—No.
—¿Después de veinticinco años?
—Puede que no me hubiera gustado. Tengo que vivir con él, Bruno. —La pregunta es: ¿por qué debería involucrarme?
—Aún no he pensado en esa parte.
Llegó el café.
—Leche de verdad —comentó Renner.
Cziller esbozó una leve sonrisa.
—Me encantaría acostumbrarme a la leche básica de protocarbono si pudiera volver a salir al espacio.
Renner estudió su café durante un momento.
—Mire, ¿le digo a Bury que usted ya me rechazó, de modo que no tenga que pasar dos veces por lo mismo?
—Sí —repuso Bruno.
Y se dedicaron a hablar de otras cosas.
—Suave —afirmó Jacob Buckman.
Horace Bury alzó la vista en perplejidad momentánea, luego asintió. La transición a la ingravidez había sido bastante suave, pero Bury estaba acostumbrado al manejo diestro de Renner del transbordador. Sintió unas aceleraciones ínfimas, después la campanilla anunció que se hallaban acoplados con el
Simbad
. La escotilla de conexión se abrió. Un tripulante llevó un cabo de remolque desde el
Simbad
al transbordador y lo aseguró.
—Todo en orden, Excelencia —dijo.
Bury aguardó un momento para permitir a Nabil y a sus ayudantes salir primero; luego, se liberó de su sillón. Era estupendo volar libre de la silla de viaje.
—Bienvenido —dijo—. ¿Alguien desea ayuda?
—Gracias, Excelencia —repuso Andrew Calvin Mercer.
Se desabrochó el cinturón de seguridad del asiento y se dejó flotar hacia el centro del compartimento de pasajeros. Cogió el cabo de remolque y se impulsó a la nave.
Bury le siguió. Al hacerlo, la escotilla que daba a la cabina del piloto se abrió. Cziller y Renner salieron.
—Mis felicitaciones, Kevin —dijo Bury—. El doctor Bucktrian recalcó la suavidad de nuestro viaje.
—No ha sido obra mía —indicó Renner.
—Supongo que no he perdido toda mi destreza —comentó Cziller con satisfacción.
De hecho, había poco que hacer para los humanos aparte de darle instrucciones a la computadora. ¿O no?, se preguntó Bury. ¿Había volado Cziller con control directo? ¿Se lo habría permitido Renner dado quien era su pasajero? «Sí. Sí lo habría hecho.»
Se agarraron a unos asideros mientras el
Simbad
se elevaba rotando. Luego Bury abrió el camino hacia el interior, moviéndose con fluidez, si no con rapidez, en el sesenta por ciento de gravedad estándar. Aaah.
—Cuando tenía veintiséis años —dijo a nadie en particular—, los nativos de Huy Brasil se opusieron a algunas de mis políticas. Me atacaron en el desierto al este de Beemble Town. Les gané en llegar a la ciudad, doblé por algunos callejones y regresé al desierto dirigiéndome a mi transbordador. Corrí más que todos ellos. A veces sí que echo de menos ser joven.
—Amén —concluyó Cziller.
—En una ocasión tuve que correr más que un terremoto —comentó Buckman—. Bajé y salí del laboratorio antes de que se derrumbara sobre mí. Creo que todavía podría hacerlo. Corro todos los días. —Se detuvo—. Es espacioso. Sabía que eras rico, Bury.
El salón del
Simbad
era grande. Dos barandillas en un nicho en el suelo atravesaban el centro, con sillas y sillones a cada lado.
—Por favor, siéntense y considérense en su casa —dijo Bury—. Hazel tomará nota de sus bebidas.
Bury tendía a contratar a mujeres de gran belleza. No era su primera prioridad, pero podía ayudar a que una transacción de negocios saliera mejor. Mercer miraba a Hazel cuando comentó:
—Bury, me gusta su nave.
—Gracias. Es mas espaciosa que lo que parece. Puedo acoplarle un compartimento del tamaño de este salón y abrir toda esa zona oval del suelo, que es el lado del casco, por supuesto. Los camarotes no se vuelven más amplios, aunque no se pasa todo el tiempo en ellos.
Mercer rió.
—Me sorprende que se moleste en ir a hoteles.
—No siempre es elección nuestra —dijo Renner—. Aduana no es todo el tiempo tan eficiente como lo fue hoy.
—Ah. Hazel, ¿qué nos recomienda?
—Tenemos un buen surtido de vinos, milord.
Mercer sonrió con amplitud.
—Justo lo que he echado de menos en Esparta. ¿Jerez seco?
—Para mí también —pidió Cziller—. Kevin, ¿siempre vive así? Yo no he disfrutado de un jerez decente en cinco años. —Se estiró—. ¿Tiene buenas piernas la nave?
—No están mal —repuso Renner—. No es un crucero de batalla, pero podemos conseguir una gravedad completa durante mucho recorrido. El depósito expulsable encaja detrás de la cabina añadida, y casi duplica nuestra velocidad delta.
—Y, por supuesto, no dispondrá de un generador de Campo Langston en el sistema de Esparta —apuntó Cziller.
