El Suelo del Ruiseñor (15 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

BOOK: El Suelo del Ruiseñor
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—Lo importante es que Shigeru dé su aprobación al matrimonio -dijo uno de ellos.

Me pareció que su voz era la de más edad, la que denotaba más fortaleza y obcecación. Fruncí el entrecejo y me pregunté qué quería decir. ¿Acaso no habíamos venido para hablar sobre mi adopción?

—Él siempre se ha resistido a casarse de nuevo -dijo el otro, posiblemente más joven, con cierto respeto-, y casarse para sellar una alianza con los Tohan, cuando Shigeru siempre se ha opuesto a ella... Puede que le incite a la rebelión.

—Vivimos tiempos muy peligrosos -terció el hombre mayor-. Ayer llegaron noticias sobre la situación en el oeste. Parece que los Seishuu se están preparando para enfrentarse a Iida. Arai, el señor de Kumamoto, considera que los Noguchi le han ofendido, y está reuniendo un ejército para luchar contra ellos y contra los Tohan antes de que llegue el invierno.

—¿Tiene Shigeru contacto con él? Podría tratarse de la oportunidad que necesita...

—No hace falta que lo menciones -cortó su hermano-. Soy plenamente consciente de la popularidad de Shigeru dentro del clan. Si se asocia con Arai, juntos podrían derrotar a Iida.

—A menos que..., por decirlo de alguna manera, desarmáramos a Shigeru.

—El matrimonio sería una buena respuesta. Llevaría a Shigeru hasta Inuyama, donde durante un tiempo estaría bajo la atenta mirada de Iida. Además, la dama en cuestión, Shirakawa Kaede, cuenta con una reputación ciertamente útil.

—¿A qué te refieres?

—Ya han muerto dos hombres por su causa. Sería una lástima que Shigeru fuera el tercero, pero nosotros no tendríamos la culpa.

El hombre más joven se rió en voz baja, de una forma que me provocaba ganas de matarle. Suspiré hondo, intentando aplacar mi furia.

—¿Y si se sigue negando a casarse? -preguntó.

—Será la condición que le pondremos para esa adopción con la que se ha encaprichado. No creo que pueda hacernos ningún daño.

—He intentado averiguar la procedencia del muchacho -dijo el hombre más joven. En su voz se apreciaba el tono pedante de un experto en archivos-. No he encontrado la forma de relacionarle con la madre de Shigeru. En los árboles genealógicos no hay rastro de él.

—Lo más seguro es que sea hijo ilegítimo -respondió el hombre mayor-. He oído que se parece a Takeshi.

—Sí, su apariencia hace que sea difícil negar su sangre Otori, pero no vamos a adoptar a todos nuestros hijos ilegítimos...

—En condiciones normales ni siquiera contemplaríamos la posibilidad; pero en este preciso momento...

—Estoy de acuerdo.

Oí cómo el suelo crujió ligeramente cuando se pusieron en pie.

—Una última cosa -dijo el hermano mayor-. Me aseguraste que Shintaro no fallaría. ¿Qué pasó?

—He intentado averiguarlo. Por lo visto, ese muchacho le oyó y despertó a Shigeru. Shintaro tomó el veneno.

—¿El chico le oyó? ¿Es que también procede de la Tribu?

—Es posible. Un tal Muto Kenji apareció el año pasado en casa de Shigeru. La versión oficial es que se trata de una especie de preceptor, pero a mi entender no le está dando la instrucción habitual -el hermano más joven se rió otra vez.

Un escalofrío de miedo me recorrió el cuerpo, pero también sentí desprecio por ellos. Les habían hablado de la agudeza de mi oído y no cayeron en la cuenta de que también podía oírles a ellos en su propia casa.

