Veía cómo los mercaderes, preocupados, calculaban las pérdidas que los daños producidos por el agua les iban a acarrear; observaba a los hombres del pueblo, que bebían y apostaban en los bares, y se dejaban engatusar por las prostitutas; contemplaba a los padres y madres mientras dormían, con sus hijos acomodados entre ellos; escalaba muros y ascendía por los tubos de desagüe, y caminaba sobre los tejados y por encima de los cercados. Una vez crucé el foso a nado, escalé las murallas y el portón del castillo y observé a los guardias tan de cerca que podía notar su olor. Me quedé asombrado de que no me viesen ni me oyesen. Oía hablar a los lugareños, despiertos o en sueños, y escuchaba sus protestas, sus maldiciones y sus plegarias.
Regresé a la posada antes del amanecer calado hasta los huesos, Me quité la ropa mojada y, desnudo y tembloroso, me tapé con las mantas. Mientras me adormecía, todo se despertaba a mi alrededor. Primero cantaron los gallos y después los cuervos empezaron a graznar; los criados se levantaron y acudieron a recoger agua; los zuecos resonaban sobre los puentes de madera, y
Raku
y los demás caballos relinchaban en los establos. Yo deseaba que llegase el momento en el que oiría la voz de Kaede.
La lluvia cayó a raudales durante tres días y después empezó a remitir. Muchas personas se acercaban hasta la posada para hablar con Shigeru, y yo escuchaba las cuidadosas conversaciones e intentaba discernir quién era leal a mi señor y quién estaría dispuesto a traicionarle.
Fuimos al castillo a ofrecer regalos al señor Kitano. Allí vi a la luz del día las murallas y el portón que había escalado por la noche. El señor nos recibió con cortesía y expresó sus condolencias por la muerte de Takeshi. Daba la impresión de que se sentía culpable, porque retomó el asunto en varias ocasiones. El señor Kitano rondaba la edad de los tíos del señor Otori, y sus hijos habían nacido al tiempo que éste. Sin embargo, no estaban presentes en la reunión. Nos dijeron que uno de ellos estaba de viaje y que el otro no se encontraba bien. Kitano se disculpó por su ausencia, pero yo sabía que nos había mentido.
—Cuando eran niños, vivían en Hagi -me dijo más tarde Shigeru-. Juntos nos entrenábamos y estudiábamos. Venían con mucha frecuencia a la casa de mis padres, y para Takeshi y para mí eran como hermanos -permaneció en silencio unos instantes y continuó-: Hace mucho tiempo de aquello... Los tiempos cambian y todos debemos cambiar con ellos.
Pero yo no me resignaba tan fácilmente. Notaba, con amargura, que cuanto más nos acercábamos a territorio Tohan, tanto más aislaban al señor Shigeru.
Era media tarde, nos habíamos bañado y esperábamos la hora de la cena. Kenji se había ido a la casa pública de baños donde se había encaprichado de una chica, según nos contó. La sala daba a un pequeño jardín, la intensa lluvia había dado paso a un ligero chaparrón y las puertas correderas estaban abiertas de par en par. Se notaba un intenso olor a tierra mojada.
—Mañana aclarará -dijo Shigeru- y podremos seguir cabalgando. Pero no nos será posible llegar a Inuyama antes del festival. Creo que nos veremos obligados a hospedarnos en Yamagata -sonrió con tristeza y continuó-: Podré conmemorar la muerte de mi hermano en el lugar donde sucedió. Pero nadie debe advertir mis sentimientos. Tengo que fingir que he descartado cualquier intención de venganza.
—¿Por qué tenemos que adentrarnos en territorio Tohan? -pregunté-. Todavía podemos regresar. Si mi adopción es lo que os obliga a contraer matrimonio, puedo irme con Kenji. Es eso es lo que él quiere.
—¡De ninguna manera! -replicó-. He dado mi palabra en este acuerdo. Me he lanzado al río y ahora tengo que ir donde la corriente me lleve. Prefiero que Iida me mate a que me desprecie -entonces, miró a su alrededor y aguzó el oído-. ¿Estamos completamente solos? ¿Oyes a alguien?
Yo percibía los sonidos habituales de la posada: las suaves pisadas de las criadas que transportaban comida o agua, el cuchillo del cocinero y el agua hirviendo... En el pasadizo y en el patio, los guardias conversaban en voz baja; pero el único aliento que yo percibía era el nuestro.
—Estamos solos.
—Acércate más. Una vez que nos encontremos entre los Tohan no tendremos ocasión de hablar. Hay muchas cosas que debo decirte antes de... -me sonrió, esta vez con una auténtica sonrisa- ...antes de lo que suceda en Inuyama. He estado pensando en enviarte lejos de mi lado y Kenji está de acuerdo, pues sería bueno para tu seguridad. Yo tengo que ir a Inuyama pase lo que pase. Sin embargo, voy a pedirte un servicio casi imposible para ti, algo que va más allá de tus obligaciones para conmigo. Considero que eres tú quien ha de tomar la decisión de aceptarlo o no. Antes de que hayamos llegado a territorio Tohan, una vez que hayas escuchado lo que tengo que decir, si deseas irte con Kenji y unirte a la Tribu, tienes plena libertad para hacerlo.
