—No puedo recordar esa parte de la historia —susurró Bevis a través de los labios chamuscados y sangrantes.
—No le creas —dijo Xeno con gesto ceñudo.
—Por supuesto que no —soltó Fzoul. Se enjugó el sudor de la frente con el dorso de la mano y salpicó con el líquido salado las mejillas laceradas de Bevis. Cuando el iluminador dejó de aullar, el sacerdote le preguntó tranquilamente:— ¿Quién destruyó a Myrkul?
—E-estaba en el otro libro —respondió Bevis—. El libro sobre la Era de los Trastornos en el que trabajé hace años. —Empezó a reírse de forma incontrolable—. Esa historia fue el único libro que leí entero. Pensé...
—La destrucción de Myrkul —apuntó Cyric impaciente. Desenvainó a Godsbane, pues una parte de sí mismo conocía la respuesta antes de que Bevis la revelara.
—Medianoche mató a Myrkul —susurró el iluminador poniendo los ojos en blanco—. Pero cuesta pensar eso ahora, aun cuando el otro libro decía que era verdad. Y Cyric esperó en la torre y tendió una emboscada a Medianoche, a Kelemvor y al otro, al sacerdote de la cicatriz. Y atravesó a Kelemvor por la espalda y le robó las Tablas del Destino. Salió corriendo porque Medianoche lo hubiera...
La hoja carmesí penetró en el costado del hombre, cortando su respuesta incoherente. Bevis tuvo tiempo de dar un respingo mientras Godsbane le absorbía hasta la última gota de sangre. Entonces Cyric buscó dentro del cuerpo y arrancó el alma, liberándola. Fantasmagórica y temblorosa, el alma parecía formada de luz, pero una vez que estuviese en la Ciudad de la Lucha, Bevis sería tan corpóreo como el resto de las sombras, y tan vulnerable como ellas a la tortura eterna.
Con una mano cerrada en torno al alma, el señor de los Muertos volvió los ojos orlados de fuego infernal a los tres mortales presentes en las criptas.
—Empezaremos nuevamente dentro de tres días, a la puesta del sol —gritó—. Tened preparado a un copista en el lugar acostumbrado. Encontrad al que escribió esta basura. —Señaló los cuadernillos con la espada y la tinta desapareció de las páginas—. Y añadid su piel al pergamino para el siguiente volumen. Enviaré un engendro a recoger el cuerpo cuando lo hayáis desollado.
Xeno cayó de rodillas.
—Pero no tenemos más copistas en el templo —dijo con voz vacilante—. Hemos acabado incluso con todos los miembros del gremio a los que arrestamos.
El alma que Cyric tenía cogida se encendió.
—Éste dijo que tenía una hija que podría escribir —gritó el dios, acallando los ruegos de clemencia de Bevis—. Si no te quedan más, búscala. Yo decidiré si es digna de servirme cuando la haya conocido. —Dicho esto, el señor de los Muertos desapareció.
Lord Chess agitó el pañuelo perfumado ante la nariz, tratando en vano de disipar el hedor de la carne chamuscada.
—Este libro será la ruina de Zhentil Keep —musitó, aunque su voz no reflejaba una gran preocupación.
—Suena como si dudaras de los poderes del dios, Chess —dijo Xeno Mirrormane alzando una de sus plateadas cejas en señal de desconfianza—. Podría hacerte matar por eso.
—No te pongas melodramático —le soltó Fzoul—. No hace sino corroborar los hechos. Si Cyric logra encontrar al copista idóneo y redactar su libro adecuadamente, tendrá el arma perfecta para convertir a todo Faerun... A todo el mundo incluso. —Repasó con el pulgar los cuadernillos de pergamino en blanco—. Esta vez anduvo cerca. El artista casi se lo creyó, aun cuando había leído antes la verdad. —Fzoul negó con la cabeza—. Leed el
Cyrinishad
y creed en él, diga lo que diga. ¿Por qué crees que Mystra le negó a Cyric la magia para crear el libro él mismo? ¿O por qué Oghma le negó los servicios de sus copistas eternos? Sin fieles, el resto del panteón desaparecerá. Será como si jamás hubiera existido.
Xeno arrancó las páginas de la mano a Fzoul.
—Mystra y Oghma no pueden impedir que los fieles de Cyric creen este volumen. Y hay muchos que creen todo lo que el magnificentísimo señor nos dice, incluso sin el
Cyrinishad
. Para nosotros no hay más dios que él.
—Eso es lo más terrible de todo —dijo Fzoul, y se volvió para abandonar las criptas.
Donde Mystra se reúne con el Círculo de los Poderes Mayores para ensurar a Cyric y descubre que, incluso en los cielos, la culpa y la nocencia son una cuestión de perspectiva.
A cada uno de los dioses, el Pabellón de Cynosure le parecía diferente. Sune Cabellos de Fuego veía una enorme sala llena de espejos que reflejaban su perfecta hermosura. Para Tempus era una sala de planificación inserta en las profundidades de un reducto fortificado. Mapas y diagramas de guerras legendarias combatidas por el señor de las Batallas cubrían las paredes y las mesas. La Gran Madre Chauntea percibía el lugar como un fértil campo sembrado de trigo. Las espigas ondeaban suavemente con el viento otoñal, siempre listas para la cosecha.