—La Marina a veces aprueba licencias para la posesión privada de generadores de Campo —indicó Renner—. Fuera de la Capital. Una de las naves ingenieras de Bury vendrá a nuestro encuentro.
—Es conveniente —comentó Bury con suavidad—. Nos estábamos quedando cortos de café Sumatra Lintong. —Observó a Mercer y creyó detectar envidia—. ¿Partirá hacia Nueva Caledonia pronto, milord? —preguntó.
—Hay una nave de pasajeros de las Líneas Hamilton que sale en tres semanas —contestó Mercer—. O puedo ir con el escuadrón de relevo de la Marina el mes próximo. Aún no lo he decidido.
Bury asintió con satisfacción.
En punto 6 g, la comida se quedaba en los platos, el vino permanecía en las copas.
Mercer había tenido una úlcera en 3037 y una recurrencia en 3039. La medicina moderna podía eliminar esas cosas; pero nadie podía curar un estilo de vida de alta presión. Y Bury era viejo, y también Buckman. Para ellos el cocinero del
Simbad
preparó un pollo suave al curry.
Cziller había solicitado un dragón marino, un animal espartano de mar que respiraba aire y que aparecía en las listas de especies en peligro de extinción. Los dragones de mar se criaban en una pequeña bahía de Serpens. Estaban a la venta, pero el precio era alto. Renner también lo tomó. No tuvo que pedirlo. Sus gustos eran conocidos: comería cualquier cosa que pudiera pronunciar.
—Está bueno —alabó—. Bueno de verdad. ¿Fueron cazados hasta su extinción?
Cziller terminó de masticar y dejó el tenedor con una sonrisa amplia en la cara.
—No lo tomaba desde que nos invitaron a Palacio. No, no fue por exceso de captura. Las orcas han aprendido a cazar a los dragones marinos, pero tampoco fue por eso. En su mayor parte, ahí abajo hay un montón de océano y poca tierra. El último paso del Menalaus fue muy próximo, el océano se calentó demasiado para ellos, la planta termal del mar del Oeste estaba agitando las aguas, los peces que comían decrecieron, y de pronto los dragones de mar fueron muy escasos. Podría haber sido peor, pero el viejo barón Chalmondsley se interesó en ellos. Ahora la Universidad está encima del problema. Eh, Kevin, ¿qué comió en Paja Uno?
—En su mayor parte provisiones de la nave, y leche de protocarbono, pero los pajeños nos encontraron algunas cosas. Había un melón interesante. No trajimos nada de vuelta, desde luego —Renner dejó el tenedor—. Nada. Santo cielo, podríamos haber cubierto el casco de la Lenin con regalos. ¿Qué habrías traído tú, Bury?
«Te la devolveré en los dientes, Kevin.»
—Consideré coger Relojeros pajeños. Pensé que serían mascotas maravillosas. Eso fue antes de que destruyeran el crucero de batalla de Su Majestad, el
MacArthur
. Después intenté persuadir al almirante para que lo quemara todo.
—Mis archivos dicen que obtuvo unos buenos beneficios de los superconductores y los filtros —indicó Mercer.
—Los habría vaporizado.
—¿Qué habría traído usted, Jacob? —preguntó Renner.
—Información —contestó el astrónomo con brusquedad—. Eso el almirante no lo prohibió.
Cziller asintió.
—La Protoestrella de Buckman. Kevin, ¿consiguió usted algo bautizado en su honor?
—No.
—¿Qué habría traído de vuelta usted?
—Arte. Quise la escultura la
Máquina del tiempo
mucho antes de que supieramos que eran esos demonios. Deseaba un cuadro en especial… el que mi Fyunch(click) llamó el
Portador de mensajes
. Otra cosa que deberíamos haber notado. Hay una subespecie de Mensajeros, y todavía los mantienen. Cuando los ciclos se invierten y todas las comunicaciones sofisticadas de los pajeños se colapsan, aún están los Portadores de Mensajes.
—Usted dijo información, doctor Buckman —comentó Mercer—. Tengo entendido que a los pajeños no se les permitió llevar ninguna unidad de almacenamiento de datos, pero seguro que usted recogió lo suyo.
—Lo que pude —repuso Buckman.
—Por supuesto, los mismos pajeños son unidades bastante sofisticadas de almacenamiento de datos —intervino Renner.
—Una razón por la que no han desarrollado mucho la tecnología de la información —aseveró Buckman—. Las cosas se desmoronan tan a menudo…
—¿Más vino, milord? —preguntó Bury, y le hizo una señal a Hazel para que abriera otra botella.
Podría haber ordenado que subieran fruta fresca, pero Bury quería exhibir la cocina del
Simbad
. El postre fue un conjunto de pasteles servido con café negro. Bury observó a Mercer con satisfacción. Un comedor de oficiales de la Marina no ofrecía nada parecido. El mejor alojamiento de una nave de pasajeros de las Líneas Hamilton sólo era capaz de competir con el
Simbad
, y el crucero realizaba escalas en cuatro planetas antes de llegar a Nueva Caledonia.
