Yo creía haber perdido el habla otra vez. Sabía que teníamos que abordar el tema referente al propósito de Shigeru cuando fue a buscarme y me salvó la vida, pero no era capaz de hablar tan claramente sobre tales cosas. Noté cómo mi lado oscuro, el que procedía de la Tribu, me envolvía. No dije nada; sólo esperé.
Shigeru dijo:
—Yo sabía que no iba a encontrar descanso mientras los asesinos de mi hermano siguieran con vida, y consideraba que Iida era responsable de los actos de sus hombres. Mientras tanto, las circunstancias cambiaron. La enemistad de Arai con los Noguchi dio paso a que los Seishuu mostrasen de nuevo su interés por una alianza con los Otori para enfrentarse a Iida. Todo parecía conducir a la misma conclusión: había llegado el momento de asesinarle.
Al oír estas palabras, empezó a arder dentro de mí una lenta emoción. Me acordé del momento en el que, en mi aldea, decidí que no estaba dispuesto a morir, sino que buscaría la venganza.
También vino a mi mente aquella noche en Hagi, en la que, bajo la luz de la luna, descubrí que contaba con las habilidades y la voluntad suficientes para matar a Iida. Entonces empecé a sentir un profundo orgullo por el hecho de que el señor Shigeru me hubiese elegido a mí para llevar a cabo su plan. Todos los hilos que tejían mi existencia parecían conducirme hasta ese propósito.
—Mi vida es vuestra -dije-. Haré lo que me pidáis.
—Lo que te pido es muy peligroso, casi imposible. Si decides no hacerlo, puedes partir mañana con Kenji. Todas las deudas entre nosotros han sido saldadas. Nadie tetendrá en menor estima.
—Por favor, no me insultéis -dije yo, y él se rió.
Escuché pisadas en el patio y el sonido de una voz en la veranda.
—Kenji está de vuelta.
Momentos después, entró en la habitación seguido por una criada que traía más té recién hecho. Kenji nos miró mientras la chica llenaba los cuencos y, cuando ésta se; fue, dijo:
—Parecéis dos conspiradores. ¿Qué estáis tramando?
—Nuestra visita a Inuyama -respondió Shigeru-. Le he contado a Takeo mis intenciones. Va a acompañarme por su propia voluntad.
La expresión de Kenji cambió, y murmuró:
—Te acompañará para encontrar la muerte.
—Quizá no -dije yo, con tono distendido-. No quiero parecer presuntuoso, pero si existe alguien capaz de llegar hasta el señor Iida, ése soy yo.
—Sólo eres un niño -dijo mi preceptor, con un bufido-. Ya se lo he dicho al señor Shigeru. Él conoce todas mis objeciones contra este plan temerario. Ahora, escúchame bien: ¿crees realmente que lograrás matar a Iida? Los intentos de asesinato a los que ha sobrevivido superan el número de chicas con las que yo he compartido lecho. ¡Ni siquiera has matado a nadie todavía! Además, lo más probable es que te reconozcan en la capital o a lo largo del trayecto. Estoy convencido de que tu vendedor ambulante ha hablado sobre t¡. Ando no se presentó en Hagi por casualidad... Fue allí a comprobar si los rumores sobre ti eran ciertos, y te vio junto a Shigeru. Sospecho que Iida ya sabe quién eres y dónde estás. Lo más probable es que te arresten en cuanto llegues a territorio Tohan.
—Si está conmigo, no podrán arrestarle. Soy un Otori que llega a sellar una alianza amistosa -interrumpió el señor-. En todo caso, le he dicho a Takeo que es libre para irse contigo. Se queda conmigo por decisión propia.
Me pareció detectar una nota de orgullo en su voz.
Entonces, yo le dije a Kenji:
—No pienso abandonar al señor Shigeru. Tengo que ir a Inuyama. Además, tengo mis propias cuentas que ajustar.
Kenji suspiró profundamente.