Un débil sonido que procedía del pasadizo me impedió contestar.
—Alguien se acerca a la puerta.
Los dos permanecimos en silencio.
Momentos más tarde, las criadas entraron con bandejas de comida. Cuando se marcharon, empezamos a comer. La comida era escasa a causa de las lluvias -pescado en escabeche, arroz y pepinillos en vinagre-, pero ninguno de nosotros llegamos a terminarla.
—Quizá te preguntes por qué odio tanto a Iida -dijo Shigeru-. Por su crueldad y su hipocresía, nunca me ha agradado. Después de la batalla de Yaegahara y de la muerte de mi padre, cuando mis tíos asumieron el liderazgo del clan, fueron muchos los que consideraron que yo debía quitarme la vida. Eso habría sido una acción honorable y, para ellos, una solución acertada a mi irritante presencia. Pero a medida que los Tohan se instalaban en el territorio que hasta entonces había pertenecido a los Otori, y yo observaba el efecto devastador que su autoridad tenía sobre las gentes sencillas, decidí que permanecer vivo y buscar venganza era una respuesta más válida. Creo que la satisfacción del pueblo es lo que demuestra la validez de un Gobierno. Si el gobernante es justo, la tierra recibe las bendiciones del Cielo. En las tierras de los Tohan, la gente muere de hambre, está ahogada por las deudas y sometida al acoso de los oficiales de Iida. Los Ocultos son torturados y asesinados: los crucifican, los cuelgan boca abajo sobre fosos de desperdicios o bien en cestas para que los cuervos los picoteen. Los campesinos se ven obligados a poner en peligro a sus hijos recién nacidos y a vender a sus hijas, porque no tienen con qué alimentarlos -tomó un trozo de pescado y lo comió con desgana. Su rostro permanecía impasible.
"Iida se ha convertido en el gobernante más poderoso de los Tres Países. El poder trae consigo su propia legitimidad, y la mayor parte de la gente considera que un señor tiene derecho a actuar como le plazca dentro de su clan y de su propio país. Era lo que a mí también me habían enseñado desde la infancia. Pero Iida amenazó mi tierra, la tierra de mi padre, y yo no pensaba ver cómo le era entregada sin oponer resistencia.
"Durante muchos años esta intención ha permanecido en mi mente. Adopté una personalidad que tan sólo me pertenece en parte. Me llaman Shigueru
El Granjero,
porque me entregué a la tarea de mejorar el estado de mis tierras y hablaba sin cesar de las estaciones, las cosechas y los sistemas de regadío. Estos temas me interesan, pero también me proporcionaron una excusa para viajar por todo el feudo y enterarme de muchas cosas que, de otra forma, nunca habría sabido.
"Evité adentrarme en territorio Tohan, con la excepción de las visitas anuales a Terayama, donde mi padre y muchos de mis antepasados están enterrados. Tras la batalla de Yaegahara, el templo fue cedido a los Tohan, a! igual que la ciudad de Yamagata. Entonces, la crueldad de los Tohan me afectó personalmente y mi paciencia empezó a agotarse.
"El año pasado, justo después del Festival de la Estrella Tejedora, mi madre cayó enferma a causa de unas fiebres especialmente virulentas y murió en menos de una semana. Otros tres miembros de la casa fallecieron, entre ellos la doncella de mi madre. Yo también enfermé. Durante cuatro semanas rondé la muerte. Deliraba y no era consciente de nada de lo que sucedía. Nadie pensaba que me iba a recuperar, y cuando lo hice deseé haber muerto, porque me enteré de que mi hermano había sido asesinado durante la primera semana de mi enfermedad.
"Era pleno verano y ya le habían enterrado. Nadie supo decirme qué había sucedido, pues al parecer no había testigos, Takeshi había tomado una nueva amante recientemente, pero la chica también había desaparecido. Lo único que supimos era que un mercader de Tsuwano había reconocido el cadáver de mi hermano en las calles deYamagata y había organizado su entierro en Terayama. Desesperado escribí a Muto Kenji, a quien conocía desde Yaegahara, pensando que tal vez la Tribu pudiera tener más información. Dos semanas más tarde, llegó a mi casa un hombre al anochecer. Traía una carta con el sello de Kenji. Podría haber pasado por un encargado de las caballerizas o por un soldado de a pie. Me confió que se llamaba Kuroda, y yo reconocí su nombre como de la Tribu.
"La chica de la que Takeshi se había enamorado era cantante, y juntos se habían desplazado hasta Tsuwano para el Festival de la Estrella. Yo ya lo sabía, porque en cuanto mi madre cayó enferma envié recado a mi hermano para que regresara a Hagi. Mi intención era que hubiera permanecidos en Tsuwano; pero, por lo visto, la chica quería continuar hasta Yamagata, donde tenía parientes, y Takeshi viajó con ella. Kuroda me contó que en una posada se hicieron comentarios ofensivos hacia los Otori y hacia mí mismo, y entonces estalló una pelea. Takeshi era un espadachín excelente, y mató a dos hombres e hirió a varios más, que huyeron. Él regresó al hogar de los parientes de la chica. Un grupo de hombres Tohan llegó en mitad de la noche y prendió fuego a la casa. Todas las personas que en ella se hallaban murieron abrasadas o fueron acuchilladas cuando intentaban huir de las llamas.
