EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III (20 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III
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—No puedo explicártelo ahora —dijo—. Pero no tenemos tiempo que perder, ¡y que los dioses nos asistan si llegamos tarde!

Shu-Nhadek estaba en plena agitación. Por algún medio, la noticia de la decisión del Sumo Iniciado había llegado a la ciudad antes que los tres gobernantes con sus séquitos, y con ella se había producido una corriente continua de gente devota o asustada, ansiosa por congregarse lo más cerca posible del lugar de la sagrada alianza y buscar refugio o bendiciones a su sombra. Cuando llegaron Tarod y Cyllan, la cabalgata de la Matriarca había desaparecido en dirección a la residencia del Margrave, donde esperarían la llegada de Keridil Toln y de Fenar Alacar; y, como había previsto Tarod, todas las hosterías y posadas de la ciudad estaban llenas a rebosar.

Por fin llegaron a la plaza del mercado y se detuvieron para dar descanso a sus fatigados caballos. En la plaza reinaba un bullicio desacostumbrado; ardían antorchas en los portales de los edificios más grandes, proyectando un resplandor infernal centelleante, peculiar, sobre las losas; se había congregado mucha gente, simplemente para esperar y observar y ver todo lo que se pusiese al alcance de su vista; en el lado de la plaza más próxima al puerto, unos trovadores estaban entonando cantos piadosos, probablemente con la esperanza de ganarse unas monedas.

Cyllan miró hacia donde podía ver a intervalos una negra abertura entre las casas y creyó distinguir el frío destello de las aguas del puerto en el extremo de un callejón a oscuras. Se estremeció cuando acudió a su memoria un súbito e ingrato recuerdo y acercó su caballo al de Tarod.

—Esta atmósfera… —Bajó la voz de modo que sólo Tarod pudo oírla—. Me pone nerviosa.

—Lo sé. —Acarició el cuello del alazán—. Es como si toda la ciudad hubiese sido atacada por una fiebre. Pero, al menos, no hemos llegado demasiado tarde. La ciudad está todavía esperando a Keridil; nos hemos adelantado a él y esto nos da cierta ventaja. Encontraremos algún sitio donde descansar esta noche, y por la mañana veremos lo que podemos descubrir.

Cyllan se estremeció de nuevo.

—No hay una posada que no haya cerrado sus puertas a nuevos clientes.

—Tal vez. —Tarod sonrió, con una antigua sonrisa que insinuaba algo que ella prefería no averiguar—. Ya veremos.

Al cabo de media hora, había encontrado alojamiento para los dos en una posada respetable, a pocos minutos a pie de la plaza del mercado. Cyllan se mostró indecisa al principio, temerosa de que estuviesen tentando al destino por instalarse tan cerca del centro de actividad, pero él había calmado sus temores, sabiendo que no estaban en peligro, al menos hasta que llegase la comitiva del Círculo. El dinero, un poco de intimidación y una pizca del poder de Tarod les había valido una buena habitación, en la que les fue servida la comida. Cyllan no tenía ganas de comer (sus nervios, como las cuerdas de un instrumento gastado, estaban a punto de romperse), pero la confianza tranquila de Tarod disipó lo peor de su miedo.

Mientras comían, Tarod explicó la naturaleza del Cónclave y expuso lo que su resultado podría significar para ellos.

—Si Keridil consigue traer a Aeoris a la Isla Blanca —dijo—, las fuerzas del Orden tendrán un solo objetivo: borrar todo rastro del Caos en el mundo.

Cyllan le miró a través de las pestañas, consciente de que su pulso se había acelerado desagradablemente.

—Pero, ¿no es esto lo que tú quieres? —preguntó a Tarod.

