Read El libro de un hombre solo Online
Authors: Gao Xingjian
—Me siento muy sola.
Dices que la entiendes, que te gustaría acercarte a ella para poder reconfortarla, pero que tienes miedo de que piense que sólo quieres acostarte con ella.
—No, no lo entiendes, un hombre no puede entender eso... —Su voz se ha convertido en una especie de quejido.
Le dices que la quieres. Al menos, en ese momento, es cierto que te has enamorado de ella.
—No hables de amor, es demasiado fácil, cualquier hombre puede decir eso.
—¿Qué quieres que te diga, entonces?
—Lo que quieras...
—¿Quieres que te diga que eres una puta? —preguntas.
—¿Para volver a excitarte? —responde con cierta piedad.
Añade que no es un objeto sexual, que espera tener un lugar en tu corazón, que le gustaría estar realmente en comunión con tus sentimientos y que no quiere que la manipules. Sabe que te está pidiendo mucho, casi un imposible, pero eso es exactamente lo que le gustaría.
Recuerda que durante su infancia leyó un cuento, del que hoy ya ha olvidado el título y el autor, que explicaba la siguiente historia:
En un reino lejano, todos los habitantes llevaban un espejo en el pecho, en el que se reflejaban todos los malos pensamientos del que lo llevara. De este modo, nadie se atrevía a mentir para que no se le cayera la cara de vergüenza o no lo expulsaran del reino, que se había convertido en un lugar de hombres honestos. Cuando el héroe del libro entró en el reino de la pureza extrema —quizá lo hizo por error, ya no lo recordaba con claridad—, también colocaron sobre su pecho un espejo en el que aparecía un corazón de verdad, lo que provocó un gran alboroto entre la gente y dejó atónito al propio protagonista. No recordaba lo que le había ocurrido a ese héroe, pero sí que se sintió perplejo e incómodo al leerlo. Todavía conservaba la inocencia de un niño, pero, aun así, sintió un poco de miedo, aunque no sabía exactamente de qué. Esta impresión se disipó al convertirse en adulto; sin embargo, quiso cambiar su vida y tener la conciencia tranquila para poder dormir sin tener pesadillas.
El primero que le habló de mujeres fue su compañero de colegio Luo, que era bastante mayor que él y muy maduro para su edad. Luo publicó en segundo ciclo de secundaria algunos poemas en una revista, lo que hizo que sus compañeros lo apodaran el Poeta. Él también sentía una gran admiración por Luo. Sin embargo, el Poeta nunca pudo ir a la universidad. Aquel verano jugaba al baloncesto en la cancha vacía de la escuela. Corría él solo con la pelota, sin camiseta, debido al insoportable calor, hasta que quedó empapado de sudor, para liberar su exceso de energía. Daba la sensación de que a Luo no le importaba demasiado haber suspendido los exámenes y afirmaba que su único deseo era poder ir a pescar a las islas Zhoushan, eso le reafirmaba que Luo era realmente un poeta nato.
Un verano, en el que salió de la capital para ir a su pueblo de vacaciones, encontró a Luo en el mercado que estaba cerca de su casa. Llevaba una bata blanca atada a la cintura y vendía queso de soja. Luo le sonrió levemente, se desató la bata y, para ir con él, dejó a cargo del puesto a una señora gorda que vendía verduras al lado. Luo le explicó que había sido pescador durante dos años, y que cuando regresó, como no tenía trabajo, aceptó el puesto de vendedor y contable de una cooperativa de hortalizas, que estaba administrada por un comité de barrio.
