Ya solo quedaban ocho (¡otra lista!): un gorila, una calavera fluorescente, Jimmy Carter, el doctor Spock, Bozo el payaso, Cher, Cara de Cuero y el doctor Richard Surtees, en cuya mesa yacía la máscara de Sadam Hussein.
—¿Elegiste esa? —le preguntó Amy a Surtees.
Él le confirió una sonrisa transigente.
—De hecho, fue arrojada sobre mí —dijo él.
—Como la grandeza en sí misma —añadió el hombre con la calavera fluorescente.
—¿Eres tú, Frank?
—No te lo voy a decir…
Amy estaba pasándoselo bien. Les caía bien. También había sido popular con varios grupos anteriores, pero nunca tan pronto en el semestre. Lo mejor de todo aquello es que todos se sentían a gusto con los demás, algo que era esencial para un taller productivo. Pero ya se les habían escapado quince minutos y tenía que empezar con la clase. En poco tiempo desenmascaró a Frank Waasted, Syl Reyes (Cara de cuero), Tiffany Zuniga (el doctor Spock) y Rick (Cher) Buzza. Lo más probable era que Dot Hieronymus fuera el gorila macho espalda plateada. Dot estaba sonriendo cuando se quitó la máscara.
—Nunca me había sentido tan poderosa —dijo.
—Muy bien, chicos —dijo Amy mirando a Jimmy Carter y a Bozo el payaso, que tenían que ser Harry B. y Marvy, sentados juntos en la fila de atrás. Amy no recordaba haber visto nunca a Harry Blasbalg en vaqueros, ya que parecía que siempre venía a clase directamente desde la oficina, pero ambos, Jimmy Carter y Bozo llevaban tejanos, así que obviamente Harry hoy venía vestido de manera informal.
—Ahora será mejor que empecemos con
Murphy Gonzalez y el anca de rana
, pero no vamos a hacerlo de incógnito —dijo extendiendo los brazos hacia ellos como si fuera una directora de orquestra—. Vosotros dos, quitaos por favor las máscaras.
Solo Amy vio lo que sucedió después, toda la escena, porque solo ella miraba de frente a la pared de atrás. Lo primero que sucedió fue que Jimmy Carter puso un brazo alrededor de Bozo y levantó la mano derecha por encima de su cabeza. Casi inmediatamente, lo segundo que ocurrió fue que Bozo el payaso se derrumbó hacia un lado, hacia Jimmy Carter, y se deslizaba sin fuerzas entre sus brazos y hacia el suelo mientras Jimmy gritaba ¡Oh, no!, con la voz de Marvy Stokes. En ese momento la puerta se abrió y Harry Blasbalg entró anunciando:
—Houston, tenemos un problema.
La capacidad de reacción de Amy fue tremendamente lenta. Visualizó cada imagen a cámara lenta como si se tratara de banderas rojas ondeantes. Para cuando se hubo recuperado de la primera, la segunda ya había pasado zumbando dejando su propia imagen consecutiva, de forma que no pudo muy bien acercarse para encarar la imposible visión de Harry Blasbalg sin uniforme, de pie en la entrada, con una expresión seria en su rostro sin máscara. ¿Cómo podía estar Harry ahí, cuando al mismo tiempo estaba allí siendo abrazado por Marvy? ¿Y por qué? ¿O acaso era Harry el que abrazada a Marvy? ¿Por qué había alzado la mano? ¿Qué sucedía entre Harry y Marvy? ¿Y quién era el responsable? ¿Sostenía algo en la mano que había alzado? ¿Cómo podía estar Harry en dos sitios a la vez? ¿Sostenía un cuchillo? ¿Qué quería decir con «Houston, tenemos un problema»? ¿Podía ser todo esto una broma pesada? ¿Y quién demonios era Bozo el payaso?