—Sí. —Ella pensó que había vacilado un momento, aunque su respuesta fue definitiva—. Pero temo que los Señores Blancos persigan obstinadamente ese objetivo, sin pensar en las consecuencias que pueden sufrir los simples mortales. —Se humedeció los labios con la lengua—. ¿Cómo es posible comprender y mucho menos explicar, el razonamiento de un dios? Sin embargo, creo.., creo que conozco, mucho mejor que Keridil, la verdadera naturaleza del poder que pretende desencadenar. —Cerró la mano derecha sobre el restaurado anillo de plata, consciente de la pulsación de la piedra del Caos debajo de sus dedos, y vio que Cyllan le estaba observando fijamente—. Aunque es patrón y protector de la humanidad, Aeoris trasciende las limitaciones humanas hasta el punto de que la vida y la muerte de los individuos (que son de importancia vital para los mortales afectados) son tan triviales para él que no merecen su consideración, tanto más si se comparan con la amenaza planteada por Yandros. —Hizo una pausa y después sonrió irónicamente—. Imagínate que estás en un prado, frente a un enemigo resuelto a matarte. Al luchar contra él, ¿te preocuparán los pequeños insectos que puedes aplastar con los pies en el curso del combate?

Cyllan asintió con la cabeza.

—Te comprendo.

—Entonces comprenderás el peligro que entraña lo que quiere hacer Keridil. Y si Aeoris encuentra en Yandros un enemigo poderoso difícil de vencer, la destrucción que causen ambos será todavía mayor. Y esto no debe suceder, Cyllan.

Ella volvió la cabeza para mirar por la ventana. Más allá de los tejados brillaban las luces del puerto de Shu-Nhadek reflejando imágenes rotas sobre la tranquila superficie del mar. La niebla empezaba a formarse al avanzar la noche, y la tranquilidad del escenario ofrecía un vivo contraste con sus pensamientos.

—Entonces, si hay que evitarlo —dijo—, debemos llegar a la Isla Blanca antes de que se celebre el Cónclave. —Se volvió para mirar a Tarod, con los ojos más oscuros por la emoción que sentía—. Y debes hacer lo que has estado proyectando.

—¿No te angustia esta idea?

—No… no lo sé. Mi conciencia me dice que es buena, pero… —Cerró su mente a la súbita imagen. De la cara de Yandros y al recuerdo de su trato, que surgieron dentro de ella—. No lo sé, Tarod. Me dan mucho miedo las consecuencias. Más miedo, creo, que lo que podría ocurrir si Aeoris y Yandros se enfrentasen. Lo que has dicho, lo que has descrito.., es tan remoto que no me afecta. Aquí, en esta habitación de Shu-Nhadek contigo, no significa nada; pero si entregas la piedra-alma, ello determinará nuestro futuro, y esto sí que lo siento vivamente. —Cruzó y se apretó las manos hasta que los nudillos se volvieron blancos—. ¡Tengo tanto miedo de perderte para siempre!

Tarod advirtió que, cuando había nombrado al Señor Blanco, no había hecho la señal. Para alguien que se había criado como ella, era una omisión inconcebible, y Tarod tuvo conciencia de las otras fuerzas que se agitaban dentro de ella. Yandros le había producido mucho más que una cicatriz física y, contra su voluntad, se sintió orgulloso de ella.

Hermano es digna de nosotros

La voz habló sin ruido en su mente, y la impresión le trajo de nuevo a la fría realidad. Sí…, sería demasiado fácil para los dos dejarse seducir por aquel antiguo poder, y Tarod, mucho más que Cyllan, tenía buenas razones para sentir una afinidad con él. Pero no debía ser.

Tenía que aferrarse a su resolución, y si de esto resultaba el sacrificio definitivo, debía aceptarlo.

—Cyllan. —Alargó una mano sobre la mesa, empujando a un lado los restos de la comida, para asir la suya en un apretón que le hizo daño—. No vacilaré, Cyllan. Vine aquí para cumplir una promesa, y la cumpliré, sean cuales fueren las consecuencias. Mientras exista la piedra del Caos, Yandros puede desafiar el régimen del Orden, pero solamente mientras tenga este punto de apoyo en el mundo. Con la piedra en manos de Aeoris, el Cónclave no se celebrará… y se podrá poner fin a esta locura.