Los dioses reunidos en el pabellón también se veían los unos a los otros con rostros diferentes. Lathander, dios de la Renovación, veía a los poderes allí reunidos o bien como rayos de luz o bien como nubes oscuras, fuerzas que aumentaban u oscurecían el glorioso amanecer de renovación que presagiaba para el mundo. Para Talos el Destructor, belicoso señor de las Tormentas, los dioses dedicados al bien o a la ley eran islas de calma enervante entre el retumbar de truenos que tenía ante sí.
Mientras una faceta de su conciencia se manifestaba en el pabellón, Mystra observaba con una mezcla de diversión y perplejidad que, como de costumbre, Lathander y Talos se habían colocado lo más lejos posible. Para la diosa de la Magia, los otros dioses tenían un aspecto tan humano como los magos. Sus vestimentas espléndidas estaban hechas del tejido mágico que rodeaba Faerun, la red de encantamiento de la que surgían todas las hechicerías. El propio pabellón era el taller de un mago, lleno de probetas burbujeantes y recipientes con todas las sustancias arcanas conocidas por los hombres o los dioses.
—Dime, oh señora de los Misterios —dijo una voz melodiosa—, ¿has pensado alguna vez por qué el señor de la Mañana y el Destructor parecen incapaces de dejar de lado sus diferencias por un solo instante?
Al volverse, Mystra encontró a Oghma a su lado. El dios del Conocimiento y patrono de los Bardos la saludó con una inclinación de cabeza y le cogió la mano. Sus finos dedos de alabastro relucían como rayos de luna contra la piel oscura mientras él acercaba la mano a su boca.
La diosa de la Magia sonrió ante la galantería de Oghma.
—Su enfrentamiento no es ningún misterio —respondió—. Es simplemente una consecuencia de sus oficios. La renovación y la destrucción no son precisamente tareas complementarias. A eso se reduce todo.
—¿Ah, sí? —dijo Oghma—. ¿Qué es lo que ves ahora cuando miras alrededor de ti?
—Un taller para la preparación de magos —replicó ella.
—¿Y qué es lo que ven los demás, Talos, Lathander y el resto?
La diosa vaciló ante el tono insistente de Oghma.
—¿Por qué lo preguntas?
—Soy el dios del Conocimiento —dijo Oghma, elusivo—. No hago más que ejercitar mi divina curiosidad.
Por la leve sonrisa en los labios del dios, Mystra se dio cuenta de que la respuesta no expresaba la totalidad de la verdad. No obstante, no tenía mucho que perder por responderle. Aunque sólo fuera eso, podría acercarla más al descubrimiento del auténtico objetivo de su curiosidad.
La diosa de la Magia cogió el brazo de Oghma y se acercó graciosamente a una de las mesas circulares distribuidas por el taller. La cola de su vestido azul y blanco flotaba en pos de ella como unas alas de finísima gasa.
—Del mismo modo que yo veo el laboratorio de un mago, es probable que los demás dioses vean el pabellón como algo que les resulta familiar. Sus mentes ponen una apariencia a la endeble realidad del lugar, transformándolo en algo que refleja su función dentro del panteón. Supongo que tú verás una especie de biblioteca.
Oghma asintió.
—Pero si quisiera ver el pabellón bajo un aspecto diferente, o ver la realidad que subyace a la fachada que ha creado mi mente, ¿qué vería?
—Podrías obligar a tu conciencia a hacerlo —dijo Mystra.
—¿Estás segura de que es tan fácil? —Un relámpago de decepción cruzó las expresivas facciones de Oghma. Guardó silencio un momento y a continuación dijo algo abruptamente—. No es por cambiar de tema, pero he considerado tu propuesta relativa al Príncipe de las Mentiras. No creo que fuese prudente que yo asumiera una postura más activa contra él en este momento.
—Pero el
Cyrinishad
, y la desaparición de Leira...
El dios del Conocimiento la interrumpió alzando una mano.
—No voy a faltar a la palabra que te di. Ni los copistas de mi jurisdicción ni todos aquellos que me rinden culto en los reinos mortales ayudarán a Cyric a terminar el libro. —Oghma frunció el entrecejo con severidad y su voz adquirió un tono decididamente pedante—. Pero aparte de eso, creo que cualquier cosa que pueda considerarse un desafío directo a Cyric, con respecto a la desaparición de Leira o a cualquier otra cosa, sería poco aconsejable para nosotros dos. No sabes cómo piensa el resto del Círculo, y, hasta que lo averigües, cualquier enfrentamiento directo bien podría reforzar su posición.
—De modo que a eso se refería tu pequeño interrogatorio —dijo Mystra con frialdad—. Es mucho lo que das por supuesto, milord. No creas que el hecho de que antes fuera mortal me impide entender la política del panteón.
