Había grandes problemas con
La buena mujer
. Problemas que empezaban sin duda al principio y coleaban hasta el final. En realidad, la señorita Hestevold le salva un día el pellejo a Alice cuando su marido regresa pronto a casa. La vieja lo llama y le hace señas para que suba colina arriba, entreteniéndolo el tiempo suficiente para que Alice pueda vestirse y echar al instalador por la puerta de atrás. Después, la joven mujer renuncia a su amante y vuelve a dedicarse por completo a su familia para ganarse el respeto de la vieja. Aunque no lo logra. Por el contrario, la señorita Hestevold juega al flautista de Hamelín con los dos hijos de Alice, haciendo que pasen más tiempo a su lado. Incluso el marido de Alice, aunque castamente, es seducido por la encantadora cacatúa. La historia termina con Alice sentada sola la tarde de Navidad, haciendo las paces con su suerte. «Alice finalmente había perdido la necesidad de confesar y compartía su familia con aquella sabia mujer que la odiaba».
Ginger Nicklow alzó la mano.
—Hay algo más en la señorita Hestevold que lo que vemos a simple vista —dijo—, y me gustaría saber qué es. Creo que la historia termina demasiado pronto. Es un final triste, incluso crudo, pero no me satisfizo. Le falta algo.
Aquel era un momento muy gratificante para Amy. Ginger, que siempre se había mostrado muy comedida, revelaba ahora su inteligencia analítica. Amy no podría haberlo expuesto mejor.
—Yo no creo que termine demasiado pronto —dijo Tiffany—, aunque pienso que el último párrafo quizá es demasiado sutil.
—¿En qué forma?
—Bueno, al final Alice ha perdido, ¿no? Se siente reprimida hacia el sexo. La vieja le ha hecho sentirse tan culpable que pierde por completo el sentido de culpa. Aprecio el hecho de que esto no esté explicado al detalle, pero creo que algunos lectores pueden pasarlo por alto, me refiero al hecho de que, al final, Alice esté loca.
—Espera un momento.
Todo el mundo habló a la vez. Gracias a Dios, nadie más excepto Tiffany había interpretado la historia de esa manera. Amy cruzó la mirada con Edna Wentworth, que se encogió de hombros y sonrió como si le estuviera queriendo decir:
Bueno, ¿qué esperabas de Tiffany
? Pero Amy había empezado a albergar ciertas esperanzas en ella y detestaba ver cómo se desvanecían.
—¿Debo entender que habéis leído esto como si fuera una historia con problemas de percepción?
Amy explicó que los relatos con problemas de percepción, que eran divertidos de escribir y mucho más divertidos de leer si uno se mantenía alerta, eran aquellos en los que el punto de vista del personaje malinterpreta los hechos clave de forma que realmente hay dos historias, una contada desde el punto de vista del personaje y la otra en la que el lector, alerta, ve desplegarse los hechos mientras mira por encima de su hombro.
—¿Asumís que Alice se equivoca por completo al sentirse tan culpable? ¿Y que la señorita Hestevold es una criatura maligna?
—Como en
La letra escarlata
. Sí.
—¡Oh! —dijo Amy.
Durante la última media hora Amy se ganó su mísero sueldo guiándolos a través de los caminos escabrosos de la intención del autor. Si Tiffany tenía o no razón, era algo más que una simple cuestión de opinión. Había evidencias que podían someterse a criba y ser analizadas. En el caso de
La buena mujer
nadie podía encontrar en ningún sitio pruebas o indicios de la irracionalidad de Alice. Ni tampoco de la concepción que el autor hacía del personaje de Alice como alguien en cierta forma un poco ido. Amy dijo que Alice se presentaba más o menos como una mujer joven normal y corriente cuyo sentido de la culpabilidad parecía bastante racional.
—Esto no quiere decir que queramos quemarla en la hoguera —dijo Amy, y tomó aire.
Y la quema durará para siempre
—. O que necesariamente encontremos su comportamiento con Calvin Hoving tan censurable como lo hace ella. Bueno, algunos de nosotros lo haremos y otros no. La cuestión está en que esta es la historia de Alice.
—Pero —dijo Ricky—, ¿no está abierta a distintas interpretaciones?
—Sí, pero hay que tener cuidado. Todos incluimos en nuestra lectura aquello que sabemos o creemos sobre la naturaleza humana, las leyes físicas y psicológicas, sobre el bien y el mal, etc. Sobre cómo funciona el mundo. Y lo que creemos ensombrece lo que leemos y así es como debe ser. Mi lectura de
Grandes esperanzas
no es la misma que, aun siendo el mismo libro, puedan tener Edna o Ginger. Pero hay que tener cuidado. Hay que coincidir con el autor en sus propios términos, y no puedes apartarte de ellos en aquellas partes que puedan alterar tu interpretación. Aquí, Tiffany está debatiendo que Alice está censurándose a sí misma en una especie de locura, pero yo no veo indicios de eso en este pasaje, por ejemplo:
Y lo peor de todo fueron las escalofriantes oleadas de puro placer carnal. No desaparecieron junto con Calvin Hoving, sino que aumentaron. Y no desaparecerían nunca, no importaba lo vieja o fea que Alice se volviera. Ella no tenía miedo a rendirse, sino a tener que soportarlas para siempre. Charlie, que una vez le resultó demasiado, ahora le parecía insuficiente. Dos hombres, ni siquiera doscientos serían suficientes. No había nada en el mundo que fuera suficiente para poder satisfacerla…
—¿Acaso no está enfrentándose aquí a su propia sexualidad? ¿No está en realidad lamentándose, no del hecho de que haya engañado a su marido, sino de que independientemente de lo bien que se comporte, sea literalmente insaciable?