El ligero temblor que producían sus pisadas se alejó de la habitación interior, donde habían mantenido su conversación, y llegó hasta la sala que quedaba tras las puertas pintadas. Unos momentos más tarde, el mayordomo regresó, abrió las puertas correderas con gentileza y nos indicó que entráramos en la sala de audiencias. Los dos señores estaban sentados uno junto al otro, en sillas bajas. Varios hombres se arrodillaban a lo largo de ambos lados de la estancia. El señor Shigeru hizo una reverencia hasta tocar el suelo y yo hice lo propio, no sin antes mirar fugazmente a los dos hermanos, contra los que sentía un resentimiento sin límites.

El más mayor, el señor Otori Shoichi, era alto pero no muy fornido; su rostro era delgado y demacrado; llevaba barba y bigote recortados, y sus cabellos ya peinaban canas. El hermano más joven, Masahiro, era más bajo y grueso, se mantenía muy tieso, como suelen hacer los hombres de poca altura; no llevaba barba, y su rostro, de tono cetrino, estaba moteado por varios lunares; su cabello, aún negro, era escaso. Los rasgos distintivos de los Otori -pómulos prominentes y nariz aguileña- quedaban estropeados por los defectos de su carácter, y tales rasgos otorgaban a los dos hermanos una apariencia tan débil como cruel.

—Señor Shigeru, sobrino mío, que seas bienvenido -dijo Shoichi, con gentileza.

El señor Shigeru se incorporó, pero yo permanecí con la frente en el suelo.

—Te hemos tenido presente en nuestros pensamientos -dijo Masahiro-. Hemos estado muy preocupados por ti. El fallecimiento de tu hermano al poco tiempo de la muerte de tu madre, tu enfermedad... Has tenido que soportar una pesada carga.

Las palabras tenían un tono amable, pero yo sabía que era pura hipocresía.

—Os doy las gracias por vuestra preocupación -replicó Shigeru-, pero debéis permitirme que os corrija en una cosa: mi hermano no falleció. Fue asesinado.

Lo dijo sin mostrar ninguna emoción, como si tan sólo quisiera dejar claro un hecho. Nadie en la sala reaccionó, y sus palabras fueron seguidas por un prolongado silencio.

El señor Shoichi lo rompió, al preguntar con fingida alegría:

—¿Y éste es el joven que tienes bajo tu custodia? Él también es bienvenido. ¿Cómo se llama?

—Le llamamos Takeo -respondió Shigeru.

—Tengo entendido que tiene un oído muy fino -Masahiro se inclinó ligeramente hacia delante.

—Nada fuera de lo corriente -dijo Shigeru-. Todos oímos bien en nuestra juventud.

—Incorpórate, joven -me dijo Masahiro. Cuando lo hice, él estudió mi cara por unos momentos, y después preguntó-: ¿Quién hay en el jardín?

Yo fruncí el ceño, como si la idea no se me hubiera ocurrido.

—Dos niños y un perro -me arriesgué a decir-. ¿Tal vez un jardinero junto a la muralla?

—¿Y cuántas personas calculas que viven en esta casa?

Me encogí de hombros ligeramente, aunque después consideré que el gesto era inadecuado y lo convertí en una reverencia.

—¿Más de 45? Perdonadme, señor Otori, no dispongo de gran talento.

—¿Cuántas son, hermano? -preguntó el señor Shoichi

—Creo que 53.

—Impresionante -dijo el hermano más mayor, aunque yo percibí su suspiro de alivio.

Me incliné otra vez hasta el suelo y permanecí en esa posición, en la que me encontraba más seguro.

—Shigeru, hemos retrasado el asunto de la adopción durante tanto tiempo a causa de nuestra incertidumbre sobre tu estado mental. Parece que el sufrimiento te ha hecho muy inestable.

—No existe incertidumbre en mi mente -replicó Shigeru-. No tengo hijos y, ahora que Takeshi ha muerto, carezco de heredero. Tengo un compromiso con este muchacho y él lo tiene conmigo. Ambos debemos cumplirlo. Takeo ha sido aceptado por los habitantes de mi casa, que hora es su hogar. Solicito que esta situación se legalice y que el muchacho pase a formar parte del clan de los Otori.

