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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

El mundo y sus demonios (31 page)

BOOK: El mundo y sus demonios
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Conocer la existencia de esas falacias retóricas y lógicas completa nuestra caja de herramientas. Como todas las herramientas, el equipo de detección de camelos puede usarse mal, aplicarse fuera de contexto o incluso emplearse rutinariamente como alternativa al pensamiento. Pero, si se aplica con juicio, puede marcar toda la diferencia del mundo, y nos ayuda a evaluar nuestros propios argumentos antes de presentarlos a otros.

L
A INDUSTRIA DEL TABACO AMERICANA
factura unos cincuenta mil millones al año. Admiten que hay una correlación estadística entre fumar y el cáncer, pero no una relación causal, dicen. Añaden que se está cometiendo una falacia lógica. ¿Qué podría significar eso? Quizá las personas con propensión hereditaria al cáncer tienen una propensión hereditaria a tomar drogas adictivas, por lo que el cáncer y el fumar podrían estar correlacionados, pero el cáncer no sería provocado por fumar. Pueden inventarse relaciones cada vez más inverosímiles de este tipo. Esta es exactamente una de las razones por las que la ciencia insiste en los experimentos de control.

Supongamos que pintamos los lomos de gran número de ratones con alquitrán de cigarrillo y supervisamos también la salud de grandes números de ratones casi idénticos que no han sido pintados. Si el primer grupo contrae cáncer y el segundo no, se puede estar bastante seguro de que la correlación es causal. Si se inhala humo de tabaco, la posibilidad de contraer cáncer aumenta; no se inhala, y la tasa se mantiene al nivel básico. Lo mismo ocurre con el enfisema, la bronquitis y las enfermedades cardiovasculares.

Cuando en 1953 se publicó el primer trabajo en la literatura científica que demostraba que cuando se pintan las sustancias del cigarrillo en los lomos de roedores producen resultados malignos (cáncer), la respuesta de las seis principales compañías de tabaco fue iniciar una campaña de relaciones públicas para impugnar la investigación, patrocinada por la Fundación Sloan Kettering. Eso es similar a lo que hizo la Du Pont Corporation cuando en 1974 se publicó la primera investigación que demostraba que sus productos de freón atacan la capa protectora de ozono. Hay muchos más ejemplos.

Sería normal pensar que antes de denunciar descubrimientos que no les gustan, las empresas principales dedicarían considerables recursos a comprobar la seguridad de los productos que se proponen fabricar. Y, si se olvidaron de algo, si los científicos independientes señalan un riesgo, ¿por qué protestan las compañías? ¿Preferirían matar a la gente que perder beneficios? Si, en un mundo incierto, debiera cometerse un error, ¿no se inclinaría hacia la protección de los clientes y el público? Y
,
a propósito, ¿qué dicen estos casos sobre la capacidad de la empresa privada de vigilarse a sí misma? ¿No demuestran que al menos algunas intervenciones del gobierno son en interés del público?

Un informe interno de 1971 de la Brown and Williamson Tobacco Corporation enumera como objetivo corporativo «eliminar de la mente de millones de personas la falsa convicción de que fumar cigarrillos causa cáncer de pulmón y otras enfermedades; una convicción basada en presunciones fanáticas, rumores falaces, denuncias sin fundamento y conjeturas de oportunistas en busca de publicidad». Se quejan del

ataque increíble, sin precedentes e infame contra el cigarrillo, que constituye la mayor difamación y calumnia que se ha perpetrado jamás contra un producto en la historia de la libre empresa; una difamación criminal de proporciones e implicaciones tan importantes que uno se pregunta cómo una cruzada de calumnias puede reconciliarse... cómo la Constitución puede ser tan burlada y violada [sic].

Esta retórica es sólo ligeramente más encendida que la que ha publicado de vez en cuando la industria del tabaco para consumo público.

Hay muchas marcas de cigarrillos que anuncian ser bajas en «alquitrán» (diez miligramos o menos por cigarrillo). ¿Por qué es eso una virtud? Porque es en los alquitranes refractarios donde se concentran hidrocarburos policíclicos aromáticos y otros carcinógenos. ¿No son los anuncios de bajo en alquitrán una admisión tácita por las compañías de tabaco de que los cigarrillos causan realmente el cáncer?

Healthy Buildings International es una organización con ánimo de lucro que ha recibido millones de dólares a lo largo de los años de la industria del tabaco. Realiza investigaciones sobre el fumador pasivo y atestigua a favor de las compañías de tabaco. En 1994, tres técnicos se quejaron de que antiguos ejecutivos habían falsificado los datos sobre partículas de cigarrillo inhalables en el aire. En cada caso, los datos inventados o «corregidos» hacían que el humo del tabaco pareciera más sano que lo indicado por las mediciones de los técnicos. ¿Encuentran alguna vez los departamentos de investigación corporativos o los contratados del exterior que un producto es más peligroso de lo que la corporación de tabaco declara públicamente? Si es así, ¿siguen con su puesto de trabajo?