Ella le miró con expresión desolada.

—¿Estás seguro de que es el único camino?

Había otro, pero no se atrevió a considerar la idea ni un instante, para que no arraigase en su mente.

—Estoy seguro —dijo.

Cyllan asintió con la cabeza.

—Está bien. Si tiene que ser, será como tú dices. —Con la mano libre se frotó con fuerza los ojos, y Tarod no supo si estaba o no llorando. Si era así, y conociendo a Cyllan, debían ser lágrimas de cólera más que de desesperación. Al fin pestañeó, sorbió y dijo, con resuelta convicción—: Me enseñaron a creer que Aeoris es justo y bueno. Sólo puedo rezar para que la ceguera de su Sumo Iniciado no se interponga en el camino de su justicia.

Tarod sonrió. Aflojó un poco la presión de sus dedos, se llevó la mano de ella a los labios y la besó.

—¿Recuerdas mi ejemplo de los insectos en el prado? —dijo—. Si Aeoris es como creemos que es, los argumentos de Keridil no le convencerán.

A pesar de sus valientes palabras, tanto Tarod como Cyllan sufrieron aquella noche sueños espantosos. Cyllan era perseguida por atormentadoras imágenes de un futuro inconcebible, en las que veía a Tarod sacrificado en la piedra de un altar que se volvía negra con la sangre, mientras ella, estorbada por el hábito blanco de una Hermana de Aeoris, sólo podía sostenerse en pie y gritar una y otra vez su nombre, sabiendo que nada de lo que pudiese hacer impediría su destrucción. Se agitaba en su sueño, alargando las manos como garras para atrapar a invisibles atacantes; después, al fin, se tranquilizó un poco al sentir a Tarod a su lado y se sumió en una modorra, más profunda pero igualmente terrible.

Tarod yacía inmóvil y sin darse cuenta de la desesperación de ella, pero su sueño no era natural. Ni sus sueños eran sueños en el sentido usual de la palabra, o así lo creyó más tarde. Era más bien como si su mente, turbada por las ideas de cuando estaba despierto, se hubiese trasladado, más allá de las dimensiones mortales, a un lugar de atavismos y de antiguos recuerdos. Y allí, algo le estaba esperando.

La familiaridad del orgulloso y cruel pero hermoso semblante, con su sonrisa de bienvenida, estremecía dolorosamente las raíces de su alma con un sentimiento que no podía definir. Yandros emergía de una columna de luz centelleante y, al moverse, la atmósfera que le rodeaba se transformaba sutilmente entre una miríada de dimensiones, cambiando de color y de forma en un movimiento incesante y sin orden. A su alrededor, algo palpitaba: un enorme corazón cuyos latidos eran tan profundos que parecían una lenta vibración que sacudía la Tierra; y tampoco seguía un orden, ya que el ritmo cambiaba a cada instante. Los sentidos de Tarod trataban de acompasarse con ellos. Y sentía más que veía otras presencias; sombras de formas que se abalanzaban hacia él saliendo de lo amorfo, entes a los que antaño había conocido y con quienes había compartido una afinidad destructora.

Tarod
. La voz argentina de Yandros era llana, un sonido recordado más que oído, sin verdadera existencia más allá de la memoria y de la imaginación. Se encendió una luz en el corazón del Señor del Caos y enfocó la imagen de una estrella de siete puntas.
Todavía tratas de olvidar
.

No había reproche en su voz, solamente un interés indiferente que hizo que Tarod se diese cuenta de la debilidad de Yandros. Este, comprendió súbitamente, no era la verdadera manifestación del reino del Caos. Todavía con sus lazos con el mundo mortal y, en este mundo, él era el más fuerte de los dos.