A pesar de que resultara algo infantil, Amy siempre se había imaginado que en sus clases, aunque de forma distante, ostentaba de forma poco precisa un papel paternal. De hecho, en más de una ocasión había albergado la fantasía, aprovechando la ocasión, de experimentar una amenaza descabellada en clase en la que se veía suscitando la calma con autoridad entre nubes de humo negro, negociando con terroristas, interceptando una bala destinada a su alumno más talentoso, o al más inepto, dependiendo del tono de la fantasía. Desde su niñez, siempre había albergado fantasías heroicas que habían perdurado hasta su prometedora juventud, sus matrimonios, sus meteduras de pata y hasta el momento actual. Ahora, en su madurez, ansiaba más que nunca ser una heroína. Una gran oportunidad melodramática que se le obsequiara, como en una mañana de Navidad, para redimir su vida. A veces pensaba que sería como ganar la lotería, pero una lotería moral. Mismamente la noche anterior, cuando intentaba dormir, se había imaginado a sí misma, indefensa como de costumbre, cuando un tipo peligroso (¿el francotirador?, ¿Herman U. Ticks?) aparecía en una puerta idéntica a la que había ocupado Harry Blasbalg. Aquel bellaco iba armado hasta los dientes dispuesto a hacer una masacre, pero la hábil Amy salvaba la situación al taparle la cabeza con una papelera metálica y arrojarlo contra una silla.
Ahora la ingeniosa y hábil Amy estaba paralizada, boquiabierta, mientras todas las demás personas en la clase se comportaban, si no de forma heroica, al menos como adultos racionales. Dejaron paso para que el doctor Surtees pudiera acercase a ver al payaso siniestrado sobre quien, incluso Harry, estaba inclinado solícitamente. La profesora reunió fuerzas para decir:
—¡Esperad! —gritó. Todo el mundo la miró—. ¡No sabemos quién es! Todos la miraron como si estuviera loca.
Bueno, naturalmente, ellos no sabían nada del francotirador. Amy estaba empezando a comprender que el francotirador estaba, de alguna manera, involucrado en todo aquello, así que miró a Carla en busca de apoyo, pero la mujer estaba arrodillada junto al payaso. Surtees agarraba la máscara por la mata de pelo rojo, de la que, al tirar, salió de pronto una espesa melena rubia tan rizada como la de Bozo.
—¡Dios! —dijo Carla—. Mirad su cara.
Marvy, Jimmy Carter, se inclinó sobre su cabeza y agitó suavemente al payaso maltrecho.
—Cariño, ¿estás bien?
—Está volviendo en sí —dijo Surtees—. Parece que ha sido una reacción alérgica.
Amy finalmente consiguió moverse y pasar por el lado de Chuck y Tiffany para quedarse detrás del doctor, que permanecía arrodillado. La mujer yacía de espaldas, metida entre dos sillas. Parecía ser una mujer atractiva de aspecto atlético y tenía pinta de ser una de esas mujeres que no utilizan maquillaje, cuando, claro estaba, no se encontraba bocabajo con un sarpullido por toda la cara.
—Perdonad —dijo Amy—. ¿Puede alguien decirme quién es esta pobre mujer?
—Hola —dijo la susodicha alzando la vista del suelo—, soy Cindy Stokes.
Amy, la pardilla de la clase, entendió por fin al menos la primera parte de la escena.
—Eres la mujer de Marvy —dijo. Y todo el mundo lo sabía excepto ella.
—Quería que conociese a mis compañeros —dijo Marvy.
—Lo siento mucho —dijo Cindy incorporándose lentamente—. Nunca antes me había pasado algo así.
—¿Ha sido el látex? —preguntó alguien.
—Probablemente —respondió Surtees—. ¿Sientes algún tipo de dificultad o problema al respirar?
—No. Simplemente sentí un tremendo escozor en los labios y las mejillas. Después me vine abajo como un pelele.
—Me has dado un susto de muerte —dijo Marvy mientras la ayudaba a ponerse en pie—. Estaba a punto de presentarte a Amy cuando, de repente, ¡bum!