Yo cerré los ojos por un instante, imaginando los gritos desgarradores.
—Sí, lo mismo que en Mino -dijo Shigeru, con amargura-. Los Tohan afirmaban que la familia pertenecía a los Ocultos, aunque al parecer no era cierto. Mi hermano vestía ropas de viaje y nadie conocía su identidad, por lo que su cadáver permaneció en la calle durante dos días -exhaló un profundo suspiro-. Su muerte debería haberse considerado como una afrenta. Los clanes han librado batallas por hechos menos importantes. Como mínimo, Iida debería haber presentado sus disculpas, castigado a sus hombres y ofrecido un desagravio. Sin embargo, Kuroda me contó que cuando Iida se enteró de la noticia, sus palabras fueron: "Otro menos de esos Otori advenedizos por el que preocuparse. Lástima que no fuese su hermano". Parece ser que incluso los hombres que habían llevado a cabo la matanza se quedaron atónitos. Cuando prendieron fuego a la casa no habían identificado a Takeshi y, al enterarse de quien era, esperaban su sentencia de muerte.
"Pero Iida no tomó ninguna medida, ni tampoco mis tíos. Yo les conté en privado lo que Kuroda me había relatado, pero no quisieron creerme. Me recordaron que Takeshi siempre se había comportado con temeridad, las peleas en las que se había involucrado y los riesgos que había corrido. Me prohibieron hablar sobre el asunto en público, a la vez que aseguraban que yo todavía no estaba recuperado de mi enfermedad. Dijeron que debería hacer un viaje hacia las montañas del este, buscar cura en los manantiales de agua caliente y rezar en los santuarios. Yo decidí partir, pero con un propósito totalmente distinto del que ellos me sugerían.
—Fuisteis a Mino en mi busca -susurré yo.
Él tardó en responderme. En el jardín reinaba la oscuridad, aunque del cielo llegaba un débil destello. Las nubes empezaban a alejarse, y entre ellas la Luna aparecía y se ocultaba otra vez. Por primera vez pude divisar la negra silueta de las montañas y de los pinos con el cielo nocturno como fondo.
—Dile a los sirvientes que enciendan las linternas -dijo Shigeru.
Salí de la habitación para llamar a las criadas. Éstas vinieron y se llevaron las bandejas, trajeron té y encendieron las linternas que descansaban en los soportes. Cuando se marcharon, bebimos el té en silencio. Los cuencos tenían un barniz azul oscuro. Shigeru observó el suyo con detenimiento y después lo puso boca abajo para ver el nombre del alfarero.
—Esta cerámica no me gusta tanto como la de Hagi, de tonos suaves -dijo-, pero también es muy hermosa.
—¿Puedo haceros una pregunta? -dije yo, aunque enseguida me callé, pues dudaba si quería saber la respuesta.
—Habla -me insistió.
—Habéis hecho que todos crean que me encontrasteis por casualidad, pero yo pienso que sabíais dónde encontrarme. Me estabais buscando.
Él asintió con la cabeza.
—Sí, sabía quién eras en cuanto te vi en el sendero. Había viajado hasta Mino con el expreso propósito de encontrarte.
—¿Debido a que mi padre era un asesino de la Tribu?
—Ése era el motivo principal, pero no el único.
Yo tenía la sensación de que en la habitación no había suficiente aire para respirar. No importaba qué otras razones hubiera podido tener el señor Shigeru para ir a buscarme: tenía que concentrar mi atención en el motivo principal.
—Pero ¿cómo sabíais...? Yo lo desconocía y... la Tribu también.
El señor Shigeru dijo, con un hilo de voz:
—Desde la batalla de Yaegahara he tenido tiempo de enterarme de muchas cosas. Entonces yo era sólo un chiquillo, el típico hijo de guerrero. Todos mis conocimientos se limitaban al manejo de la espada y al honor de mi familia. Allí conocí a Muto Kenji y, en los meses siguientes, él me abrió los ojos al hacerme apreciar el poder que subyace bajo el gobierno de la casta de los guerreros. Descubrí parte de las redes de la Tribu y observé cómo controlaban a los señores de la guerra y a los clanes. Kenji y yo nos hicimos amigos, y a través de él conocí a muchos otros miembros de la Tribu. Me interesaban. Probablemente, llegué a saber más acerca de ellos que cualquier otra persona ajena. Pero nunca he contado lo que aprendí. Ichiro sabe algo, y ahora tú también.
Me acordé del pico de la garza clavándose en el agua.
—Kenji se equivocó la primera noche que vino a Hagi. Yo sabía muy bien a quién había traído a mi casa. Sin embargo, ignoraba que tus habilidades fueran tan extraordinarias -me sonrió, y su sonrisa franca le transformó el semblante-. Y eso fue una recompensa inesperada.