—Entonces, no tengo más remedio que acompañaros.
—Las nubes se han despejado. Podemos continuar el viaje mañana -dijo Shigeru.
—Hay una cosa que tengo que decirte, Shigeru. Me sorprendió enormemente que hubieras logrado mantener en secreto durante tanto tiempo tu romance con la señora Maruyama. En la casa de baños oí algo, una broma, que me lleva a pensar que el secreto ha sido desvelado.
—¿Qué escuchaste?
—Uno de los hombres, a quien una muchacha frotaba la espalda, comentó a ésta que el señor Otori estaba en el pueblo acompañado por su futura esposa, y la chica respondió: "Su actual esposa también le acompaña". Muchos de los presentes se echaron a reír, como si hubieran entendido el significado de sus palabras, y empezaron a hablar de la señora Maruyama y de la pasión que Iida siente por ella. Por descontado, todavía nos encontramos en territorio Otori. Esos hombres te admiran, Shigeru, y les agrada ese rumor, pues aumenta la reputación de los Otori, mientras que para los Tohan es como un cuchillo clavado en el costado. Razón de más para que hablen de ello hasta que llegue a oídos de Iida.
Bajo la luz de la linterna, el semblante de Shigeru mostraba una expresión curiosa en la que me pareció apreciar una mezcla de orgullo y de pesar.
—Puede que Iida me mate -dijo-, pero nada puede cambiar el hecho de que ella me haya preferido a mí.
—Estás enamorado de la muerte, como todos los de tu clase -dijo Kenji, con una cólera que nunca antes había escuchado en su voz.
—No temo a la muerte -le interrumpió Shigeru-, pero tampoco estoy enamorado de ella. Al contrario, creo haber demostrado lo mucho que aprecio la vida; pero es mejor morir que vivir humillado, y ése es el punto al que he llegado.
Yo oía pisadas que se aproximaban. Giré la cabeza y los dos hombres se callaron. Sonó un ligero golpe en la puerta corredera y, a continuación, alguien la abrió. Sachie estaba arrodillada en el umbral. Shigeru se levantó de inmediato y se dirigió hacia ella. Sachie le susurró algo y después se marchó silenciosamente. Shigeru se volvió hacia nosotros, y nos dijo:
—La señora Maruyama quiere discutir conmigo los preparativos para el viaje de mañana. Pasaré un rato en su habitación.
Kenji no respondió, sino que se limitó a inclinar la cabeza ligeramente.
—Tal vez sea la última vez que estemos juntos -dijo Shigeru suavemente, antes de salir al pasillo y cerrar la puerta tras él.
—Debería haber llegado a ti antes que él, Takeo -dijo Kenji, con un gruñido-. De haber sido así, ahora no serías un señor y las ataduras de la lealtad no te habrían ligado a Shigeru. Pertenecerías sólo a la Tribu y no habrías dudado en partir conmigo esta misma noche.
—Si el señor Otori no me hubiese encontrado antes ¡yo estaría muerto! -respondí con furia-. ¿Dónde estaba la Tribu cuando los Tohan asesinaban a mi gente y quemaban mi casa? Él me salvó la vida entonces; por eso ahora no puedo abandonarle. Nunca lo haré. ¡No me lo vuelvas a pedir!
Los ojos de Kenji se ensombrecieron.
—Señor Takeo -dijo con sarcasmo.
Las criadas entraron a preparar las camas y no volvimos a hablar.
A la mañana siguiente, los caminos que partían de Tsuwano estaban atestados. Muchos viajeros aprovechaban la mejoría del tiempo para continuar su viaje. El cielo había adquirido un tinte azul intenso y los rayos de sol secaban la humedad de la tierra. El puente de piedra que cruzaba el río no había sufrido daños con las lluvias, pero las aguas corrían con fuerza, arrastrando a su paso ramas de árboles, planchas de madera, animales muertos y -posiblemente- otros cadáveres. Por un momento recordé la primera vez que había cruzado el puente en Hagi. Entonces había visto una garza muerta que flotaba en el agua, con sus alas grises y blancas empapadas, su elegancia de antaño arrugada y echada a perder. La imagen me daba escalofríos. Era un augurio terrible.
