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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

El mundo y sus demonios (27 page)

BOOK: El mundo y sus demonios
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Y, si la señal se repitió, ¿lo anunciaría entonces a la prensa y al público? No creo. Quizá alguien le está engañando. Quizá es algo que ocurre en su sistema de detección y usted no ha sido lo bastante listo para descubrir. Quizá sea una fuente astrofísica desconocida. Lo que haría es llamar a científicos y otros observadores de radio y les informaría de que en este punto particular del cielo, en esta frecuencia y ancho de banda y todo lo demás, parece haber algo curioso. ¿Les molestaría ver si pueden confirmarlo? Sólo si varios observadores independientes —todos plenamente conscientes de la complejidad de la naturaleza y la falibilidad de los observadores— consiguen el mismo tipo de información del mismo punto en el cielo, podrá usted considerar seriamente que ha detectado una señal genuina de seres extraterrestres.

Todo esto implica cierta disciplina. No se puede salir gritando «hombrecillos verdes» cada vez que detectamos algo que al principio no entendemos porque, si resulta ser otra cosa, vamos a parecer francamente tontos... como los astrónomos soviéticos con CTA-102. Es necesario tomar precauciones especiales cuando el precio es alto. No estamos obligados a dar nuestra opinión hasta que no haya alguna prueba. Es permisible no estar seguros.

Con frecuencia me preguntan: «¿Cree usted que hay inteligencia extraterrestre?» Yo doy los argumentos habituales: hay muchos lugares por ahí fuera, hay moléculas de vida en todas partes, utilizo las palabras
miles de millones,
y todo eso. Entonces digo que me sorprendería muchísimo que no hubiera inteligencia extraterrestre pero, desde luego, de momento no hay prueba convincente de ello.

A menudo, a continuación, me preguntan:

—Pero ¿qué piensa realmente? Yo digo:

—Le acabo de decir lo que pienso realmente.

—Sí, pero ¿cuál es su sensación visceral?

Pero yo intento no pensar con las vísceras. Si me planteo entender el mundo con seriedad, pensar con algo que no sea el cerebro, por tentador que sea, me puede meter en problemas. Realmente, está bien reservarse el juicio hasta que se tiene la prueba.

M
E HARÍA MUY FELIZ QUE LOS DEFENSORES
de los platillos volantes y los que creen en abducciones por extraterrestres tuvieran razón y contáramos con pruebas reales de vida extraterrestre para poderlas examinar. Sin embargo nos piden que tengamos fe. Nos piden que los creamos basándonos en la fuerza de sus pruebas. Sin duda nuestra obligación es examinar la prueba ofrecida al menos con tanta atención y escepticismo como los astrónomos que buscan señales de radio extraterrestres.

Ninguna declaración anecdótica —por muy sincera y profundamente sentida que sea, por muy ejemplares que sean las vidas de los ciudadanos que la atestiguan— tiene gran peso en una cuestión tan importante. Como en los casos más antiguos de ovnis, los relatos anecdóticos están sujetos a error. Eso no es una crítica personal a los que dicen que han sido abducidos o a los que los interrogan. No equivale a menospreciar a los supuestos testigos.
[20]
No es —o no debería ser— un desprecio arrogante de un testimonio sincero y conmovedor. Es simplemente una respuesta renuente a la falibilidad humana.

Si se pueden atribuir los poderes que sea a los extraterrestres —por su avanzada tecnología—, entonces podemos explicar cualquier discrepancia, incoherencia o inverosimilitud. Por ejemplo, un académico ufólogo sugiere que tanto, los extraterrestres como los abducidos se vuelven invisibles durante la abducción (aunque no lo son entre ellos); ésa es la razón por la que no lo han notado más vecinos. Este tipo de «explicaciones» que lo pueden explicar todo, en realidad no explican nada.

Los casos de la policía americana se concentran en las pruebas y no en anécdotas. Como nos recuerdan los juicios de brujas europeos, se puede intimidar a los sospechosos durante el interrogatorio; la gente confiesa crímenes que nunca ha cometido; los testigos pueden equivocarse. Ese también es el eje de mucha ficción detectivesca. Pero las pruebas reales, no fabricadas —quemaduras de pólvora, huellas dactilares, muestras de ADN, pisadas, pelo bajo las uñas de la víctima que lucha—, tienen mucho peso. Los criminalistas emplean algo muy parecido al método científico, y por las mismas razones. Así, en el mundo de los ovnis y abducciones por extraterrestres, es razonable preguntarse: ¿dónde está la prueba, la prueba real, inequívoca, los datos que convencerían a un jurado que todavía no ha decidido su opinión?

