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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

El mundo y sus demonios (22 page)

BOOK: El mundo y sus demonios
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«Ay, Bartolomé, la dama que me ha venido a ver esos días pasados se acerca a través del prado, y se arrodilla y abraza la cruz.; ¡mira, mírala!» Aunque el joven puso toda su atención en ello, no vio más que unos pájaros que volaban por encima de la cruz.

No es difícil encontrar motivos posibles para inventar y aceptar estas historias: trabajo para los curas, notarios, carpinteros y mercaderes, y otros estímulos a la economía regional en una época de depresión; el ascenso de condición social de la testigo y su familia; nuevas oraciones para familiares enterrados en cementerios que fueron abandonados más tarde a causa de la plaga, la sequía y la guerra; exaltación del espíritu público contra los enemigos, especialmente los moros; mejor urbanidad y obediencia a la ley canónica, y confirmación de la fe de los piadosos. El fervor de los peregrinos en esos santuarios era impresionante: no era raro que mezclaran fragmentos de roca o barro del santuario con el agua y se la bebieran como medicina. Pero no pretendo sugerir que la mayoría de testigos inventaban la historia. Había algo más.

Es de destacar que casi todas las apremiantes peticiones de María fueran de lo más prosaico, como por ejemplo en esta aparición de 1483 en Cataluña:

Te exhorto por tu alma que exhortes a las almas de los hombres de las parroquias de El Tom, Milleras, El Sallent y Sant Miquel de Campmaior a exhortar a las almas de los curas para que pidan a la gente que pague los diezmos y todos los impuestos de la iglesia y restituya lo que poseen encubierta o abiertamente que no sea suyo a sus verdaderos propietarios en el plazo de treinta días, porque será necesario, y que observen la santificación del domingo.

Y segundo que dejen de blasfemar y ejerzan la charitas correspondiente ordenada por sus antepasados muertos.

A menudo el testigo ve la aparición justo después de despertar. Francisca la Brava atestiguó en 1523 que se había levantado de la cama «sin saber si tenía el dominio de sus sentidos», aunque en un testimonio posterior declaraba estar totalmente despierta. (Era la respuesta a una pregunta que permitía una serie de posibilidades: totalmente despierta, adormecida, en trance, dormida.) A veces la ausencia de detalles es total, como en el aspecto de los ángeles acompañantes; o se describe a María alta y baja a la vez, madre e hijo a un tiempo... características que indudablemente sugieren el material de un sueño. En el
Diálogo sobre milagros,
escrito alrededor de 1223 por Caesarius de Heisterbach, las visiones clericales de la Virgen María ocurrían con frecuencia durante los
matins,
que se rezaban a medianoche.

Es natural sospechar que muchas de esas apariciones, quizá todas, fueran una especie de sueño, en vigilia o dormido, compuesto por mistificaciones (y por engaños; había un negocio floreciente en milagros inventados: pinturas y estatuas religiosas halladas por casualidad o por orden divina). Se hablaba del tema en
Siete Partidas,
el códice de ley canónica y civil compilado bajo la dirección de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla, alrededor de 1248. En él podemos leer lo siguiente:

Hay hombres que descubren o construyen fraudulentamente altares en campos o ciudades, diciendo que son reliquias de ciertos santos en esos lugares y con la pretensión de que realizan milagros y, por esta razón, gente de muchos lugares se ve inducida a ir en peregrinaje a fin de llevarse algo de ellos; y hay otros que, influidos por sueños o fantasmas vacíos que se les aparecen, erigen altares y simulan descubrirlos en las localidades antes citadas.

Al enumerar las razones de las creencias erróneas, Alfonso traza una línea continua que va desde la secta, la opinión, la fantasía y el sueño hasta la alucinación. Una suerte de fantasía llamada
antoianga
se define de este modo:

Antoianca
es algo que se detiene ante los ojos y luego desaparece, como si uno lo viera u oyera en trance, y por consiguiente sin sustancia.

Una bula papal de 1517 hace una distinción entre las apariciones que aparecen «en sueños o por inspiración divina». Está claro que las autoridades seculares y eclesiásticas, incluso en épocas de extrema credulidad, estaban alerta a las posibilidades de mistificación e ilusión.

A pesar de todo, en la mayor parte de la Europa medieval, estas apariciones eran recibidas gratamente por el clero católico romano, especialmente porque las admoniciones marianas eran muy convenientes para el sacerdocio. Bastaban unas cuantas «señales» patéticas como prueba, una piedra o una huella, y nunca algo que no fuera susceptible de fraude. Pero, a partir del siglo  XV, en los albores de la Reforma protestante, la actitud de la Iglesia cambió. Aquellos que declaraban tener un canal independiente con el cielo burlaban la cadena de mando de la Iglesia hasta Dios. Además, algunas apariciones —por ejemplo, las de Juana de Arco— tenían desagradables implicaciones políticas o morales. Los inquisidores describieron los peligros que representaba la visión de Juana de Arco en 1431 en estos términos:

Se le mostró el gran peligro que corre quien tiene la pretensión de creer que tiene apariciones y revelaciones así y, en consecuencia, miente sobre asuntos que conciernen a Dios, expresando falsas profecías y adivinaciones no conocidas por Dios, sino inventadas. De lo que puede derivarse la seducción de personas, el comienzo de nuevas sectas y muchas más impiedades que subvierten a la Iglesia y los católicos.