—Es triste, eso es cierto —dijo Chuck—. Pero no está loca.
Edna dio las gracias a la clase y dijo que estaba de acuerdo con Ginger y Amy.
—Yo tampoco estoy satisfecha con el final —dijo, y prometió reescribirlo antes de que acabara el semestre.
Amy repartió los relatos para la semana siguiente, Halloween, y entonces, justo cuando estaban recogiendo sus cosas para marcharse, les pidió a Edna y a Harry que se quedaran un momento. Estaba preocupada por las críticas, considerando lo que le había sucedido a Marvy.
—Quiero intentar hacer algo nuevo —dijo Amy—. Si no os importa, me gustaría revisar vuestras críticas, las que acaban de entregaros, antes de que os las llevéis a casa. Es solo un segundo. Quiero ver si todo el mundo está haciendo su trabajo. —Amy les contó que, en el pasado, y no siendo del todo mentirosa, los alumnos se habían quejado de que la mitad de sus críticas no eran más que manuscritos sin marcar. Era por eso que quería comprobarlos, les dijo.
En la pila de Harold había solo once manuscritos, cosa que tenía sentido pues una persona había faltado a clase y, efectivamente, la mitad de ellos no estaban marcados. Chuck, Ginger, Surtees y Syl Reyes habían escrito sus comentarios y habían puesto sus nombres. Tiffany había firmado en la parte superior, pero no había incluido ningún comentario. Y había otros dos manuscritos sin firmar que tenían ¡Bueno! y ¡Agradable! escrito en los márgenes de varios sitios inapropiados. Eso era todo. Nada de ¡Eh, tonto del culo! ni ningún otro verso malicioso.
La pila de Edna contenía doce copias.
—¿Les has echado ya un vistazo? —preguntó Amy alegremente, y Edna dijo que no había tenido ocasión. La profesora inclinó la pila contra su pecho y hojeó los manuscritos intentando ocultar a Edna el contenido. Era como jugar al póker con cientos de cartas. Amy pensó que simplemente no podría soportar que alguien hubiera escrito algo desagradable a Edna Wentworth. Era obvio que la alumna podía cuidar bien de sí misma, pero ya estaba bien, y además Amy había tomado la determinación de rescatar a la clase de ese perturbado. Hojeó las copias de Tiffany, Chuck, Frank, Pete, Surtees, y ahí estaba, justo en el medio, una copia sin comentarios con media hoja insertada justo antes de la última página con un dibujo a lápiz. Era un dibujo crudo pero de gran efecto: una mujer mayor desnuda masturbándose con lo que parecía ser una pluma. Luego en mayúsculas, las letras «E. W». y debajo, «¡Puaj!».
—¡Adivina! —le dijo Amy a Edna—. Hay una copia de más aquí que no está marcada. ¿Te importa si me la quedo? Voy a darte la mía con mis comentarios. Realmente me gustaría quedarme esta para mis archivos, si te parece bien. —Y si a la mujer no le parecía bien, Amy iba a fingir, o de hecho experimentar, un infarto.
Pero no le pareció mal.
—Hasta luego —dijo Edna, y ella y Harold se marcharon juntos.
Hijo de puta
. ¿Qué iba a hacer?
Amy pasó los dos días siguientes hibernando. Dejó el teléfono móvil en el coche junto con los relatos de la semana siguiente, apagó el contestador y amañó el teléfono para que no sonara. El primer día encendió el televisor a las cinco de la mañana y lo estuvo viendo hasta media noche. Dado que las noticias eran tan alarmantes como su propia vida, evitó verlas excepto cuando retransmitían en un idioma que ella no entendía. Estuvo viendo un montón de canales a los que tenía acceso gracias al cable, incluyendo dos horas de competiciones académicas de instituto y cuatro de sermones descabellados. Vio los dibujos animados de la Warner Bros., la reposición de la serie
Más allá del límite
y un especial de las películas de Jimmy Stewart. El segundo día estuvo trabajando insertando biografías breves desde la hora del desayuno hasta la de la cena, y después de la cena volvió a conectar el teléfono.