—Jamás desdeñaría tu humilde origen —replicó el patrono de los Bardos—. De hecho, creo que la mortalidad de que disfrutaste otrora te otorga una característica rara y maravillosa para la humildad de una diosa. Como no estás tan neciamente segura de tu propia perspectiva, tal vez pudieras comprender cómo los dioses se limitan los unos a los otros y cómo los vincula su naturaleza.
—El genial bardo de siempre —se burló Mystra—. Si ofendes a alguien siempre tienes a mano el cumplido necesario para suavizar cualquier sentimiento herido.
—Cuento con muchos eruditos dolorosamente honestos entre mis fieles, y no todos los bardos que me rinden pleitesía son aduladores —respondió Oghma. Su voz era a un tiempo musical y precisa, un coro de magistrales cuentacuentos hablando en armonía—. Algunos de los mayores arpistas de mi reino perdieron la vida por no ser capaces de decirle a un rey que era agraciado, o sabio, o generoso, cuando en realidad no lo era. —Oghma tomó entre las suyas las manos de Mystra—. Tu propio nombre muestra la veracidad de tu humildad mortal —dijo—. Cuando Ao te elevó sobre los mortales pudiste haber conservado el nombre de Medianoche, pero en cambio preferiste adoptar el de la diosa que te precedió.
—Fue una jugada política —respondió ella con inocencia—. Así me aseguré la estabilidad de mi Iglesia. Como ya dije, no soy tan ingenua como crees.
Oghma pasó por alto su afirmación.
—Como tú te haces llamar Mystra, hay en el mundo quienes dicen que Medianoche de Deepingdale jamás existió, que es un mito.
La diosa de la Magia se encogió de hombros.
—Hay quienes dicen también que Cyric es un mito, aunque se ha pasado los diez últimos años imponiendo su nombre a los fieles de Bane, Bhaal y Myrkul. En este momento se están librando cuarenta y ocho sangrientas batallas en las Tierras Centrales por su orgullo, su vanidad; devotos que se matan entre sí por el auténtico nombre de su dios. Eso no es más que necedad.
—Puede ser, pero su nombre ocupará un lugar destacado en los libros que cuentan la historia de Faerun, mientras que tu nombre mortal un día desaparecerá —sonrió Oghma—. Veo por tu expresión que la historia no te preocupa, aunque debería hacerlo. Después de todo, el control de la historia está en el centro mismo de los descabellados planes de Cyric. Es la razón por la cual lucha denodadamente por crear su tan temido libro.
—Perdonadme —interrumpió una voz profunda—, pero a Cyric lo único que le preocupa es el poder. El
Cyrinishad
es un medio para conseguirlo. —Torm el Veraz saludó formalmente con una reverencia a Mystra y luego a Oghma—. No pretendo poner en duda tus conclusiones, Compendio de Toda la Sabiduría, pero he tenido un trato muy directo con el Príncipe de las Mentiras últimamente, y creo...
—No estamos aquí para hablar de lo que tú crees, Torm —dijo el hombre ciego que había aparecido de repente en el centro del pabellón. Tenía unas facciones angulosas e implacables, lo mismo que el corte de los ropajes mágicos que Mystra adivinaba en su vestimenta. En la mano izquierda llevaba una balanza de plata, y la mano derecha había sido cercenada a la altura de la muñeca—. Estamos aquí para hablar de los hechos de la transgresión de Cyric, las cosas que dices que presenciaste en su reino. Una vez hecho esto, haremos caer sobre él todo el peso de la justicia.
Talos interrumpió un momento la inscripción de su nombre en la mesa que tenía ante sí.
—Yo soy partidario de detenerlo y de esparcir sus restos por los planos —bromeó, haciendo girar amenazadoramente su daga de plata.
Tyr, el dios ciego de la justicia, se mesó la larga barba blanca con el muñón y volvió los ojos muertos hacia el Destructor.
—Ya te llegará el turno de hablar. Mientras tanto, mantén la calma.
A modo de respuesta, Talos resopló desdeñoso y arrancó una larga astilla de madera de la mesa.
—Y así comienza otra conferencia del Círculo de los poderes mayores —susurró Oghma a la diosa de la Magia—. Más o menos como las demás, ¿no te parece?
Mystra tuvo que admitir que Oghma tenía razón. Los poderes mayores se reunían raramente ya que eran pocas las veces que surgían problemas que los concernieran a todos. Sin embargo, en cada una de esas escasas reuniones a las que Mystra había asistido, Tyr se había arrogado el control del Círculo y Talos se lo había disputado. Entonces, como en la presente ocasión, Oghma había tomado nota tranquilamente de todas las palabras y acciones de los demás inmortales mientras Tempus sugería impacientemente que se enviase su ejército divino para resolver incluso los dilemas más delicados con la espada y el escudo.
Mystra se dio cuenta de que ésta era la mismísima conclusión que Oghma había estado tratando de evitar: después de siglos de relaciones, los dioses se habían vuelto predecibles. Se podía contar con Tyr para promover todas las causas que fomentaban la ley y el bien en Faerun. Talos, con toda seguridad, se oponía a esas medidas, procurando crear el caos y, al menos tal como Tyr lo definía, el mal. Del mismo modo, los puntos de vista de Talos y Lathander dificultaban la tarea de encontrar una base común.