Luo vivía en una verdadera cabaña, que tenía una única habitación y estaba construida con pedazos de ladrillos y láminas de bambú entrelazadas, cubiertas de cal. La habitación estaba separada en dos: su madre dormía en la parte interior, y la parte exterior servía de cocina y de sala de estar. Un palmo del tejado sobrepasaba la pared sobre la que habían elevado unas placas de amianto y de cemento que formaban una pequeña habitación; probablemente la había construido él. En la parte más baja, donde no se podía poner de pie, había un catre. A su lado, había una mesita con un solo cajón. En el otro lado, frente a la pared, una estantería de mimbre para los libros. Todo estaba bien ordenado y limpio. Le enseñó su diminuta habitación un día en que la madre de Luo se había ido a trabajar a la fábrica. Le pidió que se sentara delante de la mesa, mientras que él se sentó sobre el catre.
—¿Sigues escribiendo poesía? —le preguntó.
Luo abrió el cajón y sacó un cuaderno en el que había copiado unos poemas con buena letra, cada uno con su fecha.
—¿Son poemas de amor? —le preguntó mientras hojeaba el cuaderno. Nunca habría imaginado que un chico tan independiente en el colegio pudiera escribir cosas tan sentimentales. Recordó los poemas de Luo que el viejo profesor de lengua leyó delante de toda la clase, en los que daba rienda suelta a su ardor juvenil, y que no tenían nada que ver con los que tenía en aquel momento ante sus ojos. Le habló de ese recuerdo.
—Los escribí para publicarlos, pero no lo he conseguido. Estos los he escrito para una putilla —dijo Luo, y le habló de mujeres—. Esa puta jugó con mis sentimientos; luego conoció a un funcionario del Partido, diez años mayor que ella, y, mientras espera el certificado de matrimonio, le hace jerseys en casa. Estos poemas los he recuperado, porque me los devolvió. Ahora ya no escribo nada.
Él prefirió cambiar de conversación y se puso a hablar de literatura con Luo. Hablaba sin parar. Decía que a una nueva época, una nueva vida, le correspondía una nueva literatura, aunque ni él mismo tenía la más remota idea de lo que era esa nueva vida y esa nueva literatura. En pocas palabras, él creía que la nueva literatura no podía limitarse a esos cantos populares renovados, publicados página tras página en los periódicos y revistas, que alababan a los personajes y los hechos positivos y el «Gran salto adelante».
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Habló de novelas de Gladkov y de Ehrenburg, también de las obras de teatro de Maiakovski y de Brecht. En aquella época, lo ignoraba todo sobre las purgas stalinistas y
El deshielo
de Ehrenburg, tampoco sabía que habían fusilado a Meyerhold hacía mucho tiempo.
—Me siento muy lejos de esa literatura —dijo Luo—. No sé en qué punto se encuentra la literatura. Ahora me paso los días vendiendo, y por la noche, después de recoger los puestos, hago las cuentas. A veces leo un poco, sobre cosas que se apartan de la realidad, pero sólo para distraerme. Tampoco sé dónde está esa nueva vida de la que todo el mundo habla. El entusiasmo que tenía en la escuela desapareció desde hace tiempo; ahora prefiero divertirme con las chicas.
Encontrar a Luo en esa decadencia le afectó todavía más que la evocación de su putilla. Le explicó que todavía no había estado con ninguna mujer, y entonces fue Luo el que se quedó perplejo. Luo era unos años mayor que él y soltó un comentario indulgente al respecto.
—¡Te has convertido en una rata de biblioteca!
Sus palabras no contenían ningún sentimiento de envidia por su situación aparentemente superior.
—Te voy a presentar a una chica. Se llama Wuzi. Podrás tocarla. No tendrás ningún problema con ella.
Luo le explicó que se trataba de una chica muy liberal, un poco putilla. Era la segunda vez que Luo utilizaba ese calificativo para referirse a una chica.
—La voy a buscar ahora —dijo—. Toca muy bien la guitarra y no es tan presuntuosa como esas estudiantes que se creen que son especiales.