—¿Qué opina el chico?

—Habla, Takeo -me apremió el señor Shigeru.

Yo me incorporé, esforzándome por superar la profunda emoción que me embargaba. Me acordé del caballo asustado, tal y como en ese momento me sentía yo.

—Debo mi vida al señor Otori. Él no me debe nada. El honor que me otorga es demasiado elevado para mí; pero si es su voluntad y la de sus señorías, lo aceptaré con todo mi corazón y serviré fielmente al clan de los Otori durante toda mi vida.

—Entonces, que así sea -dijo el señor Shoichi.

—Los documentos están preparados -añadió Masahiro-. Los firmaremos de inmediato.

—Mis tíos son muy gentiles y bondadosos -dijo Shigeru-. Os doy las gracias.

—Hay otro asunto, Shigeru, para el que necesitamos tu colaboración.

Yo me había lanzado al suelo de nuevo. El corazón me palpitaba con fuerza. Quería advertirle de alguna manera, pero me era imposible hablar.

—Estás al tanto de nuestras negociaciones con los Tohan. Creemos que la alianza es preferible a la guerra. Conocenos tu opinión. Todavía adoleces de la temeridad propia de la juventud...

—Con casi ya 30 años, no puedo considerarme joven -de nuevo, Shigeru hizo esta afirmación con toda calma, como si no pudiera haber discusión alguna sobre el particular-, y no deseo hacer estallar una guerra sin motivo. No es que yo rechace la alianza como tal. Lo que desapruebo es el talante y el comportamiento de los Tohan en la actualidad.

Sus tíos no respondieron a este comentario, pero el ambiente de la sala se enfrió un ápice. Shigeru no continuó. Había dejado claro su punto de vista; demasiado claro para el gusto de sus tíos. El señor Masahiro hizo una seña al mayordomo, quien dio unas palmadas e, instantes después, apareció el té. Lo traía una criada que podría haber sido invisible. Los tres señores Otori lo bebieron. A mí no se me ofreció.

—La alianza va a seguir vigente -dijo el señor Shoichi-. El señor Iida ha propuesto que sea sellada por medio de un matrimonio entre clanes. Su aliado más cercano, el señor Noguchi, tiene una pupila. Se llama Shirakawa Kaede.

Shigeru sujetaba en una mano la taza de té y admiraba su belleza. La colocó con sumo cuidado sobre la estera y siguió sentado sin mover un músculo.

—Es nuestro deseo que la señora Shirakawa se convierta en tu esposa -dijo el señor Masahiro.

—Perdóname, tío mío, pero no deseo casarme otra vez. El matrimonio no entra en mis planes.

—Por fortuna, cuentas con parientes que hacen planes para t¡. Este matrimonio es muy deseado por el señor Iida. Tanto es así, que la alianza depende de esta boda.

El señor Shigeru hizo una reverencia. En la sala reinó de nuevo un prolongado silencio. Yo oía las pisadas que llegaban desde lejos, el paso lento y deliberado de dos personas. Una de ellas transportaba algo. La puerta corredera situada a nuestras espaldas se abrió, y un hombre pasó junto a mí y se hincó de rodillas. Tras él venía un criado que traía un escritorio de laca, con tinta, pincel y lacre bermellón para los sellos.

—¡Ah! Los documentos de la adopción -dijo el señor Shoichi, con afabilidad-. Acercadlos aquí.

El secretario avanzó arrastrando las rodillas y colocó el escritorio frente a los señores. Después, leyó en voz alta los términos del acuerdo. El lenguaje era ampuloso, pero el contenido quedaba claro: se me otorgaba el derecho de llevar el apellido Otori y de recibir todos los privilegios como hijo de la casa. En el caso de que nacieran otros hijos de un matrimonio subsiguiente, mis derechos serían iguales a los de ellos, aunque no mayores. A cambio, yo me comprometía a actuar como hijo del señor Shigeru, a aceptar su autoridad y a jurar fidelidad al clan de los Otori. Si él moría sin otro heredero legítimo, yo heredaría sus posesiones.