—Por supuesto, si ese joven cachorro de Arnoff se sale con la suya, se llamará Protoestrella de Arnoff —dijo Buckman.
Renner rió.
—¿Qué? Pero si fue su descubrimiento. Quiero decir, Jock podría argüir que deberían llamarla Protoestrella de Jock, pero en cuanto a los humanos…
—¿Perdón? —interrumpió Mercer—. He estudiado los registros de la expedición a la Paja, pero se me debe de haber pasado por alto ése.
—No me extraña —dijo Renner—. Mire, desde el sistema de la Paja se tiene una vista bastante profunda del Saco de Carbón. Mientras el resto de nosotros nos ocupábamos del súbito hecho de la existencia de una especie inteligente más vieja que nosotros, el doctor Buckman descubrió un coágulo en el Saco de Carbón. Fue capaz de demostrar que se trata de una protoestrella. Es un espesamiento del gas interestelar que está a punto de colapsarse bajo su propio peso. Un sol nuevo.
—Jacob, ¿de qué se trata? —preguntó Bury.
—Oh, ese joven idiota cree que me equivoqué en todo, que la protoestrella va a comenzar a arder en cualquier momento.
—Pero seguro que tú lo habrías sabido —protestó Bury—. Disponías de los instrumentos de observación de la
MacArthur
.
—Parte de los datos se perdieron cuando abandonamos la nave —le recordó Buckman—. Aunque no fue así.
Uno de los motivos por los que a Bury le caía bien Buckman era porque sus intereses resultaban muy distintos. Era un hombre al que Bury no podía usar. Se podía relajar cuando estaba presente Buckman.
De hecho, Bury le estaba prestando más atención a Mercer. Pero notó el modo en que las manos de Renner de pronto apretaron los bordes de la mesa.
—¿Qué? —preguntó Kevin.
—Algunos de los archivos de observación fueron transmitidos a la
Lenin
—respondió Buckman—. Entonces había Relojeros por toda la
MacArthur
y la información llegó en una sola tanda. Hace más o menos un año le hacían mejoras a la
Lenin
cuando descubrieron los archivos —Buckman se encogió de hombros—. Nada que yo considerara nuevo, pero ese sujeto, Arnoff, cree que tiene lo suficiente para establecer una nueva teoría.
—Jacob —dijo con suavidad Renner—, ¿no le gustaría vivir para verlo convertirse en una estrella?
Buckman se movió incómodo.
—Bueno, quedaría como un tonto, pero… de todos modos es imposible. A veces parece injusto. Mi Fyunch(click) creía que la quema de fusión comenzaría dentro de los próximos mil años. Desde entonces he repasado de manera repetida mis observaciones, y me parece que tiene razón. Me acerqué hasta ahí.
—Un Mediador. Tu Fyunch(click) en realidad no era un astrónomo. Era un macho, ¿verdad? Un macho sería demasiado joven para haber tenido práctica en algo.
—Los Mediadores aprenden a pensar como sus objetivos. El mío era un astrónomo, Kevin, por lo menos para cuando nos separamos.
—Mmh, mhh. ¿Conoce la Marina las teorías de ese Arnoff? —inquirió Renner.
—Supongo que alguien en la Oficina de Investigación observa las actualizaciones de los archivos de astrofísica —repuso Buckman—. ¿Por qué la Marina?
—¡Mierda de Gebil! ¡Doctor, debe aprender a mirar fuera de su especialidad!
—¿Kevin? —demandó Bury.
—Si la protoestrella arde, tendremos nuevos senderos Alderson —dijo Renner.
—No sucederá —protestó Buckman.
—Un momento —pidió Mercer en voz baja—. Sir Kevin, ¿podría explicarse?
—Quizá deba disertar.
—Por favor, hágalo.
—Muy bien. Las naves viajan a lo largo de las líneas Alderson. Las líneas se forman entre las estrellas, en paralelo a líneas de flujo equipotencial. No explicaré eso, lo estudiaron en la secundaria, pero quiere decir que no se forman entre todas las parejas de estrellas. No todas las líneas sirven, porque si las densidades del flujo no son lo suficientemente altas, no llevarán nada lo bastante grande como para tener un impulsor a bordo.
»La Paja está ahí, con el Saco de Carbón de un lado y la supergigante roja, el Ojo de Murcheson, del otro. El Ojo es grande y brillante. Tan brillante que la única línea útil desde la Paja no sólo es en dirección al Ojo, sino que termina dentro de la supergigante. Es difícil para los pajeños tratar de usar esa línea. El bloqueo está para hacérselo todavía más difícil.
»Cuando la Protoestrella de Buckman arda, creará nuevas líneas.
—¿Hacia dónde? ¿A quién debo preguntárselo?
—Maldición si lo sé —repuso Renner—. Al doctor Buckman, quizá. Depende de los niveles de energía después de la ignición.
—Pero los pajeños podrían escapar —Bury tenía activada la manga de dignóstico. Mostraba que se hallaba notablemente tranquilo, teniendo en cuenta la situación. Como si siempre hubiera sabido que escaparían.
—Sí —dijo Renner.
Mercer captó la atención de Hazel.