—No veo cuál es la relevancia de esa información para nuestro problema.
—Ni yo.
—Entonces, ¿en qué quédamos?
Tomás suspiró.
—Estoy intentando avanzar por otra vía.
—¿Cuál?
—A través de un mensaje qué dejé la semana pasada en un sitio especial qué creó el grupo de mi promoción en el instituto de Castelo Branco y qué es probable qué Filipe consulte. El siempre tuvo un gran espíritu de grupo y seguro qué conoce este lugar en Internet.
—¿Ah, sí? ¿Y lo envió la semana pasada?
—Sí.
—¿Y?
Tomás meneó la cabeza.
—Por el momento, nada.
El camarero apareció con la picanha y la caipiriña para Tomás, mientras qué otro servía en el plato del ruso más filetes de carne, qué había anunciado como solomillo de búfalo. Cuando los dos se fueron, Orlov miró a su interlocutor.
—Si usted no ha descubierto nada, ¿por qué razón me ha llamado para hablar conmigo?
—¿quién le ha dicho qué no he descubierto nada?
—Bien... Acaba de decírmelo usted...
Tomás se inclinó y cogió su cartera.
—No he descubierto nada sobre Filipe, es verdad, pero tengo novedades relativas a los enigmáticos mensajes qué se vinculan con todo este caso.
Orlov frunció el entrecejo, sorprendido.
—¿qué mensajes? ¿Se está refiriendo a la señal del Diablo?
—Sí, el triple seis.
—¿Ha descifrado la señal?
—Creo qué sí.
—Vaya, hombre. ¡Muéstreme eso!
El historiador sacó de la cartera el grueso volumen de la Biblia y hojeó las últimas páginas, en busca del texto final del Nuevo Testamento. Lo localizó y se lo indicó al ruso.
—Éste es el Libro de la Revelación, el más enigmático de todos los textos bíblicos, el documento de las profecías. Fue escrito en el año 95 en una pequéña isla del mar Egeo por un hombre llamado Juan. La tradición dice qué fue el apóstol Juan, el mismo Juan qué escribió el cuarto Evangelio, pero no hay certidumbres al respecto. Existen importantes diferencias de estilo, pero al mismo tiempo se encuentran algunas semejanzas.
—Creía qué ese texto se llamaba Apocalipsis.
—Y así es.
Orlov se mostró confundido.
—Pero usted ha dicho qué era el Libro de la Revelación.
—«Apocalipsis» es la palabra griega qué significa «revelación», ¿me entiende? Decir qué el libro final del Nuevo Testamento se llama «Apocalipsis» o «Revelación» es lo mismo.
—Ah, de acuerdo. No lo sabía.
Tomás volvió a mostrar el texto.
—Es un libro aterrador. —Los ojos se detuvieron sobre el primer párrafo—. Comienza con estas palabras: «Apocalipsis de Jesucristo, qué para instruir a sus siervos sobre las cosas qué han de suceder pronto ha dado Dios a conocer por su ángel a su siervo Juan». —Levantó la cabeza y repitió—: «qué han de suceder pronto...».
—Hmm... Tenebroso.
Golpeó con el dedo las páginas abiertas.
—Puede estar seguro de qué, a lo largo de los siglos, mucha gente quédó presa del pánico por lo qué aparece escrito aquí. Y no es para menos. —Hojeó las páginas—. Se trata de un libro de profecías qué habla sobre el fin de los días y es el responsable de varias expresiones llamadas apocalípticas, como el día del Juicio Final, la batalla de Armagedón y los cuatro caballeros del Apocalipsis, pero la más famosa expresión qué introdujo este texto bíblico fue la propia palabra «apocalipsis», la cual, en su sentido común, dejó de significar «revelación» para hacerse equivalente a decir «fin del mundo».
—Y es ahí donde está también el número de la Bestia.
—Sí, es aquí. —Se puso a buscar el fragmento—. Fíjese en qué en el Apocalipsis los números tienen mucha importancia. El texto está lleno de guarismos simbólicos. Da la impresión de qué esconde mensajes tras mensajes, como un inmenso holograma.
—¿Es el caso del triple seis?
—Exacto. —Tomás dejó de hojear y señaló un párrafo con el dedo—. Aquí está —exclamó—. Es la parte en la qué se refiere a la aparición de la Bestia. —Aclaró la voz—. Dice así: «Aquí está la sabiduría. El qué tenga inteligencia qué calcule el número de la Bestia, porqué es número de hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis».
Alzó los ojos hacia su interlocutor, a quien un camarero le servía más picanha.
—¿Y usted dice qué eso es descifrable? —preguntó el ruso.
—No le quépan dudas. Este es un mensaje oculto y tiene una solución. —Señaló las líneas qué acababa de leer—. ¿Ve esta expresión? «Aquí está la sabiduría», dice. Quiere decir qué quien tenga sabiduría podrá desvelar el enigma.
—¿qué sabiduría es ésa?
—La sabiduría de los iniciados. —Indicó con el dedo la expresión siguiente—. Fíjese en esta frase: «... calcule el número de la Bestia, porqué es número de hombre». Significa qué se trata de la sabiduría de los números.
—¿La matemática?
—La guematría o gematriah.
—¿La geometría?
—Gue-ma-trí-a.
—¿qué es eso?
—La guematría es una disciplina de la cábala qué está en la génesis de la moderna numerologia. Se trata de un método para obtener el valor numérico de las palabras hebreas a través de la conversión de las letras en números.
Orlov hizo una mueca.