Los caballos estaban descansados e iniciaron la marcha con energía. Tal vez Shigeru compartiera mis temores, pero no dio muestra alguna de ello. Su rostro estaba tranquilo; sus ojos, brillantes. Parecía derrochar energía y ganas de vivir. Al mirarle, el temor me atenazaba el pecho, pues sentía que su vida y su futuro se encontraban en mis manos de asesino. Me miré las manos, que descansaban sobre el pálido cuello gris de
Raku
y sus negras crines, y me pregunté si me traicionarían.
Vi a Kaede tan sólo un instante, cuando subía al palanquín apostado a la puerta de la posada. Ella no me miró. La señora Maruyama se dio por enterada de nuestra presencia con una ligera reverencia, pero no nos dirigió la palabra. Su rostro estaba pálido y círculos oscuros le rodeaban los ojos, pero se mostraba serena.
El viaje fue lento y laborioso. Tras su barrera de montañas, Tsuwano se había protegido de lo peor de la tormenta; pero, a medida que descendíamos hacia el valle, los enormes daños producidos por el agua quedaron expuestos ante nuestros ojos. Numerosas casas y muchos puentes habían sido arrastrados por la corriente, y encontrábamos árboles arrancados y campos inundados. Los habitantes de la aldea nos observaban con resentimiento o con abierta hostilidad, mientras cabalgábamos entre los destrozos. Su animosidad se hizo más patente cuando requisamos su forraje para alimentar a nuestros caballos y sus barcas para cruzar los ríos rebosantes. Llevábamos días de retraso y teníamos que continuar a toda costa.
Tardamos tres días en llegar a la frontera del feudo, el doble de lo que habíamos calculado. Allí nos esperaba, para escoltarnos, uno de los lacayos principales de Iida llamado Abe, con un grupo de 30 hombres Tohan, que excedía en número al destacamento de 20 hombres Otori que el señor Shigeru llevaba con él. Sugita y los demás hombres Maruyama habían regresado a su dominio después de nuestro encuentro en Tsuwano.
Abe y sus hombres llevaban una semana esperando nuestra llegada, y se mostraban irritados e impacientes. No querían pasar en Yamagata el tiempo que el Festival de los Muertos requería. No existía simpatía entre los dos clanes y el ambiente era muy tenso. Los Tohan eran arrogantes y jactanciosos. Su actitud tenía como intención que nosotros, los Otori, nos sintiéramos inferiores, que nos consideráramos como sometidos, no como iguales. La sangre me bullía en las venas a causa del señor Shigeru, pero él aparentaba no estar alterado y hacía gala de su cortesía habitual. Únicamente, se mostraba menos alegre.
Yo permanecía tan silencioso como cuando había perdido el habla. Aguzaba el oído para captar retazos de conversaciones que, como las briznas de paja, seguían la dirección del viento. Pero en el territorio Tohan las gentes eran taciturnas y reservadas, pues sabían que había espías por todas partes y que hasta los muros podían oír. Incluso cuando los hombres Tohan se emborrachaban por las noches, lo hacían de forma silenciosa, muy distinta al alegre alboroto de los Otori.
Desde el día de la matanza de Mino no había estado tan cerca de la triple hoja de roble. Mantenía la mirada baja en un intento por ocultar mi cara, pues temía que me reconociera alguno de los hombres que habían quemado mi aldea y asesinado a mi familia. Yo me hacía pasar por un artista y a menudo sacaba tinta y pinceles. Entonces, me alejaba de mi verdadera personalidad y me mostraba como una persona sensible, gentil y tímida que apenas hablaba y en la que apenas nadie reparaba. La única persona a la que dirigía la palabra era a mi preceptor. Kenji se había vuelto tan discreto y apocado como yo mismo, aunque de vez en cuando hablábamos en susurros sobre la caligrafía o sobre el estilo de pintura del continente. Los hombres Tohan nos despreciaban y hacían caso omiso de nosotros.