Sonrió y vio el color verde de sus propios ojos reflejados momentáneamente en la mirada del Señor del Caos.
No lo olvido, dijo serenamente. Pero he hecho mi elección
.

Yandros reflexionó un momento y después inclinó la cabeza como reconociendo un punto de vista que, aunque fuese contrario a él, le interesaba.
Elegiste un extraño camino, Tarod. Has visto injusticias, intolerancia, persecuciones, asesinatos, perpetrado todo ello en nombre del Orden, y sin embargo, a pesar de los elevados principios que profesas, todavía eres fiel a los sistemas del Orden
. Sus ojos, que cambiaron ahora del azul a un inquietante carmesí, pasando por el púrpura, centellearon divertidos.
Me intriga tu lógica
.

Que yo sepa, la lógica nunca ha sido tu arma favorita, Yandros
.

El ente se echó a reír.

Oh, yo elijo las armas que más me convienen en cada momento, ¡lo sabes muy bien!

Imágenes, viejas lealtades, satisfacciones, triunfos… Tarod las expulsó de su mente.

Entonces tal vez deberías escogerlas con más cuidado. Lo que he visto no es el verdadero reflejo del Orden. Es simplemente la reacción de pánico de los que no saben más. Y si yo supiese más, sospecharía que tu mano está detrás de esto
.

Me halagas. Yandros sonrió maliciosamente.

No lo creas. Pues en este mundo, tengo una ventaja sobre ti, la ventaja de ser humano. Y ostento el poder más grande. Te desterré, Yandros; y mientras siga con vida, tu poder no podrá tener un asidero aquí.

Yandros no replicó, pero pareció estar considerando las palabras de Tarod. A lo lejos empezó a gritar una voz en un tono que nunca había sido mortal; Yandros miró en su dirección y el sonido cesó de pronto.

Por fin, el Señor del Caos asintió con la cabeza. Sus ojos parecían extrañamente tranquilos y reflexivos, y dijo:
Sí. Tú me desterraste. Y por tu fidelidad a los Señores del Orden fuiste desterrado por sus siervos. Sin embargo, todavía te aferras a aquella lealtad y crees que aunque los títeres pueden condenarte, el amo de los títeres te ensalzará. Sus ojos brillaron encendidos. Es un sentimiento muy humano. Habría esperado algo mejor de ti
.

¿Mejor?
Tarod sonrió cínicamente.
¿Mejor según el patrón de quién, Yandros?

De nuevo se echó a reír el Señor del Caos, pero esta vez había una ironía espantosa en su risa, como si fuese víctima de una broma celestial. Tarod, que le conocía de antiguo, permaneció impávido, y por último se extinguió la risa, dejando solamente ecos que parecieron tomar vida propia antes de desvanecerse en la nada.

¿Según el patrón de quién?
, repitió Yandros.
¡Ay, Tarod cuántas cosas has olvidado!
Se volvió súbitamente para enfrentarse de lleno a Tarod y, a pesar del abismo que le separaba de él, Tarod sintió una fuerte sacudida psíquica cuando el Señor del Caos le apuntó con un dedo acusador.
Entonces, sigue tu camino, dijo Yandros. Inclínate ante la corrupción del Orden y aprende la lección a la que te ha condenado tu vida mortal. Yo no puedo dominarte, debo confesarlo, pues lo sabes tan bien como yo y en los viejos tiempos no había secretos entre nosotros. Ve, pues. Habla al demonio Aeoris. Confíate a su misericordia, ¡y donde había siete habrá seis!
Encogió los hombros, y la columna de luz en la que se hallaba se contrajo, oscureciéndose, de manera que al fin la cara marfileña de Yandros miró con frío desdén desde una niebla negra y sólo sus cabellos dorados y brillantes dieron algún color a la turbadora escena. Su voz sonó suavemente, sibilante, insinuante, en la mente de Tarod, al empezar a fragmentarse el sueño y arrastrarle de vuelta al mundo físico.

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