Eso explicaba que hubiera alzado la mano. Una mano desprovista de cuchillo…
Lo único que le quedaba por averiguar era la enigmática advertencia de Harry. Una vez hubiera resuelto eso, Amy tenía intención de tirarse a un pozo. Nunca se había sentido tan avergonzada.
Después de que Cindy hubiera vuelto del baño, con el sarpullido en apariencia remitiendo, y se sentara junto a su marido, el alboroto empezó a dar paso a la calma. La clase miraba a Amy con una expectación que ella no entendía muy bien. Chuck siempre la miraba como si especulara, como si estuviera intentando entenderla. Pero ahora se sentía como si la estuvieran examinando con lupa. Estaba claro que les debía una disculpa, pero ¿cómo iba a ser capaz de enunciarla?
Chicos, sé que esto no tiene buena pinta, pero veréis, uno de vosotros, alguien que ni siquiera sé quién es, realmente es una persona desagradable y peligrosa, posiblemente un trastornado mental, y cuando el payaso misterioso cayó al suelo, por qué, obviamente, yo
…
—Damas y caballeros —empezó—, hay algo que debo contaros. —Todo había acabado. Iba a perderlos, al igual que a su miserable trabajo.
—Sí —dijo Carla—. Hay algo importante que no sabéis sobre Amy.
Sí. Soy una paranoica imbécil, inútil e irresponsable
.
—Cuando vi al pa… cuando vi a la señora Stokes desvanecerse, yo…
—¡Fue Bozo el payaso! —dijo Carla.
—Bueno sí. —Amy miraba fijamente a Carla, que también la miraba directamente a los ojos de forma significativa.
—Es totalmente culpa mía —dijo Carla—, porque cuando cogí las máscaras me olvidé por completo.
—¿De qué?
—De tu coulrofobia.
—¿Su qué?
Carla se dio la vuelta y se dirigió a la clase.
—A Amy le han diagnosticado clínicamente fobia a los payasos. Una fobia atroz.
Dot levantó la mano.
—¡Oh, yo también la padezco! Pero ni siquiera sabía que tuviera un nombre.
Amy intentó controlar la risa. ¡Qué chica tan lista! Para su sorpresa, todos parecían creérselo, o al menos parecían contemplar la posibilidad. ¿Qué era la fobia atroz a los payasos? ¿El miedo a ser agredido por Emmett Kelly?
[6]
Ni siquiera Surtees parecía escéptico. Ahora todos charlaban acerca de lo terroríficos que eran los payasos (aparentemente a nadie le gustaban) y ofrecían diversas variantes de sus propias fobias. Ginger dijo tener un miedo atroz a los mimos. Ricky Buzza pareció estar un buen rato cavilando sobre algo, pero después se animó:
—Ahora lo entiendo —dijo—. Fuiste capaz de controlarte hasta que el payaso empezó a actuar de forma extraña.
—Exacto —dijo Amy—. Ahí fue cuando perdí los nervios. Por eso quiero pediros disculpas a todos, y especialmente a Cindy. —Empezaba a sentirse más cómoda cuando de repente se acordó de Harry Houston. Amy suspiró—. Harry, cuando entraste, ¿qué quisiste decir con «Houston, tenemos un…»?
—Serio problema de aparcamiento. Y no deberíamos tolerarlo. Estas clases cuestan un montón de dinero y esta noche he tenido que aparcar a casi un kilómetro de distancia.
De repente, Amy se sintió más feliz de lo que había sido en años.
—Harry, tienes toda la razón —dijo—, y si quieres demandar a esos bastardos, cuenta conmigo. Mientras tanto vamos a empezar con Murphy Gonzalez.
