El Prefecto (56 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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La autorización Pangolín le dio los horarios de sueño. Chen y Saavedra debían de estar despiertos en aquel momento. Luego se arriesgó aun más a que lo detectaran y volvió a usar Pangolín para que el sistema localizara a los dos prefectos. Esperaba que estuvieran solos, pero no fue así. Parecía que estaban juntos en el refectorio principal. Era tan buen lugar para empezar como cualquier otro.

Dreyfus se terminó el café y dejó la taza en el suelo.

Dreyfus se detuvo a la entrada del refectorio y miró a los prefectos que se habían reunido para comer, beber, intercambiar cotilleos profesionales o sencillamente pasar el rato entre turnos. Las mesas, en su mayoría vacías, se inclinaban hacia arriba en largas líneas bajas, siguiendo la suave curvatura del suelo. Como ocurría en el refectorio durante algunos turnos, las luces estaban bajadas a un nivel de iluminación soñolienta, similar a la luz de unas velas. Los prefectos, que llevaban puestos los uniformes, estaban reunidos en un compacto grupo de color negro, la mayoría sentados alrededor de las mesas. Algunos volvían de las ventanillas con bandejas y tazas. Otros estaban de pie, en grupos de dos o de tres, mirando los paneles que cubrían las paredes del refectorio. En otro momento habrían estado leyendo sumarios de casos e informes de investigaciones en curso para tener una idea del trabajo que estaban realizando otros colegas, pero ahora los paneles estaban centrados en un análisis de la crisis de Aurora. Estaban cubiertos de múltiples imágenes de los seis hábitats que había tomado, todas de vistas exteriores, pues ya no había dispositivos de alimentación interiores activos. Otros paneles mostraban imágenes y diagramas de los escarabajos, junto con vistas del esfuerzo de contención espacial. La mayor parte de los prefectos solo conocía los detalles básicos de la crisis —la identidad de Aurora seguía siendo un secreto operativo que requería autorización Pangolín—, pero todos eran conscientes de la gravedad de la situación.

Incluidos Chen y Saavedra. Los vio sentados en una esquina de la sala, al final de una hilera de mesas, lejos de los otros prefectos. Estaban uno frente al otro, inclinados de una forma conspiradora y alarmada que no le dejó dudas sobre el hecho de que estaba mirando a dos miembros de Firebrand. Los otros prefectos estaban preocupados, por supuesto, pero también estaban animados y entusiasmados por las exigencias de la crisis. Les estaba dando la oportunidad de probarse a sí mismos, de competir por favores promocionales. Pero Chen y Saavedra parecían asustados, como un par de amantes ilícitos convencidos de que están a punto de ser descubiertos.

Dreyfus atravesó la sala hasta la ventanilla de servicio más cercana. El humano con delantal detrás de la ventanilla era un detalle deliberado. La gente venía al refectorio porque tenía una necesidad psicológica profunda de no comer sola y de que no les sirviera una máquina. Puede que la comida estuviese creada usando los mismos procesos de materia rápida utilizados en otras partes, pero al menos te la entregaba una persona en un plato caliente de cerámica.

Pero Dreyfus solo pidió una manzana y un vaso de agua. Limpió la fruta en los pantalones mientras se alejaba de la ventanilla. Deambuló con tranquilidad entre las mesas, saludando con un gesto de cabeza a los prefectos que lo miraban o le hablaban.

Chen y Saavedra aún no se habían dado cuenta de su presencia. Lo que desde la distancia había parecido una riña de enamorados resultó ser una discusión acalorada a medida que se acercaba. Estaban discutiendo en susurros, pero sus expresiones y la tensión de sus gestos los delató. Al principio se preguntó por qué habían escogido encontrarse en el refectorio y no en el recogimiento de sus habitaciones. Pero si alguien les pedía explicaciones de su reunión, al menos el refectorio les dejaba abierta la posibilidad de alegar un encuentro accidental.

Giró por el extremo de una de las mesas. Ahora estaba más cerca de los dos que de cualquier otra persona en la sala. Levantó su manzana y mordió la piel verde esmeralda de la fruta perfectamente esférica. Chen alzó la vista, y mostró menos sorpresa que ofensa ante la intromisión de Dreyfus en su privacidad. Lansing Chen era un hombre joven con un rostro ancho de pómulos altos. Tenía el cabello negro y espeso con la raya cuidadosamente peinada.

—Prefecto —dijo en tono suficientemente amistoso, pero que no invitaba a Dreyfus a sentarse.

—Lansing —dijo Dreyfus dando otro mordisco a la manzana—. ¿Puedo sentarme?

La mujer, Paula Saavedra, le dirigió una mirada claramente animosa. Era delgada y huesuda, como las muñecas de madera articuladas que los artistas usaban en lugar de modelos humanos. Tenía un aspecto pálido, macilento, como si hubiera pasado demasiado tiempo bajo unas luces muy brillantes. Incluso sus ojos eran incoloros, como si el color que una vez habían tenido se hubiese apagado.

—De hecho, prefecto… —comenzó.

Entonces Dreyfus oyó pasos detrás de él y sintió una mano en su hombro.