Aún no tenía idea de qué hacer, salvo que no llamaría al personal de la universidad para informarles de lo que estaba pasando. Algo estaba sucediendo en su clase, algo malo que probablemente estaba convirtiéndose en algo peor, pero era algo que nadie en administración tenía capacidad para manejar. Estaba segura de que no se arriesgarían: disolverían el grupo, devolverían una parte del importe de la matrícula y se cubrirían las espaldas. Amy no quería que la clase se disolviera. Era un buen grupo, el mejor desde hacía años. Sabía que contaba con dos buenos escritores, Chuck y Edna. Todos ellos habían sido lo suficientemente entusiastas para asistir a las primeras clases, y hasta la fecha, nadie excepto Tiffany McGee, que se había dado de baja, había fallado en presentar su trabajo cuando estaba previsto. Que uno de sus miembros fuera un malévolo bromista, probablemente desequilibrado, era terriblemente triste para Amy, pero también, como ahora se admitía a sí misma, tremendamente interesante.
Al contrario que Carla, ella seguía sin mostrarse en absoluto entusiasta acerca de desenmascarar la identidad del graciosillo, aunque sabía que, eventualmente, tal vez lo haría, ya fuera a propósito o de forma accidental. A decir verdad, en realidad no quería saberlo. Cuando repasó la lista de clase, imaginándose a cada uno de los alumnos como el francotirador, primero empezó a tener sudores. Eran seres humanos, no personajes de ficción. Ella no le tenía antipatía a ninguno de ellos, ni siquiera a Surtees, y de hecho ya había empezado a tomarles cariño a unos pocos, entre ellos Marvy, Edna y Chuck, y también, por supuesto, a Carla. Incluso a Tiffany. Cuando trató de imaginarse a Dot Hieronymus, presidenta del comité de recepción del club mensual del libro, se sintió desleal, peor que desleal puesto que estaba reduciendo a aquella mujer, como diría Tiffany, a un mero objeto. Se sentía como un pornógrafo. Se preguntaba si los detectives se sentirían de esa forma. Probablemente no. Ellos no tenían que tratar con gente que ya conocían anteriormente.
Pero la malicia en sí misma, el hecho de querer actuar de esa forma, la disposición… era tremendamente interesante. Alguien en la vida real estaba comportándose como un personaje de una novela de misterio pasada de moda, al estilo de
Diez negritos
, en el que la contraportada, como es típico, enumera a los sospechosos habituales:
¿Quién estaba ejecutando a los huérfanos de Glandmoor? Podría ser…
¿Rodney Plank, un joven abogado agresivo cuyo árbol genealógico cuenta con más de una rama podrida? O…
¿Hermione Flange, una joven consentida asidua a los eventos sociales con un apetito insaciable de emociones fuertes? O…
Tiffany Zuniga, encantadora sufragista obstinada cuyas convicciones ideológicas quizá enmascaren… ¿una ortodoxia siniestra?
Cuanto más lo pensaba, más cerca estaba de creer que solo un escritor, o un aspirante a serlo, podía actuar de una forma tan literaria. Y además prestando tanta atención al estilo y al contenido. No había tenido dos incursiones iguales. Teníamos la agresión oral: el mensaje susurrante del contestador. La visual: el espantoso dibujo. El ataque crudo y bravucón a Marvy, y la hiriente malicia del poema. Si todas las actuaciones constituían un trabajo en desarrollo, Amy tendría que ponerle una muy buena calificación.
La primera llamada que tuvo no fue la de Carla.
—¿Señora Gallup?
—Sí.
—Soy el doctor Richard Surtees.
Calificación totalmente contraria a la que se merecía el doctor Hymie Surtees
, pensó Amy. ¿Qué era lo que iba mal ahora?
—Antes de nada quisiera darle las gracias por sus comentarios escritos y orales. Verdaderamente posee un criterio de gran calidad, cosa que aprecio mucho.
—Muchas gracias. —Amy estuvo a punto de añadir, ¿y por qué te das de baja?
—Llamo para hacerle una propuesta. Me gustaría mucho trabajar con usted, de forma privada, mano a mano, para hacer que mi libro esté a la altura.
—¿Te refieres a la altura de un libro de doctores? ¿O algo así?
—Exacto. No tengo tanto tiempo para escribir como me gustaría, y como ha visto, tengo un montón que aprender de usted en cuanto a edición y perfeccionamiento de mi trabajo. Estoy dispuesto a pagarle lo que estime apropiado.
Por un momento, Amy se vio tentada. Siempre podría utilizar el dinero.
—Me siento muy halagada, doctor…
—Richard.
—Richard —dijo Amy—. Pero la verdad es que no me apasiona el concepto de libro sobre doctores.
—Lo entiendo. Pero puede darme una cifra.
—Para empezar, ni siquiera podría garantizar que el libro se publicara.
—Eso no es problema.
—Bueno, lo es para mí. Me haría sentir bastante incómoda. Además, tu libro realmente debería ser tu libro, no nuestro o de cualquier otra persona. Digamos que una cosa es delegar el pasarlo a máquina o la facturación, pero si quieres ser escritor realmente deberías encargarte de todo.
—Y me encantaría poder hacerlo, pero existen restricciones de tiempo.