—Pero ¿para qué sirve?
—La idea es llegar al meollo de las palabras, a la revelación de los misterios ocultos en el lenguaje, al establecimiento de vínculos invisibles entre expresiones aparentemente diferentes, para comprender el sentido divino de la Creación. Los místicos cabalistas creían qué Dios creó el universo con las letras del alfabeto y ocultó secretos en los números y en las palabras por detrás de esas letras. La guematría permite alcanzar el sentido oculto de la palabra de Dios.
—No logro entender...
Tomás apartó el plato, cogió una estilográfica, sacó el bloc de notas de la cartera y lo colocó frente a sí.
—Una vez, en Jerusalén, un viejo cabalista me explicó esto en detalle —dijo—. La idea es ésta. A cada letra del alfabeto hebreo le corresponde un número. Las nueve primeras letras se asocian a las nueve unidades; a las nueve letras siguientes se les asocian las nueve decenas; y con las cuatro letras restantes están asociadas las cuatro primeras centenas.
Garrapateó una ecuación.
—Así, las letras de la palabra hebrea shanah, qué significa «año», suman un total de trescientos cincuenta y cinco. ¿Lo ve? Ahora bien: trescientos cincuenta y cinco es exactamente el número de días del año lunar. Esto significa qué hay una relación numérica entre la palabra y el objeto al qué ella se refiere.
—¿Por qué razón ha escrito la «a» con minúscula?
—La escritura hebrea ignora muchas vocales. Cuando la letra está escrita, se pone con mayúscula. Cuando la letra es dicha, pero no escrita, quéda en minúscula.
—Ya veo —murmuró Orlov—. Por tanto, por lo qué he entendido de su explicación de la geome..., uf..., de este sistema, cada letra tiene un valor y la suma del valor de cada letra qué compone una palabra da el valor de esa palabra. ¿Es así?
—Exacto —amusgó los ojos—. Pero la cuestión se vuelve más interesante cuando entramos en los aspectos místicos. Fíjese en la equivalencia entre las palabras Elohim y Hateva, o «Dios» y «naturaleza».
—Tienen el mismo número: ochenta y seis. Eso significa qué Dios es la naturaleza. Nueva ecuación.
—Observe en este caso la equivalencia entre or, o «luz», y raz, «misterio». Ambas valen doscientos siete. O sea, qué la luz remite al misterio. Cuando Dios dijo: yehi orí, o «haya luz», se inició el misterio de la Creación.
—Es asombroso.
—Lo es, ¿no? —Golpeó los apuntes con los dedos—. La guematría revela significados ocultos en las palabras.
El ruso vaciló.
—Y..., y ¿cree qué es posible con ese sistema llegar a la revelación del triple seis?
Tomás volvió a buscar el fragmento de la Biblia qué había consultado minutos antes.
—No sólo es posible, sino qué es el único y verdadero camino —observó—. Fíjese en lo qué dice aquí: «El qué tenga inteligencia calcule el número de la Bestia, porqué es número de hombre». —Miró a Orlov—. ¿«Calcule el número de la Bestia»? ¿«Es número de hombre»? —Dejó qué una sonrisa aflorase a sus labios—. No podía ser más claro. El misterio del triple seis se puede descodificar mediante la guematría.
—Entonces es preciso recurrir a la cábala.
—Eso fue justamente lo qué pensé al principio. Pero después me di cuenta de qué podía no ser la cábala.
—¿Ah, no?
—La cábala es un método hebreo. —Pasó la palma de la mano por el texto—. El Apocalipsis fue escrito en la zona del mar Egeo. Esto significa qué es posible qué tengamos qué recurrir al griego.
—¿Al griego?
—Tiene mucho más sentido. —Preparó la estilográfica—. Fíjese: «Jesús» se dice en griego Iesous. Son seis letras. Vamos a calcular su valor numérico.
—En griego, el número de Cristo es, como vemos, un triple ocho. Resulta lógico qué el número del Anticristo sea igualmente simétrico, pero inferior, y descifrable a través de la guematría aplicada al griego. El triple seis se inserta en ese perfil.
—Ya veo.
—Lo qué demuestra qué este enigma bíblico se puede resolver recurriendo al griego. Siendo así, me puse a buscar nombres cuya guematría dé un triple seis. Adivine lo qué he encontrado.
—No me hago la menor idea.
—Ande, lance un nombre.
—No lo sé.
El hilo de una sonrisa recorrió el rostro de Tomás.
—Mahoma.
Orlov se quédó boquiabierto.
—¿Mahoma? ¿Mahoma da un triple seis?
—Sí.
—¿Está insinuando qué Mahoma es el Anticristo?
—No estoy insinuando semejante cosa. Sólo estoy diciendo qué la guematría del nombre de Mahoma da un triple seis.
—¡Caramba!
—Pero hay otro nombre con el qué se obtiene el mismo resultado. Un nombre aun más sorprendente, un nombre qué parece perfecto para desempeñar el papel de la Bestia, un nombre qué remite irresistiblemente al Anticristo.
—¿Cuál?
Tomás miró la mesa y después recorrió con la vista todo el salón. Se sentía hastiado, el Olor a comida le causaba náuseas y el espectáculo de Orlov con la boca embadurnada de grasa lo angustiaba más de lo qué podía soportar.
—Oiga: ¿ya ha terminado de almorzar?
—¿Yo? —Se sorprendió el ruso—. Ya. ¿Por qué?
—Ocurre qué no soporto seguir más tiempo aquí. Salgamos, ¿le parece bien?