Nuestra estancia en Tsuwano se convirtió para mí en el recuerdo de un sueño. ¿Había sido realidad la lucha con Kaede? ¿Era cierto que el amor nos había atrapado y abrasado con su llama? Apenas pude verla en los días siguientes, pues las damas se alojaban en posadas separadas de las nuestras y también tomaban sus comidas aparte. No era difícil actuar como si ella no existiera, pero cuando escuchaba su voz el corazón me latía con fuerza y por la noche no lograba apartar su imagen de mis ojos. ¿Me habría embrujado?
La primera noche, Abe me ignoró; pero la segunda, después de la cena -cuando el vino le había puesto beligerante-, me miró fijamente durante un largo rato y después le comentó a Shigeru:
—Este muchacho... supongo que se trata de algún pariente.
—Es el hijo de un primo lejano de mi madre -dijo Shigeru-. El segundo de muchos hermanos que ahora están huérfanos. Mi madre siempre había querido adoptarlo, y tras su muerte decidí cumplir con su intención.
—Y te encontraste con un llorica -dijo Abe, con una carcajada.
—La triste verdad es que sí -convino Shigeru-, pero tiene algunas habilidades útiles. Es rápido en el cálculo y en la caligrafía; también tiene ciertas dotes de artista...
Su tono era paciente y denotaba desilusión, como si yo fuera una carga para él; pero sabía que cada uno de los comentarios tenía el propósito de perfilar el personaje que yo representaba. Mientras tanto, yo permanecía sentado, con la mirada baja y en silencio. Abe se sirvió más vino y bebió, al tiempo que me miraba por encima del borde del cuenco. Sus ojos eran pequeños y estaban hundidos en un rostro de rasgos toscos y picado por la viruela.
—¡Eso no vale gran cosa en los tiempos que corren!
—Pero ahora que nuestros dos clanes se acercan a una alianza, seguro que podemos esperar tiempos de paz -dijo Shigeru, con calma-. Puede que se produzca un renacimiento de las artes.
—Tal vez estemos en paz con los Otori, que se someterán sin oponer resistencia; pero ahora son los Seishuu los que están causando problemas, alentados por ese traidor, por Arai.
—¿Arai? -preguntó el señor Shigeru.
—Era vasallo de Noguchi, y procede de Kumamoto. Sus tierras lindan con las de la familia de tu futura esposa. Lleva un año reclutando hombres para el combate. Tendremos que aplastarle antes de que llegue el invierno -Abe bebió más vino, y una sonrisa maliciosa le asomó a la cara. Su boca se mostraba aún más cruel-. Arai mató al hombre que al parecer intentó violar a la señora Shirakawa, y después se ofendió, cuando el señor Noguchi le envió al exilio -giró la cabeza hacia mí. Estaba borracho-. Apuesto a que nunca has matado a un hombre, muchacho.
—No, señor Abe -respondí, y él se rió.
Yo intuía que buscaba pelea, y no quería provocarle.
—¿Y tú, anciano? -se volvió hacia Kenji quien, gracias a su papel de maestro insignificante, había estado bebiendo vino con deleite. Parecía algo borracho, pero lo cierto es que estaba mucho más sobrio que Abe.
—Aunque los sabios nos dicen que el noble puede y debe vengar la muerte -dijo Kenji, con voz aguda y pedante-, nunca me he visto obligado a cometer una acción tan extrema. Por otra parte, el Iluminado enseña a sus seguidores que se abstengan de acabar con la vida de cualquier ser sensible, razón por la cual yo sólo me alimento de productos vegetales -bebió con gusto y rellenó el cuenco-. Por fortuna, el vino de arroz pertenece a esa categoría.