Algunos entusiastas arguyen que hay «miles» de casos de tierra «removida» donde se supone que aterrizaron ovnis, y ¿por qué motivo no se considera suficiente? No es suficiente porque hay maneras de remover la tierra sin necesidad de extraterrestres ni ovnis: una posibilidad que aparece fácilmente en la mente es la de humanos con palas. Un ufólogo me acusa de ignorar «4400 casos de rastros físicos en 65 países». Pero, que yo sepa, ninguno de esos casos ha sido analizado, con los resultados publicados en una revista y los artículos revisados por colegas de física o química, metalurgia o ciencia del suelo que demuestren que los «rastros» no podían ser generados por personas. Es una patraña bastante modesta... si se compara, por ejemplo, con los círculos de los cultivos de Wiltshire.

Además, las fotografías no sólo se pueden falsificar fácilmente, sino que es indudable que hay grandes cantidades de fotografías falsas de ovnis. Algunos entusiastas salen noche tras noche al campo en busca de luces brillantes en el cielo. Cuando ven una, encienden sus flashes. A veces, dicen, hay un relámpago de respuesta. Bueno, quizá. Pero los aviones de baja altitud hacen señales luminosas en el cielo y los pilotos, si lo desean, pueden devolver un destello con sus luces. Nada de eso constituye algo parecido a una prueba seria.

¿Dónde está la prueba física? Como en las declaraciones de abuso ritual satánico (y como eco de las «marcas del diablo» en los juicios de brujas), la prueba física más común apuntaba a cicatrices y «marcas de cuchara» en el cuerpo de los abducidos, que dicen no tener conocimiento de dónde proceden sus cicatrices. Pero este punto es clave: si generar cicatrices entra dentro de la capacidad humana, no pueden ser pruebas físicas convincentes de abuso por extraterrestres. Ciertamente, hay trastornos psiquiátricos bien conocidos en los que la gente se hace marcas, se corta, se araña y se mutila a sí misma (o a otros). Y algunos de nosotros con umbrales altos de dolor y poca memoria podemos herirnos accidentalmente sin que nos quede ningún recuerdo del acontecimiento.

Una paciente de John Mack declara que tiene cicatrices por todo el cuerpo que dejan totalmente perplejos a sus médicos. ¿Cómo son? Oh, no puede enseñarlas; como en la persecución de brujas, están en lugares íntimos. Mack lo considera una prueba irrefutable. ¿Ha visto él las cicatrices? ¿Podríamos contar con fotografías de las cicatrices tomadas por un médico escéptico? Mack dice que conoce a un tetrapléjico con marcas de cuchara y considera que eso es una
reductio ad absurdum
de la posición escéptica; ¿cómo puede hacerse las cicatrices un tetrapléjico? El argumento sólo es bueno si el tetrapléjico está herméticamente encerrado en una habitación a la que no tiene acceso ningún otro ser humano. ¿Podemos ver sus cicatrices? ¿Puede examinarlo un médico imparcial? Otra paciente de Mack dice que los extraterrestres le han estado quitando óvulos desde que alcanzó la madurez sexual y que su sistema reproductivo tiene desconcertado a su ginecólogo. ¿Es tanto el desconcierto como para enviar un artículo de investigación a
The New England Journal of Medicine'?
7
Por lo visto no.

Luego tenemos el hecho de que uno de sus pacientes lo había inventado todo, como informó la revista
Time,
y Mack no tenía ni idea. Se tragó anzuelo, línea y plomada. ¿Cuáles son sus niveles de escrutinio clínico? Si pudo ser engañado por un paciente, ¿cómo sabemos que no le ocurrió lo mismo con todos?

Mack habla de estos casos, los «fenómenos», como si plantearan un desafío fundamental al pensamiento occidental, a la ciencia, a la propia lógica. Probablemente, dice, las entidades abductoras no son seres extraterrestres de nuestro propio universo, sino visitantes de «otra dimensión». Aquí hay un pasaje típico y revelador de su libro:

Cuando los abducidos llaman «sueños» a sus experiencias, cosa que hacen a menudo, un escrutinio atento puede revelar que eso podría ser un eufemismo para encubrir lo que están seguros de que no puede ser, es decir, un acontecimiento del que no despertaron que ocurrió en otra dimensión.

Ahora bien, la idea de otras dimensiones no surgió del cerebro del ufólogo de la Nueva Era, sino que es parte integrante de la física del siglo XX. Desde la relatividad general de Einstein, una verdad de la cosmología es que el espacio-tiempo está doblado o curvado a través de una dimensión física más alta. La teoría de Kaluza-Klein postula un universo de once dimensiones. Mack presenta una idea totalmente científica como la clave de «fenómenos» que están más allá del alcance de la ciencia.

Sabemos cómo se vería un objeto de otra dimensión al encontrarse con nuestro universo tridimensional. Para mayor claridad, bajemos a una dimensión: una manzana que pasa a través de un plano debe cambiar la forma tal como la perciben los seres bidimensionales confinados al plano. Primero parece ser un punto, luego secciones de manzana mayores, luego menores, otra vez un punto... y finalmente, ¡puf!, desaparece. De modo similar, un objeto cuatridimensional o más —siempre que no sea una figura muy sencilla como un hipercilindro pasando a través de tres dimensiones a lo largo de su eje— alterará violentamente su geometría mientras lo veamos atravesar nuestro universo. Si los extraterrestres fueran definidos sistemáticamente como seres que cambian de forma, al menos podría entender que Mack pudiera seguir con la idea de un origen de otra dimensión. (Otro problema es intentar entender lo que significa un cruce genético entre un ser tridimensional y uno cuatridimensional. ¿Los descendientes serán de la dimensión tres y media?)