El tabaco es adictivo; según muchos criterios, más todavía que la heroína o la cocaína. Hay una razón para que uno, como decía un anuncio de la década de los cuarenta, «ande una milla en busca de un Camel». Ha muerto más gente por el tabaco que en toda la segunda guerra mundial. Según la Organización Mundial de la Salud, fumar mata a tres millones de personas al año en todo el mundo. Eso se elevará a diez millones anuales en el 2020, en parte a causa de una ingente campaña publicitaria que presentaba el fumar como progresista y de moda para las mujeres jóvenes en el mundo de hoy. Parte del éxito de la industria del tabaco en suministrar esta elaboración de venenos adictivos puede atribuirse a la escasa familiaridad con la detección de camelos, el pensamiento crítico y el método científico. La credulidad mata.

Capítulo
13
O
BSESIONADO CON LA REALIDAD

Un armador se disponía a echar a la mar un barco de emigrantes. Sabía que el barco era viejo y que no había sido construido con gran esmero; que había visto muchos mares y climas y se había sometido a menudo a reparaciones. Se había planteado dudas sobre si estaba en condiciones de navegar. Esas dudas lo reconcomían y le hacían sentirse infeliz; pensaba que quizá sería mejor revisarlo y repararlo, aunque le supusiera un gran gasto. Sin embargo, antes de que zarpara el barco consiguió superar esas reflexiones melancólicas. Se dijo a sí mismo que el barco había soportado tantos viajes y resistido tantas tormentas que era ocioso suponer que no volvería a salvo a casa también después de este viaje. Pondría su confianza en la Providencia, que difícilmente podría ignorar la protección de todas esas familias infelices que abandonaban su patria para buscar tiempos mejores en otra parte. Alejaría de su mente toda sospecha poco generosa sobre la honestidad de los constructores y contratistas. De este modo adquirió una convicción sincera y reconfortante de que su nave era totalmente segura y estaba en condiciones de navegar; contempló cómo zarpaba con el corazón aliviado y con los mejores deseos de éxito para los exiliados en su nuevo hogar en el extranjero; y recibió el dinero del seguro cuando la nave se hundió en medio del océano y no se supo nada más.

¿Qué podemos decir de él? Desde luego, que era verdaderamente culpable de la muerte de esos hombres. Se admite que creía sinceramente en la solidez de ese barco; pero la sinceridad de su convicción de ningún modo puede ayudarle, porque
no tenía derecho a creer con una prueba como la que tenía delante.

No había adquirido su fe honestamente en investigación paciente, sino sofocando sus dudas...

W
ILLIAM
K. C
LIFFORD
,
La ética de la fe
(1874)

E
n los límites de la ciencia —y a veces como atavismo del pensamiento precientífico— hay una serie de ideas al acecho que son atractivas, o al menos modestamente intrigantes, pero que no han sido tamizadas a conciencia con el equipo de detección de camelos, al menos por parte de sus defensores: la idea, por ejemplo, de que la superficie de la Tierra está en el interior, no en el exterior de una esfera; o la aseveración de que se puede levitar mediante la meditación y que los bailarines de ballet y los jugadores de baloncesto dan unos saltos tan altos por levitación; o la propuesta de que yo tengo algo que se llama alma, no hecho de materia o energía, sino de otra cosa de la que no hay pruebas, y que después de mi muerte podría volver a animar a una vaca o a un gusano.