Tanto Juana de Arco como Girolamo Savonarola fueron quemados en la hoguera por sus visiones.

En 1516, el quinto Concilio Laterano reservó a «la sede apostólica» el derecho a examinar la autenticidad de las apariciones. Para los campesinos pobres cuyas visiones no tenían contenido político, los castigos no alcanzaban la máxima severidad. La aparición mariana que tuvo Francisca la Brava, una madre joven, fue descrita por el licenciado Mariana, el señor inquisidor, como «en detrimento de nuestra fe católica y para disminución de su autoridad». Su aparición «era todo vanidad y frivolidad». «En derecho la podíamos haber tratado con más rigor», seguía el inquisidor,

pero en deferencia a ciertas razones justas que nos mueven a mitigar el rigor de las sentencias, decretamos como castigo a Francisca la Brava y ejemplo para que otros no intenten cosas similares la condena de ser puesta sobre un asno para recibir cien latigazos en público por las calles acostumbradas de Belmente, desnuda de cintura para arriba, y el mismo número en la ciudad de El Quintanar del mismo modo. Y de ahora en adelante no dirá ni afirmará en público o en secreto mediante palabra o insinuación lo que ha dicho en sus confesiones o en otro caso será perseguida como impenitente y persona que no cree o no está de acuerdo con lo que ordena nuestra sagrada fe católica.

A pesar de los castigos, asombra la frecuencia con que los testigos se mantenían en sus trece e —ignorando los estímulos que se les ofrecían para confesar que estaban mintiendo o soñando o confusos— insistían en que real y verdaderamente habían tenido aquella visión.

En una época en la que prácticamente todo el mundo era analfabeto, antes de los periódicos, la radio y la televisión, ¿cómo es posible que los detalles religiosos e iconográficos de estas apariciones fueran tan similares? William Christian cree que la respuesta se halla en la dramaturgia religiosa (especialmente en las representaciones de Navidad), en los predicadores itinerantes y peregrinos, en los sermones de las iglesias. Las leyendas sobre los santuarios se extienden con rapidez. A veces llega gente que vive a cien kilómetros de distancia o más con el fin, por ejemplo, de curar a su hijo enfermo con un guijarro pisado por la Madre de Dios. Las leyendas influían en las apariciones y viceversa. En una época acosada por la sequía, las epidemias y la guerra, sin servicios sociales o médicos disponibles para la mayoría, que desconocía la ilustración pública y el método científico, el pensamiento escéptico era raro.

¿Por qué las admoniciones son tan prosaicas? ¿Por qué es necesaria la aparición de un personaje tan ilustre como la Madre de Dios para que en un pequeño lugar poblado por unos miles de almas se reconstruya un santuario o el populacho se abstenga de maldecir? ¿Por qué no entregan mensajes importantes y proféticos cuya significación se pueda reconocer en años posteriores como algo que sólo podía haber emanado de Dios o los santos? ¿No habría potenciado esto en gran manera la causa católica en su lucha a muerte contra el protestantismo y la Ilustración? Pero no se sabe de apariciones que adviertan a la Iglesia, por ejemplo, contra la ilusión de un universo centrado en la Tierra, o que censuren la complicidad con la Alemania nazi, dos temas de gran importancia moral además de histórica en los que, meritoriamente, el papa Juan Pablo II ha reconocido el error de la Iglesia.

Ni un solo santo criticó la práctica de la tortura y quema de «brujas» y herejes. ¿Por qué? ¿No eran conscientes de lo que ocurría? ¿No eran capaces de captar su maldad? ¿Y por qué María siempre da órdenes al pobre campesino de informar a las autoridades? ¿Por qué no las amonesta ella misma? O al rey. O al papa. En los siglos XIX y XX, es cierto, algunas apariciones han adquirido gran importancia: en Fátima, Portugal, la Virgen mostró su cólera en 1917 por la sustitución del gobierno de la Iglesia por un gobierno secular, y en Garabandal, España, en 1961-1965, amenazó con el fin del mundo si no se respetaban a partir de entonces doctrinas políticas y religiosas conservadoras.