La narrativa juvenil siempre resultaba difícil. Los alumnos tendían a aprobar cualquier cosa basándose en la teoría, no analizada, de que los niños y jóvenes no son tan exigentes en sus hábitos de lectura como los adultos y por lo tanto cualquier cosa resulta válida con tal de que sea lo suficientemente simple y optimista. Obviamente, esto era falso. En cuanto a Amy se refería, los estándares para escribir buena narrativa de ficción eran los mismos con independencia de la edad del público al que se quisiera llegar. Al trabajar narrativa juvenil en clase, era típico que alguien siempre sacara a relucir cuestiones de «vocabulario específico para la edad, capítulos cortos y con garra, y temática adecuada», y esa noche no era una excepción.
Pete había escrito una pieza bastante agradable sobre un chico dulce y estrafalario cuyos problemas sociales, aunque predecibles, se presentaban y manejaban de forma enérgica e imaginativa. Murphy Gonzalez podría simplemente haber sido el típico personaje de los libros modernos para chavales, el ganso de aspecto extraño que, tropieza y cae sobre un recurso argumental oportuno, y alcanza la popularidad. Pero Murphy Gonzalez nunca llega a esa parte: al final está tan lejos de ser popular como lo está en la primera página. Incluso llega a perder a su novia, otra friki de las ciencias que forma una sección estudiantil de la asociación PETA, que deja a Murphy cuando este va a la feria estatal de ciencias con su presentación sobre la disección de ranas. Lo más sorprendente es que Murphy nunca llega a experimentar un cambio de actitud con respecto a sus ranas, que no le visitan en sueños ni hacen bromas sobre él en el banco del laboratorio. Sin embargo, tiene un loro gris africano llamado Margaret cuyas enigmáticas advertencias sí valora.
A lo largo del relato de Pete Purvis, de veintidós páginas, no se llegaba a ningún punto culminante. Durante todo el relato Murphy Gonzalez iba y volvía de casa al colegio una y otra vez, dentro y fuera de las escenas, distrayéndose constantemente por sus propios pensamientos. El relato necesitaba algunas correcciones, pero en general a Amy le gustó la historia. Para su fastidio, todos los demás, excepto Edna Wentworth, odiaban o permanecían indiferentes hacia la historia.
Dot Hieronymus fue la primera en arremeter contra varias cualidades «impropias de la edad» de la historia, y a este parecer se unieron Marvy y la señora de Marvy, quienes también tenían hijos (los de Dot ya eran mayores), y Tiffany, que al parecer había hecho algún curso estúpido sobre desarrollo infantil. El resto simplemente estaban siendo perezosos. Amy estaba especialmente decepcionada con Chuck y Frank, con quienes había empezado a contar para aportar críticas inteligentes en clase. Sus comentarios estaban siendo tan generales que Amy sospechaba que ninguno de ellos había seguido leyendo más allá de las primeras páginas. Estuvo tentada de echarles la bronca, no solo a ellos sino a la clase en general, por dar a Pete menos de lo que se merecía. Pero aún se sentía tan aliviada por la identidad de Bozo y el decepcionante anuncio de Harry que dejó la cuestión aparte.
Así que, por el contrario, le cedió el turno a Edna Wentworth, quien, como profesora de instituto, debería de haber sido un auténtico infierno, ya que señaló varios puntos complejos dando de lleno en el clavo. Elogió a Pete por evitar estereotipos, por su acertada elección de los nombres femeninos (Brittany, Ashley, Michelle, Megan, Demi) y por el cuidado que había puesto al detallar minuciosa y correctamente el proceso de disección de las ranas. Le explicó la diferencia entre «fatalidad» y «fatalismo» y que «Micheals» no era una grafía tan frecuente como «Michaels». Hizo todo el trabajo de Amy, incluyendo la resolución del misterio del vigilante de la cafetería.
—Hace un uso muy interesante de las palabras —explicó Edna—, que aparentemente proviene de la escuela primaria. Hacía unos diez años que no me topaba con este tipo de lenguaje. En primaria, los chavales personifican el sentido general de la palabra «turno» como el turno del patio, la cafetería o el comedor y lo aplican a la persona que supervisa o vigila ese turno. Debió de ser algo que surgió a partir de un chico y luego los demás lo pusieron de moda.