Ofrecimientos típicos de la pseudociencia y la superstición —se trata de una lista meramente representativa, no completa— son la astrología; el triángulo de las Bermudas;
Big Foot
y el monstruo del Lago Ness; los fantasmas; el «mal de ojo»; las «auras» como halos multicolores que según dicen rodean la cabeza de todos (con colores personalizados); la percepción extrasensorial (PES) como telepatía, predicción, telequinesis y «visión remota» de lugares distantes; la creencia de que el trece es un número «desafortunado» (razón por la que muchos edificios de oficinas serios y hoteles de América pasan directamente del piso doce al catorce... ¿por qué arriesgarse?); las estatuas que sangran; la convicción de que llevar encima una pata de conejo da buena suerte; las varitas adivinas, los zahoríes y los hechizos de agua; la «comunicación facilitada» en el autismo; la creencia de que las cuchillas de afeitar se mantienen más afiladas si se guardan dentro de pirámides de cartón y otros principios de «piramidología»; las llamadas telefónicas (ninguna de ellas a cobro revertido) de los muertos; las profecías de Nostradamus; el supuesto descubrimiento de que los platelmintos no amaestrados pueden aprender una tarea comiendo los restos triturados de otros platelmintos más adiestrados; la idea de que se cometen más crímenes cuando hay luna llena; la quiromancia, la numerología; la poligrafía; los cometas, las hojas de té y los nacimientos «monstruosos» como anuncio de futuros acontecimientos (más las adivinaciones de moda en épocas anteriores, que se conseguían mirando entrañas, humo, la forma de las llamas, sombras, excrementos, escuchando el ruido de los estómagos e incluso, durante un breve período, examinando tablas de logaritmos); la «fotografía» de hechos pasados, como la crucifixión de Jesús; un elefante ruso que habla perfectamente; «sensitivos» que leen libros con la yema de los dedos cuando se les cubre los ojos sin rigor; Edgar Cayce (que predijo que en la década de los sesenta se elevaría el continente «perdido» de la Atlántida) y otros «profetas», dormidos y despiertos; charlatanería sobre dietas; experiencias fuera del cuerpo (es decir, al borde de la muerte) interpretadas como acontecimientos reales en el mundo externo; el fraude de los curanderos, las tablas de Ouija, la vida emocional de los geranios revelada por el uso intrépido de un «detector de mentiras»; el agua que recuerda qué moléculas solían disolverse en ella; describir la personalidad a partir de características faciales o bultos en la cabeza; la confusión del «mono número cien» y otras afirmaciones de que lo que una pequeña fracción de nosotros quiere que sea cierto lo es realmente;
seres
humanos que arden espontáneamente y quedan chamuscados; biorritmos de tres ciclos; máquinas de movimiento perpetuo que prometen suministros ilimitados de energía (todas ellas, por una u otra razón, vedadas al examen minucioso de los escépticos); las predicciones sistemáticamente fallidas de Jeane Dixon (que «predijo» una invasión soviética de Irán en 1953, y que en 1965 la Unión Soviética se adelantaría a Estados Unidos en colocar al primer humano en la Luna)
[26]
y otros «psíquicos» profesionales; la predicción de los Testigos de Jehová de que el mundo terminaría en 1917 y muchas profecías similares; la dianética y la cienciología, Carlos Castañeda y la «brujería»; las afirmaciones de haber encontrado los restos del Arca de Noé; el «horror de Amityville» y otras obsesiones; y relatos de un pequeño brontosaurio que atraviesa la jungla de la República del Congo en nuestra época. (Puede encontrarse un comentario en profundidad de muchas de esas afirmaciones en
Encyclopedia of the Paranormal,
Gordon Stein, ed., Buffalo, Prometheus Books, 1996.)

Muchas de estas doctrinas son rechazadas de plano por fundamentalistas cristianos y judíos porque la Biblia así lo ordena. El Deuteronomio (18, 10-11) dice (en traducción de la Biblia de Jerusalén):

No ha de haber en ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, que practique adivinación, astrología, hechicería o magia, ningún encantador ni consultor de espectros o adivinos, ni evocador de muertos.

Se prohíbe la astrología, la canalización, las tablas de Ouija, la predicción del futuro y muchas cosas más. El autor del Deuteronomio no dice que esas prácticas no sirvan para dar lo que prometen. Pero son «abominaciones»... quizá adecuadas para otras naciones pero no para los seguidores de Dios. E incluso el apóstol Pablo, tan crédulo en tantos otros asuntos, nos aconseja «comprobarlo todo».

El filósofo judío español del siglo XV. Moisés Maimónides, va más allá del Deuteronomio porque explícita que esas pseudociencias no funcionan:

Está prohibido implicarse en astrología, echar hechizos, susurrar conjuros... Todas esas prácticas no son más que mentiras y engaños que los pueblos paganos antiguos usaban para engañar a las masas y llevarlas por mal camino... La gente sabia e inteligente no se deja engañar. [De la Mishneh Torah, Avodah Zara, capítulo 11.]

Hay algunas declaraciones difíciles de comprobar: por ejemplo, que una expedición no consiga encontrar el fantasma del brontosaurio no quiere decir que no exista. La ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Otras son más fáciles: por ejemplo, el aprendizaje caníbal de los platelmintos o el anuncio de que colonias de bacterias sometidas a un antibiótico en un plato de agar prosperan cuando se reza (en comparación con la bacteria de control no redimida por la oración). Se pueden excluir algunas —por ejemplo, las máquinas de movimiento perpetuo— en base a la física fundamental. Aparte de ellas, no sabemos
antes
de examinar la prueba que las ideas son falsas; cosas más extrañas se incorporan habitualmente en el corpus de la ciencia.

La cuestión, como siempre, es: ¿es buena la prueba? El peso de la demostración cae sobre los hombros de los que avanzan tales declaraciones. Es revelador que algunos proponentes sostengan que el escepticismo es un estorbo, que la verdadera ciencia es investigación
sin
escepticismo. Quizá están a mitad de camino. Pero el medio del camino no es la meta.

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