Creo ver muchos paralelos entre las apariciones marianas y las abducciones por extraterrestres; aunque, en el primer caso, los testimonios no son llevados al cielo a gran velocidad ni sufren intromisiones en sus órganos reproductores. Las criaturas que se declaran ver son diminutas, casi siempre de apenas un metro. Vienen del cielo. El contenido de la comunicación, a pesar del supuesto origen celestial, es mundano. Parece haber una clara relación con el hecho de dormir y soñar. A las testigos, normalmente mujeres, les da apuro hablar, especialmente después de enfrentarse a la ridiculización por parte de los varones en posiciones de autoridad. A pesar de todo, persisten: insisten en haber visto realmente lo que dicen. Hay distintas maneras de transmitir las historias; se comentan con afán y eso permite hacer coincidir los detalles entre testigos que no se han visto nunca. Otras personas que estaban presentes en el momento y lugar de la aparición no ven nada inusual. Las «señales» o supuestas pruebas, sin excepción, no son algo que los humanos no puedan adquirir o fabricar por su cuenta. Ciertamente, María parece contraria a la necesidad de pruebas y, ocasionalmente, está dispuesta a curar sólo a los que habían creído el relato de su aparición
antes
de proporcionar «señales». Y mientras no hay terapeutas, se extiende por la sociedad una influyente red de curas parroquiales y jerarcas que tienen un interés personal en la realidad de las visiones.

En nuestra época todavía hay apariciones de María y algunos ángeles, pero también —como lo resume G. Scott Sparrow, un psicoterapeuta e hipnotizador— de Jesús. En
I
Am
with You Al-ways: True Stories of Encounters with Jesús
(Bantam, 1995) se presentan relatos de primera mano, algunos conmovedores, otros banales, de encuentros así. Curiosamente, la mayoría son sueños directos, reconocidos como tales, y se dice que las llamadas visiones difieren de los sueños «sólo en que las experimentamos cuando estamos despiertos». Pero, para Sparrow, el hecho de valorar algo como «sólo un sueño» no compromete su realidad externa. Según él, cualquier ser en el que se sueña y cualquier incidente existen realmente en el mundo exterior a uno mismo. Niega específicamente que los sueños sean «puramente subjetivos». Las pruebas no tienen nada que ver. Si uno sueña algo, si le sienta bien, si le produjo asombro, es que ocurrió realmente. Sparrow no es en absoluto escéptico. Cuando Jesús le dice a una mujer con problemas por un matrimonio «intolerable» que eche de casa al pobre diablo, Sparrow admite que eso plantea problemas a los «defensores de una posición coherente con las Escrituras». En este caso «quizá se podría decir que prácticamente toda presunta guía se genera en el propio interior». ¿Y si alguien contase un sueño en el que Jesús aconsejaba, por ejemplo, el aborto o la venganza? Y si, ciertamente, es necesario hacer distinciones entre sueños y concluir, pues, que
algunos
sueños son un invento del soñador, ¿por qué no todos?

¿P
OR QUÉ LA GENTE INVENTA HISTORIAS
de abducciones? ¿Por qué se presenta en programas de televisión con participación de público que se dedican a humillar sexualmente al «invitado»: la pasión de moda en el erial americano de la pequeña pantalla? Descubrir que uno es abducido por extraterrestres sirve al menos para romper la rutina cotidiana. Se consigue la atención de los demás, de los terapeutas e incluso de los medios de comunicación. Produce una sensación de descubrimiento, alegría, respeto. ¿Qué más podrá recordar uno a continuación? Empieza a creer que puede ser el precursor o incluso el instrumento de acontecimientos trascendentales que se precipitan hacia nosotros. Y no quiere decepcionar al terapeuta. Busca su aprobación. Creo que convertirse en abducido puede reportar buenas recompensas psíquicas.

Con ánimo comparativo, podríamos pensar en casos de productos en mal estado que no generan el sentimiento de asombro que rodea a los ovnis y las abducciones por extraterrestres: alguien declara haber encontrado una jeringa hipodérmica en una lata de refresco. Como es comprensible, el asunto es preocupante. Se informa de ello en los periódicos y especialmente en las noticias de televisión. Pronto se produce un torrente, una epidemia virtual de informes similares en todo el país. Pero es muy difícil imaginar que pueda meterse una jeringa hipodérmica en una lata en la fábrica y en ninguno de los casos hay testigos presentes cuando se abre una lata intacta y se descubre dentro la jeringa.

Lentamente va tomando consistencia la hipótesis de que se trata de imitadores. La gente simula encontrar jeringas en latas de refrescos. ¿Por qué? ¿Qué posibles motivos había? Algunos psiquiatras dicen que los principales motivos son la avaricia (denunciar al fabricante por daños), afán de atención y la necesidad de ser retratado como víctima. No hay terapeutas que insinúen que en realidad hay agujas en las latas y apremien a sus pacientes —sutil o directamente— a informar públicamente de la noticia. Además se imponen penas severas por desprestigiar un producto, e incluso por alegar falsamente que un producto ha sido manipulado. En cambio,
hay
terapeutas que animan a los abducidos a contar sus historias a audiencias masivas, y no hay multas por declarar falsamente haber sido abducido por un ovni. Sea cual sea la razón para emprender este camino, sin duda debe de ser mucho más satisfactorio convencer a los demás de que uno ha sido elegido por seres superiores para sus propósitos enigmáticos que de haber encontrado por mera casualidad una jeringa hipodérmica en un refresco.

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