—Tom —oyó que decía una voz—. Me alegro de haberte encontrado. He tenido que invocar Pangolín. Casi no me lo creo cuando me dijo que estabas en el refectorio. Es el último lugar en el que esperaba encontrarte.

Dreyfus se giró bruscamente, dispuesto a enfadarse con la persona que lo había interrumpido, hasta que vio que el rostro chupado del hombre que había hablado pertenecía a Demikhov.

—Doctor —dijo en voz baja—. ¿Le importaría…? Estoy ocupado en este momento.

Demikhov asintió con gesto comprensivo.

—Todos lo estamos, Tom. Pero tenemos que hablar ahora mismo. Confía en mí, ¿de acuerdo?

Dreyfus examinó el rostro cansado del doctor. Nunca había exagerado la gravedad de un asunto. Sin duda, lo que quería discutir con él era urgente.

—¿De qué se trata? —preguntó Dreyfus manteniendo el tono de voz bajo.

—Imagina, Tom.

—¿Jane?

—Ha ocurrido algo. No es bueno. Tenemos que tomar una difícil decisión y necesito tu opinión. De inmediato, Tom. ¿Puedes venir al Laboratorio del Sueño?

—No se preocupe, prefecto —dijo Lansing levantándose de la mesa y apartando la silla—. Paula y yo ya nos íbamos.

—Quiero verles aquí dentro de una hora —dijo Dreyfus dando un ligero golpecito a su brazalete.

—¿Sucede algo, prefecto de campo Dreyfus? —preguntó Chen de forma inocente, pero obviamente le estaba recordando a Dreyfus que compartían exactamente el mismo rango.

—Sí. Sucede algo. Y dentro de sesenta minutos vamos a charlar sobre ello. —Dirigió su atención a la mujer—. Usted también, prefecto de campo Saavedra.

Miró como salían enfadados del refectorio tras dejar sus bandejas y su comida sobre la mesa.

—Siento haberte interrumpido —dijo Demikhov mientras Dreyfus se bebía a grandes tragos el agua y tiraba los restos de la manzana en la bandeja de Chen—. Pero, por favor, créeme. No te habría molestado si no se tratase de una cuestión de máxima urgencia.

En el Laboratorio del Sueño Demikhov dijo:

—¿Cómo estaba Jane la última vez que hablaste con ella?

Dreyfus se frotó la nuca.

—¿Comparado con qué?

—Con la vez anterior. O con la semana pasada.

—No estaba muy contenta. Es comprensible, teniendo en cuenta que la habían apartado del poder. —Alzó una mano tranquilizadora—. No te preocupes, doctor. No te hago responsable de eso. Estabas haciendo tu trabajo, cuidando de la salud de Jane. Imagino que Gaffney debió de ser muy manipulador.

—No fue solo Gaffney. También Crissel y Baudry.

—Bueno, Crissel ya ha expiado su culpa. Y aunque no apruebo las decisiones que Baudry dice que hemos de tomar, sé que solo intenta descargarla de sus obligaciones.

—¿Notaste algo más en Jane? ¿Parecía estar sometida a un nivel de estrés más elevado de lo habitual?

—Bueno, revisemos la situación. Ahora hemos perdido el control de seis hábitats, de los cuales cuatro tienen capacidad para fabricar escarabajos. La agencia que ahora los controla espera hacerse con cuatro hábitats más dentro de las próximas veintiséis horas, tal vez antes. Pronto estaremos hablando de una cifra de dos dígitos, y luego no tardaremos en llegar a los tres. Estamos realizando un programa de evacuación masiva para abrir un cortafuego alrededor de los hábitats infectados con el fin de destruir las estructuras que se supone tenemos que proteger. Seguramente quedarán personas dentro de esas estructuras cuando apretemos el botón. Mientras tanto, estamos perdiendo agentes y máquinas con una rapidez vertiginosa. Por lo tanto, sí, yo diría que Jane está un poco más estresada de lo habitual.

Demikhov apartó el sarcasmo de Dreyfus como un hombre que espanta a una mosca.

—Creo que ha llegado el momento de intervenir.

—Ahora no. No hasta que hayamos acabado con Aurora.

—Ha habido otro cambio en el escarabajo. ¿Jane te lo ha contado?

—No —dijo Dreyfus con recelo.

—Ha clavado una de sus pinzas más profundamente en la nuca de Jane. Está presionando su médula espinal. Puede sentirlo.

Dreyfus pensó en su última conversación con Aumonier.

—No parecía sentir dolor.

—Entonces te lo ha ocultado muy bien. No está agonizando, todavía. Pero el escarabajo ha estado cambiando con más rapidez últimamente. Nos está enviando un aviso, Tom. No tenemos mucho tiempo.

—Pero solo han pasado unos días desde la última vez que hablamos. Entonces no tenías una estrategia; nada que se lo sacase en menos de cuatro décimas de segundo. ¿Me estás diciendo que has encontrado algo nuevo desde entonces?

Demikhov no se atrevía a mirarlo a los ojos.