Era obvio que tenía ganas de conocer a esa chica. Luo salió en su busca. El se quedó mirando los poemas de amor de Luo. Algunos eran muy crudos. Creyó que aquellas odas al amor eran muy superiores a las de Guo Moruo
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en
Las diosas
. Dejándose llevar por sus sentimientos, estaba llegando a la conclusión de que Luo era un auténtico poeta, pero también pensaba que, en efecto, nunca podría publicar aquellos poemas, lo que lamentaba profundamente por su amigo.
Cuando Luo regresó algo más tarde, se volvió y le dijo:
—¡Esto es poesía!
—Bueno, sólo escribo para mí —dijo Luo riendo con cierta amargura.
Wuzi llegó. Llevaba zuecos y un vestido corto de cuello redondo, sin mangas, adornado con bordados. A pesar de sus quince años, tenía el pecho muy desarrollado y parecía una chica mayor. Antes de entrar en la habitación, la joven se quedó en la entrada, apoyada en el marco de la puerta.
—Él también escribe poemas —dijo Luo para presentarlos.
En realidad, Luo no había leído nunca sus poemas, pero seguramente era la mejor presentación que podía hacer de él. Además, eso significaba que la joven también había leído los poemas galantes de Luo y que aquella forma de presentarlo era una clara alusión a ellos. Wuzi sonrió esbozando una pequeña mueca, luego entreabrió unos labios carnosos; nunca antes había visto a una chica con unos labios parecidos. Cerró el cuaderno y se puso a hablar de otra cosa con Luo; se sentía todavía más incómodo que la muchacha.
Luo sacó de detrás de la puerta una vieja guitarra desconchada y dijo a la chica:
—Cántanos algo, Wuzi.
Al fin consiguió que la situación quedara más distendida. La joven tomó el instrumento y preguntó:
—¿Qué quieres que cante?
—Lo que quieras. ¿Qué te parece «Bajo el acerolo»?
Era una canción popular rusa que estaba muy de moda entre los estudiantes, antes de que fuera reemplazada por los cantos de gloria de la nueva sociedad, el Partido y el Líder.
Con la cabeza gacha, Wuzi afinó la guitarra y sacó de ella sonidos melancólicos y muy dulces. Ella parecía estar en otra cosa, como si no estuviera escuchando lo que tocaba. Cuando levantó la cabeza hacia ellos, él se sintió perdido. En un rincón de la habitación, un grillo cantaba dulcemente cerca de la estufa, y por la ventana, el sol resplandeciente hacía subir bocanadas de calor. La muchacha tocó un tema y luego dijo a Luo que ese día no tenía ganas de cantar. Luego lo miró brevemente; pero era como si fijara un punto que estuviera situado por encima de su cabeza.
—¡Pues no cantes si no tienes ganas! —dijo Luo—. ¡Vamos al cine esta noche!
La joven sólo sonrió. Luego, dejó la guitarra cerca de la puerta y pasó a la sala, donde volvió la cabeza y dijo:
—Tengo muchas cosas que hacer en casa.
Se fue.
—Es mentira. No la creas —dijo Luo—. Realmente no sabes tratar a las chicas. ¿No tenías ganas de quedar con ella?
Permaneció en silencio. Según Luo, de todas formas, no había futuro. Los de su grupo de amigos, todos hundidos en la miseria, iban a menudo con aquellas chicas a pasear, cantar y tocar música. Algunas veces, por la noche, iban a bañarse a un lago a las afueras de la ciudad, o soltaban, a hurtadillas, algún pequeño barco y se ponían a robar cápsulas de loto en medio del lago. Wuzi los acompañaba. Por la noche, dentro del agua, todos le metían mano, ella no decía nada, era una chica que aceptaba perfectamente esas cosas. Por lo visto, a Luo le gustaba un poco; pero también decía que había una chica que le gustaba de verdad. Crecieron juntos; ella entró en un grupo de cantantes y bailarines del ejército y no podía casarse con un tipo como él, vendedor de mercado. Sin embargo, durante el invierno del año anterior se quedó embarazada. Para poder abortar, necesitaba un certificado de matrimonio y un carné de trabajo; era imposible conseguirlos. Además, la joven pertenecía al ejército, y, para casarse, necesitaba la autorización de sus superiores. Si aquel asunto se aireaba, no sólo la echarían del ejército, además, se quedaría sin trabajo. Lo acabaría odiando por eso. En cuanto a él, su pequeño puesto dependía de la cooperativa y sólo conseguía un pequeño salario que apenas le permitía comer; no hubiera podido cubrir las necesidades de una mujer y de un niño. Por suerte, uno de sus tíos era médico en una cabeza de distrito y le puso en contacto con el hospital del lugar. Llevó a la chica y pudo abortar diciendo que estaba casada.