Lo que Mack quiere decir realmente cuando habla de seres de otras dimensiones es que —a pesar de las descripciones ocasionales de sus pacientes de las experiencias como sueños y alucinaciones— no tiene ni la más remota idea de qué son. Pero es significativo que, cuando intenta describirlas, busca la física y las matemáticas. Quiere las dos cosas: el lenguaje y la credibilidad de la ciencia, pero sin verse ligado por sus métodos y normas. Parece no darse cuenta de que la credibilidad es una consecuencia del método.

El principal desafío que plantean los casos de Mack es el ya viejo problema de cómo enseñar más amplia y profundamente el pensamiento crítico en una sociedad —que incluye a los profesores de psiquiatría de Harward— impregnada de credulidad. La idea de que el pensamiento crítico es el último capricho de Occidente es una tontería. Si uno compra un coche usado en Singapur o Bangkok —o un carro usado en la antigua Susa o Roma— le servirán las mismas precauciones que en Cambridge, Massachusetts.

Cuando uno compra un coche usado desea creer de todo corazón lo que le dice el vendedor: «¡Tanto coche por tan poco dinero!» Y, en cualquier caso, cuesta trabajo ser escéptico; se ha de saber algo sobre coches y es desagradable que el vendedor se enfade con uno. A pesar de todo, sin embargo, uno reconoce que el vendedor podría tener un motivo para ocultar la verdad y ha oído hablar de engaños a otros en situaciones similares. Por tanto, da una patada a los neumáticos, mira bajo la capota, da una vuelta con él, hace preguntas perspicaces. Incluso podría ir acompañado de un amigo con conocimientos de mecánica. Uno sabe que se necesita cierto escepticismo. Y es comprensible. Suele haber al menos un pequeño grado de confrontación hostil en la compra de un coche usado y nadie dice que sea una experiencia especialmente alegre. Pero, si no se ejercita cierto escepticismo mínimo, si uno tiene una credulidad absolutamente ilimitada, más adelante tendrá que pagar el precio. Entonces se lamentará de no haber hecho antes una pequeña inversión de escepticismo.

Muchas casas de Norteamérica tienen ahora sistemas de alarma moderadamente sofisticados contra los ladrones, incluyendo sensores infrarrojos y cámaras que se disparan con el movimiento. Una cinta de vídeo auténtica, con la hora y la fecha indicados, que mostrase una incursión de extraterrestres —especialmente cuando atraviesan las paredes— podría ser una prueba muy buena. Si millones de americanos han sido abducidos, ¿no es raro que ni uno de ellos viva en una casa así?

Algunas mujeres, según cuenta la historia, son fecundadas con esperma de uno o varios extraterrestres; a continuación, éstos retiran el feto. Se habla de números ingentes de casos de este tipo. ¿No es raro que no se haya visto nunca nada anómalo en las ecografías habituales de estos fetos, o en la amniocentesis, y que nunca haya habido un aborto que fuera un híbrido extraterrestre? ¿O es que los médicos son tan idiotas que echan una ojeada al feto, ven que es medio humano y medio extraterrestre y pasan al siguiente paciente? Una epidemia de fetos perdidos es algo que sin duda causaría revuelo entre ginecólogos, comadronas, enfermeras de obstetricia, especialmente en una época de intensa conciencia feminista. Pero no se ha producido ni una sola denuncia médica que dé credibilidad a esas informaciones.

Algunos ufólogos consideran un punto significativo, que mujeres que declaran inactividad sexual acaben embarazadas y atribuyan su estado a la fecundación extraterrestre. Un buen número de ellas parecen ser adolescentes. Creer sus historias a pies juntillas no es la única opción al alcance del investigador serio. Sin duda, es fácil entender por qué, en la angustia de un embarazo no deseado, una adolescente que vive en una sociedad inundada de relatos de visitas extraterrestres pueda inventar una historia así. También aquí hay posibles antecedentes religiosos.

Algunos secuestrados dicen que les hicieron pequeños implantes, quizá metálicos, en el cuerpo: por la nariz, por ejemplo. Esos implantes, según los terapeutas de extraterrestres, a veces se sueltan accidentalmente, pero «excepto en algunos casos, el artefacto se ha perdido o eliminado». Esos abducidos parecen tener una falta de curiosidad pasmosa. A uno le cae un objeto extraño —posiblemente un transmisor que envía datos telemétricos sobre el estado de su cuerpo a una nave espacial extraterrestre en algún lugar de la Tierra— de la nariz, lo examina vagamente y lo tira a la basura. Algo así, nos dicen, ocurre en la mayoría de los casos de abducción.

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