—No he sido totalmente honesto contigo, Tom. Siempre ha habido una estrategia, una que estamos seguros de que puede sacarle el escarabajo antes de que le dé tiempo a contraatacar. Pero queríamos estar seguros de agotar primero todas las demás opciones.

Dreyfus negó con la cabeza.

—Tango era vuestra mejor opción. Pero no tardaba cuatro décimas o menos.

—Siempre ha habido algo más rápido que Tango. Lo hemos tenido en reserva, apenas lo discutimos desde que comenzó el trabajo preliminar. Esperábamos encontrar algo mejor mientras tanto. Pero no ha sido así. Y ahora ya no queda tiempo. Lo cual nos deja tres opciones, Tom.

—¿Cuáles son?

—La opción uno es no hacer nada y esperar que el escarabajo nunca se active. La opción dos es usar Tango. Todas las simulaciones, incorporando el trabajo que hemos hecho durante la última semana, indican que Tango logrará extraer el escarabajo en 0,496 segundos. Las simulaciones también estiman que en ese tiempo el escarabajo no podrá hacer nada.

—Pero no hay mucho margen de error. —Hacía tiempo que habían acordado que no harían nada hasta que pudiesen conseguir extraerlo en menos de cuatro décimas de segundo. Con cautela, Dreyfus preguntó—: ¿Cuál es la tercera opción?

—La llamamos «Zulu». Es el último recurso.

—¿En qué consiste?

—Decapitación —dijo Demikhov.

—Estás de broma.

—Se ha analizado. Tenemos un plan, y creemos que funcionará.

—¿«Creéis»?

—No hay nada garantizado, Tom. Estamos hablando de operar a una paciente a la que no hemos podido acercarnos a menos de siete metros y medio durante once años.

Dreyfus se dio cuenta de que estaba haciendo pagar su exasperación al desgraciado de Demikhov, un hombre que había dedicado los últimos once años de su vida a encontrar la manera de ayudar a Jane Aumonier.

—De acuerdo. Explícamelo. ¿Por qué es mejor cortarle la cabeza que pegarle un tiro al escarabajo ahora mismo? ¿Y cómo vas a meter un equipo médico para decapitarla, de todos modos?

Demikhov llevó a Dreyfus a una de las particiones que dividían la zona central del Laboratorio del Sueño, que estaba iluminada con diagramas e imágenes de la paciente y de la cosa agarrada a su nuca.

—Vayamos por pasos. Hemos contemplado la eliminación forzosa del escarabajo, o cercenarlo, si lo prefieres, desde el primer día. Pero siempre nos ha preocupado que haya algo en él que pueda dañar a Jane aunque no esté físicamente conectado con ella.

Ya habían hablado de aquello, pero Dreyfus necesitó hacer memoria.

—¿Como qué?

—Un explosivo, por ejemplo. Estamos seguros de que el Relojero no pudo introducirle antimateria, pero en sus estructuras de las que no hemos podido trazar un mapa puede haber explosivos convencionales o mecanismos de corte cargados por resorte escondidos.

—¿Lo bastante potentes como para herir a Jane?

—Sin duda. Ya has visto lo que consiguió construir en algunos de esos relojes. Si podemos hacer que el escarabajo se mueva al otro lado de alguna clase de pantalla amortiguadora, la paciente no sufrirá daño alguno. Así mataremos dos pájaros de un tiro, Tom.

—¿Dos pájaros? No te entiendo.

Demikhov señaló uno de los diagramas con el dedo. Dreyfus tuvo la vaga impresión de que había visto aquella imagen cientos de veces, aun sin prestarle demasiada atención. Era una sección transversal de la cámara en la que Jane flotaba.

—Habrás visto ese conducto en forma de anillo alrededor de la burbuja —dijo Demikhov.

—Suponía… —pero la voz de Dreyfus se fue apagando. No había supuesto nada, más allá del hecho de que aquella estructura en forma de anillo no tenía nada que ver con la burbuja.

—Nosotros instalamos ese conducto, Tom. Abrimos ese espacio porque temíamos que un día tendríamos que aplicar Zulu.

—¿Qué hay dentro ahora?

—Nada: es solo un anillo vacío que rodea la burbuja. Pero todo lo que necesitamos instalar dentro está almacenado en otro lugar de Panoplia, esperando a que vayamos a buscarlo.

—Enséñamelo.

Demikhov golpeó ligeramente el diagrama con el dedo y este se inclinó de modo que se quedaron mirando la burbuja y el anillo desde arriba, en lugar de verlos de modo transversal. Una serie de estructuras modulares se insertaron en el anillo a través de una abertura única, luego se unieron para formar una especie de collar grueso y punzante.

—¿Qué es?

—Una guillotina —le informó Demikhov—. Cuando las estructuras estén colocadas, proyectarán esos segmentos con cuchillas a través de la pared de la esfera. Hemos debilitado la pared exterior donde tienen que cortar, así que no hay necesidad de hacer nada en el interior de la burbuja. Todo ocurrirá de forma muy rápida. Los segmentos se acercarán y cortarán la cámara por la mitad en dos décimas de segundo: dentro de nuestro margen de error.

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