—La llevé un domingo por la mañana, a primera hora. Ella debía volver aquel mismo día con su grupo antes de las diez de la noche; pasaban lista todas las noches, cosas del reglamento militar. Tuvimos que cambiar de autobús. Ante la estación de autobuses, cuando esperábamos el segundo, llovía y empezó a oscurecer. No pasaba ni un alma por la carretera. Me dijo que todavía le estaba saliendo sangre. La estreché entre mis brazos y no pudimos contener las lágrimas. Así nos separamos. ¿Eso se puede escribir? ¿Dónde está esa nueva vida?
Luo explicó que le había sido imposible huir de la decadencia. Durante los dos años en que trabajó de pescador, fue de mujer en mujer, ya que en aquel pueblo de pescadores de la isla en que vivía nunca se sabía cuándo regresarían los hombres que salían al mar. A Luo, un joven fresco, recién salido de la escuela, no le faltaban las ocasiones. Todo empezó allí. Nada era romántico. Lo único que sabía era que, después de divertirse con ellas, se sentía hastiado. Sin embargo no consiguió tener ningún amigo. Por eso, prefirió volver a vender en el mercado.
—¿Cómo se te ocurrió hacerte pescador?
—No tuve elección, tenía que encontrar algo. En aquella época, pensaba entrar como tú en una universidad importante para estudiar literatura. ¿Has olvidado que suspendí los exámenes?
—Eras el mejor del curso, un poeta reconocido por todos tus compañeros. Nadie imaginó que pudieras suspender.
—¡Que le den por el culo a la poesía! —dijo Luo—. El año de las pruebas de acceso a la universidad, justo antes del movimiento antiderechista,
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dijeron que estaban a favor de la libre expresión, ¿no? Una revista provincial nos invitó a un encuentro de jóvenes escritores para que expresáramos nuestra opinión libremente. Yo tomé la palabra junto a otros jóvenes autores. Tan sólo dijimos que la elección de los temas era demasiado estricta, que la poesía era la poesía y no se podía dividir según el tema: industria, agricultura, vida de la juventud... Publicaron mis peores poemas y cortaron los mejores. Sólo dije eso. Unos días después, llegó un informe a la escuela. El director de la sección de instrucción vino a verme. Entonces me di cuenta de que había metido la pata. No sé qué les ocurrió a mis compañeros, yo era el más joven, el que menos habló, y ahora puedo trabajar en un mercado.
Tras esta conversación, fue a comprar tres entradas para el cine y esperó ante el local a que empezara la sesión. Wuzi llegó sin aliento y le dijo que Luo había tenido que quedarse trabajando para cubrir el turno de noche y que no podría venir. Se preguntó si Luo lo habría hecho expresamente para dejarlos solos. Entraron en la sala. En la oscuridad tomó la mano de Wuzi y se sentaron en dos asientos aislados. Él no prestó la menor atención a la película durante toda la sesión. No paraba de pensar en la dulce mano de la chica. Sentía cómo le corría el sudor. Pensaba que, ya que todos los chicos le habían metido mano, ¿por qué él no podía hacer lo mismo? Nunca había tocado a ninguna chica antes; aunque, por supuesto, el amor al que aspiraba era diferente.