Los señores levantaron los sellos.

—La ceremonia se celebrará en el noveno mes -dijo Masahiro-, cuando haya concluido el Festival de los Muertos. El señor Iida desea que tenga lugar en Inuyama. Los Noguchi van a enviar a la señora Shirakawa a Tsuwano. Allí la conocerás y después la acompañarás hasta la capital.

Ante mis ojos, los sellos parecían flotar en el aire, suspendidos por un poder sobrenatural. Todavía estaba yo a tiempo de hablar, de rechazar mi adopción bajo esos términos, de advertir al señor Shigeru sobre la trampa que le habían tendido; pero permanecí en silencio. Los acontecimientos habían trascendido todo control humano. Nos encontrábamos en las manos del destino.

—¿Procedemos a estampar los documentos, Shigeru? -preguntó Masahiro, con infinita cortesía.

El señor Shigeru no mostró el menor atisbo de duda.

—Os lo ruego -dijo-. Acepto el matrimonio, y me alegro de poder satisfacer vuestros deseos.

De modo que los documentos fueron sellados, y yo me convertí en miembro del clan de los Otori y en hijo adoptivo del señor Shigeru. Pero cuando los sellos del clan estamparon los documentos, ambos sabíamos que también quedaba sellado el destino de mi señor.

Para cuando regresamos a la casa, la noticia de mi adopción había llegado con antelación y todo estaba preparado para la fiesta. Tanto el señor Shigeru como yo teníamos motivos suficientes para no mostrarnos entusiastas, pero él dejó a un lado los recelos que pudiera sentir hacia su nuevo matrimonio y se mostró genuinamente complacido, al igual que el resto de los habitantes de la casa. Yo me percaté de que con el paso de los meses me había convertido en uno más de la familia. Me abrazaban, me acariciaban y me colmaban de atenciones. También me agasajaron con arroz rojo y con el té de la buena suerte de Chiyo -elaborado con ciruelas saladas y algas marinas-, hasta que los músculos de la cara me dolieron de tanto sonreír y las lágrimas de dolor que no había derramado se convirtieron en lágrimas de alegría que cuajaban mis ojos.

El señor Shigeru merecía más que nunca mi amor y mi lealtad. La traición de sus tíos hacia él me había indignado y me aterrorizaba la conspiración que habían urdido en su contra. También me preocupaba la cuestión del hombre con un solo brazo. Durante toda la velada noté cómo los ojos de Kenji estaban clavados en mí. Yo sabía que estaba deseando que le relatara lo que había oído, al igual que yo ardia en deseos de contarles al señor Shigeru y a él la información que había recabado. Pero para cuando se habían preparado las camas y los criados se habían retirado, ya era pasada la medianoche y yo me resistía a empañar el ambiente de alegría con las malas noticias. Si por mí hubiera sido, me habría ido a dormir sin mencionarlas, pero Kenji, el único que se encontraba totalmente sobrio, me detuvo cuando me dirigía a extinguir la llama de la lámpara, y me dijo:

—Antes tienes que contarnos lo que viste y oíste en la residencia de los Otori.

—Esperemos hasta mañana -dije yo.

Entonces vi cómo la sombra que envolvía la mirada del señor Shigeru se hacía más profunda y me embargó un sentimiento de inmensa tristeza que me hizo recobrar la sobriedad al instante. Shigeru dijo:

—Me temo que ha llegado el momento de conocer las malas noticias.

—¿Por qué reculó el caballo? -preguntó Kenji.

—Por mi nerviosismo. Pero cuando se echó hacia un lado, vi al hombre con un solo brazo.

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