nunca la habrá. Cada Amo es independiente.
—Lo sé.
—A veces me pregunto si es verdad.
—¡Papá, sé más de los pajeños que tú! He leído todo, incluyendo tus interrogatorios, y crecí con pajeños.
—Sí. Tuviste a los Mediadores pajeños como amigos y compañeros. A veces me pregunto si eso fue una buena idea —indicó Rod—. A tu madre no le gustó mucho.
—Lo acepté —dijo Sally—. Glenda Ruth, piensas que sabes de los pajeños tanto como nosotros. Quizá tengas razón. Aunque quizá no. Sólo has conocido a tres de ellos. Y únicamente a dos bien. Y quieres jugar con las vidas de toda la especie humana…
—Oh, madre, para ya eso. ¿Cómo voy a jugar con algo? Ni siquiera puedo llegar a Paja Uno. Papá lo sabe.
Rod asintió.
—Es bastante difícil. La Flota de Bloqueo está ahí tanto para mantener a los comerciantes imperiales fuera como para mantener a los pajeños dentro. Lo que está claro es que no irás a la Paja en el yate de Freddy Townsend.